SANTA MISA IN EXALTATIONE SANCTAE CRUCIS.  

 

Templo  de la Santa Cruz de los milagros, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 14 de septiembre de 2017.

La tarde del día 14 de septiembre d e2017,  en el Templo  de la Santa Cruz de los milagros, ubicada en la  ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, presidió la Solemne celebración Eucarística, con motivo de la  Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz,  concelebraron esta Santa Misa, el Pbro. Mauricio Ruiz Reséndiz,  el Pbro. Israel Arvizu Espino. En su homilía Mons. Faustino, expresó:

«Muy queridos hermanos y hermanas todos en el Señor: ¡Qué dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro!” (S. Andrés de Creta, Sermón 10, sobre la Exaltación de la Santa Cruz, PG 97,1020). En este día en el que la liturgia de la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Evangelio que acabamos de escuchar, nos recuerda el significado de este gran misterio: tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para salvar a los hombres (cf. Jn 3,16). El Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (cf. Fil 2,8). Por su Cruz hemos sido salvados. El instrumento de suplicio que mostró, el Viernes Santo, el juicio de Dios sobre el mundo, se ha transformado en fuente de vida, de perdón, de misericordia, signo de reconciliación y de paz. “Para ser curados del pecado, miremos a Cristo crucificado”, decía san Agustín (Tratado sobre el Evangelio de san Juan, XII, 11).

Al levantar los ojos hacia el Crucificado, adoramos a Aquel que vino para quitar el pecado del mundo y darnos la vida eterna. La Iglesia nos invita a levantar con orgullo la Cruz gloriosa para que el mundo vea hasta dónde ha llegado el amor del Crucificado por los hombres, por todos los hombres. Nos invita a dar gracias a Dios porque de un árbol portador de muerte, ha surgido de nuevo la vida. Sobre este árbol, Jesús nos revela su majestad soberana, nos revela que Él es el exaltado en la gloria. Sí, “venid a adorarlo”. La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza.  

Este misterio de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es precisamente el misterio que desde aquel 25 de julio de 1531 se ha manifestado en este templo. La cruz que pende victoriosa como nuestra bandera, desde este bendito lugar, invita a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su cuerpo, a levantar los ojos hacia Jesús para encontrar a través de ella la fuente de la vida, la fuente de la salvación. En la cruz tenemos nuestra real y verdadera esperanza.

La Iglesia ha recibido la misión de mostrar a todos el rostro amoroso de Dios, manifestado en Jesucristo. ¿Sabremos comprender que en el Crucificado del Gólgota está nuestra dignidad de hijos de Dios que, empañada por el pecado, nos fue devuelta? Volvamos nuestras miradas hacia Cristo. Él nos hará libres para amar como Él nos ama y para construir un mundo reconciliado, como él lo ha querido reconciliar. Porque, con esta Cruz, Jesús cargó el peso de todos los sufrimientos e injusticias de nuestra humanidad. Él ha cargado las humillaciones y discriminaciones, las torturas sufridas en numerosas regiones del mundo por muchos hermanos y hermanas nuestros por amor a Cristo.

En el antiguo Catecismo del Padre Jerónimo Ripalda, S.J. (1616) el Prolegómeno decía: “Todo fiel cristiano está muy obligado a tener devoción de todo corazón a la Santa Cruz de Jesucristo, nuestra luz; pues en ella quiso morir Jesucristo para redimirnos de nuestro pecado y librarnos del enemigo malo. Y, por tanto, te has de acostumbrar a signar y santiguar, haciendo tres cruces: la primera en la frente, para que nos libre Dios de los malos pensamientos. La segunda en la boca, para que nos libre Dios de malas palabras. La tercera en el pecho, para que  nos libre Dios de las malas obras  y deseos. Diciendo así: “Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos libros, Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen”.

Queridos hermanos y hermanas, en esta tarde quiero invitarles para que atendiendo a esta sencilla enseñanza del padre Ripalda, con este sencillo gesto, todos los días de nuestra vida, hagamos de la cruz nuestra bandera, nuestra protección, nuestra bendición… ‘Persignarnos’ en la mañana, la salir al trabajo, en la oficina, en el autobús, en la escuela, al sentarnos a la mesa para comer, antes de dormir, en fin en todo momento y en todo lugar… de ese modo tendremos al seguridad  en la fe que, por la Cruz, el Señor nos librará de nuestros enemigos, nos librará de todo aquello que pueda atentar contra nuestra dignidad y sobre todo nos animará para vivir ir por la vida con un pensamiento sensato, con palabras que bendicen con sentimientos que amen.  

Hoy, hay una lucha muy tremenda contra la cruz sobre todo en las culturas secularistas y adversas a  la fe cristiana. Muchos con pretexto del respeto y de la tolerancia consideran que la cruz es ofensiva a sus principios y valores. Estemos atentos para no caer en esa tentación que lejos de ser tolerante es contraria a la lógica de Dios. ya san Pablo lo predicaba para muchos es escándalo y para otros necedad (cf. 1 Cor 1, 18). Que no sea así entre ustedes. Al contrario dejen que la Santa Cruz hoy sea la ‘escuela del amor’ para cada uno de ustedes, de sus familias, de sus hijos. Un signo muy bonito que ornamenta las fachadas de nuestras casas, aquí en el centro de la ciudad, es precisamente la Cruz en sus diferentes estilos. Sigamos considerando signos como este, que lejos de ser un adorno, son una muestra de la esa confianza en que la Cruz nos protege, la cruz nos cuida: la Cruz revela “el poder de Dios” (cf. 1 Cor 1,24), que es diferente del poder humano; revela de hecho su amor: “Porque la necedad divina es más divina es más sabida que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (ivi v. 25). Que no falte una cruz en nuestros hogares. Pintada, esculpida, de madera, de cantera, de metal. Lo importante es que haya este signo que nos recuerde siempre el amor de Dios. Que no recuerde que en la cruz, Cristo entregó su vida por amor. 

¡Abracémonos de la Cruz, cueste lo que cueste!  Con la firme esperanza que es ella, el ‘Ancla’ que nos permite estar unidos a Cristo, de tal manera que nuestra vida  no se vea desestabilizada por el oleaje que provocan los vientos, que pretenden hundirnos en el inmenso mar. María, nuestra madre dolorosa al pie de la cruz, nos enseña la forma en la cual podemos lograr esto. Que su maternal y dolorosa intercesión no amparen y nos lleven al puerto seguro de la gracia. Amén”.