Homilía en la Jornada de la Paz 2007

Templo de la Cruz, Santiago de Querétaro, Qro., 1º de Enero de 2007

Hermanas y Hermanos:

1. “La persona humana, corazón de la paz” es el tema que desarrolla el santo Padre Benedicto XVI en esta tradicional jornada de comienzo del año. Está dirigida “a los gobernantes y a los responsables de las naciones”, que ojalá presten atención a las palabras del santo Padre. El Papa tiene en su pensamiento y en su corazón “a todos los que están probados por el dolor y el sufrimiento, a los que viven bajo la amenaza de la violencia y las fuerzas de las armas o que, agraviados en su dignidad, esperan en su rescate humano y social”. Como vemos, el santo Padre lleva muy dentro el dolor de la humanidad humillada y ofendida. Pero añade con especial énfasis: “Lo dirijo a los niños, que con su inocencia enriquecen de bondad y esperanza a la humanidad y, con su dolor, nos impulsan a todos a trabajar por la justicia y la paz”. Y explica: “Pensando precisamente en los niños, especialmente en los que tienen su futuro comprometido por la explotación y la maldad de los adultos, he querido… que la atención e centrE en el tema: La persona humana, corazón de la paz” (Mensaje, No. 1).

2. ¿Por qué la paz depende del respeto a la dignidad de la persona humana? Porque este es el orden querido por Dios. Si no hay reconocimiento de Dios y respeto al orden que él estableció en la creación, no habrá paz; porque la paz es resultado del orden divino y no del capricho y el desorden que provocamos los humanos. Si queremos la paz, debemos de someternos todos al orden establecido por Dios. Nosotros somos creaturas, no somos Dios. Todos, comenzando por los gobernantes de las naciones, debemos reconocer el señorío de Dios sobre la naturaleza, sobre nosotros mismos y sobre el destino del mundo. El que de verdad gobierna el mundo es Dios: “En él somos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28). Un gobernante sabio y prudente es aquel que se somete al plan de Dios, respeta la ley natural expresada en los mandamientos, y ordena las cosas correctamente hacia su propio fin. “Las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices que se imponen de fuera, como si coartaran la libertad del hombre” sino como “una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano” (No 3). Por esta razón, quien no se someta al plan de Dios, es un peligro para la paz.

3. ¿Qué hay en la persona humana que le confiera tan gran dignidad? La imagen de Dios. Recordemos que en el Antiguo Testamento estaba prohibido reproducir alguna imagen de Dios, porque Dios es “el invisible, el que habita en una luz inaccesible”. Sin embargo, Él mismo reprodujo aquí abajo su propia imagen: el hombre. La especie humana, el hombre y la mujer, hechos ambos “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 27). Nadie jamás se hubiera atrevido a hacer semejante afirmación. Tocar al hombre o a la mujer, en cualquiera situación en que se encuentren, es tocar al mismo Dios. A Dios lo amamos o lo ofendemos en el prójimo que tenemos al lado, en toda vida humana que nace o que está a punto de fenecer. La circunstancia o el momento no importan; allí, en el anciano decrépito o en el embrión recién concebido, en el varón o en la mujer, en el no nacido o en el pecador avejentado, incluso en el criminal, allí está la imagen de Dios. “La gran revolución antropológica de la Biblia es que todo ser humano refleja la imagen de Dios; que todo ser humano tiene esa dignidad de gracia y de gloria que lo hace ser como un signo, como un sacramento visible de la presencia de Dios, de un Dios creador. Por lo tanto, todo ser humano es continuador de la obra de Dios. Dios así lo quiere” (Dra. Ma.Teresa Porceli Santiso). Dios no reniega de nosotros y a nosotros nos toca descubrir, respetar y embellecer esta imagen de Dios presente en todo ser humano. Además, para el cristiano, esta imagen de Dios grabada en el hombre y en la mujer es el mismo rostro de Cristo. Dios ama en nosotros la imagen de su Hijo amado, Jesucristo, que es “nuestra paz”. La paz es, dice el Papa, “don y tarea”, regalo de Dios y a la vez conquista del hombre; por eso, el católico verdadero es quien construye la paz:  “Bienaventurados aquellos que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).

4. Dos, señala el Papa, son los derechos fundamentales del hombre, de cuyo respeto depende la paz: “El derecho a la vida y el derecho a la libre expresión de la propia fe” o “libertad religiosa” (No. 5). Del primero, dice: “Es preciso denunciar el estrago que se hace contra la vida en nuestra sociedad: además de las víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formas de violencia, hay muchas muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones”… todos ellos son “una negación a la acogida del otro” y,  por tanto, violencia, enemigos de la paz.

5. Con respecto a “la libre expresión de la propia fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo: Hay muchos cristianos perseguidos y no faltan actos violentos contra los creyentes”. Hay quienes imponen a otros la religión única, “mientras que otros regímenes indiferentes no tanto alientan la persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático respecto a las creencias religiosas”. Este es el caso más cercano a nosotros: por doquier, sobre todo en los medios, se alienta el escarnio y la burla contra los creyentes en Cristo. Esto es una agresión contra el derecho de cada uno a expresar su propia fe, contra el orden social que exige no ser molestado ni agredido por sus creencias y contra la paz.

