Homilía en la Misa del Día de la Familia, II Domingo de Cuaresma

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, 1° de marzo de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con alegría nos hemos reunido en esta mañana para celebrar nuestra fe y continuar con nuestro itinerario hacia la Pascua, escuchando la Palabra de Dios y siguiendo las enseñanzas de Jesús. Además, guiados por los diferentes movimientos y asociaciones laicales, este día queremos celebrar y agradecer el valioso ‘don de la familia’,  motivados por el lema que nos acompaña: “Construyamos la paz desde la familia”. Como Iglesia y sociedad en preciso que defendamos un papel imprescindible que la familia desempeña en la cimentación de las estructuras sociales y culturales, especialmente promoviendo el valor de la paz. Agradezco a todos ustedes aquí presentes su afán por  impulsar este gran valor, especialmente en estos tiempos en los cuales la paz es una urgencia y un desafío social. El Papa Francisco en su mensaje para XLVII Jornada Mundial de la Paz en 2014 nos señaló lo siguiente: “La fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera. Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor” (cf. Francisco, Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de la Paz, 01 de enero de 2014). Lo cual nos apremia a que como Iglesia y sociedad, asumamos el reto de ser promotores en primer lugar de la familia.

2. Guiados por la liturgia en este domingo llegamos en el itinerario hacia la Pascua al II Domingo del tiempo de la cuaresma. El cual se caracteriza por ser el domingo de la Transfiguración de Cristo. La liturgia, después de habernos invitado a seguir a Jesús en el desierto, para afrontar y superar con él las tentaciones, nos propone subir con él al «monte» de la oración, para contemplar en su rostro humano la luz gloriosa de Dios. Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas atestiguan de modo concorde el episodio de la transfiguración de Cristo. hoy escuchamos la narración que nos hace el evangelista san Marcos (9, 2-10), el cual nos señala, en primer lugar, que Jesús sube con sus discípulos Pedro, Santiago y Juan a un monte alto, y allí «se transfiguró delante de ellos» (Mc 9, 2), su rostro y sus vestidos irradiaron una luz brillante, mientras que junto a él aparecieron Moisés y Elías; y, en segundo lugar, una nube envolvió la cumbre del monte y de ella salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo» (Mc 9, 7). Por lo tanto, la luz y la voz: la luz divina que resplandece en el rostro de Jesús, y la voz del Padre celestial que da testimonio de él y manda escucharlo.

3. Con la Transfiguración, Jesús revela su divinidad a los discípulos con la finalidad de confirmarlos en la fe. Esto era necesario porque Jesús acaba de anunciar a los suyos la forma de muerte que le espera. Pedro se rebela al conocer la noticia, no puede entender que al Maestro le pase eso. Caminan a Jerusalén y allí, los acontecimientos pueden acabar en nada y por ello la decepción podía anidar en sus corazones.

4. En este caminar, Jesús  les conduce  y les hace subir la montaña en compañía de sus más cercanos discípulos, Pedro, Santiago y Juan, y ante ellos se transformará visiblemente. Un evangelista señala que su rostro se volvió brillante como el sol.  Otro apunta que los vestidos de Cristo se volvieron de un blanco deslumbrador. Aquel día el Señor permitió que sus discípulos lo contemplaran, más allá del resplandor y la blancura, como el Hijo de Dios; deja ver por un instante todo el misterio de luz que encierra.

5. Están en la montaña, el lugar privilegiado de encuentro con Dios. En el centro de la descripción está Jesús, el Mesías, a pesar de que su mesianismo no se haya entendido ni comprendido en la primera parte del  Evangelio, por dirigentes y discípulos. Al lado aparecen Moisés y Elías conversando con Él. En Él se cumple toda la historia precedente, y una voz lo confirma: “Es mi Hijo, mi predilecto, escúchenlo” (Mc 9, 7) .

6. No es extraño que quieran quedarse ahí, en el monte, ya que piden hacer tres tiendas. Sin embargo, no se pueden quedar embelesados en aquella extraordinaria manifestación divina, es necesario bajar del monte y compartir la experiencia. El quedarse en el monte, en la revelación, en la experiencia gozosa, es una forma de no entender al Mesías, de evadir la cruz. Es importante  regresar al “camino”.

7. Nadie tiene derecho a quedarse con la gozosa experiencia del encuentro con Jesús. Es la insistencia de Jesús al pedir que es necesario dejar el monte y continuar recorriendo los caminos de la misión. El Papa Francisco es claro cuando señala que no podemos esperar más para salir a las calles y afrontar el reto de la misión: “Si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar a que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros»” (EG 120).

8. La invitación es a bajar del monte. Si hemos vivido una o muchas experiencias de encuentro con Cristo, es urgente que bajemos del pedestal o del monte en que nos hemos anclado. No podemos hacer algunas tiendas para ser felices sin compartir este gozo con los demás. La misión nos reta a ser una Iglesia en salida, como nos lo pide reiteradamente el Papa Francisco. Además, hacer realidad y no olvidar lo que se nos urge en el Documento de Aparecida: “La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres” (DA 362). El anuncio del Evangelio de la familia constituye una urgencia para la nueva evangelización. La Iglesia debe realizarlo con ternura de madre y claridad de maestra (cf. Ef 4,15), en fidelidad a la kenosis misericordiosa de Cristo. La verdad se encarna en la fragilidad humana no para condenarla, sino para sanarla. Será decisivo resaltar la primacía de la gracia, y la posibilidad que el Espíritu da en el sacramento. Se trata de hacer experimentar que el Evangelio de la familia sea alegría que «llena el corazón y la vida entera», porque en Cristo somos «liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (Francisco, Exhort. Apost. Evangelii Gaudium, 1). A la luz de la parábola del sembrador (cf. Mt 13, 3), nuestra tarea es de cooperar en la siembra: el resto es obra de Dios. Es necesario no olvidar que la Iglesia que predica sobre la familia es signo de contradicción (cf. Cardenal Péter Erdő Sínodo extraordinario de los obispos sobre la familia, Undécima Congregación general: “Relatio post disceptationem“ del Relator General, 13.10.2014). Este es el reto, bajar del monte, salir de nuestros encierros, comodidades y estructuras que no responden al anuncio del evangelio como nos lo pide Jesús: “Vayan y anuncien el evangelio…”. El reto es la misión.  El reto es hoy anunciar el evangelio de la familia. El matrimonio cristiano no puede ser considerado sólo como una tradición cultural o una exigencia social, sino que debe ser una decisión vocacional asumida con una adecuada preparación en un itinerario de fe, con un discernimiento maduro. No se trata de poner dificultades y complicar los ciclos de formación, sino de ir en profundidad y de no contentarse con encuentros teóricos o con orientaciones generales.

9. Queridos hermanos y hermanas, todos necesitamos luz interior para superar las pruebas de la vida. Esta luz viene de Dios, y nos la da Cristo, en quien habita la plenitud de la divinidad (cf. Col 2, 9). Subamos con Jesús al monte de la oración y, contemplando su rostro lleno de amor y de verdad, dejémonos colmar interiormente de su luz. Pidamos a la Virgen María, nuestra guía en el camino de la fe, que nos ayude a vivir esta experiencia en el tiempo de la Cuaresma, encontrando cada día algún momento para orar en silencio y para escuchar la Palabra de Dios. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro