Lectio Divina: XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Pbro. Lic. José Luis Salinas Ledesma
Rector del Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe
 

1. Lectura del texto: Jn 6,24-35 

(Se pide la luz del Espíritu Santo)

Jesús mío, Maestro y Señor de nuestra vida,
envíanos tu Espíritu Santo prometido
para que nos explique las Escrituras
y nos abra a la salvación que,
como a tantos hombres y mujeres de Galilea,
quieres regalarnos hoy.

Espíritu Santo que conoces nuestras debilidades,
fortalécenos y consuélanos con tu acción divina.
Suscita en cada uno el deseo de la plena unidad,
para ser verdaderamente en el mundo signo
e instrumento de la íntima unión con Dios
y de la unidad del género humano. Amén  


(Cada uno lee en su Sagrada Escritura)

En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” Jesús les contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”.

Ellos le dijeron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”. Entonces la gente le preguntó a Jesús: “¿Qué signo vas a realizar tú, para que lo veamos y podamos creerte? ¿cuáles son tus obras? nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Jesús les respondió: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mi no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Palabra del Señor.


Repasar el texto leído

(Se pregunta a los participantes y responden leyendo los versículos en su Biblia)

  • ¿Qué le pregunta la gente a Jesús? ¿Por qué no se darían cuenta de su presencia? v.25
  • ¿Qué reprocha Jesús a sus discípulos? v. 26
  • ¿Cuál es la respuesta de Jesús ante la pregunta de “qué hacer para obrar según Dios”? v 29
  • ¿Qué señal hace Jesús para mostrar que hace la obra de Dios? vv.32-36
  • ¿Cuál es la petición que hacen a Jesús? v. 34


Explicación del texto

El encuentro de Cristo con las multitudes en la región de Cafarnaúm da lugar a este primer diálogo. La pregunta que le hacen con el título honorífico de “Rabí”: “¿cuándo has venido aquí?” lleva un contenido sobre el modo extraordinario como vino. Sabían que no se había embarcado ni venido a pie con ellos. ¿Cómo, pues, había venido? Era volver a admitir el prodigio en su vida.

La respuesta va dirigida directamente al fondo de su preocupación. No le buscan por el milagro como “signo” que habla y muestra su grandeza y que postula, en consecuencia, obediencia a sus disposiciones, sino que sólo buscan el milagro como provecho: porque comieron el pan milagrosamente multiplicado.  Un legado lleva las credenciales del que lo envía. Y éstos son los milagros, los “signos.” Así les dice: pero “ustedes no habéis visto los signos” (v.26).

Hasta aquí la gente, y sobre todo los directivos que intervienen, no tienen dificultad mayor en admitir lo que Cristo les dice, principalmente por la misma incomprensión del hondo pensamiento de Cristo. Por eso, no tienen inconveniente en admitir, como lo vieron en la multiplicación de los panes, que Cristo esté “sellado” por Dios para que enseñe ese verdadero y misterioso pan que les anuncia, y que es “alimento que permanece hasta la vida eterna”.

De ahí el preguntar qué “obras” han de practicar para “hacer obras de Dios,” es decir, para que Dios les retribuya con ese alimento maravilloso. Piensan, seguramente, que puedan ser determinadas formas de sacrificios, oraciones, ayunos, limosnas, que eran las grandes prácticas religiosas judías.

Pero la respuesta de Cristo es de otro tipo y terminante. En esta hora mesiánica es que “crean en aquel que Él ha enviado.” Fe que se manifiesta con obras (Jn 2:21; cf. Jn 13:34). La gente comprendió muy bien que en estas palabras de Cristo no sólo se exigía reconocerle por legado de Dios, sino la plena entrega en el sacrificio de su vida, lo cual san Juan toca frecuentemente y es tema de su evangelio.

Los oyentes le piden un nuevo milagro como el maná en el desierto recordando el éxodo. La “murmuración” de estos judíos contra Cristo, es semejante a la de Israel en el desierto, y, por último, la Pascua próxima, es un nuevo vínculo al Israel en el desierto. Ya el solo hecho de destacarse así a Cristo es un modo de superponer planos para indicar con ello, una vez más, la presentación de Cristo como nuevo Moisés: Mesías.

Pero la respuesta de Cristo enseña en primer lugar, que no fue Moisés el que dio el maná, puesto que Moisés no era más que un instrumento de Dios, sino “mi Padre”; ni aquel pan venía, en realidad, del cielo, sino de sólo el cielo atmosférico; ni era el pan verdadero, porque sólo alimentaba la vida temporal; pero el verdadero pan es el que da la vida eterna; ni el maná tenía universalidad: sólo alimentaba a aquel grupo de israelitas en el desierto, mientras que el “pan verdadero es el que desciende del cielo y da la vida al mundo”.

¿A quién se refiere este pan que “baja” del cielo y da la vida al mundo? Si directamente alude a la naturaleza del verdadero pan del cielo, no está al margen de él su identificación con Cristo Si la naturaleza del verdadero pan de Dios es el que “baja” del cielo y da “la vida al mundo,” éste es Cristo, que se identificará luego, explícitamente, con este pan (v.35).


2. Meditación del texto

(Cada participante puede compartir su reflexión personal)

El domingo pasado escuchamos el relato de la multiplicación de los panes. Jesús realizó el prodigio de alimentar a una multitud con panes que multiplicó con el fin de que este milagro se convirtiera en un signo y una prueba del verdadero pan de vida. Tenían un precedente sobre su modo de obrar.

A pesar de que le siguen y se dan cuenta de lo inusual de su modo de hacerse presente ante la dificultad de llegar antes que todo pues solo hay una barca, Jesús se da cuenta que sólo le siguen por un cierto “interés” terreno de satisfacción material. ¿Puede ser posible que ese deseo de saciar las necesidades materiales sea el único móvil para aproximarse también hoy a la presencia de Jesús? ¿Podrá ser posible que no hayan visto en estos prodigios la revelación de algo más profundo?

Jesús pide no seguirlo sólo por los prodigios y milagros sino llevar a cabo las obras del Padre, que consisten sencillamente en creer. Pero este creer o tener fe está animado además por una promesa-realidad que a nosotros ha llegado y que en aquel momento era sólo una promesa. Esta es el poder alimentarnos del alimento que permanece para vida eterna.

Basta entonces creer para poder cumplir la voluntad de Dios y alimentarnos de ese Pan. Hoy en día muchos de nosotros dudamos y no nos basta la presencia de Jesús en la Eucaristía, buscamos forzosamente el que manifieste grandes prodigios en nuestra vida para constatar esa presencia viva de Él en medio de nosotros. Cuántas veces ante la realidad de la desesperación de las necesidades de trabajo, dolor físico y moral de nuestra vida no nos basta recibir su Cuerpo para sostenernos  nutrirnos en esos momentos límite, exigimos el milagro de la sanación física, la resucitación del ser querido, el obtener un trabajo de la nada, obtener bienes… la preocupación y la vista sigue clavada en la tierra, en lo temporal y perecedero.

¿Cuántas veces no es sino el interés lo que nos mueve a acercarnos a Jesús? Tal vez, como aquellos Si en este momento supiéramos como aquella gente de Galilea que en nuestra ciudad existe una persona poseedora de un carisma tan especial como nos dice el evangelio que tenía Jesús, que con solo una mirada, un roce o con solo pronunciar su palabra vivificante, nos levantara de nuestra postración, nos curara de nuestras fiebres y nos librara de los demonios que limitan nuestra alegría de servir, nos agolparíamos a su puerta aguardando nuestro turno, aunque tuviésemos que esperar horas a la intemperie. Mientras que Él espera para nutrirnos con ese alimento que todo lo sacia y que prepara para la Vida Eterna.


3. Compromiso Personal y Comunitario

(Cada participante puede proponer compromisos personales y comunitarios)

  • Busquemos centrar nuestra fe en Jesús en una recta intención de amor hacia Él y no por los prodigios que pueda hacer en nuestra vida.
  • Animemos nuestra conducta a construir las obras de Dios cimentadas en una fe auténtica en Jesús promoviendo en nuestra familia el fiel discipulado independientemente de que no obtengamos los prodigios o milagros que pedimos.
  • Valoremos la importancia, frutos y don que representa y es en sí misma la Eucaristía y busquemos acercarnos y recibirla con frecuencia tal que se equipare al alimento corporal sin el cual no podemos vivir.
  • Hagamos espacio en nuestra vida ordinaria para encontrarnos con Jesús adorándolo en las Horas Santas en el Templo.


4. Oración

(Se puede hacer alguna oración en voz alta donde participen quienes gusten dando gracias a Dios por la Palabra escuchada. Se puede recitar algún Salmo o alguna oración ya formulada)

Señor Jesús, concebido por obra del Espíritu Santo,
Tú has tomado nuestras debilidades
y has cargado nuestras enfermedades,
que eres el Señor de vivos y muertos
por haber pasado de la muerte a la vida. 
 
Hoy el Espíritu  nos impulsa a decir:
Señor, sana las heridas  que sufre nuestro pueblo,
Por tanta violencia, causada por tanto egoísmo
Y la ambición de algunos hermanos nuestros.
A nosotros siervos tuyos sánanos de nuestras
Enfermedades y parálisis
que limitan nuestra entrega a tu servicio.

Señor, que tu Espíritu nos haga buenos discípulos misioneros
para que hablemos de ti ante el mundo:
Señor, danos fidelidad creciente
la paz y alegría que de ella brotan.
Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.