Homilía en la Misa de la fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., 26 de junio de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Estimados hermanos sacerdotes,

queridos numerarios y supernumerarios,

familiares, amigos y bienhechores del Opus Dei en Querétaro,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Con alegría nos reunimos en esta noche para celebrar nuestra fe y agradecer a Dios el regalo de la santidad en nuestra Iglesia, en tantos hombre y mujeres decididos por la cusa del evangelio, especialmente en la persona del San Josemaría Escrivá de Balaguer, el hombre que con su palabra y con ejemplo de vida, condujo a tantas almas al encuentro con Cristo, mediante el ejercicio del trabajo ordinario, para colaborar así en el obra de la redención.

2. Me complace poder encontrarme con ustedes en esta noche y sentados a los pies del Maestro, escuchar su palabra y contemplar el misterio de la obra de la redención. Misterio que nos mueve a querer comprometernos cada vez más en la conquista del corazón de las persona para Dios, pues la noble tarea del anuncio del evangelio es para la iglesia hoy en día,  el principal desafío pastoral. Agradezco la amable invitación que me han hecho para presidir esta santa Misa en honor del Santo fundador de la Obra. Saludo cordialmente al Rev. P. Jorge Larracilla, Director Espiritual de la Obra en la Delegación del Bajío. Gracias Padre Jorge por la presencia de la ‘Obra en Querétaro’. Gracias al P. Juan Pablo Wong por su trabajo y su entrega estos años en Querétaro. Dios te bendiga padre.

3. En la liturgia de hoy, el Evangelio según san Lucas (5, 1-11) presenta el relato de la llamada de los primeros discípulos, con una versión original respecto a los otros dos sinópticos: Mateo y Marcos (cf. Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20). La llamada, en efecto, está precedida por la enseñanza de Jesús a la multitud y por una pesca milagrosa, realizada por voluntad del Señor (Lc 5, 1-6). De hecho, mientras la muchedumbre se agolpa en la orilla del lago de Genesaret para escuchar a Jesús, Él ve a Simón desanimado por no haber pescado nada durante toda la noche. En primer lugar le pregunta si puede subir a la barca para predicar a la gente, ya que estaba a poca distancia de la orilla. Después, terminada la predicación, le pide que se dirija mar adentro con sus compañeros y que eche las redes (cf. v. 5). Simón obedece, y pescan una cantidad increíble de peces. De este modo, el evangelista hace ver que los primeros discípulos siguieron a Jesús confiando en Él, apoyándose en su Palabra, acompañada también por signos prodigiosos. Observamos que, antes de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (v. 5), y después le llama «Señor» (v. 7). Es la pedagogía de la llamada de Dios, que no mira tanto la calidad de los elegidos, sino su fe, como la de Simón que dice: «Por tu palabra, echaré las redes» (v. 5). Queridos hermanos y hermanas, Jesús nos elige por nuestra fe, no por nuestras cualidades o por nuestros logros humanos. La obra de la Iglesia es una obra de Dios, y no una empresa que se rija por criterios humanos y esto supone de cada uno de nosotros la fe. Una fe probada y re-probada. Capaz de superar las crisis de altamar.

4. Queridos miembros del Opus Dei, la imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia. Comenta al respecto san Agustín: «Dos veces los discípulos se pusieron a pescar por orden del Señor: una vez antes de la pasión y otra después de la resurrección. En las dos pescas está representada toda la Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será después de la resurrección de los muertos. Ahora acoge a una multitud imposible de enumerar, que comprende a los buenos y a los malos; después de la resurrección comprenderá sólo a los buenos» (Discurso 248, 1). La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es representativa de la llamada de todo apóstol del Evangelio, que jamás debe desanimarse al anunciar a Cristo a todos los hombres, hasta los confines del mundo. Sin embargo, el texto de hoy hace reflexionar sobre las vocaciones al servicio de la misión en la Iglesia. La vocación es obra de Dios. El hombre no es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva.

5. Queridos hermanos y hermanas, la palabra de Dios, nos anima para continuar con la Obra de la salvación, especialmente ahí donde parece que reina el cansancio, la desesperanza, la fatiga y los pocos resultados. Hoy, Jesús quiere animarnos para que continuemos remando mar adentro, confiando en que su palabra es la única certeza de nuestra vida y de nuestra tarea. Muchas son las realidades y los problemas que nos quejan y que parece ser que nublan el horizonte, sin embargo es muy muy providencial que le creamos a Jesús. Jesús necesita hombres y mujeres de fe, que continúen transformando la realidad humana, desde la vida ordinaria, —como lo enseñó san Josemaría—. En alguno de sus escritos leemos: “Es tarea de los hijos de Dios lograr que todos los hombres entren – en libertad- dentro de la red divina para que se amen. Si somos cristianos hemos de convertirnos en esos pescadores a los que se refiere el Señor en el Evangelio” (cf. Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, n. 260, p. 371).  Más adelante escribe: “También a nosotros si luchamos diariamente por alcanzar la santidad cada uno en su propio estado dentro del mundo y en el ejercicio de la propia profesión en nuestra vida ordinaria me atrevo a asegurar que el Señor nos hará instrumentos capaces de obrar milagros, y su fuera preciso de los más extraordinarios”. (cf. Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, n. 261, p. 374).

6. Queridos hermanos y hermanas, que esta Palabra de Dios reavive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas la valentía, la confianza y el impulso para anunciar y testimoniar el Evangelio. Que los fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto. Confiamos también en la intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. Ella, bien consciente de su pequeñez, respondió a la llamada del Señor con total entrega: «Heme aquí». Con su ayuda materna, renovemos nuestra disponibilidad a seguir a Jesús, Maestro y Señor. Que san Josemaría, siga suscitando con su enseñanza y con su ejemplo, a través de nosotros,  “Amigos de Dios”. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro