Homilía en la Misa de Ordenación Sacerdotal de Rodrigo Murillo Miranda

Parroquia de  Nuestra Señora de Guadalupe, Santiago de Querétaro, Qro., 7 de julio de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Estimados  hermanos sacerdotes,

muy querido diácono Rodrigo  Murillo Miranda, MSC.,  

queridos miembros de la Vida Consagrada,

hermanos laicos,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Al reunirnos en esta tarde para celebrar la Eucaristía en la cual queremos conferir la Sagrada Ordenación Sacerdotal al Diác. Rodrigo  Murillo Miranda, MSC., les saludo a cada uno de ustedes en el Señor Jesucristo, el Sumo y Eterno sacerdote de la Nueva Alianza, en quien el Padre del cielo nos ha otorgado un intercesor y a quien ha puesto como cabeza de la Iglesia, a fin de que san muchos los que experimenten su amor y su misericordia. De manera muy especial quiero saludar el Rev. P. Salvador Villarruel Maldonado, Superior General de los Misioneros del Sagrado Corazón y de Santa María de Guadalupe, a quien agradezco la confianza de solicitarme ordenar sacerdote a nuestro hermano Diác. Rodrigo.

2. Celebramos esta ordenación motivados en aquellas palabras que el Señor que nos ha dicho por medio del profeta “Les daré pastores según mi corazón” (Jr 3, 15). Palabras que nos animan y nos llenan de esperanza, especialmente en un contexto cultural y social, vejado por el sinsentido y la indiferencia muchas veces por la falta de dios en la vida y en el corazón de las personas; esta ordenación hoy día es un signo claro que el Señor no nos ha dejado de su mano y vela para que nuestra Iglesia goce de pastores que le conduzcan hacia las fuentes del agua viva de la gracia (cf. Sal 23). Así nos lo confirma la Palabra de Dios que ha sido proclamada en esta tarde, especialmente en la boca del salmista (cf. Sal, 23). En el cual deseo detenerme para reflexionar, pues me parece que de manera hermosa y sintética describe los rasgos esenciales que deben distinguir al  “Buen Pastor”.

3. El salmo comienza diciendo «El Señor es mi pastor, nada me falta», evocando el ambiente nómada de los pastores y la experiencia de conocimiento recíproco que se establece entre el pastor y las ovejas que componen su pequeño rebaño. La imagen remite a un clima de confianza, intimidad y ternura: el pastor conoce una a una a sus ovejas, las llama por su nombre y ellas lo siguen porque lo reconocen y se fían de él (cf. Jn 10, 2-4). Él las cuida, las custodia como bienes preciosos, dispuesto a defenderlas, a garantizarles bienestar, a permitirles vivir en la tranquilidad. Nada puede faltar si el pastor está con ellas. A esta experiencia hace referencia el salmista, llamando a Dios su pastor, y dejándose guiar por él hacia praderas seguras: «En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre» (vv. 2-3). La visión que se abre ante nuestros ojos es la de praderas verdes y fuentes de agua límpida, oasis de paz hacia los cuales el pastor acompaña al rebaño, símbolos de los lugares de vida hacia los cuales el Señor conduce al salmista, quien se siente como las ovejas recostadas sobre la hierba junto a una fuente, en un momento de reposo, no en tensión o en estado de alarma, sino confiadas y tranquilas, porque el sitio es seguro, el agua es fresca, y el pastor vigila sobre ellas. Y no olvidemos que la escena evocada por el Salmo está ambientada en una tierra en gran parte desértica, azotada por el sol ardiente, donde el pastor seminómada de Oriente Medio vive con su rebaño en las estepas calcinadas que se extienden en torno a los poblados. Pero el pastor sabe dónde encontrar hierba y agua fresca, esenciales para la vida, sabe conducir al oasis donde el alma «repara sus fuerzas» y es posible recuperar las fuerzas y nuevas energías para volver a ponerse en camino. Como dice el salmista, Dios lo guía hacia «verdes praderas» y «fuentes tranquilas», donde todo es sobreabundante, todo es donado en abundancia. Si el Señor es el pastor, incluso en el desierto, lugar de ausencia y de muerte, no disminuye la certeza de una presencia radical de vida, hasta llegar a decir: «nada me falta». El pastor, en efecto, se preocupa por el bienestar de su rebaño, acomoda sus propios ritmos y sus propias exigencias a las de sus ovejas, camina y vive con ellas, guiándolas por senderos «justos», es decir aptos para ellas, atendiendo a sus necesidades y no a las propias. Su prioridad es la seguridad de su rebaño, y es lo que busca al guiarlo. Esto en realidad hoy diríamos es conversión pastoral y nueva evangelización.

4. Queridos hermanos y hermanas, también nosotros, como el salmista, si caminamos detrás del «Pastor bueno», aunque los caminos de nuestra vida resulten difíciles, tortuosos o largos, con frecuencia incluso por zonas espiritualmente desérticas, sin agua y con un sol de racionalismo ardiente, bajo la guía del pastor bueno, Cristo, debemos estar seguros de ir por los senderos «justos», y que el Señor nos guía, está siempre cerca de nosotros y no nos faltará nada. Por ello el salmista puede declarar una tranquilidad y una seguridad sin incertidumbres ni temores: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (v. 4). Quien va con el Señor, incluso en los valles oscuros del sufrimiento, de la incertidumbre y de todos los problemas humanos, se siente seguro. Tú estás conmigo: esta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene. La oscuridad de la noche da miedo, con sus sombras cambiantes, la dificultad para distinguir los peligros, su silencio lleno de ruidos indescifrables. Si el rebaño se mueve después de la caída del sol, cuando la visibilidad se hace incierta, es normal que las ovejas se inquieten, existe el riesgo de tropezar, de alejarse o de perderse, y existe también el temor de que posibles agresores se escondan en la oscuridad. Sin embargo, el orante avanza seguro, sin miedo, porque sabe que el Señor está con él. Aquel «tú vas conmigo» es una proclamación de confianza inquebrantable, y sintetiza una experiencia de fe radical; la cercanía de Dios transforma la realidad, el valle oscuro pierde toda peligrosidad, se vacía de toda amenaza. El rebaño puede ahora caminar tranquilo, acompañado por el sonido familiar del bastón que golpea sobre el terreno e indica la presencia tranquilizadora del pastor. Esta es la tarea como pastores, llevar al rebaño por los lugares de la luz y de la vida.

5. Continuando con la reflexión del salmo, somos ahora transportados bajo la tienda, el lugar en el desierto que se abre para dar hospitalidad. Dice el salmista: «Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa» (v. 5). Ahora se presenta al Señor como Aquel que acoge al orante, con los signos de una hospitalidad generosa y llena de atenciones. El huésped divino prepara la comida sobre la «mesa», un término que en hebreo indica, en su sentido primitivo, la piel del animal que se extendía en la tierra y sobre la cual se ponían las viandas para la comida en común. Se trata de un gesto de compartir no sólo el alimento sino también la vida, en un ofrecimiento de comunión y de amistad que crea vínculos y expresa solidaridad. Luego viene el don generoso del aceite perfumado sobre la cabeza, que mitiga de la canícula del sol del desierto, refresca y alivia la piel, y alegra el espíritu con su fragrancia. Por último, el cáliz rebosante añade una nota de fiesta, con su vino exquisito, compartido con generosidad sobreabundante. Alimento, aceite, vino: son los dones que dan vida y alegría porque van más allá de lo que es estrictamente necesario y expresan la gratuidad y la abundancia del amor. Luego, cuando el viandante parte nuevamente, la protección divina se prolonga y lo acompaña en su viaje: «Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término» (v. 6). La bondad y la fidelidad de Dios son la escolta que acompaña al salmista que sale de la tienda y se pone nuevamente en camino. Pero es un camino que adquiere un nuevo sentido, y se convierte en peregrinación hacia el templo del Señor, el lugar santo donde el orante quiere «habitar» para siempre y al cual quiere «regresar». El seguimiento del Pastor conduce a su casa, es la meta de todo camino, oasis deseado en el desierto, tienda de refugio al huir de los enemigos, lugar de paz donde se experimenta la bondad y el amor fiel de Dios, día tras día, en la alegría serena de un tiempo sin fin.

6. Es en el Señor Jesús en quien toda la fuerza evocadora de nuestro Salmo alcanza su plenitud, encuentra su significado pleno: Jesús es el «Buen Pastor» que va en busca de la oveja perdida, que conoce a sus ovejas y da la vida por ellas (cf. Mt 18, 12-14; Lc 15, 4-7; Jn 10, 2-4.11-18), él es el camino, el justo camino que nos conduce a la vida (cf. Jn 14, 6), la luz que ilumina el valle oscuro y vence todos nuestros miedos (cf. Jn 1, 9; 8, 12; 9, 5; 12, 46). Él es el huésped generoso que nos acoge y nos pone a salvo de los enemigos preparándonos la mesa de su cuerpo y de su sangre (cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20) y la mesa definitiva del banquete mesiánico en el cielo (cf. Lc 14, 15 ss; Ap 3, 20; 19, 9). Él es el Pastor regio, rey en la mansedumbre y en el perdón, entronizado sobre el madero glorioso de la cruz (cf. Jn 3, 13-15; 12, 32; 17, 4-5).

7. En la Iglesia el Señor Jesús ha querido compartir su misión y su tarea como pastor, eligiendo algunos de entre los hermanos par que perpetúen su terea hoy día ente los hombres. Querido diacono Rodrigo, el Señor te ha llamado para que seas como él “buen pastor”. Un buen pastor  que cuide del rebaño, llevándole por el sendero recto de la justicia, alimentándole con el alimento que da la vida en la Eucaristía y en lo sacramentos, ungiéndole su cabeza con el óleo de la alegría, llevándole a la tienda donde habita del Señor, donde ha de habitar todos los días de su vida, es decir llevándole a la vida eterna.

8. Tú, has querido responder a la llamada que el Señor te ha hecho, especialmente viviendo el carisma del Instituto Religioso de los Misioneros del Sagrado Corazón y de Santa María de Guadalupe, “quienes han nacido del amor del Corazón de Cristo y han sido llamados a colaborar más estrechamente con Él en la construcción del Reino, con espíritu de Amor y Reparación, buscando la configuración, cada día más plena, con el Sagrado Corazón que con amor admirable se entregó por todos los hombres y del que, con el agua y la sangre brotaron los sacramentos de la Iglesia, para que así, acercándose él , todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación”. (cf. Const. MSC Art. 8 & 1). Como misionero debes estar convencido que la tarea de la Iglesia hoy en día es precisamente la de ser un “sacerdote en salida”, un sacerdote que buque y baja por las ovejas perdida. Tu celo apostólico deberá llevarte  especialmente a los que más sufren y a los que más necesidad tienen de conocer y amar al corazón de Jesús. Recuerda siempre lo que tus constituciones señalan: “hemos de esforzarnos cada uno en ser “el hombre para los demás” que, a través de un continuo salir de sí mismo, comparte lo que es, lo que sabe y tiene, poniéndolo al servicio del Reino por lo cual, intensificando nuestra adhesión a Dios por la contemplación y celo apostólico que nos impulse a asociarnos en una vida de generosa entrega, llegando, si fuera necesario, hasta dar la vida por los otros según el ejemplo del Señor para quien dar la vida por sus amigos fue el signo máximo de su amor”. (cf. Const. MSC Art. 16).

9. Que Santa María de Guadalupe, nuestra madre y reina, te acompañe siempre en tu ministerio y que siguiendo su ejemplo de misionera, no dudes en llevar la alegre noticia del Evangelio hasta los últimos rincones de la tierra. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro