HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL XXV ANIVERSARIO DE PROFESIÓN RELIGIOSA DE LA HNA. SOCORRO ARREGUÍN RAMÍREZ,  MM.

  Capilla De San Pedro, San Pedro, Huimilpan,  Qro., domingo 27 de agosto de 2017.                                   ***

Estimados hermanos y hermanas todos en el Señor,

  1. Llenos de profunda alegría, unidos a toda la Iglesia que celebra el Domingo como ‘día del Señor’, hemos querido esta tarde unirnos la celebración jubilar de la Socorro Arreguín Ramírez, MM, que agradece a Dios el permitirle celebrar en este día el quincuagésimo aniversario de su profesión religiosa, bajo el carisma del Instituto de religiosas de Misioneras Marianas; conscientes que ser agradecidos con el Señor, es un don y una gracia que redunda en benéfico nuestro, pues “aunque nuestras bendiciones no aumentan su gloria, nos aprovechan para nuestra salvación” (cf. Prefacio común IV). Damos gracias a Dios por este “don precioso y necesario para el presente y el futuro del Pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión” (cf. VC, 3).
  2. En este contexto jubilar y festivo la palabra de Dios nos ilumina, haciéndonos entrar en la lógica divina, de tal forma que no son nuestros criterios ni formas de pensar, aquello que colabora en el proyecto de Dios. San Mateo en el evangelio (16, 13-20) nos presenta la escena en la cual Jesús explica a sus discípulos que deberá “ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tiene que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21). ¡Todo parece alterarse en el corazón de los discípulos! ¿Cómo es posible que “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (v. 16) pueda padecer hasta la muerte? El apóstol Pedro se rebela, no acepta este camino, toma la palabra y dice al Maestro: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte” (v. 22).

  1. Aparece evidente la divergencia entre el designio de amor del Padre, que llega hasta el don del Hijo Unigénito en la cruz para salvar a la humanidad, y las expectativas, los deseos y los proyectos de los discípulos. Y este contraste se repite también hoy: cuando la realización de la propia vida está orientada únicamente al éxito social, al bienestar físico y económico, ya no se razona según Dios sino según los hombres (cf. v. 23). Pensar según el mundo es dejar aparte a Dios, no aceptar su designio de amor, casi impedirle cumplir su sabia voluntad. Por eso Jesús le dice a Pedro unas palabras particularmente duras: “¡Aléjate de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo” (v. 23). El Señor enseña que “el camino de los discípulos es un seguirle a él [ir tras él], el Crucificado”. Pero en los tres Evangelios este seguirle en el signo de la cruz se explica también… como el camino del “perderse a sí mismo”, que es necesario para el hombre y sin el cual le resulta imposible encontrarse a sí mismo”.

  1. En este sentido la vida consagrada está llamada a ser una hermenéutica viva del evangelio, que nos permita a todos los discípulos de Jesús, pensar como Dios piensa y actuar como Dios actúa. Especialmente, cuando pareciera que lo que decimos o lo que pensamos es lo correcto y lo que Dios quiere.

  1. La persona, que se deja seducir por él, tiene que abandonar todo y seguirlo (cf. Mc 1, 16-20; 2, 14; 10, 21.28). Como Pablo, considera que todo lo demás es “pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús”, ante el cual no duda en tener todas las cosas “por basura para ganar a Cristo” (Flp 3, 8). Su aspiración es identificarse con Él, asumiendo sus sentimientos y su forma de vida. Este dejarlo todo y seguir al Señor (cf. Lc 18, 28) es un programa válido para todas las personas llamadas y para todos los tiempos. Los consejos evangélicos, con los que Cristo invita a algunos a compartir su experiencia de virgen, pobre y obediente, exigen y manifiestan, en quien los acoge, el deseo explícito de una total conformación con Él. Viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad, los consagrados confiesan que Jesús es el Modelo en el que cada virtud alcanza la perfección. En efecto, su forma de vida casta, pobre y obediente, aparece como el modo más radical de vivir el Evangelio en esta tierra, un modo —se puede decir— divino, porque es abrazado por Él, Hombre-Dios, como expresión de su relación de Hijo Unigénito con el Padre y con el Espíritu Santo. Este es el motivo por el que en la tradición cristiana se ha hablado siempre de la excelencia objetiva de la vida consagrada. No se puede negar, además, que la práctica de los consejos evangélicos sea un modo particularmente íntimo y fecundo de participar también en la misión de Cristo, siguiendo el ejemplo de María de Nazaret, primera discípula, la cual aceptó ponerse al servicio del plan divino en la donación total de sí misma. Toda misión comienza con la misma actitud manifestada por María en la anunciación: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) (cf. VC, 18).

  1. La vida consagrada refleja este esplendor del amor, porque confiesa, con su fidelidad al misterio de la Cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De este modo contribuye a mantener viva en la Iglesia la conciencia de que la Cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo, el gran signo de la presencia salvífica de Cristo. Y esto especialmente en las dificultades y pruebas. Es lo que testimonian continuamente y con un valor digno de profunda admiración un gran número de personas consagradas, que con frecuencia viven en situaciones difíciles, incluso de persecución y martirio. Su fidelidad al único Amor se manifiesta y se fortalece en la humildad de una vida oculta, en la aceptación de los sufrimientos para completar lo que en la propia carne “falta a las tribulaciones de Cristo” (Col 1, 24), en el sacrificio silencioso, en el abandono a la santa voluntad de Dios, en la serena fidelidad incluso ante el declive de las fuerzas y del propio ascendiente. De la fidelidad a Dios nace también la entrega al prójimo, que las personas consagradas viven no sin sacrificio en la constante intercesión por las necesidades de los hermanos, en el servicio generoso a los pobres y a los enfermos, en el compartir las dificultades de los demás y en la participación solícita en las preocupaciones y pruebas de la Iglesia. (cf. VC, 24).

  1. Querida hermana Soco, nos alegramos con Usted al celebrar esta feliz efeméride, pues no cabe duda que su ejemplo y sencillez de vida son la respuesta clara y decidida a la pregunta que el Señor hoy en el evangelio le dirige a Pedro: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (v.). Su manera de vivir los consejos evangelios específicamente como Misionera Mariana, nos enseñan que para Usted Cristo es el esposo fiel, al que hay que amar y servir con total entrega y sin reservas. Su alegría que se manifiesta en el rostro, nos hace comprender que el Señor es quien le mueve a vivir siempre como una enamorada, capaz de darlo todo por la causa de su Señor. El apostolado como el ‘servicio asistencial’ en el que yo la conocí, todo el tiempo en el que trabajamos juntos,  por más humilde que parezca, para Usted no significó otra cosa, sino un desgastar la vida por el Reino, incluso al precio de su tiempo, de su entrega y de su todo. Muchas felicidades por este aniversario. Que al renovar sus votos en este día, el Señor selle nuevamente su corazón y su alma, con el sello de su Espíritu. Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro