Homilía en la Misa con motivo de la 123 Peregrinación a pie al Tepeyac

Plaza de las Américas de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, México, D. F., a 21 de julio de 2013
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

Queridos hermanos peregrinos:

 

escudo_armendarizLes saludo a cada uno de ustedes en el Señor, en este domingo en el que celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte, deseando que la alegría de la resurrección, inunde su corazón y renueve sus esperanzas en la vida futura. Pues es en Cristo resucitado “el verdadero Dios por quien se vive”, donde se fundamenta nuestra fe cristiana (cf. 1 Co 15,14) y donde como creyentes podemos obtener la vida eterna. Durante estos días que hemos peregrinado juntos, desde el corazón de nuestra Diócesis hasta este Santuario, hemos compartido en un ambiente de fraternidad y de espiritualidad las preocupaciones, las alegrías, las penas y las esperanzas, pero sobretodo la fe, que es el fundamento de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestro trabajo y de nuestra existencia; con la firme esperanza que en María de Guadalupe podemos seguir peregrinando hacia a casa del cielo. Debemos sentirnos dichosos al tener esta oportunidad de venir hasta este lugar, pues nuestra Madre del cielo nos recibe con el corazón de madre y nos anima a seguir poniendo nuestra fe en su Hijo Jesucristo.

Esta peregrinación es ya parte esencial en la vida de muchos de nosotros y por ende, al celebrar este año jubilar diocesano por los 150 años de la erección canónica de nuestra Diócesis, adquiere un significado especial, pues es una expresión viva de la fe de nuestro pueblo que ama a María y por lo tanto, podemos decir que la Diócesis de Querétaro en su historia, ha caminado bajo la mirada maternal de la Santísima Virgen María. Por ello, en este contexto de celebración jubilar, hoy proclamamos que nuestra Diócesis es esencialmente una diócesis Mariana, una diócesis que ha aprendido a amar a Jesucristo en la escuela de María, una diócesis que desea seguir conociendo al Hijo de Dios e Hijo de María para comunicarlo a muchos y puedan así tener vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar, en esta mañana nos presenta una de las realidades esenciales en la vida cristiana: la importancia que tiene la escucha de la Palabra de Dios en la vida del ser humano, pues en ella Dios revela su plan de salvación a quienes la acogen con solicitud. Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y —dice el texto— Marta le recibió (cf. 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional. Nos parece ver la escena: una hermana se mueve atareada y la otra como arrebatada por la presencia del Maestro y sus palabras. Poco después, Marta, evidentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Marta quería incluso dar lecciones al Maestro. En cambio Jesús, con gran calma, responde: “Marta, Marta —y este nombre repetido expresa el afecto—, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.

La afirmación fundamental de todo el relato es que sólo una cosa es necesaria. Marta se preocupa de muchas cosas, quiere servir y obsequiar al huésped. Pero Jesús le dice: lo importante es la salvación que el huésped le trae, lo necesario es escuchar, acoger la palabra. En este momento, María, que se ha concentrado en la escucha de la palabra, ha escogido lo que debe, lo mejor. Lo que hace Marta no es malo, pero supone desconocer la oportunidad de la visita del Señor. Se le ofrece una ocasión que debe aprovechar. Marta quiere servir a Jesús, pero Jesús quiere que acoja la salvación.

La palabra debe ser escuchada. María se convierte aquí en símbolo de la comunidad que ha de estar a la escucha de la palabra. Es un eco del “buscad primero el reino de los cielos…” (Mt 6,33). En esta actitud de María y de la comunidad hay un cambio de papeles. María, igual que Marta, acoge a Jesús, pero la acogida que ella le da no es un don que ella le ofrece. Ella acoge, pero al mismo tiempo se siente acogida. La diferencia entre las dos hermanas está en que Marta se da al Señor y siente el gozo de darse, mientras que María se da pero no tiene la satisfacción de darse, sino la de ser acogida. Esta ha de ser la actitud de la Iglesia y de los evangelizadores al acoger a los pobres. Hay que dejarse evangelizar por aquellos a quienes se evangeliza, por los pobres.

Queridos hermanos peregrinos, durante estos días al platicar con muchos de ustedes me he dado cuenta que efectivamente en nuestra vida es necesario saber escuchar la voz de Dios, de escuchar su palabra y poder así conocer su voluntad, de manera que podamos ser felices y podamos vivir la vida en plenitud. Es muy difícil vivir una vida sin la escucha de la Palabra de Dios, pues cuando sucede así, lo único que hacemos es que construimos una vida sin Dios, llevando a muchos al sinsentido de la vida. ¡Ojalá que en nuestros hogares la Palabra de Dios cada día sea más conocida¡ ¡Dediquemos unos minutos del día para leer la Biblia en casa, dejando los quehaceres de cada día por un momento y sentándonos a la escucha de la Palabra ! Que cada domingo como familia nos acerquemos a la Santa Misa para escuchar la Palabra de Dios. “pues la lectura del texto sagrado, hecha con espíritu de oración y con docilidad a la interpretación eclesial, anima habitualmente la vida de las personas y de las familias cristianas” (Juan Pablo II, Dies Domini, 40). En la primera lectura hemos escuchado coma Abraham recibe la promesa de la paternidad en un ambiente de acogida y de hospitalidad a los mensajeros de Dios. Por la confianza y la fe puesta en Dios, de salir de su tierra, Dios le responde con la promesa de que tendrá un hijo. En la escucha de su palabra recibió esta grande noticia que lo hace padre de la fe. Las nuevas generaciones necesitan ser introducidas a la Palabra de Dios a través del encuentro y el testimonio auténtico de nosotros los adultos, la influencia positiva de los amigos y la gran familia de la comunidad eclesial, de manera que puedan conocer lo que Dios quiere para ellos en su vida. No tengamos miedo de escuchar la voz de Dios, de saber y conocer cuáles son sus designios.

Sin embargo, otra de las dimensiones de la Palabra de Dios que la liturgia de este día subraya, es precisamente el la naturaleza misma de la Palabra de Dios nos apremia a darla a conocer a los demás. San Pablo nos lo recuerda hoy en la segunda lectura que escuchamos, cuando les escribe a los Colosenses: “Por disposición de Dios, yo he sido constituido ministro de esta iglesia para predicarles por entero su mensaje o sea el designio secreto que Dios ha mantenido oculto desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a su pueblo santo” (Col 1, 25-26). La misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo. Ningún creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La Iglesia, como misterio de comunión, es toda ella misionera y, cada uno de ustedes en su propio estado de vida, está llamado a dar una contribución incisiva al anuncio cristiano. Ustedes están llamados a ejercer su tarea profética, que se deriva directamente de su bautismo, y a testimoniar el Evangelio en la vida cotidiana dondequiera que se encuentren.

Hermanos peregrinos, el encuentro con la misma Palabra de Dios nos debe llevar a denunciar sin ambigüedades las injusticias y promover la solidaridad y la igualdad. Por eso, a la luz de las palabras del Señor, reconocemos los «signos de los tiempos» que hay en la historia y no rehuimos el compromiso en favor de los que sufren y son víctimas del egoísmo. Como dijo el Papa Pablo VI, se trata “de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (cf. Exhort. Apost. Evangelii Nuntiandi, 19).

Que estos días de peregrinación nos sirvan a cada uno de nosotros a redimensionar de verdad nuestro compromiso cristiano, principalmente viviendo nuestra fe no a la medida de nuestros intereses y objetivos particulares sino según el espíritu de quien se siente de verdad Hijo de María. Asumiendo las palabras que ha dicho en las bodas de Caná “hagan lo que él les diga” (cf. Jn 2, 1-11). Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro