Homilía en la Misa de Institución de Ministerios de Acolitado y Lectorado

 

Capilla de Teología del Seminario Conciliar de Querétaro, 30 de abril de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Queridos padres formadores,

queridos seminaristas,

muy estimados padres de familia,

hermanos y hermanas todos en  el Señor:

1. Celebrar nuestra fe en esta tarde del tiempo pascual nos llena de profunda alegría y nos confirma en la esperanza de saber que Dios sigue estando presente entre nosotros, de manera muy especial en su Palabra y en el sacramento de la Eucaristía. Realidades que  en la celebración de la Santa Misa están tan estrechamente unidas entre sí y constituyen un solo acto de culto. En efecto, en la Misa se prepara la mesa, tanto de la Palabra de Dios, como del Cuerpo de Cristo, de la cual los fieles son instruidos y alimentados (cf. Institución General del Misal Romano, n. 28). Así lo creemos y así lo celebramos. La celebración eucarística es acción de Cristo y de la Iglesia, es decir, del pueblo santo congregado y ordenado bajo la autoridad del Obispo. Por esto, pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta y lo implica; pero a cada uno de los miembros de este Cuerpo recibe un influjo diverso según la diversidad de órdenes, ministerios y participación actual. (cf. Institución General del Misal Romano, n. 91).

2. Es por este motivo que en esta noche me alegra poder presidir esta Santa Misa, pues la gracia de Dios nos concede dispensar la vida ministerial en la Iglesia y juntos —pastores y fieles— hacer presente en el hoy de nuestra vida, el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado. Esta noche le pediremos a Dios que bendiga a estos jóvenes seminaristas para que, continuando con su proceso formativo y respondiendo a la llamada que Dios les hace, con generosidad puedan ellos ejercer el ministerio de lectores y acólitos en favor de la comunidad y al servicio de la evangelización. Dos ministerios que, pertenecen en la tradición de la Iglesia, a la naturaleza de la dignidad sacerdotal que Dios nos otorga en el bautismo y que se orientan para que cada vez más se propicie una celebración más plena, activa y consciente (cf. Constitución Sacrosactum Concilium, n. 14). Dos ministerios que están llamados a contribuir para anunciar a Cristo resucitado, por medio del más noble servicio de  la predicación del Evangelio y de la liturgia. Ambos ministerios no colocan a quienes los recibe en un orden jerárquico o en un determinado grupo. Son ministerios laicales que se desempeñan de manera laica y de manera generosa.

3. El texto de la liturgia de la Palabra que acabamos de escuchar en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos narra la experiencia de Pablo que predica el mensaje de salvación. Una experiencia que tiene mucho que enseñarnos. San Pablo es un hombre que tras su encuentro con Cristo y su conversión, presenta a Jesús como el mejor fruto de la historia de Israel y como el cumplimento de sus esperanzas. Lo que le escuchamos hoy, anunciar en la sinagoga de Antioquia de Pisidia, no fue fruto de la improvisación. Fue fruto de su experiencia con el Resucitado.  Fue fruto de  conocer la ‘Historia de Israel’, contenida en la ley, lo profetas y los otros libros. San Pablo fue un hombre que había leído y estudiado mucho, pero al mismo tiempo se había encontrado con el Resucitado. Lo que significó que su predicación sirvió como instrumento para que el mensaje de evangelio llegara hoy hasta nosotros y penetrara incluso en las estructuras culturales que hoy vivimos.

4. Queridos jóvenes seminaristas que vas a ser instituidos lectores, en san Pablo tienen ustedes un modelo de quien anuncia el mensaje de la salvación con parresia y con fuerza transformadora. Debemos estar convencidos que el ministerio de la predicación es y será siempre, una de las tareas primordiales de la Iglesia; más aún de todos aquellos que con generosidad nos hemos decidido por la causa del Reino. Yo confío en que la disposición de cada uno de ustedes está motivada no por otras razones sino solo y únicamente por que quieren ser ‘celosos dispensadores’ del mensaje de la salvación. Esto implica prepararse, conociendo a profundidad la Sagrada Escritura, tener en cuenta que ella contiene la palabra de Dios revelada y trasmitida; lo cual exige la familiaridad con ella. El Papa Francisco nos ha dicho que “La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral” (EG, 145).

5. Estoy convencido que “ser ministro lector, no significa solamente pararse en el ambón a leer alguna lectura en la Santa Misa”. De ser así reduciríamos el ministerio a un ‘mero funcionalismo estético’. Ser ministro lector “debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva” (EG, 149). “Quien quiera predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta. De esta manera, la predicación consistirá en esa actividad tan intensa y fecunda que es «comunicar a otros lo que uno ha contemplado»” (EG,  150). Por eso les pido que de ahora en adelante que la Iglesia les confía este valioso ministerio de la predicación, no sean “bocinas huecas” que repitan un bonito sonido, sino más bien, sean la ‘voz’ de aquel que quiere salvar al hombre y grabar el mensaje de salvación en el corazón de cada hombre y mujer. Conozcan muy bien la escritura, aprendan a leer los textos según se encuentran en los libros litúrgicos, de manera especial en el Leccionario. Nunca se paren a leer sin antes haber leído, orado y conocido los elementos hermenéutico – litúrgicos del texto que van a proclamar a la asamblea, en la reunión sagrada.

6. Volviendo a los textos de la palabra de Dios en el Evangelio que escuchamos, San Juan (13, 16-20) nos narra un trozo de la escena de la última cena, en la cual, Jesús después de lavarle los pies a los discípulos y de sentarse nuevamente a la mesa.  Les dijo: “Yo les aseguro: que el servidor no es más importante  que su amo, ni el enviado es mayor más que quien lo envía. Si entienden esto y lo las ponen en  práctica, serán dichosos” (Jn 13, 16). Este texto ledo e interpretado en este contexto que nos encontramos tiene mucho que enseñarnos.  E primer lugar nos ayuda a entender que  los ministerios que la iglesia nos confía no son privilegios, ni mucho menos nos colocan en un estatus superior a los demás. Son servicios que deben estar al servicio de las realidades sagradas. Concretamente la liturgia. El ministerio de acólito aunque se da de manera gradual  no significa que se ha logrado ascender un grado más y por ende  estoamos por encima de los otros. No. Es un ministerio que busca, salvaguardar que las celebraciones de nuestra fe se lleven a cabo con unción, de manera que —sacerdotes y fieles— logren encontrarse con el misterio de Dios que nos salva.

7. Queridos jóvenes seminaristas que van a ser instituidos acólitos, “Toda celebración litúrgica es, por consiguiente, obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo místico, «culto público íntegro», en el que se participa, pregustándola, en la liturgia de la Jerusalén celestial., «La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»” (cf. Juan Pablo II, Carta apostólica Spiritus et Sponsa, n. 2) El Acólito, destinado de modo particular al servicio del altar, aprenda todo aquello que pertenece al culto público divino y trate de captar su sentido íntimo y espiritual; de forma que se ofrezca diariamente a sí mismo a Dios, siendo para todos un ejemplo de seriedad y devoción en el templo sagrado y además, con sincero amor, se sienta cercano al Cuerpo Místico de Cristo o Pueblo de Dios, especialmente a los necesitados y enfermos (Pablo VI, Motu proprio Ministeria Quedam). Ustedes, de ahora en adelante podrán estás más estrechamente unidos al sacerdote y a la acción sagrada. Su ministerio será fecundo cuando gusten de contemplar de cerca el misterio que se hace sacramento, la Palabra que se hace Carne,  el culto público que se hace perfecta oblación. Aprendan el arte de celebrar. No se dejen llevar por la corriente que nos lleva a vivir la ministerialidad como mera ritualidad o como mera consecución de ritos. Gusten y amen preparar las celebraciones litúrgicas. Benedicto XVI nos enseñó que “El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9)” .

8. Queridos hermanos, pidámosle a Dios que estos jóvenes que ahora se presentan, gustosos de recibir estos encargos de la Iglesia, siempre conserven en su corazón la alegría y la devoción.  Que hagan de su misterio un servicio de Dios entre los hombres.  Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro