La familia y la vivencia del Año Litúrgico

Introducción

Agradezco la oportunidad de poder encontrarme con ustedes en este XII Encuentro Diocesano de Pastoral Familiar y poder compartir algunas reflexiones en torno a «la familia y la vivencia del Año Litúrgico», enmarcados de manera providencial por el año de la Pastoral Litúrgica, el cual busca continuar con el proceso diocesano de pastoral, «impulsando y promoviendo que cada uno de los discípulos misioneros tengan un encuentro con Jesucristo, mediante la participación en las Celebraciones Litúrgicas y de Piedad Popular, a fin de que ejerciendo su sacerdocio glorifiquen a Dios, fortalezcan la comunión fraterna entre ellos y con la fuerza de su gracia, trabajen en la instauración de su Reino» (cf. Objetivo de la Pastoral Litúrgica que nos señala el Plan Diocesano de Pastoral, 284).

Considero que al asumir este objetivo desde la Pastoral Familiar en la Diócesis de Querétaro, necesitamos conocer y retomar las políticas planteadas en el mismo Plan Diocesano de Pastoral. Yo pretendo, específicamente, detenerme para reflexionar con ustedes en la segunda política que busca «Celebrar la Liturgia y el Misterio Pascual de Cristo de forma plena, consciente y activa, para que los discípulos misioneros penetren y vivan los misterios del Reino» ( cf. PDP, 284). Es decir, pretendo en esta charla profundizar con ustedes cómo es que la familia puede celebrar su fe, de una manera más plena, activa y consiente.

Para lograr asumir y llevar a la realidad estos objetivos  y estas políticas, es necesario que  Con una visión clara y bien fundamentada, respondamos a las siguientes preguntas: ¿Que significa celebrar? ¿Qué es el misterio Pascual? ¿Qué es el año litúrgico?  ¿Cómo puede la familia aprovechar mejor la oportunidad de vivir y celebrar el Misterio Pascual? ¿Cuál es la fuente donde la familia bebe y mama una espiritualidad?

Estas y otras preguntas son fundamentales, pues en la medida en que respondamos a ellas y tengamos claridad, se harán realidad los propósitos que la Iglesia Universal se ha planteado en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium y así, lograr que la familia y todos los fieles vivan una sana y auténtica espiritualidad litúrgica. Con este propósito «La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos» (SC, 48).

«El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios» (cf. Verbum Domini, 71). Es significativo que en la reflexión teológica que la Iglesia hace de sí misma, afirme que «los fieles cristianos necesitan comprender más profundamente las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera. Esta consideración tiene hoy un significado particular  para todos nosotros. Se ha de reconocer que uno de los efectos más graves de la secularización, consiste en haber relegado la fe cristiana al margen de la existencia, como si fuera algo inútil con respecto al desarrollo concreto de la vida de los hombres. El fracaso de este modo de vivir « como si Dios no existiera » está ahora a la vista de todos. Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida « según el Espíritu » (cf. Rm 8,4 s.; Ga 5,16.25). Resulta significativo que san Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo culto espiritual, mencione al mismo tiempo la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y pensar: « Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto » (12,2)» (cf. Verbum Domini, 77).

El tema está estructurado en tres partes: I. Teología y espiritualidad del «Año Litúrgico»; II. Los tiempos litúrgicos; III. El domingo, día de la familia.

 

I. Teología y espiritualidad del «Año Litúrgico».

Si nos hiciéramos la pregunta acerca de lo que significa el «año litúrgico», indudablemente que en esta asamblea surgirían un sin fin de respuestas al respecto, pues en verdad que cada uno de nosotros tiene una experiencia diversa de concebir la vida y su relación con Dios y con la Iglesia; la sociología puede confirmar que la división del tiempo que se realizó durante el siglo IV, fue una de las revoluciones sociales  y religiosas más radicales y duraderas, cuyos efectos involucraron toda la historia ulterior. Aún hoy, el tiempo litúrgico cristiano condiciona de tal forma el ritmo de la vida  social, que incluso el psicólogo encuentra espacio en él para sus investigaciones. En pocas palabras, pensemos que cada uno de nosotros y nuestra vida, está condicionada; sí, en gran medida al año civil, pero más al año litúrgico. Sin embargo, la misma liturgia nos da inumerables elementos para hablar de la objetividad.

Gracias a Dios a nosotros hoy día nos ha tocado vivir en una etapa de la reflexión teológica que nos ofrece un sin fin de elementos para precisar sobre el significado real de lo que constituye en sí mismo el «año litúrgico». Hoy, la estructura del «año litúrgico» se presenta en su carácter de celebración anual del misterio de Cristo, y del recuerdo de los santos, quien son realización concreta de dicho misterio. El «año litúrgico», al ser celebrado por la Iglesia se constituye en camino de crecimiento de la comunidad cristiana y de los fieles individualmente, que son llamados alcanzar la estatura perfecta de Cristo.

Tenemos que tener cuidado de no caer en el error de ver el «año litúrgico» como un programa establecido que se revive año por año, esta es una visión reducida pues anula la eficacia de la gracia, donde Dios quiere actuar y llevar la historia, que es historia de salvación. Por tal motivo, el «año litúrgico», es un medio de gracia a través del cual se dispensan los dones del cielo a los fieles, además de que cada uno de los misterios celebrados produce una gracia especial en las almas.

Hay un autor muy reconocido en la liturgia que se llama Odo Casel quien afirma que «en el año litúrgico vuelve a vivirse el Misterio de Cristo/Misterio Pascual en su totalidad. Es el tiempo sacramental en el que la Iglesia celebra la obra salvífico de Cristo, presente hoy y aquí. El año Eclesial coincide y se identifica sólo de manera  externa, en su duración, con el año civil; sin embargo, en realidad lo trasciende y lo hace eterno en su contenido espiritual, es perenne en cuanto que escapa a las leyes del tiempo histórico. En la sucesión cíclica de los tiempos y las celebraciones litúrgicas, se anticipa sacramentalmente la eternidad, la plenitud de Dios. «El año Eclesial es el misterio de Cristo» (cf. O. Casel, El misterio del culto cristiano).

Es importante, para entender esto, que tomemos conciencia de los que es y significa  la liturgia,  es decir, que estemos conscientes que la liturgia es, el memorial de Cristo. Es la representación sacramental de toda la historia de la salvación. Al respecto quiero recordar la definición -si es que se puede llamar definición- que la Sacrosantum Concilium nos  enseña: «la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro» (cf. SC, 7). Esto nos lleva a pensar que la acción litúrgica no es una repetición de los que hizo Jesús, de sus dichos y hechos. La presencia sacramental de Cristo glorioso en el año litúrgico no es, sino el misterio Pascual que Cristo ofrece de sí mismo en las coordenadas históricas, actualizando el “hoy” de la salvación obrada por Cristo en Dios. Esto es posible, porque en Dios el «hoy» es actualidad  presencia que no desfallece. (cf. O. Casel, El misterio del culto cristiano, 179). El misterio de Cristo se manifiesta a través de los misterios, que son los actos mediante los cuales se reveló en Cristo, el Plan salvífico de Dios. Por eso, la Iglesia puede cantar en cada fiesta el hoy del misterio que se conmemora en ese día en particular. Prácticamente se anulan la irreversibilidad y direccionalidad del tiempo, y todos nos convertimos, por así decirlo en contemporáneos de dicho acontecimiento, porque ese suceso es precisamente histórico y metahistórico, y expresa el verdadero sentido de nuestra vida.

«La diversidad de palabras, ritos y aspectos que se desarrollan a lo largo de los tiempos litúrgicos, permiten captar la gracia multiforme del misterio de Cristo en juegos infinitos de luz y de vida, compromisos y armonías espirituales» (cf. J. Castellanos, El año litúrgico, memorial de Cristo y mistagogia de la Iglesia con María, madre de Cristo, 247).

Es importante señalar que juegan y desempeñan un papel fundamental la Palabra de Dios y el Espíritu Santo, pues por el contrario, sólo sería una acción mágica o una acción ritual vacía. Es gracias al Espíritu Santo que se hace presente la acción de Dios, quien nos habla en su Palabra. No hay verdadera acción litúrgica sin Palabra de Dios y sin acción del Espíritu Santo.

Por lo tanto, el año litúrgico se convierte en una verdadera mistagogia, es decir, en un verdadero camino que poco a poco nos va revelando los misterios de Dios a lo largo del año. La celebración misma es mistagogia, experiencia de los misterios. De esta forma se supera la visión limitada que sólo considera la celebración como medio, para obtener el fruto espiritual  de la gracia y los dones de Dios y se supera aún más, la otra concepción conceptualizante e idiaologizante de las celebraciones litúrgicas, transformadas en auténtica lluvia de palabras e ideas, que omiten el gesto, el símbolo, la estética, y -en una palabra- la participación plena y activa de los fieles.

La presencia del misterio de Cristo en el ciclo anual no se expresa como una actitud estática, sino dinámica de comunión – comunicación, una presencia intersubjetiva, es decir, que espera de la asamblea eclesial y sus miembros individuales el recibimiento del misterio objetivo en la subjetividad de la vida teologal.

Por lo tanto, el año litúrgico, es la presencia sacramental  – ritual del misterio de Cristo a lo largo de un año.

 

II. Los tiempos litúrgicos.

La singularidad de los tiempos de la celebración en el ámbito de la liturgia cristiana, consiste no sólo en asumir la parte sagrada y cósmica, además del significado memorial e histórico de las festividades de la Biblia, sino sobre todo respecto a su referencia al misterio de Cristo como acontecimiento central y objeto esencial de toda festividad o momento de celebración.

Es por ello que «La Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó «del Señor», conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua» (cf. SC, 102). Además, «en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación».

A nivel cronológico podemos dividir el año en tiempos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Triduo Pascual, tiempo Pascual, Tiempo Ordinario y que en la estructura ritual y celebrativa, nos van desvelando el modo específico de vivir el acontecimiento Pascual.

Será clave entender el contenido de los que  son las oraciones, las colectas, los prefacios, las mismas lecturas, la misma estructura ritual de los sacramentos, quienes nos revelan el itinerario pedagógico y mistagógico,  a lo largo del año. Ellas van guiando el sentir de la comunidad cristiana. No se trata de dar una receta,  sino de estar atentos a la misma estructura ritual de cada tiempo litúrgico.

El Leccionario es una pieza clave. Su división en ciclos (A, B y C), nos llevarán de la mano, específicamente a través de cada uno de los evangelistas.

Otro recurso esencial es la Liturgia de las Horas, en ella de manera específica se ve reflejado el misterio en el tiempo. Por tal motivo, es importantísimo que la familia cada vez más la conozca y se valga de ella para su oración.

Cada uno de los tiempos y celebraciones del año litúrgico, revela un acento y un aspecto del Misterio Pascual:

1. El Adviento, celebra el «ya» y el «todavía no»  de la salvación; celebra la espera gozosa del cumplimiento definitivo de la redención. Recuerda a María, icono de la espera. Es paradigma de la condición de peregrinaje del cristiano. Es sacramentó de la esperanza cristiana entre dedicación y espera.

Se divide en dos momentos importantes: la segunda venida de Cristo (I Domingo de Adviento al 16 de diciembre) y la primera venida (16 de diciembre al 24 de diciembre).Aquí serán los profetas Isaías y Miqueas y los evangelistas Lucas y Juan,  quienes nos ayuden a entrar en el misterio.

2. La Navidad, es el tiempo del inicio de nuestra rendición. Celebra la manifestación de la gloria de Dios en Cristo. Celebra las bodas del Hijo de Dios con la humanidad. Es la festividad de nuestra divinización. Es la fiesta de la nueva creación. Es el memorial de la maternidad virginal de María, Hija de Sion. En ella se nos invita a vivir el misterio de la salvación, de la luz, de la debilidad, de la paz, de la alegría, de la solidaridad, del misterio de Cristo y del misterio del  hombre.

3. La Epifanía, celebra la manifestación del Hijo de Dios a todos los pueblos; celebra el encuentro de todos los pueblos con el Salvador. Es una invitación a renovar la fe en Aquel  que se revela  como nuestro Salvador. Es un tiempo que nos invita a estar en continuo discernimiento de los signos de los tiempos. Es un tiempo que nos lleva a reflexionar que la Iglesia, es una comunidad misionera al servicio del Reino.

4. La Cuaresma, es un itinerario sacramental – bautismal; es un itinerario cristocéntrico – pascual; es un itinerario penitencial;  es una introducción al Misterio Pascual de la muerte y resurrección. Es un tiempo de lucha contra el mal y el pecado. Es un tiempo de ayuno, limosna y oración. Es un tiempo de escuchar la Palabra de Dios.

5. El Tiempo Pascual, es tiempo de Cristo, él es el verdadero Cordero en quien se cumplen las imágenes antiguas; en Cristo el universo resurge y se renueva y el hombre regresa a las fuentes de la vida; el acontecimiento de la glorificación de Cristo inaugura un sacerdocio nuevo y eterno.

Es tiempo del Espíritu, Cristo es resucitado por obra del Espíritu; Cristo resucitado es fuente del Espíritu.

Es tiempo de la Iglesia. El Espíritu, principio de unidad de la Iglesia. El Espíritu introduce a la Iglesia en la compresión del Espíritu.  En él, la comunidad Cristiana vive la Pascua como un suceso eclesial sacramental, toma conciencia de la exigencia de una renovación y testimonio. Punto de referencia del crecimiento y misión de la Iglesia. Los Hechos de los Apóstoles será el rector que nos anime en el itinerario.

Es un anuncio del tiempo escatológico.

6. El Tiempo Ordinario, tiene su origen en la celebración dominical, que lee y renueva cada semana la Pascua del Señor. Los domingos en estado puro. Son vistos como primer día y Pascua de la semana. La lectura semicontinua del evangelio es el punto focal de la espiritualidad Cristiana porque nos propone la vida misma de Jesús y sus palabras, no sólo en la celebración de los grandes misterios de Cristo, sino también en la normalidad cotidiana de sus gestos y enseñanzas. Significa tomar en serio el ser de discípulos, escuchar y seguir al maestro en la vida cotidiana, no para poner en paréntesis la vida común sino para enfatizarla como momento salvífico. Es el momento en que la vida en el espíritu se profundiza, se concretiza, a fin de conducir a los cristianos a una existencia madura y consiente. Es tiempo de asimilar los dones del Espíritu y su consecuente crecimiento.

El evangelio marca el ritmo: Mateo- Ciclo A. Marcos – Ciclo B. Lucas – Ciclo C. Juan esta distribuido en los grandes episodios de la salvación, es intercíclico.

7. Las Fiestas Marianas, en la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, «la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser» (cf. SC, 103).

8. Con las Fiestas de los Santos, la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los demás santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre y por los méritos de los mismos implora los beneficios divinos (cf. SC, 104).

Por último, en diversos tiempos del año, de acuerdo a las instituciones tradicionales, la Iglesia completa la formación de los fieles por medio de ejercicios de piedad, espirituales y corporales, de la instrucción, de la plegaria y las obras de penitencia y misericordia (SC, 105).

 

III. El domingo, día de la familia.

Es importante señalar que la perspectiva desde donde se ha de marcar el ritmo del año litúrgico es la Pascua. En ella se enganchan todos los demás momentos del año. Y que en el domingo, «Pascual semanal», encuentra su centro. Desde los orígenes, los fieles percibieron el influjo profundo que la Celebración eucarística ejercía sobre su estilo de vida. San Ignacio de Antioquía expresaba esta verdad definiendo a los cristianos como «los que han llegado a la nueva esperanza », y los presentaba como los que viven «según el domingo» (iuxta dominicam viventes). (cf. A los Magnesios, 9, 1-2, PG 5, 670). Esta fórmula del gran mártir antioqueno pone claramente de relieve la relación entre la realidad eucarística y la vida cristiana en su cotidianidad. La costumbre característica de los cristianos de reunirse el primer día después del sábado para celebrar la resurrección de Cristo —según el relato de san Justino mártir (1 Apología, 67, 1-6, 66) — es el hecho que define también la forma de la existencia renovada por el encuentro con Cristo. La fórmula de san Ignacio —«vivir según el domingo»— subraya también el valor paradigmático que este día santo posee con respecto a cualquier otro día de la semana. En efecto, su diferencia no está simplemente en dejar las actividades habituales, como una especie de paréntesis dentro del ritmo normal de los días. Los cristianos siempre han vivido este día como el primero de la semana, porque en él se hace memoria de la radical novedad traída por Cristo. Así pues, el domingo es el día en que el cristiano encuentra aquella forma eucarística de su existencia que está llamado a vivir constantemente. «Vivir según el domingo» quiere decir vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente.

Por tal motivo, si queremos clarificar cómo es que  la familia vive cada momento del año, en sus diferentes tiempos litúrgicos la celebración del misterio Pascual, la clave estará en la vivencia del domingo.

La importancia del domingo como dies Ecclesiae nos remite a la relación intrínseca entre la victoria de Jesús sobre el mal y sobre la muerte y nuestra pertenencia a su Cuerpo eclesial.

 

El prefacio dominical X canta:

“Hoy, tu familia, reunida en la escucha de tu Palabra, y en al comunión del pan único y partido, celebra el memorial de Señor resucitado,  anhelando el domingo sin acaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso. Entonces proclamaremos por siempre tui misericordia (Cf. Misal Romano, Prefacio Dominical X, 516).

En efecto, en el Día del Señor todo cristiano descubre también la dimensión comunitaria de su propia existencia redimida. Participar en la acción litúrgica, comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere decir, al mismo tiempo, hacer cada vez más íntima y profunda la propia pertenencia a Él, que murió por nosotros (cf. 1 Co 6,19 s.; 7,23).

Verdaderamente, quién se alimenta de Cristo vive por Él. El sentido profundo de la communio sanctorum se entiende en relación con el Misterio eucarístico. La comunión tiene siempre y de modo inseparable una connotación vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunión con los hermanos y hermanas. Las dos dimensiones se encuentran misteriosamente en el don eucarístico. «Donde se destruye la comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye también la raíz y el manantial de la comunión con nosotros. Y donde no se vive la comunión entre nosotros, tampoco es viva y verdadera la comunión con el Dios Trinitario». Así pues, llamados a ser miembros de Cristo y, por tanto, miembros los unos de los otros (cf. 1 Co 12,27), formamos una realidad fundada ontológicamente en el Bautismo y alimentada por la Eucaristía, una realidad que requiere una respuesta sensible en la vida de nuestras comunidades (cf. Verbum Domini, 76).

 

Conclusiones

  1. El «año litúrgico» es el itinerario pedagógico en el cual, la comunidad de los bautizados, vive, celebra y participa en este momento de la historia del Misterio Pascual de Cristo. En él, mediante ritos, oraciones, gestos y palabras y bajo la acción del Espíritu Santo. Cristo revela su misterio de salvación.

  1. Es importante caer en la cuenta que la Familia Cristiana, cada domingo es partícipe del misterio de la salvación, cuando celebra la Eucaristía. Y a lo largo del año, crece bajo la escucha de la Palabra. Por eso, es importante que cada familia, se forme en la vivencia de lo que celebra, para que cada vez más, su participación sea plena, activa y consciente, y así  los frutos sean mayores.

  1. Es importante que vivamos el año litúrgico desde una perspectiva de la novedad y de la pedagogía de la gracia. Para ello es necesario, familiarizarnos con los ritos y con las oraciones.

Pbro. Lic. Israel Arvizu Espino