FIESTA LITÚRGICA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LOS DOLORES DE SORIANO.

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., 15 de septiembre de 2017.

En punto de las 7:00 de la noche, en la Santa Iglesia Catedral, este 15 de septiembre de 2017, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Obispo de Querétaro, presidió la Sagrada Eucaristía en honor a la Virgen María, en su advocación de los Dolores, Patrona de la Diócesis Queretana.

El pueblo de Dios, mostró su participación con especial devoción, mientras que los seminaristas del Seminario Conciliar de Querétaro, encomendaban su vocación a Dios, por intercesión de la Madre del dolor.

En espiritualidad de comunión, Pastores y fieles, ofrendaron su vida en una participación plena y activa de la Santa Misa. Mons. Faustino manifestó en su homilía:

“La Virgen María,  fuente de la salvación”. «Estimados hermanos y hermanas todos en el Señor: Como Iglesia diocesana, celebramos en esta noche la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, a quien con tanto amor y veneración, siguiendo la tradición viva de la Iglesia, hoy veneramos y reconocemos como la fuente de la salvación, todos los que integramos esta Iglesia particular de Querétaro. Porque Ella, cubierta por la sombra del Espíritu Santo, concibió de modo inefable a la palabra encarnada, Jesucristo, fuente del agua, donde los hombres apagan la sed de comunión y de amor.

 Así lo refieren los textos de la Escritura que acabamos de escuchar en esta noche. El profeta Ezequiel (47, 1-2. 8-9.12) nos relata, por ejemplo, aquella visión profética que tuvo del templo, de donde manaba agua viva y con la cual se regaba toda la ciudad, de tal forma que por donde pasaba aquella agua, la tierra se tornaba muy fértil, y así crecían toda clase de frutales, cuyas hojas no se marchitaban, ni sus frutos se acababan; su frutos eran comestibles y sus hojas medicinales.

 Cristo Jesús, es ese templo, pues por su muerte y resurrección, se convirtió en el verdadero y perfecto templo de la nueva alianza. Él es el verdadero templo de Dios del que brota el agua saludable que sanea todo lo que toca; él invita a todos los sedientos a que acudan a él y beban, es decir, a que reciban el don del Espíritu Santo; él es el templo, de cuyo costado derecho brota el agua que da la vida (Jn 19, 25-37). “Un manantial que brota dando vida eterna” (v. 14). Él mismo nos dice: “El que me beba nunca más tendrá sed” (cf. Jn 4).

 Hoy podemos darnos cuenta que hay muchos que buscan el agua viva, y acuden a ciertas formas de pensamiento o espiritualidad, que quizá satisfacen por un momento, pero no lograr calmar la sed de existencia, de plenitud, de verdad,  de saciedad.  Habría que invitarlos a escuchar a Jesús, que no sólo ofrece agua para saciar nuestra sed, sino además las profundidades espirituales ocultas del « agua viva ». La invitación a seguir a Cristo, portador del agua de la vida, tendrá un peso mucho mayor si quien la hace, se ha visto profundamente afectado por su propio encuentro con Jesús, porque no se trata de alguien que se haya limitado a oír hablar de él, sino de quien está seguro de “que él es realmente el Salvador del mundo” (Jn 4, 42). Se trata de dejar que las personas reaccionen a su manera, a su propio ritmo, y dejar a Dios hacer el resto. 

 En esta visión la persona de María se ve prefigurada. Ella es Madre de Cristo y por lo tanto es la cimiente de Aquel templo que es Cristo y de donde mana el agua viva. Ella nos ofrece a su Hijo no como figura del agua viva, sino realmente como el Agua viva. Ella nos puede enseñar cómo ser templo donde more la presencia de Dios, ‘Arca de la Alianza’, que transporte las primicias de lo que Dios va obrando en medio de su pueblo. La tradición bizantina así lo canta en aquel bello himno del Akátistos: ¡Salve! Oh, Tienda del Verbo Divino. ¡Salve! Más grande que el gran Santuario. ¡Salve! Oh, Arca que Espíritu dora. ¡Salve! Tesoro inexhausto de vida!

 Cristo Jesús, es además el fruto bendito que ha producido aquel Árbol de la vida.  En Jesús, nacido de la Virgen María, se encuentran realmente la misericordia y la verdad; la justicia y la paz se han besado; la verdad ha brotado de la tierra y la justicia mira desde el cielo. San Agustín explica con feliz concisión: “¿Qué es la verdad? El Hijo de Dios. ¿Qué es la tierra? La carne. Investiga de dónde nació Cristo, y verás que la verdad nació de la tierra… la verdad nació de la Virgen María” (En. in Ps. 84, 13). Y en un sermón afirma: “[En María] se se cumplió la profecía: “La verdad ha brotado de la tierra, y la justicia ha mirado desde el cielo”. La Verdad que mora en el seno del Padre ha brotado de la tierra para estar también en el seno de una madre. La Verdad que contiene al mundo, ha brotado de la tierra para ser llevada por manos de una mujer… La Verdad a la que no le basta el cielo, ha brotado de la tierra para ser colocada en un pesebre. ¿En bien de quién vino con tanta humildad tan gran excelsitud? Ciertamente, no vino para bien suyo, sino nuestro, a condición de que creamos” (Serm. 185, 1)

 Queridos hermanos y hermanas, María fue esa tierra fértil que nos ofrece el fruto bendito de su vientre, Cristo Jesús, cuyo cuerpo ofrecido en la cruz se convirtió en aquel fruto comestible, capaz de saciar el hambre de todo aquel que lo come. Su cuerpo clavado en la cruz, es también aquella hoja medicinal que cura de la muerte, del pecado, de la enfermedad, devolviendo la salud y ofreciendo la salvación.

 En este sentido se entiende con toda claridad que la Virgen dolorosa sepa muy bien entender nuestros dolores y socorrernos en nuestras enfermedades, pues como nueva Eva, sabe que el hombre « muere », cuando pierde « la vida eterna ». Ella sabe que al ofrecernos a su Hijo, no se está ofreciendo a sí misma, sino al Salvador. Su intercesión está encaminada para que obtengamos de su Hijo la salud. Por eso con insistencia hoy nos repite: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). El Hijo unigénito ha sido dado a la humanidad para proteger al hombre, ante todo, de este mal definitivo y del sufrimiento definitivo. En su misión salvífica Él debe, por tanto, tocar el mal en sus mismas raíces transcendentales, en las que éste se desarrolla en la historia del hombre. Estas raíces transcendentales del mal están fijadas en el pecado y en la muerte: en efecto, éstas se encuentran en la base de la pérdida de la vida eterna. La misión del Hijo unigénito consiste en vencer el pecado y la muerte. Él vence el pecado con su obediencia hasta la muerte, y vence la muerte con su resurrección. (cf. Salvifici doloris 14).

 Queridos jóvenes seminaristas, hermanos laicos, queridos sacerdotes, no dudemos en acudir a la Virgen María y suplicarle que nos ofrezca a su Hijo, que es capaz de darnos el agua viva, el fruto bendito, la medicina perfecta. Y que como Ella, al ser cada día mejores discípulos suyos, estemos atentos  a las  necesidades de los que más sufren y podamos así también nosotros, ser fuente de agua viva, manantial de la gracia. estando de pie junto a la cruz no enseña que la vida no es posible vivirla separados de la gracia, de la fuente de la vida, de la fuente de la salvación. Estando de pie junto a la cruz Ella nos enseña que “en la cruz Cristo ha alcanzado y realizado con teda plenitud su misión: cumpliendo la voluntad del Padre, se realizó a la vez a sí mismo. En la debilidad manifestó su poder, y en la humillación toda su grandeza mesiánica” (cf. Salvifici doloris, 22).

Pidámosle hoy,  de manera especial, que Ella como ‘fuente de salvación’, siempre nos dé a su Hijo agua viva, fruto bendito, medicina perfecta. Amén”.