6. El orden social justo exige que se respete la dignidad de todos los seres humanos; por eso, “el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se encuentra seguramente en muchas desigualdades injustas que, trágicamente, hay todavía en el mundo” y entre nosotros. “Entre ellas son particularmente insidiosas, por un lado, las desigualdades en el acceso a bienes esenciales como la comida, el agua, la casa o la salud; por otro, las persistentes desigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales” (No. 6). Esto es sumamente grave, sobre todo entre nosotros, que nos decimos y somos discípulos de Jesucristo. Existe una especie de sordera crónica entre los poderosos, producto de la dureza del corazón, que les impide el escuchar el clamor de los pobres. Pero a éstos ciertamente los escucha Dios, porque Dios es uno de ellos. No desoyen a los pobres, desprecian a Dios.

7. Las graves tensiones que ha vivido nuestra sociedad últimamente, aquí tienen sus raíces profundas y es necesario ponerles presurosamente remedio porque, a la injusticia sufrida y padecida por los débiles, se añade muchas veces la manipulación y el engaño de quienes buscan medrar, en todos los órdenes, con el sufrimiento ajeno, lo cual lleva necesariamente a la alteración del orden y hace peligrar la paz. Como hemos dicho los Obispos de México, la Patria no es botín de nadie, ni propiedad de partidos o facciones, sino herencia de todos, que debemos cultivar y acrecentar. Los empresarios y los responsables de la economía nacional deben regirse por las normas de la justicia y la equidad, sabiendo que “la remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna” (GSp 67); debe ser un “salario familiar”. No basta crear empleos; hay que pagarlos bien, porque “la justicia natural es anterior y superior a la libertad de contrato” (Compendio, No. 302). Se habla de “reforma del Estado”. Es necesaria, pero hay que hacerla bien. Necesitamos hombres y mujeres sabios, probos, con visión de patria y no con miopía de intereses. La Nación no se inventa, sino que se mejora y perfecciona con el esfuerzo de todos. Es un patrimonio común recibido de nuestros mayores, de nuestros padres, construido con su esfuerzo y con amor, que debemos respetar y cultivar para, desde allí, construir un futuro mejor. Se construye sobre cimientos, no sobre escombros y ruinas.  Para eso nos hemos dado un régimen que llamamos democrático, que hay que respetar y perfeccionar.

8. El régimen democrático está construido sobre “derechos y obligaciones”, por igual; más aún, el cumplimiento de las obligaciones antecede al de los derechos. Somos fáciles para exigir derechos, pero no tanto para cumplir deberes. No sólo podemos externar reclamos, a veces legítimos, sino que también tenemos que confesar omisiones, frecuentemente mayores. El Papa cita a Mahatma Gandi, quien decía: “El Ganges de los derechos desciende del Himalaya de los deberes” (No. 12). Los deberes y obligaciones aceptados y cumplidos son como los veneros de las montañas que alimentan el río fecundo de los derechos, y no al contrario. Estos derechos deben de estar sustentados en la naturaleza humana y en el orden establecido por el Creador; si no, son derechos fatuos, contraproducentes, pseudoderechos como ahora aparecen tantos. No puede haber un derecho a asesinar al inocente, a irrumpir en la intimidad de las personas con fármacos nocivos o a pervertir el orden natural del matrimonio o de la familia, aunque tengan un voto mayoritario en el parlamento. Los parlamentarios no crean los derechos; los deben respetar. Toda sociedad, llámese familia, ciudad, nación o iglesia se construye con un esfuerzo denodado y fatigoso, fruto de generaciones, que hay que preservar celosamente. La paz es fruto de un árbol de hondas raíces, que es la tradición de un pueblo y, entre nosotros, de sus valores que brotan de su alma cristiana y católica, y no del alboroto popular, de pintas callejeras o de protagonismos inconsistentes. Tenemos que reconstruir y sanar la imagen deteriorada de país que hemos dado ante las nuevas generaciones y ante el mundo entero.

9. Hoy es fiesta grande: La Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. La fiesta de María Santísima con su Hijo divino en brazos que nos llama, nos abraza y nos lo ofrece, porque “Él es nuestra Paz” (Ef 2,14). En la medida en que aceptemos a Cristo, le abramos nuestro corazón y le demos cabida en nuestra familia y en nuestra sociedad, tendremos paz. La Iglesia de Jesucristo, la Católica, levanta ante el mundo una bandera de paz: Cristo crucificado. La Virgen Santísima nos alcance la gracia de comprender las palabras que su Hijo decía ante la ciudad deicida de Jerusalén: “Ojalá comprendieras lo que verdaderamente te trae la paz”. ¡Que Dios multiplique el pan de su mesa, recompense el sudor de su frente, consolide su amor familiar, los mantenga firmes en la fe católica, constantes en la esperanza y generosos en su esfuerzo por construir la paz! Amén.

† Mario de Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro