Homilía en la Misa de consagración en el Ordo Virginum de la Hna. Susana Bárcenas Hidalgo

Templo de la Providencia, Saldarriaga, El Marqués, Qro., 31 de enero de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Queridos hermanos Sacerdotes,

muy queridas hijas del Orden de las Vírgenes,

queridos consagrados y consagradas,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Me alegra profundamente poder encontrarme con ustedes en esta tarde para celebrar esta Santa Misa en la cual queremos unirnos en oración, en este acto de consagración de nuestra Hermana Susana Bárcenas Hidalgo, quien de manera libre y con alegría, ha querido confiar su vida en las manos de Dios, consagrándose en el Orden de las Vírgenes y así, de esta manera, ser en el mundo un “signo visible y trascendente del amor de la Iglesia  por Cristo e imagen escatológica de la esposa celestial y de la vida futura”(Juan Pablo II, Exhort. Apost. Post. Vita Cosecrata n. 7). Saludo al Sr. Cura el Pbro. J. Carmen Olvera Servín, a quien le agradezco su preocupación por acompañar de cerca el proceso de la Hermana Susana. De manera muy especial quiero también, expresar un cordial saludo a los señores Pedro Bárcenas Hernández y Juana Hidalgo Rangel, quienes con generosidad y esperanza han apoyado esta hermosa decisión en el seno de su familia.

2. Es providencial que este Año de la Vida Consagrada, al que su Santidad el Papa Francisco nos ha convocado, se enriquezca con la celebración solmene de esta consagración, pues el carisma del Orden de las Vírgenes, tal como ha vuelto a florecer en la Iglesia después del Concilio Vaticano II, tiene sus raíces en los primeros cuatro siglos del cristianismo; hoy ofrece una significativa y prometedora posibilidad para aquellas mujeres que desean consagrarse a Dios y dedicarse al servicio de la Iglesia sin sentirse llamadas a la vida religiosa. El carisma de la virginidad es destinado a hacer florecer a la mujer, como hija, esposa, madre, hermana, amiga, en una plenitud de vida que procede de la dimensión sobrenatural en que la consagración pone a la persona. La virginidad, es un ‘valor’ muy delicado porque toca a la esfera del amor  y al misterio de la vida. San Agustín escribe: “La continencia que se ofrece en voto, consagra y reserva al Creador la integridad del alma y del cuerpo” (cf. San Agustín, La virginidad consagrada, 8). Además, “Es ‘misterio’ no tanto porque es una realidad que supera las capacidades cognoscitivas de la razón humana, cuanto porque es una realidad que pertenece al plan de la salvación de Dios…, una realidad comprensible y realizable sólo en el orden nuevo de Cristo” (D. Tettamazi, La verginitá profezia del mondo futuro, Milán 1979, p. 11). El mundo por sí mismo no la conoce, pero la virginidad interroga, provoca, molesta al mundo. Lejos de ser comprendida como un don de gracia para amar en la verdad y en la libertad, la virginidad es considerada como una constricción inútil o contraria al amor. Hoy la gente se gloria más bien de no ser virgen.  Por eso la Iglesia, consiente que la llamada a la santidad también se puede vivir y lograr mediante este valor, ha vuelto a revivir este antiguo rito de consagración mediante el cual se manifiesta a la cultura y a la sociedad que la mujer incluye en el don de sí lo que tiene más íntimo: la propia virginidad. Y si a sexualidad es algo importante, lo es también, la virginidad consagrada.

3. Queridos hermanos y hermanas, al escuchar la Palabra de Dios en esta tarde, comprendemos que es Dios mismo el autor de esta ‘vocación’. Es Dios mismo quien hace la invitación concreta a algunas mujeres a vivir de esta manera, con la intención viviendo en la perfecta continencia, imiten a Cristo, el Esposo Fiel, imitando la fidelidad que se exige a los desposados. Los condicionamientos el Señor Jesús los ha señalado en su Evangelio: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). ¿Qué significa “negarse a sí mismo”? Es más, ¿por qué hay que negarse a sí mismo? Este negarse a sí mismo se explica de un modo esencialmente antropológico, pues es el camino necesario para que el ser humano pueda encontrarse a sí mismo.  ‘Negarse a sí mismo’ no es por tanto una operación para la muerte sino para la vida, para la belleza y para la alegría. Consiste también en aprender el lenguaje del verdadero amor. Imagina, decía un gran filósofo del siglo pasado, S. Kierkegaard, una situación puramente humana. Dos jóvenes se aman. Pero pertenecen a dos pueblos diversos y hablan dos lenguas completamente diversas. Si su amor quiere sobrevivir y crecer, es necesario que uno de los dos aprenda el idioma del otro. En caso contrario, no podrán comunicarse y su amor no durará.  Así sucede entre Dios y nosotros. Nosotros hablamos el lenguaje de la carne, él el del espíritu; nosotros el del egoísmo, él el del amor. ‘Negarse a sí mismo’ es aprender la lengua de Dios para poder comunicarnos con él, pero es también aprender la lengua que nos permite comunicarnos entre nosotros. No somos capaces de decir “sí” al otro, si no somos capaces de decir “no” a nosotros mismos.

4. Esto nos enseña que  cuando la realización de la propia vida está orientada únicamente al éxito social, al bienestar físico y económico, ya no se razona según Dios sino según los hombres (cf. v. 23). Pensar según el mundo es dejar aparte a Dios, no aceptar su designio de amor, casi impedirle cumplir su sabia voluntad.  Como a los discípulos, también a nosotros Jesús nos dirige la invitación: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24). El cristiano sigue al Señor cuando acepta con amor la propia cruz, que a los ojos del mundo parece un fracaso y una «pérdida de la vida» (cf. ib. 25-26), sabiendo que no la lleva solo, sino con Jesús, compartiendo su mismo camino de entrega. Escribe el siervo de Dios Pablo VI: «Misteriosamente, Cristo mismo, para desarraigar del corazón del hombre el pecado de suficiencia y manifestar al Padre una obediencia filial y completa, acepta… morir en una cruz» (Exhor. Apost. Gaudete in Domino, 9). Aceptando voluntariamente la muerte, Jesús lleva la cruz de todos los hombres y se convierte en fuente de salvación para toda la humanidad. San Cirilo de Jerusalén comenta: «La cruz victoriosa ha iluminado a quien estaba cegado por la ignorancia, ha liberado a quien era prisionero del pecado, ha traído la redención a toda la humanidad» (Catechesis Illuminandorum XIII, 1: de Christo crucifixo et sepulto: PG 33, 772 b).

5. Querida hija, la cruz de Cristo será entonces el camino para que Usted, pueda vivir fielmente su consagración a Dios y pueda así discernir cuál es la voluntad de Dios, discernir qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12, 2). Será en el seguimiento de Cristo que su consagración encontrará sentido y plenitud, sobre todo ante una realidad cultural adversa al modo de pensar de Dios. será el conocimiento de Jesús, lo que la lleve a considerarlo todo como basura (cf. Flp 3, 7-9). Debes confiar en Dios, pues la gracia del Espíritu Santo te dará una modestia prudente, una benignidad sabia, una ponderada ternura, una casta libertad, una caridad ardiente, pero sobre todo la gracia de creer que  ningún amor es más grande y más hermoso que el amor de Cristo. En este sentido, debe Usted ser consciente que cuanto más se ama a la Iglesia, tanto más se posee el Espíritu Santo. Déjese inundar cada día de su vida por el amor del Espíritu Santo. Él hará florecer en Usted, en modo eminente, una aptitud para hacerse don para los demás, tornándola fecunda respecto a la vida de todo ser humano. Así, Usted, de ahora en adelante, orientará a los hermanos este potencial de amor  que recibe como don. El suyo es un ‘si dialogal’, es decir, un dialogo con Dios, con los hermanos y con las creaturas de Dios. Hermana Susana, ¡Nunca deje de dialogar con Dios, mediante la oración que en nombre de la Iglesia de ahora Usted hará de manera perenne y santa! Defienda los momentos para estar con su Esposo en la oración. Sólo así, usted, experimentará en él “el consuelo en la tristeza, el consejo en la duda, la ayuda en la debilidad, la paciencia en la tribulación, la abundancia en la pobreza, el alimento en el ayuno, la medicina en la enfermedad” (cf. Oración consecratoria).

6. El ahora Santo  Juan Pablo II en una ocasión decía: “Las vírgenes consagradas amen a los hijos de Dios. Su amor total y exclusivo por Cristo  no es separa del amor  hacia todos los hombres  y mujeres, porque los horizontes de su caridad, son los mismos de Cristo… Tengan un corazón misericordioso, y partícipe de los sufrimientos de los hermanos. Comprométanse en la defensa de la vida, la promoción de la mujer, el respeto de su libertad y dignidad. Ya los saben, ustedes, que son vírgenes para Cristo, conviértanse en ‘madres del Espíritu’, cooperando con amor  en la evangelización de hombre y en su promoción” (Juan Pablo II, Discurso en el Congreso Internacional con ocasión del XXV Aniversario de la promulgación del Rito, 2 de junio de 1995). Me alegra que en esta santa Misa se hagan presentes las  vírgenes consagradas, pues es muy importante que se sientan parte de este Ordo, el cual no sólo es una realidad teológica, sino es una realidad que está llamada a ser signo de comunión,  corresponsabilidad y pertenencia. Difundan el aroma del Evangelio con su estilo de vida virginal. Anuncien que vivir según el espíritu y no según a carne es posible ahora y siempre. Sean para nuestro mundo  testigos de la alegría, especialmente en aquellos lugares donde cunde el miedo, el sinsentido y la amargura por la falta de fe.

7. Confiamos a los santos y santas de Dios,  el amparo y la protección de la Hermana Susana, suplicando su ayuda e intercesión; especialmente le pedimos a la Santísima Virgen María “Perla de las vírgenes”, que conserve su corazón puro y virginal. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro