Homilía en la Misa de la Solemnidad de Nuestra Señora de El Pueblito

Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito, Corregidora, Qro., 2 de mayo de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Queridos hermanos sacerdotes franciscanos,

queridos miembros de la vida consagrada,

muy queridos miembros de las diferentes, asociaciones, cofradías y mayordomías de la Santísima Virgen de El Pueblito,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. La feliz ocasión de encontrarnos reunidos en esta tarde para celebrar a la Santísima Virgen María de El Pueblito, nos permite contemplar el misterio pascual de Cristo resucitado, quien mediante la obra de su pasión, muerte y resurrección “ha hecho nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Ha regenerado a la  humanidad y ha reconciliado a los hombres con Dios. Así lo creemos. Así lo celebramos. Así lo vivimos.

2. Al celebrar en ese día esta fiesta litúrgica, tenemos la oportunidad además de entender que el misterio pascual es la obra más admirable del Padre por Cristo en el Espíritu en favor de los hombres. En la pascua  el Padre del cielo, en su Hijo Jesús hace nuevas todas las cosas.  La Iglesia “Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (SC, 102). La alegría de estos días se extiende a todo el Año litúrgico y se renueva de modo especial el domingo, día dedicado al recuerdo de la resurrección del Señor. En él, que es como la «pequeña Pascua» de cada semana, la asamblea litúrgica reunida para la santa misa proclama en el Credo que Jesús resucitó el tercer día, añadiendo que esperamos «la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro». Así se indica que el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús constituye el centro de nuestra fe y sobre este anuncio se funda y crece la Iglesia. Es en este contexto, que esta tarde les invito a reflexionar sobre la importancia y la grandeza de celebrar a la Santísima Virgen María en este tiempo y el culto que merece como cooperadora de la gracia y del misterio pascual.

3. En la primera lectura escuchamos a San Juan que nos ha narrado  la visón del cielo nuevo y de la tierra nueva. Donde aparece la nueva Jerusalén como una novia ataviada para su esposo (cf. Ap 21, 1-5). Es María  la mujer nueva. La nueva Eva, primicia de la nueva creación. “No pocos Padres antiguos afirman «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante su fe»; y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes», afirmando aún con mayor frecuencia que «la muerte vino por Eva, la vida por María»” (cf. LG, 56). María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial. Y, ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de «Madre de Dios», a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades (cf. LG, 66).

4. “La santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (SC, 102). La ejemplaridad de la Santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo esto es, de aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre Eterno (cf. Marialis culus, 16). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia., a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, de acuerdo con las condiciones de tiempos y lugares y teniendo en cuenta el temperamento y manera de ser de los fieles, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1, 15-16) y en el que plugo al Padre eterno «que habitase toda la plenitud» (Col 1,19), sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos (cf. LG, 66). Para perpetuar en los siglos el Sacrificio de la Cruz, el Salvador instituyó el Sacrificio Eucarístico, memorial de su muerte y resurrección, y lo confió a la Iglesia su Esposa, la cual, sobre todo el domingo, convoca a los fieles para celebrar la Pascua del Señor hasta que El venga: lo que cumple la Iglesia en comunión con los Santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable.

5. Ya en el siglo IV, S. Ambrosio, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada cristiano estuviese el alma de María para glorificar a Dios: “Que el alma de María está en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu está en cada uno para que se alegre en Dios” (cf. Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, p. 55, S. Ch. 45, pp. 83-84.). Pero María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios: doctrina antigua, perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando Ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical “Hágase tu voluntad” (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y el «sí» de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre, en camino y en medio de santificación propia. (cf. Marialis cultus, 21).

6. Queridos hermanos y hermanas, la piedad hacia la Madre del Señor debe ser  para el fiel en ocasión de crecimiento en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la «Llena de gracia» (Lc 1, 28) sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión en El, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo el hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo (cf. Rom 2, 29; Col 1, 18) (Marialis cultus, 57). Cultivemos nuestra devoción a María siempre orientada al culto a dios trino y uno. No es maría el centro de nuestra fe, es Cristo Muerto y resucitado. María nos lleva al Hijo y nos indica el camino para conocer y escuchar su palabra.

7. Queridos hermanos y hermanas, en la Pascua de su Hijo unigénito Dios se revela plenamente a sí mismo y revela su fuerza victoriosa sobre las fuerzas de la muerte, la fuerza del Amor trinitario. La santísima Virgen María, que se asoció íntimamente a la pasión, muerte y resurrección de su Hijo, y al pie de la cruz se convirtió en Madre de todos los creyentes, nos ayude a comprender este misterio de amor que cambia los corazones y nos haga gustar plenamente la alegría pascual, para poder comunicarla luego, a nuestra vez, a los hombres y mujeres del pueblito, de Querétaro, de nuestra Diócesis. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro