La dictadura perfecta

¿Cómo explicar a los más jóvenes que preguntan sobre la película “La dictadura perfecta” al menos el nombre de la misma sin entrar en temas de crítica de cine o temas de política? Ambas cosas rebasan nuestra capacidad, vocación e intensión. Sin embargo no podemos eludir nuestra responsabilidad per­sonal y de pastores al compartir con todos el mismo mundo, ese que necesita ser evangelizado, es decir, ser llenado de “buenas noticias” en momentos como estos por los que atraviesa nuestra patria.

En primer lugar, es necesario remontarnos al año de 1990 cuando el escritor peruano Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de literatura 2010) en un encuentro de intelectuales de dos continentes, el europeo y el americano, afirmó que “México es la dictadura perfecta”. Tal afirmación suscitó en su momento una serie de comentarios y debates. Él dio sus razones personales por tal afirmación.

Hay otra pregunta que es difícil responder: ¿cómo es posible que 43 jóvenes estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, Gro., puedan desaparecer sin dejar rastro y que hasta el día de hoy (a casi un mes del hecho) no se informe puntualmente de su paradero y de todos los responsables que también dieron muerte a otras 6 personas el mismo día? ¿Cómo entender que en la búsqueda de esos jóvenes se hayan encontrado fosas llenas de cadáveres y parece que a estos hechos se les restó importancia sólo porque, dicen, no eran cadáveres de los estudiantes? Podrían hacerse miles de preguntas parecidas.

Este jueves 23 de octubre del presente, el Papa Francisco recibió en audiencia a la Delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal; en su discurso el Papa en primer lugar les manifestó su “agradecimiento personal, por su servicio a la sociedad y la preciosa contribución que hacen al desarrollo de una justicia que respete la dignidad y los derechos de la persona humana, sin discriminaciones”. El Papa advirtió también de algunos peligros que amenazan la paz y la justicia en todo el mundo; entre otros dijo está el peligro de dos premisas de naturaleza sociológica: la que se refiere a la incitación a la venganza y el populismo penal. Respecto a la primera, advirtió: “vivimos tiempos en los cuales, tanto por algunos sectores de la política como de parte de algunos medios de comunicación, se incita a veces a la violencia y a la venganza, pública y privada, no sólo contra quienes son res­ponsables de delitos cometidos, sino también contra aquellos sobre los cuales recae la sospecha, fundada o no, de haber infringido la ley”; respecto al segundo tema dijo que en las últimas décadas “no se buscan solamente chivos expiatorios que paguen con su libertad y con su vida por todos los males sociales, como era típico en las sociedades primitivas, sino que a veces más allá de esto existe la tendencia a construir deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que concentran en sí mismas todas las características que la sociedad percibe o interpreta como amenazantes. Los mecanismos de formación de estas imágenes son los mismos que, en su momento, permitieron la expansión de las ideas racistas”.

Afirmó también algunas palabras que podrían explicar las preguntas que nos hacemos no sólo los mexicanos, sino en todos los rincones de la tierra aquellos que sufren la muerte violenta de sus seres queridos y la desaparición forzada de tantos otros: “San Juan Pablo II condenó la pena de muerte (cfr. Evangelium vitae, 56), como hace también el Catecismo de la Iglesia Católica, 2267).

Sin embargo, se puede dar el hecho que los Estados quiten la vida no solo con la pena de muerte y con guerras, sino también cuando oficiales públicos se refugian a la sombra de las potestades estatales para justificar sus crímenes. Las llamadas ejecuciones extrajudiciales o extralegales son homicidios deliberados come­tidos por algunos Estados y por sus agentes, frecuentemente se hacen pasar como conflictos entre delincuentes o presentados como conse­cuencias indeseables por el uso razonable , necesario y proporcional de la fuerza para hacer aplicar la ley. De este modo, si bien de entre los 60 países que mantienen la pena de muerte, 35 no la han aplicado en los últimos diez años, la pena de muerte, ilegalmente y en diversos grados, se aplica en todo el planeta”.

Por eso se hace necesario dar respuestas creíbles a los temas planteados por los jóvenes, no sólo por el caso de Ayotzinapa, Tlatlaya y el de Ricardo de Jesús Esparza Villegas en Guana­juato, sino de todas las preguntas por la dignidad humana lastimada en cada rincón del planeta; si se hace, como esperamos que sea, se fortalecen nuestras instituciones.

Pbro. Filiberto Cruz Reyes
Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 26 de octubre de 2014