HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSITICA CON MOTIVO DEL 50° ANIVERSARIO SACERDOTAL DEL REV. P. J. ÁNGELO OLVERA BARRÓN.

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSITICA CON MOTIVO DEL 50° ANIVERSARIO SACERDOTAL DEL REV. P. J. ÁNGELO OLVERA BARRÓN

Templo parroquial de la Parroquia de san José, san José Iturbide, Gto., 19 de diciembre de 2016.

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Estimados hermanos sacerdotes,
estimados miembros de la vida consagrada,
queridos laicos,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. La misericordia de Dios nos ha permitido llegar hasta este día y poder así, celebrar juntos, el gran regalo del ministerio sacerdotal que Jesucristo, el Gran Sacerdote de la Nueva Alianza, le ha querido compartir a nuestro querido padre Ángelo. A quien saludo con afecto y respeto en el Señor, deseándole que la celebración de esta feliz efeméride, sea en su vida y en su ministerio, un impulso para seguir entregándose sin reserva al servicio del Reino. Hace más de cincuenta años, el Señor se fijó en él, le dirigió su mirada y le hizo la invitación para que de manera cercana y confidente, le siguiese como fiel discípulo, y con su vida y su testimonio, cantaran juntos el cántico nuevo del Cordero ante el trono de Dios, glorificando al Padre del Cielo y santificando a todos los hombres. Dicha llamada se hizo clara y contundente, cuando el 17 de diciembre de 1966, el Excmo. Sr. Obispo Don Alfonso  Toriz Cobián, ungía sus manos y sus labios para que así, “su boca no dejara de alabarlo” (cf. Sal 70).
  1. Al celebrar este aniversario hoy vemos cumplidas en el Padre Ángelo, las bellas palabras del salmo 70 que apenas hemos cantado. Dice el salmo: “Me enseñaste a alabarte desde niño y seguir alabándote es mi orgullo”. Esta es la esencia del ministerio sacerdotal. El Señor desde niños, nos enseña a alabarle y a bendecirle. Nos enseña a levantar la mirada, apartándola de las cosas del mundo, a orientarnos hacia Dios en la oración y así elevar nuestro ánimo. Desde niños nos hace entrar en el camino de la vida nueva, en el comienzo de la fe; desde niños nos prepara para que como fieles seguidores de sus mandamientos estemos en grado de asumir la función sacerdotal del gran sacerdote Jesucristo, quien canta de manera perenne “aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales” (Sacrosanctum Concilium, 83).
  1. Cantar y alabar al Señor es y será siempre el orgullo de un sacerdote. Es por eso que a los sacerdotes se les confía de manera preclara la alabanza más perfecta en la Eucaristía. En efecto, la Eucaristía es el perfecto «sacrificio de alabanza», la glorificación más elevada que sube de la tierra al cielo, “la fuente y cima de toda la vida cristiana, en la que los hijos de Dios ofrecen al Padre la víctima divina y a sí mismos con ella” (cf. Lumen gentium, 11). En el Nuevo Testamento la carta a los Hebreos nos enseña que la liturgia cristiana es ofrecida por un “sumo sacerdote santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos”, que ha realizado de una vez para siempre un único sacrificio “ofreciéndose a sí mismo” (cf. Hb 7, 26-27). “Por medio de él -dice la carta-, ofrecemos a Dios sin cesar un sacrificio de alabanza” (Hb 13, 15). La Eucaristía es un sacrificio de alabanza. Esencialmente orientado a la comunión plena entre Dios y el hombre, «el sacrificio eucarístico es la fuente y la cima de todo el culto de la Iglesia y de toda la vida cristiana. En este sacrificio de acción de gracias, de propiciación, de impetración y de alabanza los fieles participan con mayor plenitud cuando no sólo ofrecen al Padre con todo su corazón, en unión con el sacerdote, la sagrada víctima y, en ella, se ofrecen a sí mismos, sino que también reciben la misma víctima en el sacramento» (Sagrada Congregación de Ritos, Eucharisticum Mysterium, 3).
  1. «En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1359). Uniéndose al sacrificio de Cristo, la Iglesia en la Eucaristía da voz a la alabanza de la creación entera. A eso debe corresponder el compromiso de cada fiel de ofrecer su existencia, su «cuerpo» -como dice san Pablo- «como una víctima viva, santa, agradable a Dios» (Rm 12, 1), en una comunión plena con Cristo. De este modo una sola vida une a Dios y al hombre, a Cristo crucificado y resucitado por todos y al discípulo llamado a entregarse totalmente a él.
  1. Con la Eucaristía la intimidad se hace total, el abrazo entre Dios y el hombre alcanza su cima. Es la realización de la «nueva alianza» que había predicho Jeremías (cf. Jr 31, 31-34): un pacto en el espíritu y en el corazón, que la carta a los Hebreos exalta precisamente partiendo del oráculo del profeta, refiriéndolo al sacrificio único y definitivo de Cristo (cf. Hb 10, 14-17).
  1. Padre Ángelo, a lo largo de estos 50 años, tu orgullo y tu gloria, ha sido celebrar la Santa Eucaristía, y sin duda como el mismo salmo lo ha dicho: “desde que estabas en el seno de tu madre, te has apoyado en Dios y en él te has sostenido”. Que tu boca nunca deje de alabarlo. Que tus labios y tu corazón, siempre bendigan su santo nombre. Ten la seguridad que si a lo largo de todo este tiempo, el Señor te ha bendecido, lo seguirá haciendo, porque él es tu refugio y tu fortaleza.
  1. Muchas felicidades P. Ángelo por estos cincuenta años de vida sacerdotal en la cual, con tu ejemplo y tu testimonio como Pastor, has conducido la vida de muchos niños, hombres y mujeres, ancianos, enfermos, obreros, seminaristas, familias, jóvenes y laicos. Sigue enseñándonos a todos cómo cantar el canto nuevo para el Señor. Sigue enseñándonos cómo cantar la alabanza agradable al Padre. Sigue enseñándonos cómo poner a Cristo como al roca firme de nuestra vida. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de  Querétaro