HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL 153° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DEL SEMINARIO CONCILIAR DE QUERÉTARO.

Capilla de teología, Seminario Conciliar de Querétaro, Hércules 216 Pte., Hércules, Santiago de Querétaro, Qro., 02 de marzo de 2018.

Muy estimados padres formadores,
Queridos seminaristas:

 

  1. Con el júbilo de celebrar en la vida de nuestra diócesis esta feliz efeméride, esta noche nos sentamos a la Mesa del Señor, para agradecer a Dios, tantos y tantos beneficios que a través de este bendito Seminario, desde hace ya 153 años, le ha regalado a la vida de esta Iglesia particular. Lo hacemos apoyados en este tiempo cuaresmal, que como una oportunidad hermosa, nos permite que también las instituciones eclesiales como esta, de cara al misterio de la cruz, se renueven y vuelvan a la esencia y originalidad por la cual fueron creadas. De tal forma que, mostrando la frescura de su fundación, puedan en los tiempos presentes, seguir “aportando un nuevo fervor evangelizador y una capacidad de diálogo con el mundo que renuevan a la Iglesia” (EG, 29). Es muy sano y muy eclesial que el Seminario en esta Diócesis, también asimile y viva el proceso de discernimiento, purificación y reforma, que le permita asumir la conversión pastoral como una herramienta necesaria de cara a la nueva evangelización y pueda así, seguir siendo hoy en la Iglesia y en el mundo, una comunidad discipular y configuradora, que ofrezca discípulos de Jesucristo, que irradien con su ejemplo de vida, el mensaje del Evangelio.

  1. En la Bula de erección del obispado de Querétaro, Su Santidad el Papa Pio IX, cuando se refirió al Seminario Diocesano, escribió: “Importa también en gran manera, que algunos jóvenes llamados a la suerte del Señor puedan ser educados a manera de nuevas plantaciones de olivas, y formarse asiduamente y con cuidado para que produzcan después por toda la Diócesis exquisitos frutos de buenas obras” (La Bula de erección del obispado de Querétaro, T. II,  en: Monografías históricas de la Diócesis de Querétaro, Ed. JUS p. 44).

  1. Ha llamado mi atención este texto y en esta feliz circunstancia es muy conveniente que lo tengamos presente. Pues como he dicho, la renovación de cualquier institución eclesial, si quiere ser fiel a su misión, deberá volver la mirada a las fuentes que favorecieron su gestación. ¿Qué tiene que enseñarnos este texto? ¿A qué nos invita hoy, después de 155 años desde que fue escrito? ¿Cuál es su importancia y su  trascendencia?

  1. En primer lugar podemos decir lo siguiente. Una diócesis no se puede concebir sin su Seminario. Por eso, son muy loables las palabras del Papa Pio IX, porque al pensar en la Diócesis pensó en el Seminario. Como el lugar donde fuesen acogidos y educados aquellos jóvenes que sintiendo el llamado del Señor, se deciden en pro de su causa. Este es el principal objetivo: “acoger y educar a los jóvenes a manera de nuevas plantaciones de olivas, para que se formen asiduamente y con cuidado y así, produzcan después por toda la Diócesis exquisitos frutos de buenas obras”.

  1. Por la Sagrada Escritura sabemos muy bien que el ‘olivo’ es un árbol enigmático y de gran significado en la vida del pueblo de Israel. Son hermosos a la vista con su forma única de troncos retorcidos y sus hojas siempre verdes. Sólo hay que verlos y despiertan un sentido de gracia y carácter que los pone aparte de todos los árboles. Desde el inicio de la creación en  el libro de Génesis, el olivo ha sido de gran significado mucho más allá de su fruto. Fue una rama de olivo lo que la paloma le trajo a Noé en el arca. Fue el primer árbol en brotar después del diluvio y le dio a Noé la esperanza para el futuro (Gen 8, 11). En el Medio Oriente, el olivo  con su fruto y su aceite, ha jugado un rol muy importante en el día a día de las personas y fue parte de los requerimientos de su dieta básica aún para los más pobres. El aceite de olivo es mencionado  muchas veces en la Biblia como combustible para las lámparas y para usos en la cocina (cf. Ex 27, 20; Lev 24, 2). El olivo tiene usos medicinales, así como el uso de su aceite para la unción en las ceremonias de consagración de los reyes y de los profetas (Ex 30, 24-25). Era la materia prima para la fabricación de jabón, como se sigue haciendo en la actualidad.

En la Biblia el aceite de olivo representa el Espíritu de Dios. El árbol del olivo puede crecer desde la raíz y durar hasta 2000 años. A un árbol de olivo le toma hasta 15 años dar su primera buena cosecha dependiendo de sus condiciones de crecimiento, en condiciones de sequía le puede llevar hasta 20 años para los primeros frutos. No dan gran rendimiento cuando se cultivan a partir de las semillas. Así como la vid requiere de “raíz madre” así también el olivo. Son muy prolíficos cuando son injertados a una raíz existente. Se puede hacer injertos de otro árbol desde un brote de un  año de edad  e injertarlo dentro de su corteza y convertirse en una rama. Una vez que la rama ha crecido lo suficiente, esta se puede cortar en tramos de un metro y plantarse en la tierra. Es de estas plantas que se pueden cultivar excelentes olivos. Un punto muy interesante es que esa rama que ha sido cortada y luego injertada llega a producir mucho más fruto que si se hubiera dejado intacta. El árbol de olivo por su gran longevidad,  es un gran ejemplo de perseverancia, estabilidad y abundante fruto. El fruto más precios y exquisito de un lico es el aceite, cuyas propiedades son saludables, artísticas incluso y sobre todo rituales.

  1. Con toda razón el Papa Pio IX hizo tal comparación, pues efectivamente, la formación sacerdotal es algo muy delicado que requiere cultivarse, tiempo, cuidados, pero que al final una vez que el árbol ha alcanzado su madurez, es capaz de ofrecer por muchísimos años, a pesar de su condiciones climáticas, en sus hojas, la frescura y la paz; en sus frutos el exquisito sabor y el agradable aroma; en su vida la perseverancia y la estabilidad. En su aceite, la alegría y la belleza. Muchos de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, nos refieren al olivo como el vehículo de la salvación; Jesús mismo es el tronco de Jesé, del cual nos viven la frescura y la paz, el exquisito sabor y  el agradable aroma, la perseverancia y la estabilidad, la alegría  y la belleza.

  1. Queridos seminaristas: el Señor los ha llamado a cada uno de ustedes porque quiere que ungirlos en Cristo con óleo de alegría y esta unción nos invita a recibir y hacernos cargo de este gran regalo: la alegría, el gozo sacerdotal. Como el olivo el sacerdote está llamado a ofrecer con su vida la alegría. La alegría del sacerdote es un bien precioso no sólo para él sino también para todo el pueblo fiel de Dios: ese pueblo fiel del cual es llamado el sacerdote para ser ungido y al que es enviado para ungir. Ungidos con óleo de alegría para ungir con óleo de alegría. La alegría sacerdotal tiene su fuente en el Amor del Padre, y el Señor desea que la alegría de este Amor esté en nosotros y sea plena (Jn 15,11).

  1. El Papa Francisco en una de la homilía de la Misa Crismal (Jueves Santo de 2014) a propósito de esto decía: “Encuentro tres rasgos significativos en nuestra alegría sacerdotal: es una alegría que nos unge (no que nos unta y nos vuelve untuosos, suntuosos y presuntuosos), es una alegría incorruptible y es una alegría misionera que irradia y atrae a todos, comenzando al revés: por los más lejanos.

  1. Una alegría que nos unge. Es decir: penetra en lo íntimo de nuestro corazón, lo configura y lo fortalece sacramentalmente. Los signos de la liturgia de la ordenación nos hablan del deseo maternal que tiene la Iglesia de transmitir y comunicar todo lo que el Señor nos dio: la imposición de manos, la unción con el santo Crisma, el revestimiento con los ornamentos sagrados, la participación inmediata en la primera Consagración. La gracia nos colma y se derrama íntegra, abundante y plena en cada sacerdote. Ungidos hasta los huesos… y nuestra alegría, que brota desde dentro, es el eco de esa unció

  1. Una alegría incorruptible. La integridad del Don, a la que nadie puede quitar ni agregar nada, es fuente incesante de alegría: una alegría incorruptible, que el Señor prometió, que nadie nos la podrá quitar (cf. Jn 16,22). Puede estar adormecida o taponada por el pecado o por las preocupaciones de la vida pero, en el fondo, permanece intacta como el rescoldo de un tronco encendido bajo las cenizas, y siempre puede ser renovada. La recomendación de Pablo a Timoteo sigue siendo actual: Te recuerdo que atices el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (cf. 2 Tm 1,6).

  1. Una alegría misionera. La alegría del sacerdote está en íntima relación con el santo pueblo fiel de Dios porque se trata de una alegría eminentemente misionera. La unción es para ungir al santo pueblo fiel de Dios: para bautizar y confirmar, para curar y consagrar, para bendecir, para consolar y evangelizar.

  1. Queridos padres formadores y queridos seminaristas, ayudados de esta noble imagen, que nos ofreció el Papa Pío IX, hagamos de este Seminario, aquel ‘olivar’ que con los años y con el tiempo, ofrezca sacerdotes que como el olivo, ofrezcan y compartan con su testimonio de vida, el óleo de la alegría, capaz de hacer brillar los corazones y los rostros de tantos hombres y mujeres que viven tristes; sacerdotes capaces de mantenerse firmes, lozanos y frondosos a pesar de las circunstancias del tiempo; sacerdotes capaces de decir como el salmista: “Pero yo soy como olivo verde en la casa de Dios; en la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre” (Sal 52, 8).

  1. Que nuestra Señora de Guadalupe, Reina y Patrona de este Seminario, siga siendo para todos, la “Causa de nuestra alegría” y que su maternal intercesión nos sostenga y nos ayude en los momentos aciagos y difíciles de la formación, de tal manera que en la perseverancia y en la fidelidad, un día cada uno de ustedes pueda ser ungidos con el óleo de la alegría, en sus manos, en sus labios y en su corazón. Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro