Homilía Domingo XVIII del Tiempo Ordinario.

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 04 de agosto de 2019.
Año de  la Jubilar Mariano

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Hermanos y hermanas todos en el Señor:

Con alegría les saludo en el Señor, en este domingo en el cual nos reunimos para celebrar nuestra fe en el Señor resucitado, con al esperanza de saber que Dios quiere continua mostrando su misericordia sobre nosotros.

Lo hacemos en este día de manera muy especial en el cual celebramos en nuestra Iglesia, la memoria de san Juan María Vianney, conocido como el santo Cura de Ars,  a quienes el Papa Benedicto XVI, nombró patrono de los sacerdotes. Su ejemplo y sencillez de vida hoy en día es propuesto como un faro y como una brújula para ‘orientar’ la vida y ministerio de los sacerdotes. Especialmente ayudándonos a todos como Iglesia a comprender que el sacerdote es: «El amor del corazón de Jesús».

Para ello, — y como lo dije en la circular que envié el pasado 31 de julio— “Inspirado en la oración que Jesús dirigió al Padre, antes de su pasión redentora e imitando su ejemplo, he resuelto convocarles oficialmente para que como Iglesia diocesana, de ahora en adelante, dediquemos cada año todo el ‘MES DE AGOSTO’, a la oración por la santificación de los sacerdotes en la Diócesis de Querétaro; conscientes que los sacerdotes —como el mismo Jesús en su oración lo dice al Padre—, aunque no son del mundo pero están en el mundo, necesitan que el Señor los guarde del Maligno (cfr. Jn 17, 14-15). Este mes de oración, desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes en nuestra Diócesis, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo, de tal forma que el anhelo de Dios, al dejarnos en la última Cena el sacerdocio de su Hijo Jesucristo, se haga cada vez más una realidad entre nosotros y así, su glorificación sea cada vez más espiritual y la santificación de todos los hombres sea cada vez más verdadera” (Circular N° 16/2019).

Les animo para que acojamos esta iniciativa y durante todo este mes oremos por nuestros sacerdotes. “Ustedes laicos, tiene mucho que ofrecer y aportar en la vida y ministerio de los presbíteros, su cercanía y su apoyo no puede ser reducido a una cuestión meramente práctica, va más allá, es esencial, más aún es indispensable”.

En este domingo la Palabra de Dios, nos presenta el tema de la riqueza y los bienes materiales. En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran a menudo fruto de la opresión y explotación; los sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. En esta última línea se inserta la primera lectura de hoy, que recoge dos reflexiones de Qohélet, el famoso autor del “Vanidad de vanidades, todo vanidad”.

La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos). La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal. Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del Evangelio.

A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear. Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a otra persona. Este panorama sirve para proponer una enseñanza:

Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios. Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes. Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos. Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase del Evangelio de hoy: “Lo mismo pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.

Frente al mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Más adelante, en los domingos siguientes sobre todo cuando meditemos el capítulo 16, san Lucas dejara claro cómo se puede hacer esto: poniendo sus bienes al servicio de los demás. Hoy podemos preguntarnos con seriedad y responder con sinceridad:  ¿Para quién serán todos tus bienes?

Qué el Señor nos conceda siempre tener un corazón sensato, para darle el valor justo a los bienes materiales, y entender que son medios, nunca fines, para nuestro desarrollo pleno en integral. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro.