Homilía en la Misa de XXV Aniversario de 10 Misioneras Marianas

Capilla de la casa central de las Misioneras Marianas,

Santiago de Querétaro,  29 de Agosto de 2015

Año de la Vida Consagrada – Año de la Pastoral de la Comunicación Social

 

Queridas hermanas religiosas Misioneras Marianas,

estimados familiares y amigos,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con alegría nos hemos congregado en esta tarde para la celebración del misterio central de nuestra fe, donde Cristo Jesús se ofrece como el alimento de nuestra vida, en su Palabra y en el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre. Misterio que nos envuelve y nos fortalece en el camino de la vida. Misterio que da sentido a toda la vida de la Iglesia y de la vocación a la cual el Señor nos ha llamado. Misterio que nos permite agradecer a Dios en este día, todas sus bondades y gracias, especialmente en estos veinticinco años de consagración de estas diez hermanas consagradas, siguiendo a Jesucristo casto, pobre y obediente, específicamente bajo el carisma de las Religiosas Misioneras Marianas.

2. Agradezco la amable invitación que me han hecho para celebrar estos veinticinco años. Es un gusto celebrar un aniversario así, con un grupo tan grande. Ustedes queridas consagradas, representan hoy para el Instituto, el fruto de una vocación madurada a la luz del Evangelio y de la misión. Viviendo de esta manera ustedes nos enseñan que “la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que «indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana» y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo” (cf. Vita Consecrata, 3).

3. La liturgia de este día nos permite contemplar el martirio de Juan el Bautista, el Precursor de Jesús. Quien no se limitó a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como «el Cordero de Dios» que vino a quitar el pecado del mundo (Jn 1, 29), tuvo la profunda humildad de mostrar en Jesús al verdadero Enviado de Dios, poniéndose a un lado para que Cristo pudiera crecer, ser escuchado y seguido. Como último acto, el Bautista testimonió con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, sin ceder o retroceder, cumpliendo su misión hasta las últimas consecuencias. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice así: «San Juan dio su vida por Cristo, aunque no se le ordenó negar a Jesucristo; sólo se le ordenó callar la verdad» (cf. 23: CCL122, 354). Así, al no callar la verdad, murió por Cristo, que es la Verdad. Precisamente por el amor a la verdad no admitió componendas y no tuvo miedo de dirigir palabras fuertes a quien había perdido el camino de Dios.

4. Queridos hermanos y hermanas, en San Juan Bautista contemplamos un gran ejemplo de quien supo luchar contra los poderosos incluso al grado de entregar la propia vida. ¿de dónde nace esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta, tan coherente, entregada de modo tan total por Dios y para preparar el camino a Jesús? La respuesta es sencilla: de la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia. Toda la vida del Precursor de Jesús está alimentada por la relación con Dios, en especial el período transcurrido en regiones desiertas (cf. Lc 1, 80); las regiones desiertas que son lugar de tentación, pero también lugar donde el hombre siente su propia pobreza porque se ve privado de apoyos y seguridades materiales, y comprende que el único punto de referencia firme es Dios mismo. Pero Juan Bautista no es sólo hombre de oración, de contacto permanente con Dios, sino también una guía en esta relación. El evangelista san Lucas, al referir la oración que Jesús enseña a los discípulos, el «Padrenuestro», señala que los discípulos formulan la petición con estas palabras: «Señor enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» (cf. Lc 11, 1).

5. Queridas consagradas, celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad, no admite componendas. La Verdad es Verdad, no hay componendas. La vida cristiana y más aún la vida consagrada exige, por decirlo así, el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, la valentía de dejar que Cristo crezca en nosotros, que sea Cristo quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto sólo puede tener lugar en nuestra vida si es sólida la relación con Dios. La oración no es tiempo perdido, no es robar espacio a las actividades, incluso a las actividades apostólicas, sino que es exactamente lo contrario: sólo si somos capaces de tener una vida de oración fiel, constante, confiada, será Dios mismo quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de un modo feliz y sereno, para superar las dificultades y dar testimonio de él con valentía.

6. Me vienen a la mente aquellas hermosas palabras que se contienen en la Exhortación Vita Consecrata y que les invito tener presente en este día dichoso para cada una de ustedes: “La vida consagrada refleja este esplendor del amor, porque confiesa, con su fidelidad al misterio de la Cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De este modo contribuye a mantener viva en la Iglesia la conciencia de que la Cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo, el gran signo de la presencia salvífica de Cristo. —Y continua diciendo— De la fidelidad a Dios nace también la entrega al prójimo, que las personas consagradas viven no sin sacrificio en la constante intercesión por las necesidades de los hermanos, en el servicio generoso a los pobres y a los enfermos, en el compartir las dificultades de los demás y en la participación solícita en las preocupaciones y pruebas de la Iglesia” (cf. Exhort. Vita Consecrata, n. 24). Esta palabras considero que en su actualidad y en su real importancia para nuestro tiempo se compaginan perfectamente con el ser y quehacer de una Misionera Mariana, especialmente cuando vemos y nos damos cuenta que  es el contenido esencial de la misión de la Iglesia.

7. Quiero invitarles en este día para que a ejemplo de san Juan Bautista  reproduzcan con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial. Debe permanecer viva, pues, la convicción de que la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor (cf. VC, 37).

8. La Nueva Evangelización no podrá ser una realidad sin la participación y los carismas de la vida consagrada. Ya lo dije en mi carta pastoral para este año de la Vida consagrada “A lo largo de todos estos siglos de historia que nos preceden, como una herencia privilegiada de fe, a pesar de las incertidumbres, las vicisitudes y las problemáticas históricas, la vida consagrada ha sabido permanecer fiel a la llamada de Dios, incluso en algunos casos con el precio del derramamiento de la propia sangre” (cf. Vida Consagrada: memoria desafío y esperanza, n. 5).

9. En este día dichoso, agradezco su trabajo, de modo especial en la Diócesis de Querétaro, en las escuelas, en los hospitales, en el seminario y en la casa episcopal. Que el Señor que todo lo ve, recompense todos los esfuerzos y todos sus afanes. Que la poderosa intercesión de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, les bendiga y acompañe siempre. Que el ejemplo de San Juan Bautista sea para ustedes un modelo de quien no escatimó su vida por el anuncio del Evangelio y la instauración de la verdad. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro