Homilía en la Misa con motivo de la 54 Peregrinación Femenina a pie al Tepeyac

Explanada de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, México, D. F., a 21 de julio de 2013.
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

 

Queridas hermanas peregrinas:

escudo_armendariz1. Al llegar jubilosas hasta las plantas benditas de la Morenita del Tepeyac, les saludo a cada una de ustedes y me uno a su alegría, a sus gozos y a sus intenciones, sabiendo que estos días de peregrinación han sido para cada una de ustedes una oportunidad hermosa para reflexionar, para orar, para contemplar, pero sobre todo para encontrarse con Dios en la en su Palabra, en la eucaristía, en la reconciliación y en la fraternidad. Hace 17 días cuando nos veíamos en la comunidad de Neblinas, en el corazón de la sierra queretana, emprendíamos juntos esta peregrinación de fe, con la esperanza de llegar hasta este lugar y profesar nuestra fe en el Dios verdadero, por medio de la Madre de Dios por quien se vive. Lo hemos hecho unidos a la intención de toda la Iglesia Diocesana de Querétaro, que celebrar con gozo el año de la fe y el año jubilar por los 150 años de su erección canónica. Reconocemos que esta peregrinación es parte esencial en la vida y en la historia de nuestra Diócesis, pues María de Guadalupe ha estado presente en el corazón de numerosos fieles, como signo visible del amor de Dios.

2. En esta mañana de domingo la liturgia de la palabra quiere centrar nuestra mirada en la importancia que tiene la escucha de la Palabra de Dios en la vida de los creyentes, pues Dios comunica sus planes de salvación a quienes le acogen con un espíritu bien dispuesto. Nuestra amistad con Cristo pide una escucha atenta de su Palabra. Que lleve a la contemplación de su Misterio y al servicio del prójimo. Así lo recuerda el Evangelio de este domingo, con el célebre episodio de la visita de Jesús a casa de Marta y María, narrado por san Lucas (10, 38-42). Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y —dice el texto— Marta le recibió (cf. 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional. Nos parece ver la escena: una hermana se mueve atareada y la otra como arrebatada por la presencia del Maestro y sus palabras. Poco después, Marta, evidentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Marta quería incluso dar lecciones al Maestro. En cambio Jesús, con gran calma, responde: «Marta, Marta —y este nombre repetido expresa el afecto—, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.

3. Queridas peregrinas, esta página del Evangelio es especialmente adecuada para nuestro tiempo, pues recuerda el hecho de que la persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanas, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien. “Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. El hombre ha sido creado en la Palabra y vive en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo. La Palabra de Dios revela la naturaleza filial y relacional de nuestra vida. Estamos verdaderamente llamados por gracia a conformarnos con Cristo, el Hijo del Padre, y a ser transformados en Él” (cf. Exhort. Apost. Post. Verbum Domini, 22).

4. Sin embargo, la naturaleza misma  de la Palabra de Dios nos apremia a darla a conocer a los demás. San Pablo nos lo recuerda hoy en la segunda lectura que escuchamos, cuando les escribe a los Colosenses: “Por disposición de Dios, yo he sido constituido  ministro de esta iglesia  para predicarles por entero su mensaje o sea el designio secreto que Dios ha mantenido oculto desde siglos  y generaciones  y que ahora ha revelado a su pueblo santo” (Col 1, 25-26). La misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo. Ningún creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La Iglesia, como misterio de comunión, es toda ella misionera y, cada una de ustedes en su propio estado de vida, está llamada a dar una contribución incisiva al anuncio cristiano.  Ustedes están llamadas a ejercer su tarea profética, que se deriva directamente de su bautismo, y a testimoniar el Evangelio en la vida cotidiana dondequiera que se encuentren.   ofreciendo su testimonio con generosidad y tesón en las comunidades donde viven y se desenvuelven a ejemplo de María Magdalena, primer testigo de la alegría pascual.

5. Queridas peregrinas, ustedes en efecto, saben suscitar la escucha de la Palabra, la relación personal con Dios y comunicar el sentido del perdón y del compartir evangélico, así como ser portadoras de amor, maestras de misericordia y constructoras de paz, comunicadoras de calor y humanidad, en un mundo que valora a las personas con demasiada frecuencia según los criterios fríos de explotación y ganancia (cf. Verbum Domini, 85).

6. De ahí que, como nos ha dicho el papa Francisco en su reciente encíclica sobre la fe “La palabra de Cristo, una vez escuchada y por su propio dinamismo, en el cristiano se transforma en respuesta, y se convierte en palabra pronunciada, en confesión de fe. La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio. En efecto, « ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? » (Rm 10,14). La fe se hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del Amor que atrae hacia Cristo (cf. Ga 5,6), y le hace partícipe del camino de la Iglesia, peregr ina en la historia hasta su cumplimiento. Quien ha sido transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos” (Lumen fidei, 22). Es necesario que como dice  san Pablo, anunciemos el evangelio “para que todos los cristianos seamos perfectos”. (cf. Col 1, 28).

7. Que santa María de Guadalupe nos enseñe cada día a escuchar la voz del Maestro y que sentados a sus pies, sepamos acoger su Palabra como la mejor parte para nuestra vida. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro