PALABRA DOMINICAL, DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO Mt 10, 37 – 42. “Optar por Jesús”.

Mt 10, 37 – 42.

“Optar por Jesús”

En el evangelio de este domingo, Jesús presenta a sus apóstoles los presupuestos del envío, que son idénticos a los del seguimiento. Es una lección fundamental.

La misión de Jesús atañe de manera muy seria a todos los que le siguen y continúan su labor. Jesús exige de quienes cumplen junto con él esa misión un vínculo de amor personal, muy estrecho que debe ir más allá del amor natural, normal, entre padres e hijos. No se trata de un vínculo de amor de “cuidado” ni de uno “meramente receptor” o “dependiente” (como puede darse entre padres e hijos) sino de una relación íntima, de profunda calidad entre iguales, como en una pareja (matrimonial) o entre amigos.

A este requisito de amor, Jesús añade una exigencia de seguimiento que incluye asumir  la cruz. La cruz se ha relacionado con la letra ‘tau’ que tiene forma de cruz y que ya en el libro del profeta Ezequiel (9, 4-6) simboliza la partencia a Yahvé. Tomar la cruz significa confesar decididamente – esto es por medio del seguimiento – la pertenencia a Jesús aunque pueda ser desventajoso incluso hasta la muerte (Mt 10, 17-22) y vuelva relativos los vínculos familiares.

El Papa Francisco nos enseña: “No se trata de una cruz ornamental, o ideológica, sino es la cruz de la vida, es la cruz del propio deber, la cruz del sacrificarse por los demás con amor, por los padres, por los hijos, por la familia, por los amigos, también por los enemigos; la cruz de la disponibilidad a ser solidario con los pobres, a comprometerse por la justicia y la paz” (Angelus, Domingo 19 de junio 2016).

En este sentido debe entenderse la expresión: “El que ama a su padre, madre, hijo, hija, más que a mí no es digno de mí” (vv. 37.38). Excluye de la pertenecía a Jesús a todos los que no estén dispuestos a este seguimiento consecuente. Cargar la cruz también significa aprender a renunciar, aprender a decir que no a muchas cosas válidas porque el que no se ejercita en decir que no, ¡qué difícil se la va hacer decir que sí! El que no aprende a renunciar, ¡qué difícil es que luego pueda optar!

Jesús es muy claro cuando afirma que “quien quiera salvar su vida la perderá, y el que la pierda por mí la salvará” (v. 37) La alternativa de ganar o perder la vida acentúa fuertemente la decisión definitiva exigida, la que debe tomarse de cara a la perspectiva escatológica. Hoy es muy importante que como cristianos seamos conscientes que el Señor nos está haciendo un fuerte llamamiento a vivir con radicalidad nuestro seguimiento. Es la ley exigente del seguimiento: es necesario saber renunciar, si hace falta, a todo el mundo para salvar los verdaderos valores, para salvar el alma, para salvar la presencia de Dios en el mundo. Dios opta por otro camino. Dios escoge el camino de la transformación de los corazones en el sufrimiento y en la humildad.

Jesús no pide que se renuncie a vivir, sino que se acoja una novedad y una plenitud de vida que sólo Él puede dar. Renunciar a sí mismo significa renunciar al propio proyecto, con frecuencia limitado y mezquino, para acoger el de Dios. Pero debemos entenderlo correctamente. Renunciar a sí mismo no es un rechazo de la propia persona y de las buenas cosas que en nosotros hay, sino acoger a Dios en plenitud y con su luz, no con la nuestra, ordenar todos los elementos de nuestra vida.