HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL 55° ANIVERSARIO DE ORDENACIÓN SACERDOTAL DE MONS. GUILLERMO LANDEROS AYALA  

Templo Parroquial de la Parroquia de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro, Col. Carretas, Santiago de Querétaro., Qro., a  01 de marzo de 2018.
Año Nacional de la Juventud

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Exc.mo(s). Sr(es). Obispo(s),
Muy estimado Mons. D. Guillermo Landeros Ayala,
Estimados sacerdotes y diáconos,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Con alegría nos hemos reunido esta tarde para celebrar nuestra fe, continuando con nuestra preparación hacia la Pascua, reflexionando de cara a su palabra, de tal forma que nos volvamos a él con todo él corazón; hoy, especialmente, agradeciendo a Dios tantos dones recibidos de su bondad y queremos agradecerle el gran don del Sacerdocio que le ha confiado a nuestro querido hermano Mons. Guillermo Landeros Ayala, quien desde hace ya 55 años, fue ungido con el óleo de la alegría, a fin de hacer presente entre los hombres a Cristo sacerdote, pastor y guía de la comunidad de fe.
  1. En este contexto la palabra de Dios, de manera muy atinada, nos habla al corazón y nos interpela profundamente sobre quién realmente es el fundamento de nuestra vida. Por un lado el profeta Jeremías nos ha dicho “Maldito el hombre que confía en el Señor” (Jer 17, 5). Con el salmista hemos cantado “Dichoso el hombre que confía en el Señor” (Salmo 39, 9). San Lucas, en la célebre parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), nos ofrece de manera sintética, las consecuencias de optar por uno u otro camino. Estos textos nos llevan a preguntarnos: ¿En quién confiamos cada uno de nosotros? ¿En quién está puesta nuestra esperanza? ¿Cuáles son las motivaciones más hondas que nos mueven a ser como somos y actuar como actuamos?
  1. Sin duda que la respuesta a dichas interrogantes, cada uno estamos invitados a darla de manera personal. Sabedores que “el hombre decide en el tiempo su destino eterno –vida o muerte- sin que exista otra posibilidad”. La misma palabra de Dios nos anima en este día a optar por la confianza en Dios, siendo como aquel ‘árbol plantado junto al río’. El hombre que confía en el Señor es como un árbol, plantado junto al río, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto. Esta imagen nos hace pensar también en las palabras de Jesús acerca de la ‘casa’: bienaventurado el hombre que edifica su casa sobre la roca, en terreno seguro. En cambio es infeliz quien edifica sobre la arena: no tiene consistencia». Por lo tanto, la Palabra de Dios hoy nos enseña que sólo en el Señor está nuestra confianza segura: otras confianzas no sirven, no nos salvan, no nos dan vida, no nos dan alegría.
  1. Es una enseñanza clara que nos pone a todos de acuerdo, pero nuestro gran problema es que nuestro corazón es poco de fiar, —como dice la Escritura—, pues incluso si sabemos que nos equivocamos, de todos modos nos gusta confiar en nosotros mismos o confiar en ese amigo o confiar en esa situación buena que tengo o en esa ideología, favoreciendo la tendencia a decidir nosotros mismos dónde poner nuestra confianza. Con la consecuencia de que el Señor queda un poco a un lado o en último término lejos de nuestra vida.
  1. En el evangelio (Lc 16, 19-31), leemos el desenlace final de quien pone su confianza en Dios como el pobre Lázaro, y de quien pone su confianza en sus riquezas como el rico. Ambos han recibido lo que en justicia les correspondía. Sin embargo, me llena de gran esperanza el hecho de saber que a pesar de las consecuencias de las propias decisiones, siempre hay una esperanza. Al final siempre hay una posibilidad. Y lo testimonia precisamente el rico, que cuando se da cuenta que ha perdido todo hasta el nombre, eleva los ojos y dice una sola palabra: “¡Padre!”. La respuesta de Dios es una sola palabra: “¡Hijo!”. Y, así, es también para todos los que en la vida se inclinan por poner la confianza en el hombre, en sí mismos, terminando por perder el nombre, por perder esta dignidad: existe aún la posibilidad de decir esta palabra que es más que mágica, es más, es fuerte: “¡Padre!”. Y sabemos que Él siempre nos espera para abrir una puerta que nosotros no vemos. Y nos dirá: “¡Hijo!”.
  1. El sacerdocio ministerial que hoy celebramos y del cual hoy nos sentimos muy agradecidos, está llamado a ser la “voz profética” que anuncie el camino de bien, de tal manera que los hombres y mujeres en su búsqueda de la felicidad puedan encontrar el mejor camino. Esto exige ante todo y sobre todo que quienes han sido elegido por Dios para ser profetas, sean modelos de la grey en el cumplimento de la voluntad de Dios. Hombres con un corazón bueno y sincero, dispuesto siempre a que Dios lo sondee y lo penetre. Hombres que se gocen en cumplir los mandamientos del Señor. Hombres que como aquel árbol plantado junto al rio de la gracia y de los sacramentos, siempre tengan hojas verdes y frutos maduros que ofrecer, para curar y saciar el hambre de tantos que buscando  saciar su hambre y ser mitigados de sus enfermedades puedan recibir de ellos el horizonte para volver al camino del bien.
  1. Muy estimado Padre, Mons. Guillermo, sin duda que en todos estos años de vida sacerdotal que ha vivido, Usted ha podido constatar lo que hoy la Palabra de Dios nos ha querido decir, de tal manera que con su ejemplo y testimonio hoy es capaz de poder ayudarnos a discernir cuál el mejor sendero por donde debemos caminar las jóvenes generaciones de sacerdotes. Tantas veces distraídos y cegados por la modernidad y los signos de los tiempos que nos distraen de lo esencial. Tantas veces abrumados por  cosas y cosas que silenciosamente nos alejan de cumplir la voluntad del Señor. Tantas veces preocupados por hacer y hacer, olvidándose del ser. Tantas veces desconfiados de Dios, apoyándose en cosas efímeras y etéreas que se esfuman en el devenir de la historia, privándonos de la solidez y fortaleza de la gracia sacerdotal. ¡Que su ejemplo de vida sacerdotal nos ayude a todos los sacerdotes a saber confiar solo en Dios, y así caminar por el sendero de la vida! ¡Que su ejemplo de vida le ayude a los jóvenes a creer que cumpliendo los mandamientos de Dios se tiene una vida dichosa! ¡Que sus consejos le ayuden a tantas familias a valorar en su vida matrimonial la necesidad de hundir las raíces familiares en el agua viva de la fidelidad, del diálogo y del respeto! ¡Que su testimonio de oración sea para todos los consagrados y consagradas la certeza  creíble de que en la intimidad con Dios, se logra vivir en plenitud de la vida!
  1. Hoy le pedimos a Dios por Usted, para que el Señor le conserve en la fidelidad y le dé las gracias necesarias para continuar siendo como “aquel árbol plantado junto al río, que hunde a la corriente sus raíces; que no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; que en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto”.
  1. Que nuestra Madre Santísima del Perpetuo Socorro, constantemente venga en su ayuda, cuando parezca que su vida está en peligro. Muchas felicidades por estos 55 años de vida sacerdotal. Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro