PALABRA DOMINICAL, IV Domingo de Cuaresma ¡Alégrate Jerusalén!

 

Porque Dios nos ama

El cuarto domingo de cuaresma, conocido como el domingo de la alegría (lætáre) nos muestra un anuncio alegre: Dios nos ama. Esta alegría se representa en la liturgia con el color rosa.  Las lecturas de este domingo, nos presentan y nos anuncian el gran amor que Dios nos tiene. En la primera, Dios provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó». En el evangelio, san Juan escribe la famosa frase: «De tal manera amó Dios al mundoque le entregó a su hijo único». Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra.

La ira del Señor desterró a su pueblo; su misericordia lo liberó. (primera lectura)

La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre lo regaña e incluso lo castiga, pero después de pedir perdón y haber aprendido la lección, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: ‘Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote’. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia.

Muertos por el pecado, ustedes han sido salvados por la gracia. (segunda lectura)

La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es «rico en misericordia», «por el gran amor con que nos amó»«por pura gracia». Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto «el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos»: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.

Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él (evangelio)

El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:

  1. a) que soy pecador que me he equivocado, algo que nunca resulta agradable;
  2. b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
  3. c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.

Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida. ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Aceptamos el riego de regresar a la tierra prometida o preferimos quedarnos en el destierro gozando de una sutil comodidad que termina por diluir nuestra identidad y esclavizarnos?

Alégrate Jerusalén, este es el anuncio de la liturgia de este domingo, alégranos por el don del perdón fruto del amor de Dios, sentirse amado nos permite caminar confiados, y en plena libertad.