HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN ECUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR POR EL PRIMER CENTENARIO DEL SIERVO DE DIOS JUAN NAVARRETE Y GUERRERO EN SONORA.

Templo Parroquial  de la Parroquia de la Purísima Concepción, Nogales, Sonora, 09 de julio de 2019.

Año Jubilar

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Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con alegría nos reunimos en este día para celebrar con gozo esta Santa Misa en la cual queremos agradecer a Dios los frutos espirituales y las bendiciones que su misericordia nos ha querido regalar a lo largo de este Año Jubilar, en el cual hemos querido recordar el ser y la misión evangelizadora en estas tierras, de Don Juan Navarrete y Guerrero, como XIV Obispo de Sonora y I Arzobispo de Hermosillo. Agradezco la amable invitación que me han hecho para participar de esta celebración, que personalmente me llena de orgullo y de profunda alegría.

  1. La historia nos enseña que hace 100 años, un día como hoy 09 de Julio de 1919, tras un periodo de 8 años de sede vacante, Don Juan Navarrete y Guerrero, llega a estas tierras como XIV Obispo de Sonora, entrando por la ciudad fronteriza de Nogales para iniciar así la infatigable misión evangelizadora, que dio paso a tantas y tantas obras apostólicas que cimentaron la fe de muchos hombres y mujeres, fraguando la sociedad y la cultura que hoy nos distingue y representa y, urdiendo la historia con los hilos de las tradiciones y costumbres propias de aquí, en historia de salvación. Ustedes y yo conocemos que los tiempos que le tocó vivir fueron tiempos muy difíciles, especialmente por el contexto geográfico y cultural, pero sobre todo por la cuestión política y religiosa al grado de sufrir en persona por un gran tiempo la persecución y el destierro junto con sus seminaristas. Sin embargo, su fe y su talante misionero, fueron el motivo más hondo que le llevó a continuar con la predicación del evangelio, ayudado principalmente de su clero y del seminario, a quien tanto amaba y a quien tanto protegía.

  1. Personalmente me preguntaba: ¿Qué fue lo que motivó a este gran hombre a soportar todo esto y entregarse sin reserva por la causa del Reino? ¿Qué habría en su corazón que lo impulsaba a continuar dedicándose a la predicación del evangelio a pesar de las realidades adversas? La palabra de Dios que acabamos de escuchar nos da una respuesta.

  1. Al escuchar la narración que se hace en el libro del Génesis (32, 22-32), del relato de la lucha con Dios en el vado de Yaboc. Podemos ver que “es la vida de fe y de oración la que sostiene el ministerio de aquellos que el Señor llama a su servicio”. El episodio de la lucha en el Yaboc se muestra al creyente como texto paradigmático en el que el pueblo de Israel habla de su propio origen y delinea los rasgos de una relación particular entre Dios y el hombre. Por esto, como afirma también el Catecismo de la Iglesia Católica, «la tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia» (n. 2573). El texto bíblico nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha por conocer su nombre y ver su rostro; es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo, una nueva realidad, fruto de conversión y de perdón.

  1. La noche de Jacob en el vado de Yaboc se convierte así, para el creyente, en un punto de referencia para entender la relación con Dios que en la oración encuentra su máxima expresión. La oración requiere confianza, cercanía, casi en un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios enemigo, adversario, sino con un Señor que bendice y que permanece siempre misterioso, que parece inalcanzable. Por esto el autor sagrado utiliza el símbolo de la lucha, que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad para alcanzar lo que se desea. Y si el objeto del deseo es la relación con Dios, su bendición y su amor, entonces la lucha no puede menos de culminar en la entrega de sí mismos a Dios, en el reconocimiento de la propia debilidad, que vence precisamente cuando se abandona en las manos misericordiosas de Dios.

  1. Queridos hermanos y hermanas, toda nuestra vida es como esta larga noche de lucha y de oración, que se ha de vivir con el deseo y la petición de una bendición a Dios que no puede ser arrancada o conseguida sólo con nuestras fuerzas, sino que se debe recibir de él con humildad, como don gratuito que permite, finalmente, reconocer el rostro del Señor. Y cuando esto sucede, toda nuestra realidad cambia, recibimos un nombre nuevo y la bendición de Dios. Más aún: Jacob, que recibe un nombre nuevo, se convierte en Israel y da también un nombre nuevo al lugar donde ha luchado con Dios y le ha rezado; le da el nombre de Penuel, que significa «Rostro de Dios». Con este nombre reconoce que ese lugar está lleno de la presencia del Señor, santifica esa tierra dándole la impronta de aquel misterioso encuentro con Dios. Quien se deja bendecir por Dios, quien se abandona a él, quien se deja transformar por él, hace bendito el mundo.

  1. Sin duda que para Don Juan Navarrete y Guerrero entender esto fue clave. Entender que, de Dios debía obtener la bendición para su pueblo mediante la oración y la constante suplica. Estoy seguro que estaba convencido que, “Sin una vida de profunda oración no es posible ser cristiano, no es posible ser sacerdote, no es posible ser obispo. Sin una vida de oración no es posible soportar la persecución el destierro y la calumnia”. Él gran mérito de don Juan Navarrete y Guerrero, después de todo este tiempo, es el hecho de haber obtenido de Dios para este pueblo la “Gran Bendición”, una bendición que se manifiesta en una diócesis donde la fe y las costumbres, si bien hoy en día siguen luchando contra el secularismo, sigue presente y viva.

  1. El gran desafío para nosotros es poner los elementos para que esta bendición siga perpetuándose a lo largo de los siglos, generación tras generación. Como cultura y como Iglesia Sonorense, en el Sirvo de Dios Don Juan Navarrete y Guerrero, tenemos el modelo de quien sabe soñar, perseverar y luchar por la causa del Reino. Como bien nos lo ha dicho el Papa Fráncico en su reciente exhortación apostólica sobre los jóvenes: “Hay que perseverar en el camino de los sueños. Para ello hay que estar atentos a una tentación que suele jugarnos una mala pasada: la ansiedad. Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida, convertidos en seres que no viven porque no quieren arriesgar, porque no perseveran en sus empeños o porque tienen temor a equivocarse. Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza” (Christus vivit, 142).
  2. El ejemplo nos lo ha dado él: la misionariedad, fundamentada en la vida de oración y de constante súplica ante el Señor. Que el Señor nos ayude a combatir la buena batalla de la fe (cf. 1 Tm 6, 12; 2 Tm 4, 7) y a pedir, en nuestra oración, su bendición, para que nos renueve a la espera de ver su rostro. Amén.

+Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro