DISCURSO EN EL IV CENTENARIO DE LAS VOLUNTARIAS VICENTINAS, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez

 Museo de Arte Sacro, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 09 de febrero de 2017.

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Sra. Karina Castro de Domínguez, presidenta del Patronato del Sistema Estatal DIF,
Sra. María Del Carmen Márquez de Iturralde, Presidenta de Voluntarias Vicentinas de Querétaro, A.C.,
Sra. María Elena Herrera Ramírez, Formadora de Aspirantes de Voluntarias Vicentinas de Querétaro, A.C.,
Sor Carolina Flores Moreno, Hermana religiosa de las Hijas de la Caridad,
 Sra. Lucía Domínguez Garibi, Coordinadora Regional de Voluntarias Vicentinas de Querétaro, A.C.,

  1. Es para mí un motivo de gran alegría poder saludarles en esta tarde en la cual queremos unirnos a los festejos por la celebración del IV Centenario de Fundación de la Asociación Internacional de Caridades, mejor conocidas y reconocidas aquí y en el mundo como “Voluntarias Vicentinas”. Quienes fueron fundadas por San Vicente de Paul en la Francia del 1600, que enfrentaba situaciones muy difíciles de pobreza, hambre, hostilidad tanto a nivel humanitario como espiritual.
  1. San Vicente de Paul, hizo que con su incesante acción apostólica, el Evangelio fuera cada vez más un faro luminoso de esperanza y amor para las personas de su época y, en especial, para los más pobres en el cuerpo y el espíritu. De hecho, como sacerdote, tuvo ocasión de frecuentar tanto los ambientes aristocráticos como los campos, igual que las barriadas de París. Impulsado por el amor de Cristo, supo organizar formas estables de servicio a las personas marginadas, dando vida a las llamadas «Charitées», las «Caridades», o bien grupos de mujeres que ponían su tiempo y sus bienes a disposición de los más marginados. De estas voluntarias, algunas eligieron consagrarse totalmente a Dios y a los pobres, y así, junto a santa Luisa de Marillac, san Vicente fundó las «Hijas de la Caridad», primera congregación femenina que vivió la consagración «en el mundo», entre la gente, con los enfermos y los necesitados.
  1. La realidad ante la cual hoy en día nos enfrentamos, no sé decir si es igual o peor a la de aquellos tiempos, sin embargo lo que sí es una realidad como nos dice Jesús en el Evangelio “Los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran” (Mc 14, 7). Pues sin duda que desafortunadamente las sociedades cada vez más se orientan a una “cultura del descarte”, donde lo que importa es lo que se tiene, lo que se puede, lo que se sabe y cuando una de estas falta en la vida de las personas, muchas veces son relegadas a la indiferencia, al abandono, a la soledad. El Papa Francisco en su encíclica Laudato Sií nos ha dicho: “Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas” (LS, 49). “Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar” (LS, 49). “Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados” (LS, 49).
  1. Afortunadamente, el Espíritu ha suscitado en el corazón de algunos hombres y mujeres como San Vicente de Paul, la intuición para dar una respuesta a ello desde la ‘caridad evangélica’, aquella caridad que a lo largo de estos cuatrocientos años hemos visto plasmada de manera concreta en tantos hombres y mujeres que se han visto socorridos y alimentados en el cuerpo o en el Espíritu.
  1. La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer. Sin embargo, no obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. “La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida. Existen personas que encarnan realmente la caridad y que llevan continuamente la solidaridad a los más pobres e infelices. Agradezcamos al Señor el don valioso de estas personas que, ante la debilidad de la humanidad herida, son como una invitación para descubrir la alegría de hacerse prójimo. Con gratitud pienso en los numerosos voluntarios que con su entrega de cada día dedican su tiempo a mostrar la presencia y cercanía de Dios. Su servicio es una genuina obra de misericordia y hace que muchas personas se acerquen a la Iglesia (Francisco, Misericordia et Misera, 17).
  1. Hoy, considero que necesitamos ser conscientes que las líneas de acción en la misión están marcadas por la fidelidad al evangelio para no correr en vano, —como nos lo ha señalado el Papa Francisco—: “El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno” (EG, 193). El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9). La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.
  1. Queridas Vicentinas: nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia: «Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis»
  1. El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto valor», y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Nueva del Reino?. Sin la opción preferencial por los más pobres, «el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. El Papa Benedicto XVI nos ha enseñado que «El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana» (C in V, 7).
  1. Muchas felicidades por estos cuatrocientos años de servicio en la caridad al hermano. Que el Señor les siga dando ese ánimo y ese gusto por irradiar con voluntad, la caridad y el amor concreto y real. Muchas gracias.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro