HOMILÍA EN LA SANTA MISA PARA CONCLUIR LA XXVIII ASAMBLEA DIOCESANA DE PASTORAL.

HOMILÍA EN LA SANTA MISA PARA CONCLUIR LA  XXVIII ASAMBLEA DIOCESANA DE PASTORAL

 

Plaza Presbyterorum Ordinis, Seminario Conciliar de Querétaro, Hércules 216, Hércules Querétaro., Qro.,  lunes 21 de noviembre de 2016.

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Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Al finalizar esta XXVIII Asamblea Diocesana de Pastoral, nos acercamos con fe y con devoción a esta Eucaristía para depositar en las manos de Dios el caminar de nuestra diócesis, junto con todas nuestras esperanzas y proyectos. Con la firme confianza en que Dios, que todo lo ve, derramará las gracias necesarias que nos han de impulsar para ser en el mundo “evangelizadores que se abran sin temor a la acción del Espíritu” (cf. EG, 259), anunciando a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que el Señor está vivo.
  1. Durante esto dos días, hemos podido constatar cómo nuestra Iglesia diocesana, es una Iglesia que peregrina, y como tal busca definir a la luz del evangelio la meta a la cual quiere llegar. Siguiendo el ejemplo del pueblo de Israel, que tras la invitación para ser el pueblo elegido, nos sentimos interpelados por los desafíos y urgencias pastorales que enfrenta nuestra sociedad plural y global, sobre todo por quienes son presa de las esclavitudes sociales, culturales, políticas y económicas. Dios nos invita hoy a salir en éxodo, pero con una meta clara, sabiendo a dónde queremos llegar para poder ser bendición y liberación para tantos hermanos nuestros que se encuentran errantes sin la fe, que dé un sentido  a su vidas o esclavizados, por tantas ataduras  propias de la cultura y del mundo moderno, que está olvidando a Dios refugiándose en falsas seguridades.
  1. La palabra de Dios que hemos escuchado en este día nos anima y nos orienta en palabras del Apocalipsis (14, 1-3. 4-5), para saber que la meta clara a la que debemos llegar como Iglesia es la gloria del cielo, donde el Cordero sin mancha, reina victorioso por los siglos de los siglos. San Juan, nos narra la visión en la cual vio “al Cordero en pie sobre el monte y con él, ciento cuarenta y cuatro mil personas, que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre” (v. 1). El Cordero no ha vencido a solas, sino que tiene un grupo de colaboradores, un ejército de amigos y asociados que participan de su lucha y triunfo, no han vencido con armas militares sino por la Sangre del Cordero y la palabra de su testimonio, es decir, dando la vida con Cristo. Estrictamente estos soldados del Cordero son mártires, personas que se oponen a la marca de la bestia, sufriendo por ese boicot económico, exilio y muerte. Los soldados del Cordero son los redimidos cuyo testimonio ha de germinar la sociedad alternativa, la nueva comunidad de los seguidores de Jesús, pueblo de la entrega mutua y de la gracia.
  1. Nuestra planeación pastoral asume una historia de salvación a la que nos sumamos y de la que aprendemos. Somos llamados a salir peregrinando confiando en que el Padre creador de todo, en su providencia, nos dará lo necesario y nos liberará de aquello que nos impida caminar con libertad. Este año le agradecemos a Dios que nos haya permitido, de manera providencial y coyuntural, vivir el año de la misericordia, que sin duda ha sido una experiencia extraordinaria para que muchos en la Iglesia y fuera de ella, hayamos podido sentir y experimentar el amor de Dios en la propia vida. Guiados por la voz del Vicario de Cristo, queremos entender que para llegar al cielo donde está Cristo reinando victorioso, la Iglesia debe  ser una Iglesia de puertas abiertas, convencida que  “La misericordia es la viga maestra que sostiene su vida, su ser y su misión” (cf. MV, 10). Hoy más que nunca, el amor misericordioso es por eso, el único camino que hay que recorrer, si realmente queremos corresponder al plan de Dios. Terminó el año jubilar, pero el tiempo de la misericordia nunca termina. Al contrario, es necesario que a partir del ejercicio de la misericordia que hemos tenido, tanto a nivel personal como eclesial, hagamos efectiva la redención que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 1-8).
  1. Si queremos realmente ser contados entre aquellos ciento cuarenta y cuatro mil y, cantar el cántico nuevo ante el trono de Dios, ante los cuatro seres vivientes y ante lo ancianos, es necesario superar la prueba, en comunidad. Pues Dios no nos salva solos. El Señor nos ha redimido en comunidad. Es necesario por ende que como Iglesia diocesana a asumamos los desafíos del individualismo, el autoreferencialismo, el legalismo, la falta de identidad cristina (cf. Diagnóstico de la realidad, Plan Diocesano de Pastoral IV Etapa 2017-2025) pues como hemos visto al hacer el estudio y análisis de la realidad, afectan directamente a la persona, a la familia y a la comunidad de vida cristiana.
  1. En el evangelio que acabamos de escuchar (Lc 21, 1-4) vemos bosquejadas dos actitudes esenciales que nos pueden servir para afrontar los desafíos que vivimos como iglesia: “ver, como ve Jesús” y “dar todo lo que tenemos, como lo dio la viuda pobre”. Necesitamos ver con una mirada que no se deja llevar por la apariencia, sino por lo que realmente hay en el corazón del hombre. De esa manera, descubriremos “las aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano», prestando atención «al pueblo concreto con sus signos y símbolos, y respondiendo a las cuestiones que plantea». En el fondo es una «sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios» y esto es mucho más que encontrar algo interesante para decir. Lo que se procura descubrir es «lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia” (cf. EG, 154). Necesitamos dar todo lo que tenemos, sea poco o mucho, lo importante es la disposición interior que tenemos para contribuir en la construcción del Reino. Si bien la viuda pobre solo tenía “dos moneditas”, eso bastaba para que el reino de Dios fuera una realidad. Todos los cristianos, también los Pastores, estamos llamados a preocuparnos por la construcción de un mundo mejor, dando lo que tenemos. El mismo análisis de la realidad nos ha demostrado que si bien somos pobres como la viuda del Evangelio, tenemos algo para dar. Desde nuestro tiempo, hasta nuestros recursos. Especialmente quisiera que no perdamos de vista que como diócesis lo que podemos aportar es nuestro Plan Diocesano de Pastoral, del cual se derivan nuestros planes parroquiales; los planes y proyectos pastorales son esas “dos moneditas” que como Iglesia, depositamos en las ofrendas del templo y así el Señor que todo lo ve, lo acepta como una ofrenda agradable. Gracias a todos ustedes por su tiempo, su esfuerzo y sus recursos en pro de la evangelización. Sin duda que el Señor recompensará todo cuanto inviertan en el anuncio del evangelio. A Cristo no le es indiferente cuanto podamos hacer, sobre todo, cuando son pequeñas menudencias que sólo Él ha visto y que sabrá premiar en su debido tiempo.
  1. Pidámosle a Dios que teniendo fija la mirada como Iglesia en la gloria del cielo, no dudemos nunca en depositar nuestras dos moneditas y así el verdadero culto a Dios,  sea desde ahora y para siempre,  en espíritu y en verdad. Amén.