DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD. Contemplemos su misterio mas íntimo.

DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD
Jn. 16, 12 – 15
¡CONTEMPLEMOS SU MISTERIO MAS INTIMO!

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En el discurso de despedida, Jesús hace la promesa a los discípulos, que les enviara el Espíritu Santo, quien les hará comprender y recordar lo que El realizo en su ministerio y les comunicara lo que el Hijo recibió del Padre. Hoy la Iglesia celebra este misterio grande del cristianismo y lo presenta para nuestra contemplación.

Antes de abandonar a los suyos Jesús les promete la presencia de su Espíritu. En su discurso se afirma la convicción de no haber quedado desprotegidos: el Espíritu que vendrá continuara la labor y enseñanza de Jesús. Va a hacerles soportables las exigencias de Jesús y su ausencia; abriéndoles a su verdad, les guiara a ella. El Espíritu continúa la obra de Jesús; Él es guía, compañero de camino y líder de la iglesia hasta que el Señor vuelva. Quien sufre bajo cualquier circunstancia y motivo, sea soledad, impotencia de no poder realizar plenamente sus logros humanos, puede dedicarse por completo a vivir bajo la protección del Espíritu Santo, consagrándose a Él. Creámosle a Jesús, que el Paráclito está con nosotros siempre.

Tras haber celebrado, en los meses pasados, los misterios centrales de nuestra fe, retomamos el tiempo ordinario, durante el cual iremos acompañando a Jesús como hicieran sus discípulos por los senderos de Galilea, escuchando de El la predicación del Reino y contemplando los portentos que obran sus manos. Se nos ofrece así, en este camino de fe cotidiana en la vida cristiana, una nueva oportunidad para ir aprendiendo de Jesús y dejarnos sanar nuestras dolencias, mientras vamos como discípulos caminando tras sus huellas. Una verdadera lucha cotidiana contra el maligno que se obstina por distraernos. Pero antes de iniciar este recorrido, la Iglesia nos invita hoy, como lo señalamos al inicio, a que centremos nuestra atención y corazón en Dios, y contemplemos su misterio más íntimo, su ser un único Dios siendo tres personas distintas.

En el Antiguo Testamento a Dios se le menciona con varios nombres, el Dios lejano, el Dios de las montañas, el Soberano, Adonai o Señor. Cuando Jesús inicia su predicación se refiere a Dios de otra manera. Lo trata de tu, con mucha confianza y le llama Abba, una expresión cubierta de ternura que los niños usaban en su casa; así Jesús nos enseña que Dios es Padre, no porque se parezca a los nuestros sino porque los padres buenos se parecen remotamente a Él. La Iglesia la integra a la formula “Creo en Dios Padre todopoderoso…”
Además, en las manifestaciones del cielo que ocurrieron en la vida de Jesús, como la transfiguración, se escuchó una voz: “Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo”. Allí aprendemos también que Dios es Hijo. Y en el discurso de despedida, Jesús promete enviarnos su Espíritu, es decir su fuerza y luz continuarán entre nosotros y es El quien guiara al discípulo a la verdad plena, y esa verdad encierra el comprender quien es Dios, con nuestro limitadísimo entendimiento.

Descubrimos así que los nombres de Dios en el Nuevo Testamento son: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres personas que revelan su amor al crear el universo e invitarnos a una amistad eterna. Pero también tenemos que instituir en que el evangelio nos invita a acercarnos a Dios, más que por el camino de los conceptos, ante todo a realizar una experiencia de encuentro. El Papa Francisco insiste en ello: “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por el son salvados del pecado” (EG n. 1)