SOLEMNIDAD Y PROCESIÓN DEL “CORPUS CHRISTI” 2017.

Ciudad episcopal  Santiago de Querétaro, Qro.,  15  de junio de 2017.

Como un testimonio público de veneración a la Santísima Eucaristía, en  la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el  15 de Junio de 2017,   se realizó la celebración Eucarística  y procesión con el Santísimo Sacramento, por las calles de la ciudad episcopal, a  las 5:00 p.m. Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Obispo Diocesano, presidió la Solemne Celebración Eucarística en el Templo Parroquial de La Inmaculada Concepción de María, ubicada en Industrialización # 11, Álamos 2ª. Sección, Querétaro, Qro

 Posteriormente se procedió a iniciar la procesión  del Corpus Christi, el Primer Altar fue dispuesto en el Jardín Corregidora, Esq. Av. Industrialización,  donde el Pbro. Rogelio Balderas Balderas, reflexionó el tema “La Eucaristía  y La Misión Permanente, el Segundo Altar, se colocó la escalinata del atrio del Templo Parroquial del Santo Niño de la Salud, en este altar la reflexión del tema “La Eucaristía  y El Plan Diocesano de Pastoral”   estuvo a cargo del Pbro. Rogelio Olvera Vargas, el Tercer Altar se preparó en El Jardín de los Platitos,  la  reflexión correspondiente al tema “La Eucaristía y su visita al Sagrario” la compartió el Matrimonio conformado por   los Sres. Claudia y Pedro,  miembros de la Cofradía  del Santísimo Sacramento, el Cuarto Altar se colocó al exterior del Templo de Capuchinas, sobre la calle de Guerrero, el Pbro.  Felipe Quezada Pérez,  reflexionó  el tema “Virgen María Mujer,  Eucarística” Mons. Faustino,   impartió  la Bendición  y realizó la  Reserva del Santísimo Sacramento, en el Templo Expiatorio Diocesano,  ubicado en Balvanera y Ocampo, # 4, Nte. Querétaro, Qro.  Un gran número de fieles acompaño entre cantos y aclamaciones a Jesús Sacramentado durante todo este recorrido.

En la  homilía Mons. Faustino,  expresó:

Queridos sacerdotes y diacono, queridos miembros de los diferentes movimientos apostólicos, hermanos y hermanas todos en el Señor: Con alegría y con devoción esta tarde nos reunimos para celebrar esta gran fiesta, que Su Santidad el Papa Urbano IV instituyó en Orvieto, It., el 11 de agosto de 1264, con la Bula Transiturus de hoc mundo, con la intención de que se rindiese un culto especial a la Santísima Eucaristía y así cada uno de los fieles cristianos tuviesen la oportunidad de refrendar su amor y devoción a tan augusto sacramento. Pues como él mismo señaló en la Bula de institución: “Aunque este sacramento sagrado sea celebrado todos los días en el solemne rito de la misa, sin embargo creemos útil y digno que se celebre, al menos una vez en el año, una fiesta más solemne … Pues en el Jueves Santo, día en que Cristo lo instituyó, la Iglesia universal, ocupada en la confesión de los fieles, en la bendición del crisma, en el cumplimiento del mandato del lavatorio de los pies y en otras muchas sagradas ceremonias, no puede atender de lleno a la celebración de este gran sacramento. Es preciso cumplir este deber con el admirable sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo, que es gloria y corona de todos los Santos, para que resplandezca en una festividad y solemnidad especiales y para que lo que quizá se descuidó en las demás celebraciones de la misa, en lo que se refiere a solemnidad, se supla con devota diligencia; y para que los fieles, al acercarse esta festividad, entrando dentro de sí mismos, pensando en el pasado con atención, humildad de espíritu y pureza de conciencia, suplan lo que hubieren cumplido defectuosamente al asistir a misa, quizá ocupados con el pensamiento en negocios mundanos o más ordinariamente a causa de la negligencia y debilidad humana. En cierta ocasión también oímos decir, cuando desempeñábamos un oficio más modesto, que Dios había revelado a algunos católicos que era preciso celebrar esta fiesta en toda la Iglesia; Nos, pues, hemos creído oportuno establecerla para que, de forma digna y razonable, sea vitalizada y exaltada la fe católica. (cf. Urbano IV, Bula Transiturus…).

Con el paso de los años y envueltos cada vez más en una cultura secularista, hoy la intuición del Papa Urbano IV se torna una exigencia y un desafío. Especialmente cuando, en el fondo, hoy muchos no saben en qué consiste el Sacrificio y el banquete eucarístico, que reúne a los fieles entorno al altar del Señor. En algunos sectores se descuida el precepto dominical, en la mayor parte de los casos, no dando particular importancia a la participación en la Misa. A veces se desvaloriza la importancia del precepto sosteniendo que es suficiente cumplirlo cuando el estado de ánimo lo sugiere. Hay quienes asienten a misa sin comulgar, perdiendo de vista que la comunión es el alimento insustituible en la vida de la fe y de la gracia. La realidad nos enseña que el mundo actual tiene necesidad de ese “Pan” para tener la vida. Hoy es necesario reafirmar el respeto hacia el misterio de la Eucaristía y la conciencia de su intangibilidad. Por esta razón, es necesario también llevar adelante un programa articulado de formación. Pero mucho dependerá de la existencia de ambientes ejemplares, en los cuales la Eucaristía sea verdaderamente aceptada con fe y celebrada correctamente, lugares en los cuales pueda vivirse personalmente lo que la Eucaristía es: la única respuesta verdadera a la búsqueda del sentido de la vida, que caracteriza al hombre de todas las latitudes.

La palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos anima para que redescubramos el real significado de la Eucaristía. En el Evangelio escuchamos que Jesús se manifiesta así mismo como el “Pan de vida”, que el Padre eterno da a los hombres. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo” (cf. Jn 6,51). Estas palabras muestran la raíz última del don de Dios. En la Eucaristía, Jesús no da « algo », sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros. Jesucristo, pues, “que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha” (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida.

Este don Jesús nos lo ofrece cada vez que se celebra la Eucaristía.  Cristo, nuestro salvador, estando para partir de este mundo al Padre, poco antes de su Pasión, en la Ultima Cena, instituyó, en memoria de su muerte, el sumo y magnífico sacramento de Su Cuerpo y Su Sangre, dándonos el Cuerpo como alimento y la Sangre como bebida. Siempre que comemos este pan y bebemos de este cáliz anunciamos la muerte del Señor, porque dijo a los apóstoles durante la institución de este sacramento: “Hagan esto en memoria mía”, para que este excelso y venerables sacramento fuese para nosotros el principal y más insigne recuerdo del gran amor con que Él nos amó. Recuerdo admirable y estupendo, dulce y suave, caro y precioso, en el que se renuevan los prodigios y las maravillas; en él se encuentran todos los deleites y los más delicados sabores, se gustan en él la misma dulzura del Señor y, sobre todo, se obtiene fuerza para la vida y para nuestra salvación.

Es un memorial dulcísimo, sacrosanto y saludable en el cual renovamos nuestra gratitud por nuestra redención, nos alejamos del mal, nos afianzamos en el bien y progresamos en la adquisición de las virtudes y de la gracia, nos confortamos por la presencia corporal de nuestro mismo Salvador, pues en esta conmemoración Sacramental de Cristo está presente Él en medio de nosotros, con una forma distinta, pero en su verdadera sustancia. Pues antes de subir al cielo dijo a los apóstoles y a sus sucesores: «Miren, yo estoy con ustedes todos los días, hasta la consumación del mundo”, y los consoló con la benigna promesa de que permanecería con ellos también con su presencia corporal.

¡Monumento verdaderamente digno de no ser olvidado, con el que recordamos que la muerte ha sido vencida, que nuestra ruina ha sido destruida por la muerte de Aquel que es la misma vida, que un árbol lleno de vida ha sido injertado a un árbol de muerte para producir frutos de salvación! Es un glorioso memorial que llena de gozo al alma de los fieles, infunde alegría y hace brotar lágrimas de devoción. Nos llenamos de gozo al pensar en la Pasión del Señor, por la que hemos sido salvados, pero no podemos contener el llanto. Ante este recuerdo sacrosanto sentimos brotar en nosotros gemidos de gozo y emoción, alegres en el llanto lleno de amor, emocionados por el gozo devoto; nuestro dolor queda templado por el gozo; nuestra alegría se mezcla con el llanto y nuestro corazón rebasa de dicha, deshaciéndose en lágrimas.

¡Infinita grandeza del amor divino, inmensa y divina piedad, copiosa efusión celestial! Dios Nos lo dio todo en el momento en que sometió a nuestros pies y nos confió el supremo dominio de todas las criaturas de la tierra. Ennoblece y sublima la dignidad de los hombres a través del ministerio de los espíritus más selectos. Pues todos ellos han sido destinados a ejercer el ministerio al servicio de aquellos que han recibido la herencia de la salvación y habiendo sido tan vasta la magnificencia del Señor para con nosotros, queriendo mostrarnos más aún su infinito amor, en una efusión se ofreció a sí mismo y superando las mayores generosidades y toda medida de caridad, se entregó él mismo como alimento sobrenatural.

Se ha dado, pues, el Salvador como alimento; quiso que, de la misma forma que el hombre fue sepultado en la ruina por el alimento prohibido, volviera a vivir por un alimento bendito; cayó el hombre por el fruto de un árbol de muerte, resucita por un pan de vida. De aquel árbol pendía un alimento mortal, en éste halla un alimento de vida; aquel fruto trajo el mal, éste la curación; un apetito malvado hizo el mal, y un hambre diferente engendra el beneficio; llegó la medicina adonde había invadido la enfermedad; de donde partió la muerte vino la vida.

De aquel primer alimento se dijo: “En el día en que comiese de él morirán” (cf. Gn 3,3); del segundo se ha escrito: “Quien comiese de este pan vivirá eternamente” (Jn 6, 51). Es un alimento que restaura y nutre verdaderamente, sacia en sumo grado no el cuerpo, sino el corazón; no la carne, sino el espíritu; no las vísceras, sino el alma. El hombre tenía necesidad de un alimento espiritual, y el Salvador misericordioso proveyó, con piadosa atención, al alimento del alma con el manjar mejor y más noble. El hombre, pues, come el pan de los ángeles del que el Salvador dijo: “Mi carne es verdadero manjar y mi sangre verdadera bebida”. Este manjar se toma, pero no se consume, se come, pero no se modifica, pues no se transforma en aquel que lo come, sino que si se recibe dignamente hace al que lo consume semejante a Él. ¡Excelso y venerable sacramento, amable y adorado, eres digno de ser celebrado, exaltado con las más emotivas alabanzas, por los cantos inspirados, por las más íntimas fibras del alma, por los más devotos obsequios, eres digno de ser recibido por las almas más puras!

Queridos hermanos y hermanas, como Iglesia estamos convencidos y así lo creemos que la Eucaristía “Es el núcleo del misterio de la Iglesia”. En ella encuentra la razón de su existencia, la fuente inagotable de su santidad, la fuerza de la unidad y el vínculo de la comunión, el impulso de su vitalidad evangélica, el principio de su acción evangelizadora, el manantial de la caridad y la pujanza de la promoción humana, la anticipación de su gloria en el banquete eterno de las Bodas del Cordero (cf. Ap 19,7-9). “En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad.

La Eucaristía es el alimento para el peregrino y hoy nos toca corresponderle a Dios, desde la fe, para alimentarnos de él. Cada uno de nosotros camina, si, como peregrinos en ese mundo, pero… ¿cómo caminamos? ¿Caminamos vacíos? ¿Caminamos hambrientos? ¿Caminamos sin Dios? Hoy el señor en este día de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos invita a dejarnos acompañar por él. Dios no quiere ir de nuestro lado, quiere ir dentro de nosotros. Les invito para que seamos hombre y mujeres de Eucaristía, lo cual no significa solamente creer que ahí está Jesús, sino creer que Jesús es el alimento de nuestra vida: una vida tan contrariada, tan llena de angustias, una vida tan llena de vacíos. El Señor la puede llenar con armonía, de felicidad y de plenitud.

Que al celebrar esta milenaria tradición ¡Renovemos todos, nuestro deseo de ser alimentados por este pan verdadero! ¡Sintámonos misioneros, porque lo somos; somos misioneros de la Eucaristía, misioneros de la Palabra!  ¡Permitamos todos, que la Eucaristía sea el centro en la vida de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestro pueblo, de Querétaro y de nuestra nación! ¡Adoremos todos, la santa Eucaristía siempre y en todo lugar! Y que como canta la Secuencia de la Misa: “Alabémoslo sin límites y con nuestras fuerzas todas; pues tan grande es el Señor que nuestra alabanza es poca”.  Amén.