Homilía en la Misa celebrada en la XXV Asamblea Diocesana de Pastoral

Plaza Prebyterorum Ordinis, Seminario Conciliar de Querétaro,  Hércules, Qro., 18 de noviembre de 2013
Annus fidei – Año de la Pastoral Litúrgica – Año Jubilar Diocesano

Queridos hermanos sacerdotes diocesanos y religiosos,
apreciados diáconos,
queridos miembros de la Vida Consagrada,
muy amados hermanos laicos que integran los consejos de las diferentes comunidades parroquiales de nuestra amada Diócesis,
queridos representantes de movimientos y asociaciones, presentes en la Diócesis de Querétaro,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. En el ocaso de esta hermosa jornada, festiva y de trabajo, nos reunimos en torno al Altar de Dios, para ofrecerle el sacrificio redentor de su Hijo Jesucristo, agradecidos por la abundancia de sus bendiciones, a lo largo del caminar pastoral y evangelizador de nuestra Diócesis. De modo  muy específico guiados por el Plan Diocesano de Pastoral, el cual nos ha ayudado a buscar siempre cumplir la voluntad de Dios, bajo el espíritu de la comunión y la participación del pueblo de santo de Dios.

2. Me siento realmente conmovido y agradecido con cada uno de ustedes,  por la disposición y entrega, al colaborar en esta tarea que no es mía, sino de Jesús. El fundamento de este compromiso, es sin duda el largo proceso en la toma de conciencia de nuestro ser Iglesia y de la corresponsabilidad pastoral que, en nombre de Cristo, desde hace más de 25 años hemos asumido. Las 25 asambleas diocesanas de pastoral que se han celebrado de manera sistemática,  han querido ser para esta Iglesia Particular “un estar abiertos a las mociones del Espíritu y recibir así las directrices y los lineamientos específicos para contribuir mucho mejor en la tarea de la nueva evangelización”. Esta jornada no ha sido la excepción, hemos conocido los resultados de la evaluación que se ha presentado, al terminar el año de la Pastoral Social, alimentado y fortalecido por la celebración gozosa del año de la fe y del año jubilar por los 150 años de la erección canónica de nuestra diócesis.

3. Reconocemos que la tarea aún es ardua y con muchos desafíos por delante, principalmente en este campo de los social, pues la fe encarnada y testimoniada es cuestión de una conversión constante, personal y pastoral. Sin embargo, creemos que el impulso misionero nos ha de llevar por caminos sólidos y seguros, para ir en búsqueda, de manera permanente, de aquellos que más lo necesitan y que sufren en su corazón la pobreza material y espiritual. ¡Que haya terminado este año de la Pastoral Social, no quiere decir que tengamos que dejar  a un lado nuestras programaciones en este campo, al contrario creemos que la acentuación del año de la Pastoral Litúrgica que hoy iniciamos, le dará un nuevo impulso al quehacer pastoral de toda la Diócesis! Pues, “Un culto desencarnado, es un culto vacío y que a Dios no le agrada”. El salmo (Sal 14) que hemos cantado en esta Misa nos enseña que para poder acercarse dignamente y ser huésped del santuario de Dios se debe llevar una vida en conformidad con las prescripciones divinas, obrando con justicia y rectitud, lo que implica sinceridad en las relaciones con el prójimo, ausencia de engaño y abstención de todo lo que pueda causar daño o injuria al prójimo (cf. Sal 14,). San Hilario de Poitiers, comenta «Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se hospeda en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los preceptos y cumplir los mandamientos del Señor» (cf. PL 9, 308).

 4. Es necesario que avancemos en la dinámica de la gracia que quiere conducirnos “hacia el monte santo de Dios” (cf. Is 56, 6), donde retomemos fuerzas para continuar con la tarea evangelizadora y misionera, especialmente  a lo largo de este año que se llevarán a cabo los «grandes visiteos misioneros»  en los decanatos. “Necesitamos por tanto promover e impulsar el encuentro permanente de los discípulos misioneros con Jesucristo, mediante la participación en las celebraciones litúrgicas y la piedad popular” (cf. Objetivo para la pastoral litúrgica, Plan Diocesano de Pastoral, n.  293). El santo concilio Vaticano II nos enseña que  la liturgia, culmen hacia el que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de la que brota su virtud (cf. SC, 10), con su universo celebrativo se convierte así en la gran educadora en la primacía de la fe y de la gracia; pues ella es también, la liturgia de la promesa realizada en Cristo, es la liturgia de la esperanza, de la peregrinación hacia la transformación del mundo, que tendrá lugar cuando Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). De la liturgia nace la Iglesia como comunidad de salvación en la que se realiza concretamente el misterio de Cristo a través de la celebración cultual del mismo misterio. Es por ello que aún en este tiempo, después de 50 años de la promulgación de la constitución sobre la Sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, necesitamos ser conscientes que la liturgia cristiana no es un «complejo de ritos» que manifiestan la actitud de adoración del hombre a Dios, sino en un modo más todavía distinto, es un complejo de signos que, insertándose  en todos los hombres, mediante el misterio de Cristo nos hace verdaderos adoradores  en espíritu y en verdad  (Jn 4, 23-24), en este sentido, a través de la liturgia, los hombres somos insertados  en el  tiempo  y más precisamente, en la acción santificadora de Cristo (S. Marsilli, la teología della liturgia…, o.c., p. 105).

5. La Iglesia no sólo actúa, sino que se expresa también en la liturgia, vive de la liturgia y saca de ella las fuerzas necesarias para la vida. Y por ello, la renovación litúrgica, realizada de modo justo y conforme a las enseñanzas del Concilio, se propuso “acrecentar cada vez más la vida cristiana entre los fieles, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover cuanto pueda contribuir a la unión de todos los que creen en Cristo y fortalecer todo lo que sirve para invitar a todos al seno de la Iglesia” (cf. SC, 1).  Todo esto lo ha querido realizar gracias a las tres líneas conductoras de la Sacrosanctum Concilium: el sumo valor de la palabra de Dios; la participación activa de los fieles durante la celebración de los divinos misterios y una más viva conciencia de uni   dad y universalidad de la Iglesia, aun en la diversidad y pluralidad de los ritos litúrgicos. Hay que comprender y vivir la liturgia como verdadera celebración del Señor y Salvador nuestro Jesucristo, en el cual reside nuestra esperanza de salvación eterna, y como prenda de las realidades futuras preparadas para cuantos en la fe se orientan hacia Él. En efecto, “en la liturgia terrena pregustamos y participamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos … mientras aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo” (cf. SC, 8).

6. A partir de estos elementos deseo señalar tres aspectos que considero es importante tengamos en cuenta a lo largo de este año en nuestras programaciones, acciones y tareas pastorales:

  1. El primera de ellos es la formación, el santo concilio nos señala: “en necesario que se fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a la edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel dispensador de los misterios de Dios y, en este punto, guíen a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el ejemplo” (cf. SC, 19). Si queremos realmente dar el paso de una celebración ajena a los fieles, es necesario ofrecerles los elementos, históricos, teológicos, rituales y pastorales, que favorezcan una comprensión más genuina de aquello que se celebra. La Iniciación Cristiana, es el instrumento para iniciar una reforma del camino  de ingreso  en la fe de los más pequeños  y de los adultos  que quieran ingresar a la familia de los hijos de Dios. Necesitamos una formación permanente del cristiano para que crezca y, entre cada vez más con mayor profundidad en el misterio y pueda así comprender lo que celebra. “Es necesario ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades, y ofrecerles los medios para que asuman en su vida una impronta, auténticamente eucarística que les haga capaces  de dar razón de su propia esperanza  de modo adecuado en nuestra época. (cf. Instrumentum laboris. Sínodo de los obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana, n. 137). Sólo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad y una participación que más que una actividad exterior, es un entrar de la persona, de su ser, en la comunión de la Iglesia, y así en la comunión con Cristo. Como ministros de culto, estamos obligados a conocer la inteligencia del Oficio divino que desempeñamos en favor de los fieles y, como laicos, están invitados a tomar conciencia del Oficio divino del cual participan.

  1. Sin duda todo esto favorecerá el segundo aspecto, la contemplación: Contemplar al Señor es, al mismo tiempo, fascinante y tremendo: fascinante, porque él nos atrae hacia sí y arrebata nuestro corazón hacia lo alto, llevándolo a su altura, donde experimentamos la paz, la belleza de su amor; y tremendo, porque pone de manifiesto nuestra debilidad, nuestra inadecuación, la dificultad de vencer al Maligno, que insidia nuestra vida, la espina clavada también en nuestra carne. En la oración, en la contemplación diaria del Señor recibimos la fuerza del amor de Dios. La contemplación de Cristo en nuestra vida no nos aleja de la realidad, sino que nos hace aún más partícipes de las vicisitudes humanas, porque el Señor, atrayéndonos hacia sí en la oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a todos los hermanos en su amor.

  1. Estos elementos: formación  y contemplación,  favorecerán el tercer aspecto: la participación: Es decir una participación conforme al deseo de la Iglesia de manera plena, activa y consiente (cf. SC, 48). Es necesario comprender esta realidad en términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana. No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida. Favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento y el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y, cuando sea necesario, la confesión sacramental. Un corazón reconciliado con Dios permite la verdadera participación (cf. Exhort. Apost. Post. Sacramentum  caritatis, 53-55).

7. Queridos hermanos sacerdotes y laicos, en particular, quiero exhortar a cada uno de ustedes a mostrar siempre la preocupación para que sus itinerarios formativos, tengan como punto de partida el encuentro con Dios en la celebración litúrgica. El centro de la vida de la parroquia, es la Eucaristía, y en particular la celebración dominical. Si la misión social de la Iglesia nace del encuentro con el Señor, no es secundario que se cuide mucho la adoración y la celebración de la Eucaristía, permitiendo que los que participan en ellas experimenten la belleza del misterio de Cristo. Dado que la belleza de la liturgia, como dijera e papa Benedicto XVI: “no es mero esteticismo, sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios en Cristo” (cf. Exhort. Apost. Post, Sacramentum caritatis, 35), es importante que la celebración eucarística manifieste y comunique, a través de los signos sacramentales, la vida divina y revele a los hombres y a las mujeres de nuestras comunidades el verdadero rostro de la Iglesia.

8. Finalmente, no quiero terminar esta homilía sin agradecer a todos ustedes por su disposición al querer seguir contribuyendo en esta tarea; felicidades por su entrega en la tarea evangelizadora; felicidades a quienes integran los Consejos de Pastoral, por estos 25 años de trabajo; a la Vicaría de Pastoral por su esfuerzo, en ofrecernos un proceso sólido en los trabajos. El futuro del cristianismo y de la Iglesia en Querétaro depende del compromiso y del testimonio de cada uno de nosotros. Por esto invoco sobre cada uno de ustedes, la intercesión maternal de la siempre Virgen María, “Madre y Maestra espiritual”, ella nos enseñará el camino para ofrecer a Dios el verdadero culto en espíritu y en verdad. Que, como hizo con los Apóstoles en el Cenáculo en espera de Pentecostés, nos acompañe también a nosotros y nos impulse a mirar con confianza al futuro. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro