HOMILÍA EN EL RITO DE LA RENOVACIÓN DE LA ENTREGA DEL «PADRE NUESTRO» CON COMUNIDAD DEL CAMINO NEOCATECUMENAL

HOMILÍA EN EL RITO DE LA RENOVACIÓN DE LA ENTREGA DEL «PADRE NUESTRO» CON ALGUNA COMUNIDAD DEL CAMINO NEOCATECUMENAL

Templo parroquial de la Parroquia de Nuestra Señora de la Paz, Satélite, Qro., a 24 de septiembre de 2016.
Año de la misericordia
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Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Hay una frase muy antigua que en el ambiente monacal se repite con frecuencia y dice: “Si cor non orat, in vanum lingua laborat”, es decir, “si el corazón no ora, en vano trabaja la lengua”. Es el corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana. El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza (cf. CEC, 2563).

2. Considero que al celebrar esta mañana la renovación de la enterrega del Padre Nuestro, estas palabras nos ayudan a entender que la vida de oración debe estar primordialmente motivada por un corazón libre y dispuesto para encontrarse con Dios, por el contrario serán solo palabras huecas, sonidos sin contenido y ruidos que aturdan. Sin embargo, lo más importante es entender que “la oración es la vida del corazón nuevo” (CEC, 2697); es la expresión del corazón que quiere y necesita de la intimidad con aquel que conduce la vida. La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre. San Gregorio Nacianceno decía: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (Oratio 27 [teológica 1], 4). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.

3. Al llevar a cabo esta celebración es muy conveniente que cada uno de ustedes sea consciente que para poder vivir “en” la oración y “de” la oración, se necesita tener bien cimentada nuestra fe en la Trinidad, pues este misterio exige que los fieles creamos en Ella, la celebremos y vivamos de Ella, en una relación viviente y personal con Ella. La Iglesia nos enseña que la oración es un don de Dios y que por lo tanto es necesario la disposición para recibirlo. La oración no es una conquista espiritual que hemos logrado fruto del esfuerzo. No, la oración es un don que exige de nosotros la humildad. San Agustín dirá: “La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9). Y yo pregunto ¿a quién le gusta sentirse mendigo? Quizá a ninguno, solo a aquel que sabe y reconoce su realidad humana, sus capacidades, sus defectos y sus vicios. Quien es autosuficiente, es muy difícil que vea que necesita de los demás, que necesita de Dios. Sólo aquel que se sabe y se reconoce necesitado de Dios, es capaz de sumergirse en la vida de oración.

4. Sé que todos ustedes ha recorrido un camino muy serio de discernimiento y de formación en la fe, que les ha llevado a tener un corazón libre, sin embargo, la oración es un don de la gracia que exige una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Yo quisiera que hoy sean muy conscientes de esto, por el contrario tarde o temprano se verán agobiados y paradójicamente se verán en vez de ser un momento de gracia la oración será un encutro con sus propios pecado y sus propios deseo. San Agustín dice: “Hay muchos que piden lo que no deberían, por desconocer lo que les conviene. En consecuencia, quien invoca a Dios debe precaverse de dos cosas: de pedir lo que no debe y de pedirlo a quien no debe. Al diablo, a los ídolos y demonios no hay que pedirles nada de lo que se debe pedir. Si algo hay que pedir, hay que pedirlo al Señor nuestro Dios, el Señor Jesucristo; a Dios, padre de los profetas, apóstoles y mártires; al Padre de nuestro Señor Jesucristo, al Dios que hizo el cielo y la tierra y todo cuanto contienen. Más hemos de guardarnos también de pedirle a él lo que no debemos. Si la vida humana que debemos pedir la pides a ídolos mudos y sordos, ¿de qué te sirve? De igual manera, si pides a Dios Padre, que está en los cielos, la muerte de tus enemigos, ¿de qué te aprovecha? ¿No has oído o leído cómo, a propósito del traidor Judas, digno de condena, dice una profecía en el salmo que lo anuncia: Su oración le sea computada como pecado? Si, pues, te levantas por la mañana y comienzas a pedir males para tus enemigos, tu oración se convertirá en pecado (Sermo 56, 2).

5. El Padre Nuestro lejos de ser una simple fórmula de oración, es todo un itinerario de vida espiritual; es, en verdad el “resumen de todo el Evangelio” (Tertuliano, De oratione, 1, 6). «En él, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también llena toda nuestra afectividad» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 83, a. 9). (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2763). «El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia« (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum, homilia 19, 4). En el Padre Nuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del bien sobre el mal (cf. CEC, 2857).

6. Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf. Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que estas se hacen en nosotros “espíritu […] y vida” (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre «ha enviado […] a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abbá, Padre!’”» (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también “el que escruta los corazones”, el Padre, quien “conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.

7. Hoy quiero invitarles para que cada una de ustedes vea en la oración, el camino que les ayude para sumergirse en la misericordia del Padre. Hoy quiero invitarles para que en el “Padre Nuestro” cada uno de ustedes sepa descubrir la voluntad de Dios para su vida y la de aquellos que les rodean. Quiero invitarles para que en el “Padre Nuestro” encuentren el camino para ser hombres y mujeres de oración. Quizá muchos de ustedes estén viviendo una vida difícil en su vida, en la relación con su esposo o esposo, con los hijos, en el trabajo, en la escuela; recen el “Padre Nuestro” con calma, con fe y con devoción y verán que las cosas serán diferentes. Pues sin duda que el Señor jamás les dejará desamparados. El Señor conduce a cada persona por los caminos que Él dispone y de la manera que Él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración.

8. Pidamos a Dios que nos haga mendigos, para que siempre nos veamos necesitados de la oración. Pidámosles a Dios que nos permita siempre tener un corazón libre capaz de favorecer la vida de oración. Que la pequeña María, la mujer de la oración, sea siempre para nosotros el modelo de oración y el modelo de quien sabe cumplir la voluntad de Dios. Amén.

+Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro