La victoria que vence al mundo: nuestra fe

A Mons. Rogelio Cabrera, Arzobispo de Monterrey

Celebramos hoy el Domingo de Pascua de Resurrección; la Iglesia ha llamado Pascua también a la Navidad. Esto en razón de un único acontecimiento: Jesucristo. La Navidad celebra el misterio de su Encarnación, mientras que el segundo momento celebra su Resurrección después de su Pasión y muerte. Uno de los hilos conductores de este misterio es el de la humillación; al hacerse hombre sin dejar de ser Dios, el Verbo, dice san Pablo: “siendo rico, por ustedes se hizo pobre a fin de que se enriquecieran con su pobreza” (2 Cor 8, 9). La misma idea la expresa en otro texto: “se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 8). Esto deriva en lo que san Pablo afirma enseguida: “Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre” (Flp 2, 9), es decir, el título de “Señor”, lo que hace referencia no sólo a la obra por excelencia del poder de Dios: la Resurrección de su Hijo, sino al poder, o mejor dicho a la “autoridad” que le confiere.

Nuestras palabras “autor” y “autoridad” derivan del verbo latino “augeo”, que hacen referencia a: acrecentar; enaltecer, enriquecer; crecer; es decir, el autor es quien hace crecer, es el fundador, promotor, consejero, sostenedor; es quien hacer ser más; autoritario o autoritarismo, por lo tanto hace referencia a quien se impone por la fuerza anulando cualquier oposición y se llega al despotismo de la tiranía y del absolutismo. Jesucristo es el Señor porque ha obedecido (ob: por o a causa de + audio: escuchar, oír), ha escuchado al Padre y eso le ha llevado a ofrecer incluso su vida; no es que al Padre le haya gustado, y mucho menos querido, la muerte de su Hijo, por eso le devuelve lo que le fue arrebatado: la vida; en la resurrección se cumple lo que dice el Salmo: “Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término” (20, 5). Aquí el misterio del amor de Dios: hace justicia sin condenar a los culpables, le devuelve con creces lo que al Hijo le fue arrebatado y por intercesión de él no condena a los que se la arrebataron. Frente a los callejones sin salida de la existencia humana Dios abre nuevos caminos como abrió el mar Rojo.

Cuando el ser humano se pervierte y pone precio a la vida de su hermano (así como Judas entregó a Jesús por 30 monedas de plata), surgen como en cascada otra serie de atropellos: traiciones y desesperación hasta el suicidio (Judas), cobardías para cumplir con el deber (Pilato), cobardías para correr el riego de rescatar al hermano (Pedro), decisiones en que se involucra a terceros (la multitud: “que caiga su sangre sobre nuestros hijos”), búsqueda de testigos falsos (sumos sacerdotes y Sanedrín), etc., y frente a todo esto está siempre latente la tentación de la violencia (uno de los que acompañaban a Jesús sacó la espada e hirió al siervo del Sumo sacerdote. Todas estas escenas la presenta el Evangelio de la Pasión según san Mateo, mismo que leímos hace ocho días en el Domingo de Ramos. Podríamos leerlas hoy en cualquier diario o medio de comunicación, la pasión de Cristo es la pasión del mundo, por eso el evangelio sigue siendo actual: el ser humano necesita ser liberado del pecado y de la muerte. Cuando la autoridad se entiende sólo como poder, y éste sin amor, termina siempre poniendo precio a las personas y al final las aniquila lentamente o de una sola vez.

Mucho se ha dicho sobre la frase de Jesucristo: “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (cfr. Mt 22, 21) cuando es interrogado sobre la licitud o no de que los judíos pagaran impuestos a Roma. Jesús afirma esto después de haber preguntado de quién era la imagen y la inscripción que la moneda llevaba, a lo que le contestan “del César”. En efecto, ciertas monedas llevaban la imagen de César y su madre con atributos divinos, la inscripción decía: “TI (berius) CAESAR DIVI AUG(usti) F(ilius) AUGUSTUS (“Tiberio Cesar, hijo del divino Augusto”), y sobre el otro lado PONTIFEX MAXIMUS (DEBERGÉ, PIERRE; Inchiesta sul potere. Approccio biblico e teologico. Paoline, Milano 2000, p. 38). Lo que aquí está en juego no es tanto la división entre el Estado y la Religión (Iglesia en este caso), sino la pretensión de divinizar el poder, pero sin Dios, ese poder que pone precio a la vida del hermano y pretende lavarse las manos impunemente. El verdadero poder lo ha expresado Jesús como un servicio, ninguno de sus milagros lo hizo para beneficio propio o de su grupo, sino como un ejercicio de su autoridad para que el ser humano llegue a ser lo que está llamado a ser: imagen de Dios, del Dios vivo y que da la vida. Es fácil distinguir cuándo somos autoridad o autoritarios. La victoria nos la da nuestra fe en Cristo que padeció, murió y resucitó para rescatarnos de todo desvarío del pecado. Felices Pascuas de resurrección.

Pbro. Filiberto Cruz Reyes
Publicado en el semanario «Diócesis de Querétaro» del 20 de abril de 2014