V CONGRESO EUCARÍSTICO. Tema: La Eucaristía como fuente de las obras de misericordia.

 

Santiago de Querétaro, Qro. 24 de mayo de 2016.

IMG_2594EXPONENTES: Hermanas Misioneras de la Caridad

  1. MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE.

 a) Jesús: Rostro de la Misericordia del Padre.

El Santo Padre, al convocar el Jubileo de la Misericordia dice: “¡Como deseo que los años por venir estén impregnados de Misericordia para poder ir al encuentro de cada persona, llevando la Bondad y la Ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la Misericordia, como signo del Reino de Dios que ya está presente en medio de nosotros (Bula #5)”.

Para hacer realidad éste anhelo tan profundo de su corazón y ser capaces de Misericordia, el Papa Francisco nos invita a encontrarnos con Jesús en el Santísimo Sacramento, contemplar su Rostro Misericordioso y colocarnos a la escucha de su Palabra: Al dejarnos abrazar y llenar con su Misericordia, Jesús nos comunicará la Gracia para imitar su estilo de vida, practicando las obras de Misericordia.

“Jesús vino a revelar con su Palabra, sus gestos y con toda su Persona, la Misericordia de Dios: Su persona no es otra cosa sino Amor, un amor que se dona y se ofrece gratuitamente. Los signos que Él realiza, sobre todo hacia los pecadores, las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes, llevan consigo el distintivo de la Misericordia. En Él, todo habla de Misericordia… Como Él es Misericordioso, estamos nosotros llamados a ser Misericordiosos los unos con los otros.” (P. Francisco).

b)    La Eucaristía: Sacramento de la Ternura y Misericordia de Dios con nosotros.

Tanto amó Dios al mundo que le dio a Su Hijo, para que fuera uno de nosotros, y tanto nos amó Jesús, que inventó la manera de quedarse con nosotros aquí en la tierra, hasta el fin de los tiempos, bajo las apariencias del Pan y del Vino.

La Eucaristía es la Presencia Real de Jesús Resucitado entre nosotros, es el Sacramento de la Ternura y Misericordia de Dios con nosotros, es el Amor que se hace Servicio: El jueves Santo, al instituir la Eucaristía, Jesús lavó los pies a sus discípulos y ofreciéndoles su ejemplo, les dijo: “Les doy un Mandamiento Nuevo, que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”, y para que pudiéramos vivir el Mandamiento del Amor, se entregó  a nosotros en la Eucaristía y nos pidió permanecer en Él.

En cada Eucaristía, Jesús actualiza el don de Sí Mismo que  hizo en la Cruz. Él sale a nuestro encuentro y nos alimenta con su Palabra y su Vida para transformar nuestra vida en “Un Don para los Hermanos”, un Don que nos hace salir de nosotros mismos, para ir al encuentro de los hermanos, sin temor de compartir y de amar.

Jesús en la Eucaristía, es el mismo que cambió el agua en vino, que multiplicó los 5 panes y 2 pescados para alimentar a la multitud; Es Él mismo que proclamó la Buena Nueva a los pobres, que curó a los enfermos, liberó a los cautivos, resucitó a los muertos, perdonó pecados y fue amigo de los pecadores y marginados. Es el Cordero de Dios que sacrificó su vida en la cruz por Amor a nosotros, resucitó, ascendió al Cielo y está intercediendo por nosotros.

Jesús en la Eucaristía quiere derramar su Misericordia sobre cada uno de nosotros y hacer para nosotros y para el mundo, lo que Él hizo durante su vida terrenal para la gente de su tiempo. Quiere que nos acerquemos a Él, con Fe y confianza en su Amor por nosotros.

c)    Un camino sencillo.

Cuando alguien preguntó a la Madre Teresa sobre su testamento espiritual y sobre qué mensaje dejaría al mundo antes de dejarlo, ella contestó: “Ámense los unos a los otros, como Jesús los ha amado a cada uno de ustedes. No tengo nada que añadir al mensaje que Jesús nos ha transmitido. Para poder amar debemos orar. El fruto de la oración nos lleva a profundizar la Fe; el fruto de la Fe es el Amor y el fruto del Amor es el Servicio al prójimo. Y esto nos conduce a la paz y a la Alegría”.

El secreto de la Madre Teresa es en realidad, un camino sencillo, pero a la vez  profundo y fácil de recordar:

“El fruto del Silencio es la Oración,

El fruto de la Oración en la Fe,

El fruto de la Fe es el Amor,

El fruto del Amor es el Servicio,

El fruto del Servicio es la Paz. “

>El fruto del Silencio es la Oración =La Fe = El Amor = El Servicio à=La Paz y la Alegría

=    M  I  S  E  R  I  C  O  R  D  I  A

Para poder orar necesitamos Silencio, silencio de corazón. Cuanto más recibimos en nuestra oración silenciosa, más podremos dar en nuestra vida activa. Lo esencial no es lo que nosotros decimos,  sino lo que Él nos dice y lo que dice a los demás, a través de nosotros. Jesús nos espera en el silencio del Sagrario, nos escucha y nos habla.

“Orar es amar a Jesús, unirse a Él para vivir con Él, en Él y para Él.» (B. Madre Teresa)

La Fe brota de una oración profunda y continua, que nos enseña a descubrir la Presencia de Jesús en cada persona.

Para ser capaces de amar, hemos de tener Fe, porque la Fe en acción, es Amor. Nuestra Fe debe ser viva y activa, a través de las Obras de Misericordia. Las palabras de Jesús “LO QUE HICISTE A UNO DE MIS HERMANOS, A MI ME LO HICISTE” se convirtieron en la vida y el lema de la Madre Teresa.

“Nuestro Servicio debe de ser una expresión de nuestro Amor a Jesús. Lo que cuenta no es cuanto hacemos, sino cuanto Amor ponemos. A la hora de la muerte, cuando nos encontremos cara a cara con Dios, Cristo no nos preguntará “cuánto hemos hecho”, sino “cuánto Amor hemos puesto en lo que hemos hecho”. El amor intenso no mide, solo da. Tenemos que dar hasta que duela. A Jesús le costó amarnos, Él nos amó hasta la Cruz. Nunca tengamos temor de dar, pero no demos de lo que nos sobre.” (B. Madre Teresa)

A veces pensamos que amamos a los demás dándoles cosas, dinero, un apretón de manos, inclusive nuestro tiempo. Nos equivocamos, amar no es dar cosas, sino darse uno mismo. Amamos si nos entregamos sin reserva a los demás. Jesús es quien más nos ha amado, porque fue quien más nos dio, al entregarse totalmente por nosotros. Los pobres necesitan nuestras manos que les sirvan, y nuestros corazones para amarlos. Por eso, cualquier cosa que hagamos, incluso ayudar a alguien a cruzar la calle, hagámoslo  por Jesús. Y si damos un vaso de agua a alguien, hagámoslo por Jesús. ¡TODO POR JESÚS!

Quizás realizamos un mismo trabajo social, pero unos lo hacen por algo y nosotros lo hacemos por ALGUIEN, y por lo tanto aquí entra el respeto, el amor, la devoción, la alegría y la esperanza, ya que lo hacemos por Dios y por eso queremos que sea lo más hermoso posible.

La Madre Teresa decía: “Para mí, toda persona es Cristo. Por eso, ésta persona en éste momento es la persona más importante para mí.”

El caminito empieza por el silencio, para llegar a ser personas de oración, de Fe, llenas de Misericordia y así llegar a la Paz verdadera. La paz y la alegría son el fruto de la entrega total en el servicio y “de la íntima unión con Dios, al realizar el trabajo con Jesús, en Jesús y por Jesús”.

Es a través del amor a Dios y al prójimo como se llega a la felicidad, al servicio sin límites dando así a Dios a los demás, un Dios Vivo, un Dios de amor, un Dios Misericordioso.

Esa paz y alegría fluyen como un rio desde el Corazón Misericordioso de Jesús en la Eucaristía, como se nos dice al terminar la Misa: “Vayan en paz, para amar y servir al Señor en nuestros hermanos”.

En una ocasión, un hombre enfermo llegó a nuestro hogar para moribundos. Después de un rato se volvió hacia la Madre Teresa y le dijo “he entrado aquí con mucho odio a Dios y a los hombres. He venido aquí vacío, sin fe y amargado. Pero al ver cómo una hermana cuidaba con ternura a un paciente y cómo lo hacía con alegría, he comprendido y ahora creo que Dios existe y que aún sigue amando”.

La Madre Teresa oró  y trabajó ardientemente por la paz y rezaba diariamente después de la comunión: “Haznos dignos Señor de servir a nuestros hermanos dispersos por todo el mundo, que viven y mueren en pobreza y hambre. Dales, por nuestras manos, el Pan de cada día y por nuestra Caridad, la paz y la alegría”. Esta era su oración y su vida diaria ¡Que ésta sea también la nuestra!

2. LA EUCARISTÍA, CENTRO DE NUESTRA VIDA:

a) Para poder llevar a Jesús a los demás, Irradiando a Cristo.

Estando ante el Santísimo, Jesús llamó a la Madre Teresa para fundar la congregación de las Misioneras de la Caridad, para que fuéramos “María y Marta, contemplativas en acción” viviendo íntimamente unidas  a Él para irradiar su Amor y Misericordia sobre las almas. Jesús quería que fuéramos el Fuego de su Amor Misericordioso entre los más pobres, enfermos y moribundos.

“Ven, sé mi Luz”, le dijo “Yo no puedo ir solo, los pobres no Me conocen, por eso no Me quieren”. En una visión, ella vio una multitud enorme, con gran dolor y sufrimiento en sus rostros y con sus manos levantadas hacia ella que gritaban “ven, ven, sálvanos, llévanos a Jesús” y escuchó a Nuestra Señora que estaba cerca de ella, decirle “cuida de ellos, son míos, llévalos a Jesús, lleva a Jesús a ellos. No tengas miedo” y por último, Jesús le dijo: “Yo te lo pido, ellos te lo han pedido y Ella, mi Madre, te lo ha pedido ¿rehusaras a hacer esto por Mí, cuidar de ellos, traerlos a Mí?”

Cada uno de nosotros, estamos llamados a ser portadores de Jesús, de su Amor y Misericordia. “Llévame a ellos, llévame contigo” nos dice Jesús.

Nuestra Misión como Cristianos, consiste en llevar a Dios, llevar su Amor a los hermanos y de esta manera conducirlos a Él. Si estamos unidos a Jesús, no podemos dar otra cosa más que a Jesús.

Como María que al recibir a Jesús en su Vientre, corrió a ofrecerlo a los demás, así también nosotros al recibir a Jesús en la Santa Comunión, vayamos de prisa para darlo a los demás, y así hacer presente a Jesús en el mundo hoy.

Esto es lo que la Madre Teresa hizo y es lo que Jesús quiere de cada uno de nosotros, llevarle a Él con nosotros a los barrios pobres y las esquinas de las calles, donde quiera que estén.

  • Jesús anhela entrar en los hogares infelices de los pobres, pero no puede hacerlo solo. Él espera que alguien lo lleve.
  • Jesús espera a sus hijos todo el tiempo en el Sagrario, que alguien lo visite y lo adore. Y espera que alguien lo lleve a los pobres, a los que están solos y enfermos.
  • Jesús quiere dar de comer ahora a la multitud hambrienta, como Él los alimentó cuando estaba en la tierra.
  • Jesús quiere apagar la sed de los sedientos, como lo hizo a la mujer samaritana junto al pozo.
  • Jesús quiere vestir al desnudo con dignidad, como lo hizo con el endemoniado.
  • Jesús quiere dar cobijo al sin techo, quiere visitar al enfermo que está solo, al que está en la cárcel.

Pero ahora Él no puede hacerlo solo, quiere que lo llevemos a Él con nosotros y que vayamos a la gente para decirles cuanto los ama Dios. Él nos ama a todos, todos somos sus hijos y no quiere que ninguno se pierda. En su infinita Misericordia Él quiere salvar a todos, a través de nosotros… Yo no puedo ir solo, llévame a ellos contigo”.

En la Eucaristía Jesús nos hace sentirnos todos hermanos y hace crecer en nosotros la capacidad de “alegrarnos con los que están alegres y llorar con los que lloran”; nos impulsa a salir hacia los pobres, preocupándonos por los que tienen alguna necesidad, enfermedad o problema, para amarlos como Jesús quiere que los  amemos.

Por eso debemos dejar que Jesús viva su Vida de Amor en nosotros. Necesitamos un profundo amor e íntima unión con Él en la Eucaristía, a fin de ser capaces de darlo a los demás; El Amor compasivo y la Misericordia deben de brotar desde nuestra unión con Él.

La Eucaristía debe de ser el centro de nuestra vida, pues es el fuego del Amor Misericordioso de Dios, que nos va transformando más y más en Él. No podemos dar a Jesús a los demás, si no lo tenemos en nuestro corazón. La gente no tiene hambre de nosotros, de nuestras obras, tiene hambre de Dios,  de Jesús que es Pan de Vida y de Amor.

Al recibirlo en la Santa Comunión, podemos decir como San Pablo: “Ya no vivo Yo, es Cristo quién vive en mí”, Cristo que ora en mí, que actúa y piensa en mí, que mira a través de mis ojos, habla a través de mis palabras, que trabaja con mis manos y camina con mis pies, que ama con mi corazón. Ponemos todo nuestro ser a Su disposición, para que Él obre por medio de nosotros e irradie su Misericordia. Él quiere seguir pasando entre las multitudes haciendo el bien.

“Nutrirnos del Pan de Vida, dice el Papa Francisco, significa entrar en sintonía con el                 Corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, pensamientos, comportamiento y actitudes. Todo en Él es Misericordia. Significa entrar en un dinamismo de Amor y convertirnos en personas de Paz, de Perdón y Reconciliación, de un compartir solidario”.

b) Para poder amar y servir a Jesús en los demás y así llevarlos a Él

La Madre Teresa repetía mucho: “FUIMOS CREADOS POR DIOS Y PARA DIOS, PARA AMAR Y SER AMADOS”.

Jesús se transforma en Pan de Vida para satisfacer nuestra hambre de Dios, de Su Amor y para satisfacer nuestra hambre de amarlo. Y se ha hecho hambriento, desnudo, necesitado de ayuda y ha dicho “Todo lo que hagan al más pequeño de mis hermanos,  A MÍ ME LO HACEN”, para ofrecernos así la alegría de poder darle de comer, depositando en Él todo nuestro amor, haciéndole sentirse amado y así satisfacer Su hambre por nuestro amor.

En la Eucaristía, le permitimos amarnos y le expresamos nuestro amor. Y en los pobres, Jesús recibe nuestro amor, al permitirnos amarlo y servirlo.

En la Misa Jesús se nos presenta bajo las apariencias del Pan, mientras que en la calle, vemos a Jesús y Lo tocamos en los hermanos.

Por eso la Madre Teresa decía: “No podría pasar ni un solo día, ni una sola hora de mi vida, sin la Eucaristía. Ahí me encuentro con Jesús, Lo recibo y Lo amo, y después Lo descubro de nuevo, Lo amo y Lo sirvo en los que sufren”.

Nuestra Eucaristía queda incompleta si no nos lleva al servicio y al amor de los pobres. La Eucaristía y los pobres son dos realidades que no podemos separar. No hay más que un solo Amor, Y ES JESÚS, como no hay más que una sola persona en el pobre, Y ES JESÚS MISMO.

Jesús en la Eucaristía, en la Santa Comunión, es el Pan Espiritual que nos sustenta, pues es el Pan de la Vida y del Amor, es nuestra Fuerza y Alegría, nuestra Esperanza, nuestro Amor y nuestra Paz.

La Fe y el Amor que brotan de la Eucaristía, nos permiten reconocerlo y amarlo en los pobres.

La Eucaristía profundiza la Fe y alimenta el Amor: Si no fuera por nuestra Fe, nuestro amor y servicio al prójimo sería imposible. Sin la Comunión diaria, nuestra vida estaría vacía y sería inútil, nuestro trabajo sería superfluo, estéril. Sólo con la oración y la Comunión somos capaces de vivir con Jesús y para Jesús, con nuestros pobres y para los pobres y necesitados.

Si alimentamos nuestra vida con el Pan de su Palabra y de la Eucaristía, nos resultará fácil descubrir a Jesús, amarlo y servirlo en los demás, reconocerlo en el vecino que tiene hambre, en el que está tirado en las alcantarillas, en el alcohólico al que evadimos, en nuestro marido o nuestra esposa, en nuestro hijo inquieto,  porque en estos  rostros sufrientes, reconoceremos a Jesús en medio de nosotros.

Es por eso que nosotros empezamos el día con la Santa Misa y la Comunión y lo terminamos con la Adoración Eucarística. Al recibirlo en la Santa Comunión, le pedimos que permanezca en nosotros para poder “transformar nuestro trabajo en oración, haciéndolo con Jesús, en Jesús y por Jesús”.  Es así como empezamos el día con oración, lo llenamos con oración y lo terminamos con oración. Vivimos así las 24 horas con Jesús.

  1. Adoración Eucarística: Encuentro con Jesús, el buen samaritano.

Finalizado nuestro servicio de Amor, con Jesús y por amor a Jesús, al terminar el día, tenemos una hora de Adoración Eucarística. Llevamos a las almas más necesitadas y  a toda la humanidad doliente y enferma por el pecado, ante la Presencia Eucarística de Jesús. Le presentamos los sufrimientos de nuestros hermanos que viven en pobreza y hambre, en el dolor y la obscuridad, para unirlos a los sufrimientos de Jesús en la Cruz.

Con nuestra Hora de  Adoración, atraemos al mundo las Gracias que Jesús obtuvo en el Calvario. Son Horas especiales de Intercesión  y de Reparación por los pecados, la ingratitud e indiferencia de los hombres. No hay límite en el Valor de una Hora Santa porque los méritos de la Cruz son infinitos.

En la Eucaristía, Jesús tiene sed de nuestro amor. Él le enseñó a Santa Margarita María su Corazón y le dijo “He aquí éste Corazón que ama tanto y a cambio es tan poco amado”. Jesús está sediento de derramar su Misericordia sobre nosotros: Él le reveló a Santa Faustina su Corazón Misericordioso, pidiéndole que ofreciéramos a su Padre Celestial, su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad en reparación de nuestros pecados y los del mundo entero.

Jesús está sediento de amarnos, de confortarnos y guiarnos con su Presencia Amorosa.

En la oración ante El Santísimo,  puedes experimentar personalmente el Amor de Dios. Él se queda día y noche en el Santísimo por amor a ti, porque para Él, tú eres la persona más importante en el mundo. Él haría solamente por ti, lo que hizo por toda la humanidad, así eres de especial para Él… pero nunca llegarás a saberlo, mientras no te acerques a conocerlo en el Santísimo. Ahí, Él es quien te dice cuan infinitamente especial eres.

“Cuando miramos a la Cruz sabemos cuánto nos amó Jesús”, decía la Madre Teresa, “y cuando miramos al Sagrario sabemos cuánto nos ama hoy”.

Debemos constantemente volver a la  fuente Viva del Amor Misericordioso de Dios, que nos da la luz verdadera para poder ver lo especial que somos.

“Cuando uno se siente como una basura, trata a los demás como basura. Cuando uno se sabe cuán infinitamente especial es, entonces trata a los demás en forma especial. Cuanto más amados nos veamos a la Luz del Amor Eucarístico, tanto más nos amaremos unos a otros. La oración ante Jesús Sacramentado nos otorga una dignidad incomparable.” (Monseñor Josefino Ramírez.)

Muchas veces buscamos nuestra dignidad en la posición social, la seguridad económica, la popularidad o en la cantidad de títulos académicos, pero la verdadera dignidad se encuentra en la Presencia de Dios, que en su Misericordia nos eleva más y más hacia Él, dándonos la dignidad de hijos de Dios.

Jesús en el Santísimo Sacramento, cura todos nuestros males: En la Parábola, la actitud del Buen Samaritano con el hombre golpeado, tirado y abandonado por el camino, es una imagen de la Misericordia de Dios para con nosotros; Dios que se acerca a la humanidad caída y herida por el pecado, se hace uno de nosotros, muere en la Cruz y se queda en la Eucaristía para continuar abrazando, bendiciendo y curando a todos sus hijos hoy, así como lo hizo en el tiempo del Evangelio.

Se acerca a cada uno de nosotros, con una ternura concreta, universal y personal, dándose a Sí mismo, sin reserva y para siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio, es un Amor sin barreras ni condiciones, un Amor en acción, “se acercó, vendó sus heridas, lo montó sobre su cabalgadura, lo llevó a una posada, cuidó personalmente de él, pagó la cuenta y se mostró disponible para seguir respondiendo por él”. Estos son los sentimientos de Compasión y Misericordia del Corazón de Dios frente a los sufrimientos de sus hijos.

Cuando nuestro corazón está herido, aplastado, derrotado, humillado o sufriendo de cualquier otra forma, podemos experimentar, en su Presencia Eucarística, la dulzura de su Amor, de su Misericordia, que es un bálsamo y consuelo para las amarguras de la vida y rechazos dolorosos.

El Santo Cura de Ars, predicaba lo mismo cada domingo: “Si sólo supieras cuánto te ama Jesús en el Santísimo, te morirías de felicidad” y señalando al Sagrario, agregaba “¡Jesús está realmente ahí!” y se conmovía tan intensamente que lloraba de alegría.

Que Obra de Misericordia tan maravillosa se puede realizar, con tan solo decir a las personas que encontremos en el camino, especialmente a los pobres, los enfermos, los jóvenes y ancianos, cuan bondadoso es Jesús en el Sagrario y tener las puertas de las Iglesias abiertas para acoger a todos, a la Presencia de Jesús Sacramentado y decirles: “Ve, ve a Jesús, Él te espera con los brazos abiertos. Él te ama. Cuéntale tus problemas, dificultades y necesidades. Él tiene el poder de ayudarte. Él te llenará de paz”.

“Ésta es la tarea de la Iglesia hoy, dice el Papa Francisco, introducir a todos en el Misterio de la Misericordia de Dios, contemplando el Rosto de Jesús en el Santísimo, de donde corre sin cesar  el Gran Rio de la Misericordia Divina. Dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su Corazón, para repetir que nos ama y que quiere compartir con nosotros su Vida y su Amor”.

Cuando sabes cuánto te ama, es natural que pases el resto de tu vida irradiando ese AMOR. Para amar como eres amado, tienes que amar y entregarte a los demás, como Cristo te amó… hasta la Cruz.

No se puede amar a Dios, sin amar al hermano; y el hermano solo puede ser amado en realidad, si encuentra en nosotros el reflejo del Amor de Dios:

Como el Buen Samaritano, “ve y haz tú lo mismo” nos dice Jesús… “Sean Misericordiosos como el Padre es Misericordioso”: La Misericordia es entrar en “Sintonía” con quien sufre, es ser sensibles, sentir compasión, saber descubrir lo que el otro desearía o necesita de mí, en este momento y situación particular. Ponerse en su lugar, saber escuchar su voz silenciosa y acallar las demás voces ruidosas de los compromisos y la comodidad, de los intereses personales y placeres…

El amor es activo. Un amor que no actúa, que permanece en sí mismo, es un amor vacío y sin sentido. El amor verdadero conduce necesariamente al servicio. “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.

Donde quiera que haya un cristiano, dice el Papa, cualquiera debe poder encontrar un Oasis de Misericordia”. Tenemos la misión de anunciar la Misericordia de Dios, que es el corazón palpitante del Evangelio. Con Jesús y como Jesús debemos salir de nosotros mismos para ir a encontrar a todos y motivarlos a reencontrar el camino de vuelta al Padre.

Si queremos que los pobres vean a Jesús en nosotros, primero tenemos que ver a Jesús en ellos.

3. LAS OBRAS DE MISERICORDIA: VER Y AMAR A JESÚS EN CADA PERSONA.

 a) “A mí me lo hiciste”

Al practicar las Obras de Misericordia, todo se reduce a esto: ver a Cristo en cada persona necesitada y tratar de ayudarla, porque Él mismo ha dicho “Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, enfermo, sufriendo, sin casa… y tú me ayudaste”… como Madre Teresa decía: “El Evangelio en los cinco dedos de la mano, A MÍ ME LO HICISTE”.

Es Jesús mismo que se hizo hambriento, enfermo, desahuciado, sin techo, necesitado de ayuda, rechazado, para darnos la oportunidad y la alegría de amarle y servirle en ellos… como Él lo hace continuamente con cada uno de nosotros, en su infinita Misericordia.

  • Es el mismo Jesús que se encuentra en los paralíticos y los ciegos, los moribundos y los niños no nacidos, en los que disque son una carga para la sociedad.
  • Es el mismo Jesús que está en los abandonados y los condenados a la soledad, en los que no tienen nada y a nadie que cuide de ellos, los afligidos de toda clase, los marginados, los discriminados por el racismo o perseguidos por su Fe.
  • Es el mismo Jesús que está en los que han perdido a Dios y toda esperanza y confianza en la vida, los que han olvidado hasta la forma de sonreír, los que han perdido la sensibilidad del contacto humano, del amor y la amistad, los que conocen solo dos lugares: la cárcel o la calle, los alcohólicos y drogadictos…

Debemos amarlos porque son el mismo Jesús disfrazado de Pobre, todos ellos son Jesús.

Todos ellos necesitan nuestro cuidado, si les damos la espalda, se la damos a Cristo. A la hora de nuestra muerte seremos juzgados -por haber- o -no- socorrido en ellos a Cristo. Habrá solamente dos caminos “Vengan benditos de mi Padre” o “Aléjense de mí”.

Entrar en contacto con el Cuerpo sufriente de Cristo, nos exigirá muchas veces actos heroicos para vencer la repugnancia natural que hay en nosotros. Necesitamos los ojos de la Fe para poder ver a Cristo en ellos. Necesitamos las manos de Cristo para tocar sus cuerpos heridos por el dolor y el sufrimiento.

Los pobres a quienes hemos de buscar, pueden vivir cerca o lejos, pueden ser pobres materiales o espirituales, pero en cada uno ES JESÚS MISMO:

  • Es Jesús hambriento y abandonado, no solo de pan y alimento sino también de la Palabra de Dios, de amor, de amabilidad, de consideración.
  • Es Jesús sediento e ignorante, no solo de agua sino también de conocimiento, de verdad, de paz, de amor y de justicia.
  • Es Jesús desnudo y necesitado, no solo de una pieza de ropa, sino también de amor comprensivo, de dignidad humana.
  • Es Jesús sin hogar, carente no solo de un trozo de habitación, sino de un corazón que comprende, que lo cubra y proteja con amor.
  • Ese es Jesús enfermo y moribundo, encarcelado, no solo de cuerpo sino también del alma.

Ese Jesús se encuentra hoy por todas partes en el mundo y tiene su Mirada hacia nosotros para preguntarnos: ¿Me amas tú? ¿Estás dispuesto a empañar este sufrimiento que es el de millones de seres humanos dispersos por todo el mundo? Seres que desean ser comprendidos y reconocidos como hermanos nuestros, creados por la misma Mano Amorosa de Dios. Todos somos hijos de Dios, independientemente de nuestro origen, raza, religión o cualquier otra diferencia, todos somos personas que debemos ser amadas. Todos estamos hambrientos de Amor, pues fuimos creados para amar y ser amados.

b) La peor enfermedad: No sentirse amado.

“Hay mucho dolor en el mundo, muchísimo. Dolor que proviene del hambre, de la falta de hogar, de toda clase de enfermedades, pero el sufrimiento más grave, la pobreza más dolorosa, consiste en no ser amado, en no tener a nadie en quien contar, haber llegado a olvidar que significa ser queridos, amados, tener una familia.” (B. Madre Teresa)

“En Occidente hay millones de gentes que sufren una inmensa soledad, un vacío de Dios, se sienten rechazados, sufren de desesperación, de odio… Existen medicinas para toda clase de enfermedades, pero a menos que se den manos bondadosas para servir y corazones generosos que amen,  jamás se podrá curar la terrible enfermedad de no sentirse amados.” (B. Madre Teresa)

Hoy, Cristo tiene hambre en nuestros pobres, e incluso en los ricos, hambre de amor, de cuidado, de calor humano, de alguien que se preocupe por ellos, como por algo propio; si reconozco a Jesús en la Eucaristía y percibo su Amor Personal y Misericordioso por mí, este reconocer, amar y servir a Jesús en los pobres, es algo tan hermoso, tan real y tan bello.

  • Enseñar al que no sabe, dejando que la Palabra de Dios les hable por medio de nuestra vida de Unión con Jesús.
  • Dar buen consejo al que lo necesita, escuchándolo con amor y en espíritu de oración, para luego proclamarle la Palabra de Dios, con firmeza y bondad.
  • Corregir con amor al que se equivoca y ayudar con amor al que está en tentación, por medio de nuestra oración, sacrificios y comprensivo amor, iluminándolos y animándolos con palabras de aliento.
  • Consolar al enfermo y al triste, identificándonos con su dolor y tristeza, orando por ellos y con ellos, pidiendo el consuelo y la sanación de Dios, y animándolos a ofrecer su sufrimiento a Dios, por la salvación del mundo.
  • Sufrir con paciencia los defectos y errores del prójimo, sin juzgar ni condenarlos, orando por ellos y estando dispuestos a perdonar y dar siempre más y más amor.
  • Animando a todos a confiar y amar a María, Refugio de los Pecadores y Mediadora de todas las Gracias.

La oración de San Francisco de Asis Hazme un Instrumento de tu Paz”, que nosotras rezamos diario después de la comunión, es todo un programa de vida sobre las Obras de Misericordia.

  1. “Pequeñas cosas con gran amor… El amor empieza en la familia”

Renovemos nuestro propósito de ponernos “los anteojos de la Fe”, para reconocer a Cristo en nuestros hermanos y estar atentos para no perder ninguna oportunidad de practicar las obras de Misericordia: tal vez regalar una sonrisa, hacer una corta visita, leer el periódico a un ciego, escuchar a un anciano, practicar lo que el Santo Padre llama “la escucho-terapia y cariño-terapia”. El amor se demuestra en los detalles, la amabilidad, la alegría compartida, en las pequeñas cosas que son testimonio de nuestro Amor a Dios; como decía la Madre Teresa “Pequeñas cosas con gran amor… HACIENDO TODO CON JESÚS, POR JESÚS Y A JESÚS”.

“Recordemos que el amor empieza en la Familia. No siempre es fácil amar a quienes viven a nuestro lado. Es más fácil ofrecer un plato de arroz para calmar el hambre de un necesitado, que confortar la soledad y la angustia de alguien que no se siente amado dentro del hogar “¿Dónde empieza el amor? En nuestras familias. ¿Cuándo empieza el amor? Cuando oramos juntos. La familia que reza unida, permanece unida. Y si permanecen unidos, se amarán unos a otros como Jesús ama a cada uno de ustedes. Basta con orar juntos durante cinco minutos, decía la Madre Teresa, empecemos con el Padrenuestro, eso es todo. O podemos decir “Señor mío, Te amo; Dios mío, lo siento; Dios mío, creo en TÍ: Dios mío, confío en TÍ. Ayúdanos a amarnos como TÚ nos amas”.

ORACIÓN FINAL

Esperamos que este Congreso Eucarístico sea para cada uno de nosotros, una oportunidad maravillosa para renovar nuestro amor a Jesús Sacramentado, que nos llama y nos invita continuamente a reconocerlo y servirlo con mayor entusiasmo en nuestros hermanos.

Pedimos a nuestra Madre Santísima, la Virgen de Guadalupe, que nos siga conduciendo a su Hijo Divino, para que ante su Presencia Eucarística, podamos crecer y florecer, como las rosas en el Tepeyac, esparciendo el perfume de la misericordia de Dios entre los hermanos.

Terminemos esta presentación con una de las oraciones preferidas de la Madre Teresa, que expresa muy claramente su deseo de estar íntimamente unida a Jesús para dejarlo brillar en ella: “Irradiando a Cristo”. Pidámosle para que en este año de su canonización, interceda por cada uno de nosotros, para que podamos traducir esta oración en vida propia y así irradiar la Misericordia de Dios.