HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA, FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR.

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

 

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro., Qro., a 02 de febrero de 2017.

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~Vida Consagrada: testigos de la Esperanza~

 

Estimado Mons. Javier Martínez Osornio, Vicario General para la Vida Consagrada,

Queridos hermanos sacerdotes,

Queridos hermanos y hermanas miembros de la vida consagrada,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. La ya tradicional ocasión de reunirnos en esta tarde para celebrar en comunión la Fiesta de la Presentación del Señor y al mismo tiempo la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, es una oportunidad extraordinaria para dejarnos iluminar por Jesucristo, «Luz de las naciones» (cf. Lc 2, 32), y así animarnos entre nosotros para continuar viviendo nuestra consagración con alegría, con entusiasmo pero muy especialmente con esperanza. Sobre todo cuando nos damos cuenta que la esperanza es una virtud tan urgente y tan necesaria en nuestro tiempo y de la cual cada uno de los consagrados y consagradas está llamado a ser un ícono vivo. En estos tiempos que aparecen oscuros, donde a veces nos sentimos perdidos frente al mal y la violencia que nos rodea, frente al dolor de tantos hermanos nuestros. Frente a las incertidumbres políticas y económicas. ¡Necesitamos esperanza! Nos sentimos perdidos y también un poco desanimados, porque nos sentimos impotentes y nos parece que esta oscuridad no se acabe nunca.
  1. El anciano Simeón y la profetiza Ana eran dos viejos que esperaban el consuelo de Israel y anhelaban ver cumplidas sus esperanzas con la llegada del Mesías. Hoy, ellos nos enseñan que Dios no defrauda, que sus promesas son siempre cumplidas y que cuando nos encontramos con el Señor todo cobra sentido, dicha y alegría. El hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón esté viva la esperanza. Por lo tanto, la esperanza cristiana purifica y ordena todas nuestras acciones hacia Dios, fuente perfecta y plena de amor y felicidad que colma todos nuestros anhelos.
  1. Como el anciano Simeón y la profetiza Ana, cada uno de los consagrados y consagradas tenemos el desafío y el compromiso de ser ‘hombres y mujeres de la esperanza’. Es cierto que a veces no nos sentimos comprendido, a veces nos defraudan, nos traicionan. Sentimos la insuficiencia de nuestras fuerzas y la soledad ante las misiones que son más grandes que nosotros. Llegamos a conocer dolores atroces de la Iglesia, de pueblos enteros. En ciertos momentos la misma luz de la fe y el amor parece que se apagan y caemos en la tristeza y en la angustia. Son pequeñas o grandes noches del alma, a veces prolongadas que obscurecen en nosotros la certeza de la presencia de un Dios cercano que ha dado sentido a nuestra vida. Son noches que asumen una dimensión de época y colectiva, como en nuestro tiempo, en el que el hombre, —como ha observado San Juan Pablo II—, «a pesar de sus conquistas, roza… el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, el absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales». Sin embargo, esta es la ley del evangelio, «Si el grano de trigo no muere, queda infecundo» (Jn 12, 24).
  1. El anciano Simeón, lo deja muy claro a María: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos» (Lc 2, 34-35). El dolor y el sufrimiento no pueden ser ajenos a quienes se han decidido por la causa del Reino, pues son parte esencial del seguimiento. Son, por decirlo de una forma, “el crisol de la prueba”. No hay autentico seguimiento si éste no pasa antes por la cruz. De ahí que la cruz sea la escuela de todo consagrado y consagrada, para aprender el Arte de la esperanza cristiana.
  1. Benedicto XVI, en la carta encíclica Spe Salvi, nos propone tres “lugares” para el aprendizaje y el ejercicio de la esperanza cristiana.
  1. El primer “lugar” es la oración (cf. SS, 32-34). En el diálogo íntimo y personal con Dios experimentamos la realidad y la cercanía de un Padre que escucha y nos habla. El contacto frecuente con el Señor, en la oración, reaviva y renueva nuestra esperanza porque nos acercamos con la convicción de que Dios siempre atiende nuestras súplicas y está dispuesto a ayudarnos, pues «cuando no puedo hablar con ninguno… siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme… Él puede ayudarme». Les animo para que no descuiden su oración, especialmente la Liturgia de las Horas y la meditación perenne del Evangelio.
  1. El segundo “lugar” es la rectitud del obrar y el sufrimiento (cf. SS, 35-41). El dolor y los padecimientos, tanto físicos como morales, son realidades connaturales a nuestra existencia humana. Cuando las tribulaciones se aceptan, no con una vana resignación, sino con fe y esperanza encontramos un camino de maduración y purificación. Desde esta óptica, el sufrimiento adquiere un auténtico sentido sólo a la luz del misterio de Cristo y, así mismo, los padecimientos se pueden enfrentar con realismo y sin desesperación. «Cristo crucificado es nuestra esperanza. Pues así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación» (2 Co 1, 5).
  1. Finalmente, en tercer “lugar” está la reflexión constante sobre el juicio final (cf. SS, 41-48). En este sentido, la realidad del juicio nos ayuda a ordenar la vida presente de cara al futuro, a la eternidad. Además, ante muchos de los trágicos eventos que han marcado la historia humana esperamos en la justicia divina, pues tiene que existir alguien que pueda responder «al sufrimiento de los siglos» y al «cinismo del poder». Algunos autores de la violencia e injusticia en este mundo podrán escapar al juicio humano pero no al juicio divino. Es curioso que muchas de las imágenes de los santos en su iconografía, aparecen con una calavera, precisamente porque quieren enseñarnos que el “memento mori” (recuerda que morirás), estuvo muy presente en sus vidas. El Papa Francisco el día de ayer en su catequesis nos ha dicho: «También nuestra resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, no es una cosa que puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en cuanto está fundada en el evento de la resurrección de Cristo» (cf. Catequesis, 01.02.2017).
  1. Queridos consagrados y consagradas, así como nosotros también necesitamos hacer nuestra la virtud de la esperanza, de la misma manera, hay muchos hombres y mujeres que necesitan recuperar la esperanza, por lo tanto seamos testigos de la esperezan. Sólo Dios puede colmar totalmente todos nuestros anhelos y esperanzas. Llevemos con nuestro ejemplo y testimonio al encuentro con “Cristo, Luz de las naciones” a los jóvenes y a los niños, a los enfermos y a los ancianos, a los pobres y que menos tienen, a los ricos y a los poderosos, a los vulnerables y sobajados. A todos, que nadie se quede sin recibir un signo de esperanza. Esto es la misión, esto es lo que explica nuestro carisma y nuestra consagración.  Esto es lo que nos identifica y lo que nos hace ser en el mundo “Luz de las naciones”. El Papa Francisco en el año de la vida consagrada nos insistió en hacer nuestras las palabas del profeta Isaías: «Consuelen, consuelen a mi pueblo. Hablen al corazón de Jerusalén» (40, 1-2). Dios Padre consuela suscitando consoladores, a los que pide que alienten a su pueblo, a sus hijos, anunciando que la tribulación ha terminado, que el dolor se ha acabado y el pecado ha sido perdonado. Esto es lo que cura el corazón angustiado y asustado. Por eso el profeta llama a preparar el camino del Señor, abriéndonos a sus dones y a su salvación. La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad de caminar sobre el camino de Dios, un camino nuevo, rectificado y viable, un camino para preparar en el desierto, así para poder atravesarlo y volver a la patria. Porque el pueblo al que el profeta se dirige está viviendo en ese tiempo la tragedia del exilio de Babilonia, y ahora sin embargo se escucha decir que podrá volver a su tierra, a través de un camino hecho cómodo y largo, sin valles ni montañas que hacen cansado el camino, un camino allanado en el desierto. Preparar ese camino quiere decir por tanto preparar un camino de salvación y un camino de liberación de todo obstáculo y tropiezo.
  1. El próximo 6 de febrero, a los pies de Nuestra Señora la Santísima Virgen María de los Dolores de Soriano, depositaremos nuestro Plan Diocesano de Pastoral en su cuarta etapa 2017 – 2025, en el cual todos en esta Iglesia diocesana estamos llamados a participar. Creemos que el Plan Diocesano de Pastoral, es un camino cierto y seguro para sembrar caminos de esperanza; allí donde por omisión o por la falta de nuestro testimonio no ha llegado el Evangelio. Les pido a todos que lo hagan suyo, que se incluyan y se sientan comprometidos con él. ¡No pongamos nunca condiciones a Dios y dejemos que la esperanza venza a nuestros temores! El camino de la esperanza, es el camino de la confianza, de la espera en la paz, de la oración en la obediencia. Es el camino de la comunión. Creo que no se trata de anular el carisma que cada comunidad religiosa posee, al contrario es una manera de hacer vivible la comunión en la Iglesia. Las prioridades y urgencias pastorales no son una tarea de unos cuantos, son la realidad diocesana y como tal, todos estamos llamados a responder con alegría y con generosidad. Les animo para que se sumen a las tres acciones concretas que nos hemos propuesto para garantizar la asimilación de nuestro Plan Diocesano durante este año: el cuso sobre el Plan Diocesano de Pastoral en su Cuarta Etapa, el Curso Básico de Pastoral y el Curso sobre la Renovación de la Parroquia.
  1. ¡Caminemos juntos! ¡caminemos juntos! ¡caminemos juntos! Hagamos de la Esperanza nuestra mejor virtud, de la Comunión nuestra mejor referencia, de la Misión nuestra mejor tarea.
  1. Que la Santísima Virgen María la mujer de la esperanza, nos enseñe a creer, a esperar y amar. Felicidades a todos en este día de la vida consagrada, gracias por su consagración  al Señor.  Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro