HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN SACERDOTAL. Diac. Clemente Olvera Guerrero, CP. (Pasionistas)

HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL DIÁC. CLEMENTE OLVERA GUERRERO, CP.
(PASIONISTAS)
Templo parroquial de la Parroquia de San Francisco Galileo, El Pueblito, Corregidora, Qro., 02 de junio de 2016.
Año de la Misericordia
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Estimados hermanos sacerdotes,
Rev. P. Joaquim Rego, CP, Suprior General de la Congregación de la Pasión
Queridos diáconos,
Querido hijo Diác. Clemente Olvera Guerrero, CP,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. “El que ha recibido el don de la Palabra, que la enseñe como Palabra de Dios. El que ejerce un ministerio, que lo haga como quien recibe de Dios ese poder, para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! Amén.” (1 Pe 4, 7-11). Hemos escuchado estas palabras con las que el Apóstol San Pedro se dirige a los elegidos que viven como extranjeros en la Dispersión. Y que hoy son para nosotros, la voz de Dios que quiere iluminar la acción santa que el mismo Espíritu Santo quiere realizar en la vida y en la persona de nuestro hermano el Diác. Clemente Olvera Guerrero, CP, con la ordenación sacerdotal, pues efectivamente la llamada de Dios envuelta en este misticismo de don y gracia, está orientada a la misión concreta que cumple todas las expectativas del Padre de recibir el honor y la gloria por los siglos de los siglos. En ellas podemos ver bosquejado el itinerario pastoral y la tarea que distingue a quienes el Señor elije como ministros de su gracia, de su amor y de su misericordia.

2. En primer lugar vemos que el sacerdote está llamado a ser ministro de la Palabra de Dios. San Pedro nos ha dicho “El que ha recibido el don de la Palabra, que la enseñe como Palabra de Dios” (v.11) El sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios; es el ungido y enviado para anunciar a todos el Evangelio del Reino, llamando a cada hombre a la obediencia de la fe y conduciendo a los creyentes a un conocimiento y comunión cada vez más profundos del misterio de Dios, revelado y comunicado a nosotros en Cristo».

Por eso, el sacerdote mismo debe ser el primero en cultivar una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: «no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva: “la mente de Cristo” (1 Co 2,16)» (Verbum Domini, 80). Consiguientemente, sus palabras, sus decisiones y sus actitudes han de ser cada vez más una trasparencia, un anuncio y un testimonio del Evangelio; esto será posible solamente —como escuchamos en el Evangelio —“permaneciendo” en la Palabra. El sacerdote será perfecto discípulo del Señor; conocerá la verdad y será verdaderamente libre (cf. Verbum Domini, 80).

La llamada al sacerdocio requiere ser consagrados «en la verdad». Jesús mismo formula esta exigencia respecto a sus discípulos: “Santifícalos en la verdad. Tu Palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo” (Jn 17,17-18). Los discípulos son en cierto sentido «sumergidos en lo íntimo de Dios mediante su inmersión en la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es, por decirlo así, el baño que los purifica, el poder creador que los transforma en el ser de Dios». Y, puesto que Cristo mismo es la Palabra de Dios hecha carne (Jn1,14), es «la Verdad» (Jn 14,6), la plegaria de Jesús al Padre, «santifícalos en la verdad», quiere decir en el sentido más profundo: «Hazlos una sola cosa conmigo, Cristo. Sujétalos a mí. Ponlos dentro de mí».

3. En segundo lugar a partir de que San Pedro dice: “El que ejerce un ministerio, que lo haga como quien recibe de Dios ese poder, para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo” (v. 11), entendemos que ser sacerdote es ser ministro, y ser ministro en sentido estricto significa ser servidor. Lo que hace el sacerdote «es servir, realizar un servicio a Dios y un servicio a los hombres. «El culto que Cristo rindió al Padre consistió en entregarse hasta el final por los hombres. El sacerdote debe integrarse en este culto, en este servicio». De este modo, la palabra «servir» implica muchas dimensiones. Ciertamente, del servir forma parte ante todo la correcta celebración de la liturgia y de los sacramentos en general, realizada con participación interior.

Debemos aprender a comprender cada vez más la sagrada liturgia en toda su esencia, desarrollar una viva familiaridad con ella, de forma que llegue a ser el alma de nuestra vida diaria. Si lo hacemos así, celebraremos del modo debido y será una realidad el ars celebrandi, el arte de celebrar. En este arte no debe haber nada artificioso. Si la liturgia es una tarea central del sacerdote, eso significa también que la oración debe ser una realidad prioritaria que es preciso aprender sin cesar continuamente y cada vez más profundamente en la escuela de Cristo y de los santos de todos los tiempos. Dado que la liturgia cristiana, por su naturaleza, también es siempre anuncio, debemos tener familiaridad con la palabra de Dios, amarla y vivirla. Sólo entonces podremos explicarla de modo adecuado. «Servir al Señor»: precisamente el servicio sacerdotal significa también aprender a conocer al Señor en su palabra y darlo a conocer a todas aquellas personas que él nos encomienda.

Del servir forman parte, por último, otros dos aspectos. Nadie está tan cerca de su señor como el servidor que tiene acceso a la dimensión más privada de su vida. En este sentido, «servir» significa cercanía, requiere familiaridad. Esta familiaridad encierra también un peligro: el de que lo sagrado con el que tenemos contacto continuo se convierta para nosotros en costumbre. Así se apaga el temor reverencial. Condicionados por todas las costumbres, ya no percibimos la grande, nueva y sorprendente realidad: él mismo está presente, nos habla y se entrega a nosotros.

4. Querido Diác. Clemente, hoy la Iglesia te encomienda el ministerio mediante el cual toda tu vida se transforma en un don y en un ministerio en favor de los hombres. Tú has querido responder a la llamada de Dios, específicamente mediante la vivencia de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, vividos bajo el carisma de la Congregación de la Pasión y mostrar así que “la cruz es amor y que el amor es Dios”. San Pablo de la Cruz, vuestro fundador concebía la Pasión de Jesús como la manifestación más grande del amor de Dios, capaz de convertir los corazones más de lo que puede hacer cualquier otro argumento. En efecto, sólo a la luz de la cruz podemos acercarnos al misterio del Amor de Dios. este es el mensaje central del evangelio.

La Nueva Evangelización requiere de nuevas formas que permitan a todos, especialmente a los más jóvenes, entender que Dios nos amó hasta el extremo y que al contemplar su pasión cada uno podemos experimentar la vida en plenitud. “En la muerte de Jesús en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical” (cf. Deus caritas est, n. 12). Desgasta toda tu vida por anunciar esto. Desgasta toda tu vida en celebrar esto. Desgasta toda tu vida en vivir esto. No dejes que tu mirada deje de contemplar un sólo día la pasión de Cristo que celebrarás en la santa Eucaristía y la Reconciliación. Que cuando prediques sea contemplando la pasión de Cristo. Que cuando salgas a misionar en las casas, lo hagas teniendo ante tus ojos la pasión de Cristo.

5. Anunciar el amor de Dios es y será el mejor servicio que puedas prestar a la humanidad. Hazlo con alegría, con esperanza pero sobre todo con amor. En el misterio de la cruz encontrarás la fuerza para actuar y para valorar las renuncias y los sufrimientos, siempre deseoso de compartir el dolor del Redentor por los males de la humanidad. El Papa Francisco nos lo ha dicho: “Como sacerdotes, somos testigos y ministros de la Misericordia siempre más grande de nuestro Padre; tenemos la dulce y confortadora tarea de encarnarla, como hizo Jesús, que «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), de mil maneras, para que llegue a todos. Nosotros podemos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y así la pueda entender y practicar —creativamente— en el modo de ser propio de su pueblo y de su familia” (cf. Homilía de la santa Misa Crismal, 24.03.2016).

6. Quiero pedirte que no descuides nunca el propósito de tu consagración, ni mucho menos que lo abandones por mezquinos intereses. Recuerda que en los momentos de dificultad Jesús es el primero que pide por ti. El día de mañana celebraremos la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Quiero invitarte para que todos los días te consagres a él y con plena confianza te escondas en la llaga de su costado; allí tu vida será plena; allí tu predicación tendrá su inspiración; allí las suplicas y los ruegos de los que acudirán a ti, entrarán consuelo; allí el culto de adoración a Dios será pleno puro y perfecto.

¡Oh corazón de Jesús, haz a tu hijo Clemente partícipe del fuego abrazador que consumió tu corazón. Como tú, quiere ser apóstol de tu nombre en la medida que sus fuerzas se lo permitan!

¡Oh corazón de Jesús, todo escapa y desaparece ante nuestro amor humano, dejándonos vacíos y desolados; Solo tu permaneces, eternamente, como faro de luz y como norte resplandeciente para el corazón que te ama. Que a este sacerdote tuyo le falte todo, Dios mío, pero que no le faltes tú!

¡Oh Corazón de Jesús, consagra y esconde siempre a este hijo tuyo, en lo más profundo de tu amor y de tu gracia! Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro