Cuidar la esperanza del pueblo

Pbro. Filiberto Cruz Reyes

El Papa Francisco en su exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” en el n. 31 afirma que una de las tareas de los Pastores de la Iglesia es “cuidar la esperanza del pueblo” y, el Pastor, dice el Papa “estará delante para indicar el camino”, es decir, es un deber en sentido estricto. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma en el n. 1813: “Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13). De este texto se deduce el deber de los Pastores de cuidar la esperanza de los fieles: cuidarla es cuidar la presencia y acción divinas en el ser humano. Continúa el Catecismo: “La virtud de la esperanza […] protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (n. 1818). Las virtudes teologales fundan pues las virtudes morales cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

La liturgia de este Domingo (XXIII del tiempo Ordinario) nos presenta en el Evangelio (Mc 7, 31-37) al Señor Jesús infundiendo el Espíritu Santo en un hombre sordo y mudo o tartamudo (el concepto griego mogilálos puede significar ambas cosas), pues éste hombre es presentado para que el Señor le imponga las manos, es decir, para que le transmita el Espíritu, que es uno de los efectos de la imposición de manos en el ambiente bíblico. En efecto, la liturgia llama al Espíritu Santo el “dedo de la diestra del Padre” (Himno Veni creador). Por otra parte, los judíos del tiempo de Jesús creían que el aliento infundido por Dios al hombre (Gn 2, 7), a quien había creado de barro, se condensaba y se hacía saliva, luego pues, cuando Jesús le mete los dedos en los oídos y le toca la lengua con saliva le está infundiendo el Espíritu. Este Espíritu hace al ser humano capaz de esperanza, lo capacita para ser prudente, para ser justo, fuerte y apto para la templanza. Al iniciar el “mes patrio” podemos preguntarnos: ¿tiene nuestra patria esperanza? ¿nos rigen hombres justos?, ¿las medidas económicas imperantes son prudentes?, ¿consumimos con templanza o somos víctimas del consumismo?, etc.

En su memorable texto “Para comprender la historia”, Juan Brom cita a Bertolt Brecht: “[…] El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo? Cesar venció a los galos; ¿no lo acompañaba siquiera un cocinero? Felipe de España lloró cuando se hundió su flota. ¿Nadie más lloraría?” (Preguntas de un obrero que lee). ¿Podría Brecht preguntarse hoy?: ¿son sólo 43 los desaparecidos en México? ¿debemos creer la “verdad histórica” sobre Ayotzinapa? ¿pueden y deben hablar los curas sobre temas de libertad y justicia? ¿y entonces qué hacemos con Hidalgo y Morelos, ambos curas? ¿suprimimos sus nombres el día “del grito”? ¿y la Iglesia, puede anunciar la independencia, libertad y esperanza? ¿podemos renunciar a la esperanza?. ¿Porqué el Salmo de hoy (145) afirma: “El Señor siempre es fiel a su palabra y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo?