JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA. Continente Americano.

Bogotá, Colombia, 27 al 30 de agosto de 2016
NOTA DE PRENSA 12

JUBILEO DE LA MISERICORDIA EN EL CONTINENTE AMERICANO

Monseñor Sergio da Rocha: “¡Misericordia y misión caminan juntas”

Homilía del presidente de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil en la Eucaristía al inicio de la tercera jornada del Jubileo de la Misericordia en el Continente Americano

BOGOTÁ, 29 DE AGOSTO | Con el trasfondo litúrgico del martirio de San Juan Bautista, en la tercera jornada del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el Continente Americano, monseñor Sergio da Rocha, arzobispo de Brasilia y presidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB, por sus siglas en portugués), ha dicho que “¡Misericordia y misión caminan juntas!”, dado que “la Iglesia de la misericordia es una Iglesia en salida” y, al mismo tiempo, “la Iglesia en salida es una Iglesia de la misericordia”.

Así también, el martirio de Juan Bautista –precursor del Mesías– es paradigmático por su particular profetismo misionero: “El testimonio de Juan continúa resonando en la vida del Pueblo de Dios. Ante la injusticia, él no se calló; ante las amenazas, no retrocedió, por el contrario, permaneció fiel”. Su ejemplo es una invitación permanente “a superar la tentación de la auto-referencialidad, colocando siempre a Jesucristo en el centro de la vida y de la misión de la Iglesia”, ha dicho el prelado brasileño.

De este modo, “justicia y la misericordia no son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor”, afirmó monseñor Da Rocha, haciendo suyas las palabras del papa Francisco en Misericordiae Vultus (MV 20).

Por ello, “la Iglesia está llamada a cumplir su misión profética por medio de la misericordia”, y es necesario que sea cada vez más “Iglesia madre de corazón abierto, misericordiosa y acogedora, casa de puertas abiertas, ‘Iglesia en salida’ al encuentro de los pobres y sufrientes”, planteó el presidente de la CNBB, destacando, igualmente, que “a través de la misión evangelizadora, la Iglesia realiza su misión de anunciar el Evangelio a los pobres y sufrientes”, por lo que “salir de la propia comodidad para anunciar a los hermanos el ‘rostro de la misericordia’ hace parte de la ‘conversión pastoral’ propuesta por Aparecida y reafirmada en tantas ocasiones por el Papa Francisco para la Iglesia entera”, sin perder de vista que “somos una Iglesia de mártires” y “el testimonio de la misericordia, a través de iniciativas personales y comunitarias, es condición para la credibilidad del anuncio del Evangelio.

Las palabras del arzobispo de Brasilia tuvieron lugar durante la homilía que pronunció en portugués, en la eucaristía que presidió, junto con el cardenal Odilo Sherer, arzobispo de São Paulo, y monseñor Belisario Da Silva, arzobispo de São Luís de Maranhão y vicepresidente del CELAM, como concelebrantes principales. Con compromiso profético, justicia y misericordia, los participantes de la celebración continental del Año Jubilar de la Misericordia se preparan para una jornada que tiene en la misión eje articulador.

Dpto. de Comunicación y Prensa CELAM

Se presenta, a continuación, el texto completo de la homilía de monseñor Sergio da Rocha en español:

 

 

Hermanos y hermanas, en esta Celebración Continental del Jubileo de la Misericordia, estamos reunidos, una vez más, alrededor de la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, para dar gracias al Señor por su misericordia, especialmente por las señales de su misericordia en nuestro continente, entre las cuales figura este encuentro. La celebración del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el Continente Americano, feliz iniciativa de la Pontificia Comisión para América Latina y del CELAM, con la bendición del Papa Francisco, es señal de la misericordia de Dios entre nosotros y una ocasión privilegiada para hacer la experiencia de la misericordia, unidos como Iglesia de las Américas. Por eso, decimos, de corazón, “bendito sea Dios que nos reunió en el amor de Cristo!”. ¡Bendito sea Dios por su misericordia! ¡Bendito sea Dios que hace de la Iglesia un signo y un instrumento de su misericordia en el continente americano!

En comunión con toda la Iglesia, en esta Eucaristía, alabamos a Dios por el martirio de San Juan Bautista, señal de su fidelidad a la misión profética. El testimonio de Juan continúa resonando en la vida del Pueblo de Dios. Ante la injusticia, él no se calló; ante las amenazas, no retrocedió, por el contrario, permaneció fiel. Él “entregó su vida como mártir por la verdad y la justicia”, conforme la oración de la misa de hoy. Él fue “justo y santo”, según el Evangelio (Mc 6,20). Su muerte es señal y consecuencia de su misión profética.

El martirio de Juan Bautista prefigura la pasión y la muerte de Cristo. Él fue precursor del Mesías en el nacimiento y en la muerte. Su vida y misión están orientadas hacia Jesucristo. Juan Bautista no estuvo centrado en sí mismo, ni vivió para sí. A ejemplo suyo y motivados por el Papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, estamos llamados a superar la tentación de la auto-referencialidad, colocando siempre a Jesucristo en el centro de la vida y de la misión de la Iglesia. El Santo Padre ha convocado a la Iglesia a una actitud misionera, marcada por la salida de sí misma, superando la “auto-referencialidad” (EG 8) en dirección hacia las “periferias existenciales”.

El testimonio de San Juan Bautista nos hace pensar también en la relación que debe existir entre la misericordia y la justicia, tema abordado por el Papa Francisco en Misericordiae Vultus. Conforme a sus palabras, la justicia y la misericordia “no son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor” (MV 20). De este modo, al unir justicia y misericordia, superamos una perspectiva legalista, retomando el sentido bíblico del Año Jubilar. De acuerdo con la concepción bíblica, no podría haber Año Jubilar sin la realización de la justicia social, que exige la misericordia y de ella es señal, conforme a las exigencias de la liberación de los esclavos, del perdón de las deudas y de los frutos de la tierra destinados a los pobres.

Motivados por la celebración litúrgica del Martirio de San Juan Bautista, bendecimos a Dios por el testimonio profético de tantos hermanos y hermanas que han marcado la historia de la Iglesia en nuestro continente, en la lucha por la justicia, animados por el espíritu incansable de misericordia. La Iglesia está llamada a cumplir su misión profética por medio de la misericordia. Unidos al Papa Francisco, siguiendo los pasos de Aparecida, queremos ser cada vez más “Iglesia madre de corazón abierto”, misericordiosa y acogedora; casa de puertas abiertas; “Iglesia en salida” al encuentro de los pobres y sufrientes. La Iglesia de la misericordia es una Iglesia en salida. La Iglesia en salida es una Iglesia de la misericordia. ¡Misericordia y misión caminan juntas! A través de la misión evangelizadora, la Iglesia realiza su misión de anunciar el Evangelio a los pobres y sufrientes. Salir de la propia comodidad para anunciar a los hermanos el “rostro de la misericordia” hace parte de la “conversión pastoral” propuesta por Aparecida y reafirmada en tantas ocasiones por el Papa Francisco para la Iglesia entera. “No podemos permanecer tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino que es urgente salir hacia todas las direcciones” (cf. Aparecida, 548), saliendo al encuentro de todos, especialmente de los que más sufren, para “comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo”, el “rostro de la misericordia del Padre”.

Así, la lógica de la misericordia se vuelve señal de contradicción, en el mundo, frente a la lógica de la violencia y de lo descartable. El testimonio de la misericordia a través de la lucha por la justicia, según los criterios del Reino, continuará incomodando. La Iglesia no puede ser ajena a las situaciones que generan violencia y muerte. La muerte de Juan Bautista, narrada por Marcos entre el envío y el retorno de los discípulos, hace pensar en la cruz presente en la vida de los discípulos de Cristo. Somos una Iglesia de mártires, ¡por la gracia de Dios! Mártires que derramaron su sangre por Cristo. “Mártires” por el testimonio del Evangelio en la vida cotidiana, en los diversos ambientes y situaciones, en la familia y en la sociedad. Las dificultades encontradas no deben llevarnos al desánimo o a la acomodación. Al contrario, confiados en la gracia de Dios, procuremos redoblar los esfuerzos para dar testimonio de la fe en Cristo, siendo “misericordiosos como el Padre”. Las obras de misericordia corporales y espirituales son criterios para verificar nuestra fidelidad a Jesucristo. El testimonio de la misericordia, a través de iniciativas personales y comunitarias, es condición para la credibilidad del anuncio del Evangelio. Por medio de ellas, experimentamos la alegría de la misericordia que está en el corazón del Evangelio, pues son “bienaventurados los misericordiosos”, según la Palabra del Señor.

La Iglesia misericordiosa vive de la misericordia de Dios. Los discípulos misioneros de Jesucristo saben que pueden dar testimonio y permanecer fieles, solamente por su gracia y misericordia, esto es, haciendo la experiencia de la misericordia en la propia vida. “No tengas miedo”, dice el Señor al profeta Jeremías. El miedo hace temblar y retroceder. “Yo estoy contigo para defenderte” (Jr 1,17-19). Esa misma palabra el Señor la dirige hoy a nosotros, discípulos misioneros llamados a anunciar el Evangelio por medio del testimonio de la misericordia. Sabemos que él acompaña a los discípulos enviados en misión, está con nosotros todos los días, hasta el fin. Por eso, en él confiamos y en él esperamos, como hace el Salmista (Sl 70), encontrando en él “fuerza y amparo; refugio, protección y seguridad”. Por eso, con la confianza en el Señor, suplicamos en esta celebración del martirio de Juan Bautista: “haznos también luchar con coraje para testimoniar vuestra palabra” (cf. Oración de la misa).

María, Madre de misericordia, muy amada por los pueblos de todo el continente americano, Virgen de Guadalupe y Señora Aparecida, exaltó la misericordia del Señor manifestada “de generación en generación” (Lc 1,50). Con las palabras del Papa Francisco, en Misericordiae Vultus, nosotros también le pedimos que “nunca se canse de volver hacia nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús” (MV 24). ¡Amén!

Sergio da Rocha
Arzobispo de Brasilia
Presidente de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil