HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA CLAUSURA DE LA LIII ASAMBLEA NACIONAL ORDINARIA DE LA CONFERENCIA DE SUPERIORES MAYORES DE RELIGIOSOS DE MÉXICO (CIRM)

Capilla de teología del Seminario Conciliar de Querétaro, Av.  Hércules 216, Pte. Col. Hércules, Santiago de Querétaro, Qro., a 30 de abril de 2017.

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Queridos consagrados y consagradas,
Superiores y superioras mayores de religiosos y religiosas en México,
Hermanos todos en el Señor:

  1. Con la alegría propia de la Pascua, esta tarde nos reunimos para celebrar el triunfo del Señor Resucitado sobre la muerte y el pecado; triunfo que marca el inicio de una nueva etapa en la historia de la humanidad y del cual se sostiene el ser y quehacer de todo y de todos en la Iglesia. Pues como hemos escuchado en la carta del Apóstol san Pedro “Dios, nos ha rescatado de nuestra estéril manera de vivir, mediante la sangre del Cordero sin mancha ni defecto, con el fin de que nuestra fe sea también esperanza en Dios” (cf. 1 Pe 1, 17-21).
  1. Venimos a esta celebración con el corazón lleno de gratitud y de esperanza, al terminar los trabajos y actividades de la LIII Asamblea Nacional Ordinaria, que bajo el lema: “¡No nos resignamos!”, ha buscado reflexionar sobre los diferentes carismas al servicio de la justicia y de la paz, y así en la comunión, proyectar la propia vocación ‘mística’ y ‘profética’ en el hoy de nuestro país. Especialmente, cuando la realidad nos grita que el tejido social, cultural y religioso, se ven minados por tantas y tantas situaciones que debilitan los valores de la justicia y de la paz.
  1. Providencialmente, la palabra de Dios que acabamos de escuchar nos anima y nos confirma, pues es una clara invitación a la “¡No resignación!”. San Lucas nos narra una escena que pareciera ordinaria en la vida de dos de los discípulos. Él nos cuenta cómo la tarde del domingo de la resurrección, dos discípulos van hacia un pueblo llamado Emaús; todo indica que es su lugar de origen; van tristes, desanimados, resignados porque ellos piensan que al parecer, las promesas que su maestro les había hecho, han sido una farsa, una ilusión, algo que ha terminado. De pronto y al improviso, Jesús como forastero – peregrino, se une a ellos, les sale al encuentro y les interroga sobre su diálogo. Ante dicha pregunta uno de ellos llamado Cleofás extrañado, inclusive molesto le responde: “¿Eres tu él único forastero que nos abe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén? Él, retóricamente pregunta: “¿Qué cosa?”.
  1. Queridos consagrados y consagradas, ayer como hoy, muchos hombres y mujeres, inclusive nosotros mismos, vivimos situaciones similares. Vamos de regreso a nuestra realidad, a nuestro origen: tristes, desanimados, resignados porque consideramos que las promesas del Maestro son una farsa, una ilusión, algo que ha terminado en una vil mentira. Sin embargo, no somos capaces de darnos cuenta que el Señor ha resucitado y que realmente sus promesas son ya una realidad. Es curioso cómo Jesús les pregunta sobre lo que sucede, como si efectivamente él no supiese nada. La pregunta: “¿Qué cosa?” pareciese que sale sobrando, sin embargo, es con la finalidad de mostrarles que en realidad no saben lo que ha sucedido.
  1. El escándalo de la cruz, no fue algo improvisado. En repetidas ocasiones Jesús mismo lo anunció. Sin embargo, los discípulos en realidad no lograron entender que la cruz era el camino para la glorificación. Su respuesta, parecía correcta y verdadera: “Lo referente a Jesús, el Nazareno…” Más aún,  “dicen que resucitó pero pues ni lo hemos visto…”. Pero en respuesta estaba lejos del querer de Jesús. Es por ello que con toda tranquilidad él les responde: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (v. 25). ¿Cuántos seguidores de Jesús, incluso discípulos, hoy en día, no hemos logrado entender esto y ante la cruz, el dolor, el sufrimiento, vivimos creyendo que el Señor nos ha defraudado? Si el Señor hoy nos hiciese esta pregunta a cada uno de nosotros cuál sería la respuesta que desde el corazón podríamos dar. Esto nos debe llevar a revisar la manera en la cual estamos mostrando el evangelio desde nuestro propio carisma. No podemos anunciar un Cristo glorioso sin anunciar que para llegar a la gloria se necesita la cruz. Cuando quitamos de la predicación evangélica el mensaje de la cruz, hacemos de nuestra predicación una ideología. O viceversa, cuando presentamos una cruz sin resurrección, lo mismo sucede. El Señor es muy claro. “Si alguno quiere seguirme que se niegue a sí mismo, que tome su cruz de cada día y nos siga” (Mt 16, 24).
  1. Afortunadamente, el Señor resucitado es consciente de la insensatez de nuestro corazón y por lo tanto, él mismo nos explica las Escrituras y todo lo que se refiere él. Aquí está la clave. Ante un mundo en donde los seres humanos, pareciese que se ven decepcionados por el Cristianismo, necesitamos mostrar con fidelidad, claridad y parresía el mensaje de la Escritura. Necesitamos anunciarles a la persona de Jesús resucitado; lo que ha hecho en nosotros. Ante la falta de paz, necesitamos anunciar que Cristo es nuestra paz. Ante la falta de justicia, necesitamos anunciarles que Cristo es el justo. Por el contrario, serán los criterios y pensamientos humanos lo que pretenda ser el criterio de verdad en la paz y en la justicia. Es el evangelio y la Escritura, lo que realmente logra iluminar la realidad, disipar la duda, guiar en la incertidumbre, recuperar la esperanza y la certeza de nuestra fe. Todo consagrado está llamado a hacer de su vida una “exégesis viva” del Evangelio, que responda a las confusiones e interrogantes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. “siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte «en “exegesis” viva de la Palabra de Dios»” (Benedicto XVI, Exhort. Apost. Post. Verbum Domini, 83)
  1. Volviendo al evangelio, descubrimos algo muy interesante y enriquecedor. Ante las circunstancias por la hora del día, los discípulos pretenden que Jesús se quedase con ellos pues consideran que ya era tarde. Jesús en cambio hace como que se va. Esto nos lleva a pensar en la necesidad de tomar conciencia del valor y de la importancia de la persona Jesús. Quizá muchas veces, la palabra de Dios nos motiva, y nos sentimos a gusto con la persona de Jesús pero es necesario que nosotros lo invitemos a nuestra vida. Es necesario el compromiso con él, ya que él jamás nos obliga y nos condiciona. Él quiere que le digamos: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Los consagrados y consagradas necesitamos hacer de este texto un itinerario, si realmente queremos que nuestros carismas y nuestras tareas sean conforme al evangelio. “Quédate con nosotros Señor”. Está orientado a ser la oración de todo consagrado, todos los días, con el propósito que no sea otro, sino Jesús el único huésped en la propia vida.
  1. Es preciso que como aquellos discípulos le pidamos a Jesús que se quede con Que se siente a nuestra mesa y nos sorprenda con la Santa Eucaristía, para que su presencia humilde en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre nos restituya la mirada de la fe, para mirarlo todo y a todos con los ojos de Dios, y a la luz de su amor. Permanecer con Jesús, que ha permanecido con nosotros, asimilar su estilo de vida entregada, escoger con él la lógica de la comunión entre nosotros, de la solidaridad y del compartir. La Eucaristía es la máxima expresión del don que Jesús hace de sí mismo y es una invitación constante a vivir nuestra existencia en la lógica eucarística, como un don a Dios y a los demás. “la Eucaristía, memorial del sacrificio del Señor, centro de la vida de la Iglesia y de cada comunidad, aviva desde dentro la oblación renovada de la propia existencia, el proyecto de vida comunitaria y la misión apostólica. Todos tenemos necesidad del viático diario del encuentro con el Señor, para insertar la cotidianidad en el tiempo de Dios que la celebración del memorial de la Pascua del Señor hace presente” (Caminar desde Cristo, 26; cf.  Vita consecrata, 95). Es en la Eucaristía encuentran su modelo y su perfecta realización las exigencias fundamentales de la vida consagrada.
  1. Finalmente, Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, “se levantaron al momento” (Lc 24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio. La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura. Para lograrlo, es necesario que cada consagrado y consagrada asimile, en la meditación personal y comunitaria, los valores que la Eucaristía expresa, las actitudes que inspira, los propósitos de vida que suscita.
  1. Solamente en la Eucaristía encontraremos las fuerzas necesarias para gritarle al mundo ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: « Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera » una vida consagrada auténticamente eucarística es una vida consagrada misionera. La Iglesia está llamada a recordar a los hombres esta gran verdad. Es urgente hacerlo sobre todo en nuestra cultura secularizada, que respira el olvido de Dios y cultiva la vana autosuficiencia del hombre. Encarnar el proyecto eucarístico en la vida cotidiana, donde se trabaja y se vive. Por tanto y de manera especial, la Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser «signo e instrumento» no sólo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano encontrarnos las fuerzas para colaborar con la paz y la justicia.
  1. Que a todos el Señor nos permita poder vivir y experimentar la alegría de su encuentro, en la Escritura, en la Eucaristía y en la misión. Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a todos. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro