MISA DE ENVÍO, 2°ENCUENTRO NACIONAL DE JUNTOS POR MÉXICO. 1/10/2017.

Santa Iglesia Catedral, 1 de Octubre de 2017.

 

El  día 01 de Octubre de 2017,  en la Santa Iglesia  Catedral de Querétaro, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez,  Obispo de Querétaro y Presidente de la Dimensión Episcopal de Laicos, presidió la celebración Eucarística  del XXVI Domingo del Tiempo Ordinario,  concelebraron esta Santa Misa  el Pbro. Mauricio Ruiz Reséndiz,  Presidente de CODIPASO y el Pbro. Jaime Gutiérrez Jiménez,  Presidente de CODIFAJULAVI, dentro de esta celebración se llevó a cabo   el Envío de  los  Agentes de Pastoral que conforman las diversas Comisiones de Trabajo,   para la realización de  este ya próximo 2°Encuentro Nacional de Juntos por México,   a realizarse los días 6, 7 y 8 de Octubre del 2017, en las instalaciones del Centro de Congresos  de Querétaro. En su homilía Mons. Faustino, expresó:

  “Estimados hermanos y hermanas,

Saludo con alegría a los miembros del equipo organizador de Juntos por México, quienes estando ya próximo el Segundo Encuentro Nacional, han venido a la Iglesia madre, para encomendar a Dios los trabajos y proyectos, con el afán que el Señor que todo lo ve, les de su bendición.

Es providencial que la palabra de Dios en este día nos orienta para y nos anima pues sin duda de que todas estas iniciativas laicales están en orden a instaurar el reino de Dios. Donde muchos han aceptado ir a trabajar a la viña del Señor.

Continuando con la temática del domingo pasado, en la que Jesús como el viñador salía a buscar viñadores para su viña, el evangelio de este domingo San Mateo el evangelista, nos narra la parábola de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en la viña. El primer hijo responde: “no quiero” pero después se arrepintió y fue” (Mt 21, 29). El otro, sin embargo, dijo al padre: “voy señor” pero no fue (Mt 21, 30). A la pregunta de Jesús sobre quien de los dos ha hecho la voluntad del padre, los que le escuchaban responden justamente: “El primero” (Mt 21, 31).

El mensaje de la parábola está claro: no cuentan las palabras, sino las obras, los hechos de conversión y de fe. Jesús – lo hemos oído – dirige este mensaje a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo de Israel, es decir, a los expertos en religión de su pueblo. En un primer momento, ellos dicen “si” a la voluntad de Dios. Pero su religiosidad acaba siendo una rutina, y Dios ya nos los inquieta. Por esto perciben el mensaje de Juan el Bautista y de Jesús como una molestia. Así, el Señor concluye su parábola con palabras drásticas: “Los publicanos y las prostitutas van por delante de ustedes en el Reino de Dios. Porque vino Juan a ustedes enseñándoles el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, ustedes no se arrepintieron ni le creyeron” (Mt 21, 31-32). Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar más o menos así: los agnósticos que nos encuentra paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por esto: por la fe.

Está claro que el Señor, a cada uno de nosotros nos ha hecho la invitación para ir a trabajar a su viña, ¿Cuál ha sido mi respuesta? ¿Qué reacción ha provocado en mí esta iniciativa de Jesús? ¿Me siento libre y feliz para dar una respuesta? O por el Contrario ¿he sido indiferente?

Jesús es el modelo de quien sabe responder a la invitación del dueño de la viña. Jesús, entrando en el mundo, dijo: “He aquí que vengo… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Hb 10,7). Este “si”, no solamente lo pronunció, sin que también lo cumplió y lo sufrió hasta en la muerte. En el himno cristológico de la segunda lectura se dice: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de si mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a si mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-8). Jesús ha cumplido la voluntad del Padre en humildad y obediencia, ha muerto en la cruz por sus hermanos y hermanas – por nosotros – y nos ha redimido de nuestra soberbia y obstinación. Démosle gracias por su sacrificio, doblemos las rodillas ante su Nombre y proclamemos junto con los discípulos de la primera generación: “Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10).

La vida cristiana debe medirse continuamente con Cristo: “Tengan entre ustedes los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2, 5), escribe San Pablo en la introducción al himno cristológico. Y algunos versículos antes, él ya nos exhorta: “Si quieren darme el consuelo de Cristo y aliviarme con su amor, si nos une el mismo Espíritu y tiene entrañas compasivas, deme esta gran alegría: manténgase unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir” (Flp 2, 1-2). Así como Cristo está totalmente unido al Padre y le obedecía, así sus discípulos deben ofrecer a Dios y tener entre ellos un mismo sentir.

Sigamos el ejemplo de Jesús, quien nos enseñará como servir alegre y obedientemente en la viña del Señor.

Que al asumir todos ustedes este Encuentro como un servicio de pro de la Iglesia se distingan por la alegría y la generosidad. En esta hora de los laicos, pongamos a trabajar el reloj. Dejemos que la hora de Dios nos marque la pauta en su viña»