HOMILÍA EN EL X ENCUENTRO DIOCESANO DE MÚSICA LITÚRGICA

Seminario Conciliar de Querétaro, Hércules, Qro., sábado 17 de febrero de 2018.

Año Nacional de la Juventud

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Muy estimados miembros de los diferentes coros parroquiales,
agentes de la Pastoral Litúrgica,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Con gozo nos reunimos esta mañana al iniciar este X Encuentro Diocesano de Música Litúrgica, y así sentados a la mesa del Señor, celebrar nuestra fe, guiados por el espíritu del tiempo cuaresmal que paulatinamente nos va guiando hasta que lleguemos juntos, como Iglesia, a los umbrales de la celebración anual de la Pascua gloriosa del Señor resucitado.
  1. Sin duda que este tipo de encuentros siempre son una esperanza en el caminar pastoral de nuestras comunidades parroquiales, pues nos animan y nos iluminan para continuar haciendo vida el sueño de Jesús de instaurar el Reino de los cielos. Los coros parroquiales —como bien lo dicen en el tema que regirá la reflexión de este día— son una riqueza para la Iglesia, pues con el canto litúrgico, contribuyen para que la participación de los fieles en la acción litúrgica, sea cada vez más plena, activa y consiente.
  1. Los coros parroquiales, además de ser una herramienta fundamental en la celebración de los misterios de nuestra fe, y prestar un servicio a la comunidad de fe, constituyen un “espacio privilegiado de evangelización”, donde quienes los integran pueden crecer y madurar en su fe, ya que ahí conocen el misterio de Dios hecho canto, ahí la palabra de Dios se proclama sin cesar, ahí con el rose y la convivencia cotidiana se forjan los hermanos, los amigos y los compañeros de vida. Quisiera insistir en esto y acentuar esta idea. “Aprovechemos el coro parroquial para formar una comunidad de fe que nos anime y nos permita profundizar en nuestra fe”. Hagamos del corro parroquial la pequeña comunidad en la cual crezcamos. “No puede haber vida cristiana sino en comunidad. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria” (cf. DA, 278).
  1. Por ello, la referencia y modelo que tomamos para esta desembocadura de la pastoral no es otra que la referencia del mismo Jesús, quien propone e inicia una alternativa comunitaria de vida. Desde el principio de su vida pública, Jesús llama a un grupo de hombres para que le sigan (Mc 1, 16-20), para que compartan su vida y su misión, porque el seguimiento que Jesús quiere, siendo personal e intransferible, es compartido. Del seguimiento común nace una nueva familia, una fraternidad que no se apoya en los lazos de la sangre, sino que se alimenta de la común respuesta a la común llamada. La comunidad que Jesús propone es una comunidad de hermanos (Mc 3,31-35), de hombres libres (Mc 2,19-22; 25-27) e iguales al servicio de todos (Mc 9,33-36), donde no tienen lugar estructuras de dominación (Mc 10,42-45). El origen, el motivo de la llamada de Jesús para seguirle es la predicación del Reino de Dios: una misión común. Jesús llama para que el discípulo se ponga al servicio del Reino, les descubre las actitudes del Reino (Mc 4,3-34), el modo en que han de vivir (Lc 6, 17-26), la ley por la que se han de regir (Jn 15, 12-13) y desde el grupo los envía de dos en dos a proclamar la Buena Nueva. Ser discípulos de Jesús es el rasgo que identifica a todos los cristianos y este seguimiento es el que constituye la exigencia prioritaria de la nueva comunidad que acompaña a Jesús. Por tanto “es Jesús, presente en medio de quienes se reúnen en su nombre (Mt 18,20), quien fundamenta y sustenta, como piedra angular (Ef 2,20; 1 Pe 2,4), la existencia de la comunidad”.
  1. Los hechos de los Apóstoles y las Cartas paulinas, sobre todo, dan testimonio elocuente de lo que era la vida y el sentir de las primeras comunidades y nos permiten conocer los principales rasgos, gestos y actitudes del estilo de vida que llevaban. Eran comunidades pequeñas, sencillas, de estructura doméstica y fraternal, dispuestas a acoger a los convertidos, preferentemente los pobres, sometidas a tensiones y conflictos, a veces en el interior de ellas mismas, y sobre todo con el mundo exterior, comunidades que no dudan el llamarse a sí mismas la «ekklesía de Dios» y que guiadas por el Espíritu, son referencia y modelo para el resto de las comunidades.
  1. En la meta del proceso de pastoral juvenil proponemos la formación natural de pequeñas comunidades constituidas por los miembros del grupo con el que se ha ido profundizando y madurando en la fe y con quienes se ha ido compartiendo la vida y el camino iniciados tras el sacramento de la confirmación. Pequeñas comunidades formadas por jóvenes creyentes maduros que quieren ser discípulos de Jesús y seguirle con otros discípulos en el camino. Pequeñas comunidades congregadas por la Palabra en una actitud de constante y atenta escucha a la Palabra de Dios y a los signos de los tiempos. Pequeñas comunidades insertas en la Iglesia, especialmente la local y en comunión con otras comunidades y la Iglesia Universal. Pequeñas comunidades donde se aprende a vivir en fraternidad, como anticipo del Reino que ha de llegar para todos los hombres. Pequeñas comunidades donde se comparte y se celebran la fe y la vida en un clima siempre festivo. Pequeñas comunidades encarnadas entre y con los pobres, presentes en la sociedad con un compromiso sociopolítico transformador y en la Iglesia local compartiendo su misión apostólica. Pequeñas comunidades que facilitan vivir la vocación del discípulo de estar en el mundo sin ser del mundo (Jn 17, 13-18).
  1. Los coros parroquiales son una cantera en el proceso de consolidación de la pastoral juvenil, pues la gran mayoría de ellos están integrados por jóvenes. La desembocadura en pequeñas comunidades en el proceso de pastoral juvenil quiere ser una propuesta de vida para nuestros jóvenes creyentes, porque es el estilo de vida propuesto por el mismo Jesús y después la Iglesia primitiva para vivir de forma madura e integrada nuestra fe, porque es el modelo de Iglesia que propone el Concilio Vaticano II y al que tenemos que tender como pueblo de Dios que somos.
  1. Aprovechemos estos grupos naturales de vida, si para cantar y prestar un servicio en las asambleas litúrgicas, pero de manera muy especial aprovéchanoslos también para hacer de estos espacios un ‘espacio de vida, de fe, de comunidad’. Dejémonos iluminar por el ejemplo de las pequeñas comunidades cristianas, se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles, participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones (Hch 2, 44).
  1. Que la Santísima Virgen María, la Mujer apostólica, nos anime y en tono a ella podamos cantar las alabanzas a Dios pero también y sobre todo formar pequeñas comunidades a ejemplo de la comunidad apostólica. Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro