Quo vadis?

Roma es sin duda una ciudad con un encanto que eterniza el momento en sus espacios vividos; como olvi­daré las largas caminatas entre bulli­cios de lenguas extrañas que forman una babel moderna, las monumentales fontanas ponen sus notas cantarinas a tal barullo cotidiano. Es verdad aquello de que todos los caminos conducen a Roma y también allí su­cedió este grato encuentro: después de recorrer el Tívoli y la Villa Adriana y escuchar bellos conciertos en el Palacio Doria y en la terraza del casino Borghese todo esplendor y belleza sin duda, mas una tarde dejé a mis pasos caminar sin dirección y me adentré a una zona diferente a un barrio po­bre, estaba cerca del jardín del Albano y este panorama me presentaba otra Roma que yo no conocía, un edificio peque­ño y cuadrado de piedra gris con poca luz más bien oscuro, nada que ver con las grandes basílicas romanas o las grandes iglesias de las órdenes con su rico esplendor –ésta era sen­cilla, vacía, pero llena de vene­rable memoria del pasado.

Una vez que mis ojos se adapta­ron a la oscura sombra de su interior mi mirada se topó con una inscripción en una lápida de bronce embutida en las losas del piso.

Me encontraba ante el lugar menos esperado, pero más oportuno, la inscripción decía: “Quo vadis?”. Este es el lugar en donde según la tradición el Apóstol Pedro, aterrado por las amenazas de Nerón y huyendo de Roma había tenido la visión en que el Señor le interrogó: ¿A dónde vas Pedro? Ahora la pregunta ya no era para Pedro; sentado en las losas me la hice a mí mismo… Quo vadis? ¿A dónde voy? Experimenté una extraña sensación de vacío y descontento, una convicción aguda como dolor repentino, del cual fatalmente yo –y otros como yo– nos hemos dejado absorber por los afanes del mundo y nos hemos olvidado del Reino de la Luz que radica en la verdad del Espíritu.

Esta es la pregunta clave de la vida cotidiana del que cree, pero sobre todo del que creyendo – espera y ama lo esperado: Quo vadis? Tendríamos que preguntarnos todos y haciendo un alto a la carrera sin sentido de la vida toda en el silencio de una oración callada pudiéramos como Pedro volver los pasos andados del huir, de lo contradictorio para volver a en­frentar nuestros miedos. Este Do­min­go me reencuentro con ustedes queridos lectores y esta es mi apor­tación a través de mis letras que no son simples caracteres sino propuestas de vida, y tú… sí, tú, ¿ya te hiciste la pregunta? Quo vadis?

Pbro. José Rodrigo López Cepeda
Publicado en el semanario «Diócesis de Querétaro» del 24 de agosto de 2014