Homilía en la Misa del IV aniversario del inicio del ministerio pastoral en la Diócesis de Querétaro

 

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., 16 de junio de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación– Año de la Vida Consagrada

 

Queridos hermanos sacerdotes,

queridos miembros de la vida consagrada,

queridos seminaristas,

queridos laicos representantes de los diferentes movimientos laicales,

hermanos y hermanos todos en el Señor:

1. Con alegría no hemos reunido esta tarde para celebrar esta santa Misa, agradeciendo a Dios su gracia y su mano providente en favor nuestro, a lo largo de estos cuatro años de ministerio pastoral en esta amada Diócesis de Querétaro; cuatro años en los cuales hemos podido constar que la misión y la evangelización, siguen siendo hoy la tarea principal de la Iglesia. La realidad nos urge a tomar conciencia que el ‘conocimiento de Dios’ y la ‘experiencia de su amor’, son la mayor necesidad del hombre contemporáneo; sin embargo, nos alienta y nos anima el hecho de saber que el Espíritu Santo es quien lleva la barca de Pedro, hacia el puerto seguro que es Cristo y que la conciencia misionera es cada vez más una realidad viva en la vida de las comunidades parroquiales, los movimientos y asociaciones religiosas. Hoy, se cumplen cuatro años de haber llegado a estas tierras como discípulo misionero, con la firme esperanza de caminar junto con esta comunidad; anhelando contribuir para hacer vida el mandato de Cristo. En este tiempo hemos podido  recorrer  un sin fin de comunidades para confirmar en la fe a los hermanos y motivarles para seguir respondiendo a la llamada del Señor. Son cuatro años en los cuales hemos podido agradecer a Dios especialmente el don de ser Diócesis, y de contar con un Seminario Conciliar, que ha provisto de sacerdotes y pastores celosos y entregados al ministerio. Son cuatro años en los cuales he podido saborear la grandeza de la gente, la belleza de los paisajes, la riqueza de las costumbres y tradiciones,  pero sobre todo la hermosura de la fe.  Por todo esto con el salmista decimos: “Alaba, alma mia, al Señor” (Sal 145).

2. San Pablo de manera providencial hoy nos lo hace saber en el trozo de la segunda carta a los Corintios que acabamos de escuchar: “Ustedes se distinguen en todo. En fe, en palabra, en sabiduría, en diligencia para todo y en amor hacia nosotros,” (cf. 2 Cor 8, 1-9); sin embargo, nos pide una cosa, “distínganse también ahora  por su generosidad”. Queridos hermanos,  nuestra vida está llamada a ser una vida compartida al servicio de los demás, una vida que se compromete en el servicio de la caridad.  Es por ello que  la ‘norma del amor’, no puede ser vista como un imperativo sobre cada uno de los cristianos; es un estilo de vida que se ve reflejado en una tiple dirección: en el amor a Dios, en el amor al prójimo y en el amor a sí mismos. Hoy Jesús nos lo ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo que se amen los unos a los otros como yo los he amado”(Jn 13, 34). La fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa.  El Papa Benedicto XVI nos lo ha enseñado en su carta encíclica sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad: “El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano” (cf. n. 78). Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil —en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos—, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento. La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas. El amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente, aun cuando lo que consigamos nosotros, las autoridades políticas y los agentes económicos, sea siempre menos de lo que anhelamos. Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande (cf. Caritas in Veritate, 78).

3. Queridos hermanos y hermanas, en el evangelio que escuchamos, Jesús después de hablar  sobre la norma del amor, recuerda la ley suprema del pueblo de Israel “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Él, se atreve a desafiar el valor y la osadía humanos hasta lanzarnos hacia una perfección como la divina. El salmo que hemos cantado nos dice que Dios es fiel a su palabra, hace justicia al oprimido, proporciona pan a los hambrientos, libera al cautivo,  abre los ojos al ciego, alivia al agobiado” (Sal 145). El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad. También la Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor. En consecuencia, el amor necesita también una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado. La Iglesia ha sido consciente de que esta tarea ha tenido una importancia constitutiva para ella desde sus comienzos: “Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían sus posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hch 2, 44-45) (cf. Deus caritas est, n. 20). Les animo para que desde sus carismas, cada uno de ustedes se comprometan cada vez más en ofrecer estructuras que favorezcan el servicio de la caridad.  Desde esta perspectiva se debe asumir la misión evangelizadora de la Iglesia. el servicio de la caridad es la mejor forma de asumir la misión. De este modo el sueño de Jesús y el sueño del santo Padre, será una realidad palabra y visible.

4. Queridos hermanos y hermanas, la misión es siempre idéntica, pero el lenguaje con el cual anunciar el Evangelio pide ser renovado con sabiduría pastoral. Esto es esencial tanto para ser comprendidos por nuestros contemporáneos como para que la Tradición católica pueda hablar a las culturas del mundo de hoy y ayudarles a abrirse a la perenne fecundidad del mensaje de Cristo. Son tiempos de grandes desafíos, que no debemos tener miedo de hacer nuestros. En efecto, sólo en la medida en que nos haremos cargo de los mismos seremos capaces de ofrecer respuestas coherentes, por haber sido elaboradas a la luz del Evangelio. Es esto lo que los hombre esperan de la Iglesia: que sepa caminar con ellos ofreciendo la compañía del testimonio de la fe, que hace solidarios con todos, en especial con quienes están más solos o son marginados. ¡Cuántos pobres —incluso pobres en la fe— esperan el Evangelio que libera! ¡Cuántos hombres y mujeres, en las periferias existenciales generadas por la sociedad consumista, atea, esperan nuestra cercanía y nuestra solidaridad! El Evangelio es el anuncio del amor de Dios que, en Jesucristo, nos llama a participar de su vida. La nueva evangelización, por lo tanto, es esto: tomar conciencia del amor misericordioso del Padre para convertirnos también nosotros en instrumentos de salvación para nuestros hermanos.

5. Agradezco a todos ustedes su cercanía y colaboración en el gobierno y pastoreo de esta Diócesis, las diferentes realidades que integran esta comunidad diocesana; no serían lo mismo sin el clero, sin la vida consagrada, sin el apostolado laical, sin cada uno de sutedes. Cada uno desempeña su ministerio y tarea unido en la comunión bajo un mismo sentir y bajo un mismo objetivo. El Señor, recompense su afanes.

6. Hoy, como hace cuatro años, deseo renovar la consagración que en mi toma de posesión hice a nuestra Señora de los Dolores de Soriano. Deseo consagrar la misión permanente que nos apremia y nos urge. Deseo consagrar a cada uno de los sacerdotes, especialmente a las jóvenes generaciones. Deseo consagrar a las familias y a los jóvenes.

“Virgen Santísima, tú has unido fecundamente tus dolores a los de Cristo: Estuviste de pie junto a su Cruz y recibiste luego en tus brazos el cuerpo sin vida de tu Hijo. Eres mujer valiente y de fe; tu entereza y dignidad te adornaron en esos terribles momentos.

Eres también solidaria con nuestros dolores: Estás cerca de los enfermos y de los encarcelados, de los migrantes y de los pobres, de las personas solas y discriminadas, de quienes tienen hambre y sed, de todos los que comparten los sufrimientos de tu Hijo.

Virgen de los Dolores de Soriano, tienes ahora una hermosa Basílica, desde donde prodigas tu amor e intercesión a los queretanos y a quienes acuden a ti; pero fuiste rescatada de los escombros de Maconí como símbolo de todos los que necesitan ser rescatados en su dignidad y de su sufrimiento.

Hoy, como hijo tuyo que soy, quiero pedirte en este significativo día por todos los que sufren, por los marginados de nuestra tierra y por todos los que se esfuerzan en alcanzar la paz. Te suplico que alcances la paz a nuestra tierra […]

Me consagro en este día y consagro a este Pueblo a tu Corazón Inmaculado y al Sagrado Corazón de tu Hijo, Sacerdote Eterno. Intercede para que responda con fidelidad a la enorme vocación a la que él me ha llamado, para que juntos, pastores y fieles, nos entreguemos generosamente a la extensión del Reino de tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén”.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro