DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal, Santiago de Querétaro, 13 de mayo de 2018

 

 

 

 

 

 

El domingo 13 de mayo de 2018, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Obispo de la Diócesis de Querétaro, Presidió la Celebración Eucarística del “VII Domingo de Pascua”, también conocido como, “La Ascensión del Señor” en la Santa Iglesia Catedral. Concelebraron esta Santa Misa, el Pbro. Rafael Gavidia Arteaga, Pbro. Emanuel Olvera Hernández MspS, Pbro. Carlos Hernández Reséndiz (Dimensión de Educación) M.I Sr. Cango. J. Gpe. Martínez Osornio, y el Diacono. José Luis López Gutiérrez.

En su Homilía, Mons. Faustino Armendáriz, dijo:

Hermanos y hermanas todos en el Señor:”

“Con alegría saludo en esta mañana, a todas las mamás que se han reunido en esta Catedral para dar gracias a Dios por el don de la maternidad, con la conciencia que de esta manera, colaboran con Dios en la obra de la creación. Muchas felicidades mamás. Saludo, además, a los maestros y educadores presentes hoy aquí; hemos querido convocarlos a ustedes también, para que juntos, demos gracias a Dios por la oportunidad que le da de colaborar en la formación de las personas. Especialmente cuando vemos la necesidad de testigos creíbles del amor, de la libertad, de la belleza, de la verdad.”

“Lo hacemos en este día en el que celebramos aquí en México la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos, después de llevar a cabo la obra de la redención, tal como lo hemos escuchado en la Palabra de Dios.

“En la primera lectura hemos escuchado el testimonio de los Hechos de los Apóstoles del día en el cual Jesús subió a los cielos y justo antes de ascender les dijo a sus discípulos: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”(Hch 1,8). Con esta palabras, Jesús se despide de los Apóstoles, Inmediatamente después, el autor sagrado añade que” fue elevado en presencia de ellos, y una nube ocultó q sus ojos” (Hch 1,9). Es el misterio de la Ascensión, que hoy celebramos solemnemente. Pero ¿qué nos quiere comunicar la Biblia y la liturgia diciendo que Jesús “fue elevado”? El sentido de esta expresión no se comprende a partir de un solo texto, ni siquiera de un solo libro del Nuevo Testamento, sino en la escucha atenta de toda la Sagrada Escritura. En efecto, el uso del verbo “elevar” tiene su origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de la realeza. Por tanto, la Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del hombre crucificado y resucitado de la realeza de Dios sobre el mundo.”

“Pero hay un sentido más profundo, que no se percibe en un primer momento. En la página de los Hechos de los Apóstoles se dice ante todo que Jesús “fue elevado” (Hch 1,9), y luego se añade que “ha sido llevado (Hch 1,11). El acontecimiento no se describe como un viaje hacia lo alto, sino como una acción del poder de Dios, que introduce a Jesús en el espacio de la proximidad divina. La presencia de la nube que “lo oculto a sus ojos” (Hch 1,9) hace referencia a una antiquísima imagen de la teología del Antiguo Testamento, e inserta el relato de la Ascensión en la historia de Dios con Israel, desde la nube Del Sinaí y sobre la tienda de la Alianza en el desierto, hasta la nube luminosa sobre el monte de la Transfiguración. Presentar al Señor envuelto en la nube evoca, en definitiva, el mismo misterio expresado por el simbolismo de “sentarse a la derecha de Dios”.

“En el Cristo elevado al cielo, el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios, el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. El “cielo”, la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en que Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entremos en comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.”

“Queridos hermanos y hermanas, el carácter histórico del misterio de la resurrección y de la Ascensión de Cristo nos ayuda a reconocer y comprender la condición trascendente de la Iglesia, la cual no ha nacido ni vive para suplir la ausencia de su Señor “desaparecido” sino que, por el contrario, encuentra  la razón de su ser y de su misión en la presencia permanente, aunque invisible, de Jesús, una presencia que actúa con la fuerza de su Espíritu. En otras palabras, podríamos decir que la Iglesia no desempeña la función de preparar la vuelta de un Jesús  “ausente” sino que, por el contrario, vive y actúa para proclamar su “presencia gloriosa” de manera histórica y existencial. Desde el día de la Ascensión, toda comunidad cristiana avanza en su camino terreno hacia el cumplimiento de las promesas mesiánicas, alimentándose con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y la Sangre de su Señor. Esta es la condición de la Iglesia – nos recuerda el concilio Vaticano II –, mientras “prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva” (Lumen Gentium,8). La solemnidad  de este día nos exhorta a fortalecer nuestra fe en la presencia real de Jesús en la historia, sin él, no podemos realizar nada eficaz en nuestra vida y en nuestro apostolado. Como recuerda el  apóstol san Pablo en la segunda lectura, es él quien “dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestro,(…) en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4, 11-12), es decir, la Iglesia. Y esto para llevar “a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios” (Ef 4,13), teniendo todos la vocación común a formar “un solo cuerpo y un solo espíritu, como una sola es la esperanza a la que estamos llamados” (Ef 4,4). En este marco se coloca mi visita que, como ha recordado vuestro pastor, tiene como fin animaros a “construir, fundar y reedificar” constantemente vuestra comunidad diocesana en Cristo. ¿Cómo? la respuesta cada uno la daremos de acuerdo a nuestra condición: las que son madres como madres, y los que son maestros y educadores como lo que son. Cada quien irá descubriendo los caminos para “construir, fundar y reedificar”.

Concluyo diciendo a todos los fieles: “Pidámosle a la Virgen Santísima, Nuestra Señora de Fátima, quien en un día como hoy de hacer 101 años se apareció a tres pastorcitos con la esperanza de revelarnos la necesidad y urgencia de orar, por el bien del mundo y la santificación de los hombres. Que interceda por todos nosotros y nos alcance las gracias del cielo para vivir y actuar como verdaderos discípulos del Señor. Amén.”

 Al término de la Celebración, Mons. Faustino impartió la bendición a los participantes en esta Misa dominical.