Homilía en la Misa de la Apertura del Jubileo Extraordinario de la Misericordia

Santa Iglesia Catedral,  Santiago de Querétaro, Qro., 13 de diciembre de 2015

Año de la Vida Consagrada – Año de la Misericordia

 

Muy queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con el corazón lleno de alegría y profunda esperanza esta mañana nos hemos congregado en esta santa Iglesia Catedral para celebrar en comunión con la Iglesia de Roma y las demás iglesias particulares  en el mundo,  la apertura de la ‘Puerta Santa de la Misericordia’, confiando en la palabra de Dios que nos anima constantemente a contemplar el misterio de su amor, especialmente cuando nos damos cuenta que la misericordia es la condición para nuestra salvación (cf. MV, 2).

2. Al celebrar esta hermosa liturgia y saborear cada uno de los signos que la integran, brota de nuestro corazón un gesto de agradecimiento hacia Dios por su bondad y por su generosidad infinita. Dios lo único que busca con todo esto es que su misericordia sea la única fuente de nuestra alegría, serenidad y paz (cf. MV, 2). Tres realidades tan urgentes y tan necesarias para la vida del hombre de ayer, de hoy y de siempre. Tres realidades que se alcanzan solamente cuando el hombre se decide aceptar la propuesta salvadora y misericordiosa del Padre.

3. Queridos hermanos y hermanas, este año de gracia al que su santidad el Papa Francisco nos ha convocado, es la oportunidad para que cada hombre y mujer que habita la faz de la tierra, se dé cuenta que “la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Dios revela su amor” (cf. MV, 6). Además, este año de gracia es ocasión para que como bautizados nos demos cuenta que “La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia” (MV, 12). Físicamente hemos abierto la puerta de esta catedral, no sólo como un signo abstracto, sino además y sobre todo, para manifestar que físicamente necesitamos entrar por ella, para adquirir la vida de la gracia mediante los sacramentos, especialmente el de la Reconciliación y la Eucaristía. Físicamente hemos abierto esta puerta porque  cada uno de nosotros estamos llamados a entrar en el corazón de Cristo y aprender de él el ‘arte de la misericordia’ y poder llegar así a ser “misericordiosos como el Padre”.  Sin embargo, como recientemente nos ha dicho el Papa Francisco: “La puerta está generosamente abierta, pero es necesario un poco de coraje por nuestra parte para cruzar el umbral” (Catequesis del día 18 de noviembre de 2015).

4. La palabra de Dios que hemos escuchado en este día, nos ofrece algunas herramientas para que nos decidamos a cruzar el umbral de esta puerta:

  1. En primer lugar el profeta Sofonías con un lenguaje muy peculiar  nos invita a ‘no tener miedo‘ (cf. Sof 3, 16), es decir, a sentir confianza en la cercanía de Dios que viene para gozarse y compadecerse de su pueblo (v. 17). Dios viene a su pueblo para renovar su amor. Para Sofonías la salvación está en reafirmar el amor originario de Dios. En volver a encontrar el amor perdido. Este amor expulsa el temor, pues ya no hay motivo para temer cuando Dios manifiesta su amor. No le tengamos miedo al amor de Dios. No tengamos miedo acercarnos a su perdón. No tengamos miedo experimentar sanar aquellas heridas que la vida o las circunstancias nos han  hecho. No tengamos miedo cruzar el umbral de la misericordia para experimentar el amor de la primera vez.  No tengamos medo de pedir perdón y ser perdonados. No tengamos miedo de reconstruir las relaciones interpersonales que por el egoísmo, el odio o el rencor hemos ido perdiendo a lo largo de la vida. No tengamos miedo de experimentar que el amor de Dios se renueva en nosotros. Este Año de la Misericordia estamos invitados a ejercitar la virtud de la confianza. Abandonarse en Dios no es indigno del hombre, no es un refugiarse en un mundo irreal, sino que forma parte de la verdadera sabiduría, porque el Señor protege el camino de los justos (1 Sam 2, 9). En cualquier situación de la vida es muy importante presentar a Dios los deseos orando, suplicando y dándole gracias (cf. Filp, 4, 6).   
  2. En segundo lugar san Pablo con palabras que brotan de su corazón, nos invita estar siempre alegres en el Señor como un signo de la esperanza cristiana (cf. Filp 4, 4). La esperanza del cristiano es diferente de la esperanza del que quiere ser un optimista a toda costa. La esperanza cristiana no se basa en un sentimiento de voluntad personal, en una disposición interior al optimismo, sino en la persona de Jesús que es garantía de la espera para el futuro. El gozo brota del hecho de vivir en comunión con  Jesús y con los demás. En este año de gracia, la alegría deberá ser el signo que nos distinga ante los hombres. Una alegría que se vea reflejada en la benevolencia (cf. Filp 4, 5), de manera que sea una alegría ‘fecunda’, ‘desinteresada’, capaz de reflejar el compromiso de la fe; una alegría que haga germinar frutos buenos en el corazón de los hombres.   
  3. En este sentido y como tercera pauta, en el evangelio san Lucas (3, 10-18) nos narra el dialogo de Juan el Bautista con tres diferentes interlocutores, quienes ante su propuesta de conversión se sienten interpelados y quieren corresponder. “¿Qué debemos  hacer?” (v. 10). Es la pregunta de fondo y quizá es también hoy nuestra pregunta. “¿Qué debemos  hacer para vivir este año santo de la misericordia y poder responder a la propuesta de Dios?” La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo” (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. “El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa”, porque “siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo” (Deus caritas est, 28). Vemos luego la segunda respuesta, que se dirige a algunos «publicanos», o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: “No robar” (cf. Ex 20, 15). La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente sino conténtense con su salario” (v. 14). También aquí la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.

5. Queridos hermanos y hermanas, dejemos que sea la misericordia la que nos conduzca durante este año. Vivamos con alegría y con esperanza cada una de las etapas de este año que iremos recorriendo. Cada uno de nosotros tiene dentro de sí cosas que pesan. ¡Todos somos pecadores! Aprovechemos este momento que viene y crucemos el umbral de esta misericordia de Dios que nunca se cansa de perdonar, ¡nunca se cansa de esperarnos! Nos mira, está siempre a nuestro lado. ¡Ánimo! Entremos por esta puerta.

6. Pidamos a Dios la audacia y la valentía necesarias para dejarnos encontrar por el rostro misericordioso de Dios a lo largo de este año, y que aprendiendo de su corazón  no dudemos ni un momento siquiera, que también nosotros estamos llamados a ser misericordiosos como él. Que la Santísima Virgen María, madre de Misericordia, nos acompañe con su dulce mirada para que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro