Homilía en la santa Misa «In cena domini»

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., Jueves Santo 2 de abril de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Muy queridos hermanos sacerdotes,

queridos diáconos,

muy estimados consagrados y consagradas,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con esta santa Misa damos inicio al Triduo Santo en el que nuestro Señor Jesucristo lleva a cabo la obra redentora de su amor por nosotros y por los hombres de ayer, de hoy y de siempre. Como comunidad cristiana hoy celebramos que Jesucristo, la víspera antes de padecer por nuestra salvación, nos encomendó perpetuar el memorial de su pasión y de su resurrección. Misterios que nos permiten contemplar cuánto nos ama Dios, al grado de entregar su vida en el árbol de la cruz, perpetuando su acción salvadora cada vez que comemos de su Cuerpo y bebemos de su Sangre en el banquete eucarístico. Misterios que bajo la acción santificadora del Espíritu Santo a través de los sacerdotes, como ministros e instrumentos de Dios, se renuevan en medio de las comunidades cristianas y siembran en el corazón de los creyentes la fe, la esperanza y al caridad.

2. Los textos de la palabra de Dios que acabamos de escuchar en las lecturas de este día, de manera extraordinaria, sintetizan el mensaje cristiano sobre la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento Nuevo del Amor, tres realidades en las cuales Dios deposita la inconmensurable grandeza de su amor por nosotros]; llamados a considerar como el ‘trípode’ en el cual se fundamenta la existencia cristiana. San Juan, nos narra mediante una de las páginas más bellas de su evangelio, “como Jesús sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, nos amó hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). ‘Amor que se hace sacrificio eucarístico’, ‘Amor que se hace ministerio de salvación’ y ‘Amor que se hace servicio al prójimo y a los hermanos’.

3. En esta tarde deseo reflexionar con ustedes sobre el ‘Amor que se hace servicio al prójimo y los hermanos’. El mismo evangelista San Juan nos narra que “Jesús en el transcurso de la cena, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos  y a secárselos con la toalla. Al finalizar cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: ¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Les he dado ejemplo  para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan (cf. Jn 2-5; 12.15).

4. Queridos hermanos y hermanas, en el lavatorio de los pies este proceso esencial de la hora de Jesús está representado en una especie de acto profético simbólico. En él Jesús pone de relieve con un gesto concreto precisamente lo que el gran himno cristológico de la carta a los Filipenses (2, 6-11) describe como el contenido del misterio de Cristo. Jesús se despoja de las vestiduras de su gloria, se ciñe el «vestido» de la humanidad y se hace esclavo. Lava los pies sucios de los discípulos y así los capacita para acceder al banquete divino al que los invita, pero además es una invitación para que cada creyente asumamos su ejemplo y el servivo y la caridad sean la norma de nuestra vida. Así, comprendemos las palabras que dice Jesús a sus discípulos, y a todos nosotros, al final del relato del lavatorio de los pies: «Les doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). El «mandamiento nuevo» no consiste en una norma nueva y difícil, que hasta entonces no existía. Lo nuevo es el don que nos introduce en la mentalidad de Cristo.

5. Jesús nos invita para que siguiendo su ejemplo nos levantemos de la mesa de nuestras comodidades, nos quitemos el manto de la soberbia, del orgullo y de la indiferencia, nos ciñamos la talla de la misericordia, de la compasión y, sin prejuicios nos arrodillemos  para lavar los pies de todos aquellos hermanos y hermanas que  por circunstancias de la vida sufren a causa del pecado, de la corrupción, de las injusticias. De los que sufren por la pobreza o porque se han visto obligados a emigrar fuera de su tierra. “Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto… Y la falta de solidaridad en sus necesidades afecta directamente a nuestra relación con Dios” (cf. EG, 187). “La solidaridad… supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (cf. EG, 188).

6. A veces somos duros de corazón y de mente, nos olvidamos, nos entretenemos, nos extasiamos con las inmensas posibilidades de consumo y de distracción que ofrece esta sociedad. Así se produce una especie de alienación que nos afecta a todos, ya que «está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y de consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana». (cf. EG, 196).

7. He deseado que en esta Santa Misa —en el contexto del Año de la Vida Consagrada— el grupo que representa a los doce apóstoles y a quienes realizaré el gesto de lavarles los pies, lo constituyan en esta ocasión algunos consagrados, pues me parece que la Vida Consagrada “manifiesta el carácter unitario del mandamiento del amor, en el vínculo inseparable entre amor a Dios y amor al prójimo” (cf. Vita Consecrata, 5). Su fidelidad al único Amor se manifiesta y se fortalece en la humildad de una vida oculta, en la aceptación de los sufrimientos para completar lo que en la propia carne « falta a las tribulaciones de Cristo » (Col 1, 24), en el sacrificio silencioso, en el abandono a la santa voluntad de Dios, en la serena fidelidad incluso ante el declive de las fuerzas y del propio ascendiente. De la fidelidad a Dios nace también la entrega al prójimo, que las personas consagradas viven no sin sacrificio en la constante intercesión por las necesidades de los hermanos, en el servicio generoso a los pobres y a los enfermos, en el compartir las dificultades de los demás y en la participación solícita en las preocupaciones y pruebas de la Iglesia (cf. Vita Consecrata, 24).

8. Queridos hermanos y hermanas, todos los cristianos y en especial los consagrados y consagradas, estamos llamados a lavarnos los pies los unos a los otros. Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia (cf. EG, 199). “Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc.” (cf. EG, 210).

9.  Necesitamos que el “lavatorio de los pies” se convierta en un actitud de ‘vida personal, institucional y sobretodo eclesial’, que nos permita superar las barreras de la indiferencia, más aún, de la ‘globalización de la indiferencia’ que tanto ha denunciado el Papa Francisco. La paradoja de la vida en nuestro tiempo consiste precisamente en esto: “rescatar de la esclavitud a tantos hermanos nuestros, siendo con nuestra vida, esclavos de ellos, es decir, servidores suyos que les permita ser rescatados de aquello que les niega su dignidad.

10. El evangelista narra que cuando Jesús acabó de lavarles los pies a los discípulos, se volvió a poner el manto, y se sentó a la mesa. Así es Jesús, él sabe que es capaz de despojarse de su dignidad para ponerla al servicio de los demás, pero también sabe que es capaz de volver a tomarla. Sigamos su ejemplo, pues debemos estar seguros que nuestra dignidad de hijos de Dios no nos impide ponerla al servicio de los demás, al contrario nos permite poder sentarnos a la mesa del Padre. Pues en el juicio final el Señor dirá: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (cf. Mt 25, 34-36).

11. Queridos hermanos y hermanas, agradezcamos a nuestro Señor que sea él nuestro modelo, que sea él quien nos haya dado ejemplo; agradezcamos que sea su Cuerpo y su Sangre el alimento que nos de la fuerza para poder estar al servicio de los demás. Pidámosle a él que nunca falten sacerdotes, ministros del altar, celosos dispensadores de su gracia que nos guíen por los caminos de la vida, dando testimonio de amor al prójimo y los hermanos. Pidámosle a él que la Santa Eucaristía, sea siempre el alimento de nuestra vida que nos permita lavar los pies a nuestros hermanos.

12. Les invito para que en silencio y junto con migo le pidamos a Jesús por los sacerdotes de nuestra Diócesis y del mundo entero:

“Guarda Señor, a tus sacerdotes que todos los días se inmolan en el altar. Protégelos, porque sin ser del mundo han de vivir en él.  Cuando los  placeres mundanos los seduzcan, sácialos con las delicias de tu corazón. Defiéndelos y consuélalos en las horas de amargura, cuando crean estéril toda su vida de sacrificio por las almas; atráelos, porque no tiene más que a ti. Presérvalos inmaculados como la Hostia Santa que diariamente estrechan en sus manos, bendice todos sus pensamientos, palabras y obras”. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro