Homilía en la Misa de Corpus Christi y Ordenación Sacerdotal de 4 Diáconos

 

Plaza Presbyterorum Ordinis, Seminario Conciliar de Querétaro,  4 de junio de 2015

Año de la Pastoral la Comunicación Social  – Año de la Vida Consagrada

 

Queridos hermanos sacerdotes,

muy queridos ordenandos,

queridos familiares y amigos y bienhechores,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. La celebración del Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, es una hermosa oportunidad para re-vivir aquello que celebramos el jueves santo en la víspera de la pascua, cuando Jesús se sentó a la mesa con sus discípulos, tomó el pan en sus manos y, después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Tomen, este es mi cuerpo”. Después tomó el cáliz, dio gracias, se los dio y todos bebieron de él. Y dijo: “Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos” (Mc 14, 22-24). Este acontecimiento, a la luz de la resurrección, sintetiza el misterio central de nuestra fe y nos revela el amor infinito de Dios por cada hombre. “En el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos «hasta el extremo», hasta el don de su cuerpo y de su sangre (cf. Sacramentum Caritatis, 1) por esto la Eucaristía hoy podemos entenderla como el sacramento del amor.

2. En aquel mismo clima de amor y de profunda comunión fraterna, Jesús también toma la iniciativa de perpetuar su ministerio de la salvación, confiando a sus discípulos el sacerdocio ‘nuevo y definitivo’, mediante el cual los hombres habríamos de recibir la vida de la gracia  y mediante el cual “Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia” llevándola por los caminos de la misericordia (cf. Catecismos de la Iglesia católica, n. 1547).

3. Esta mañana, motivados por la fe, queremos ser partícipes de cómo Dios sigue haciendo presente en medio de su pueblo para todos los hombres, estos dos acontecimientos de salvación: la Eucaristía, como Sacramento del amor y el Sacerdocio, como el Ministerio de la misericordia. Dos realidades que se entienden y se significan de manera recíproca. En el sacramento de la Eucaristía “Jesús nos enseña la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, «a tiempo y a destiempo» (2 Tm 4,2) que Dios es amor. Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios.” (Sacramentum caritatis, 2). Mediante el sacerdocio, quienes son llamados para este ministerio, “participan de la misma misión de Jesús y son signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva” (cf. Misericordiae vultus, 17).

4. Queridos diáconos, hoy la Iglesia les confía a ustedes esta gracia y este ministerio; serán ministros del ‘Sacramento del amor’, para saciar la vida y el corazón del hombre;   serán en el mundo ministros de la misericordia, mediante una vida de total consagración y entrega. Ustedes han sido llamados por Dios para traducir de manera perenne en su vida y con su vida, las palabras de Jesús que hemos escuchado en el Evangelio: “Tomen: esto es mi cuerpo” (Mc 14, 22); “Esta es mi sangre, sangre de la alianza que se derrama por todos” (Mc 14, 24). Propiciando un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será todo para todos (cf. 1 Co 15,28).

5. Su vida está llamada a ejercer un ministerio de amor,  mostrando con su ejemplo, el amor  de Dios, a los más débiles, a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, especialmente en esta crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo. Con razón San Agustín llama al sacerdocio amoris officium (cf. In Iohannis Evangelium Tractatus 123, 5: PL 35, 1967), precisamente porque Sacerdocio y Eucaristía buscan el mismo objetivo: mostrar el rostro del amor de Dios. Sean ustedes los primeros en saborear y disfrutar de este oficio. Conozcan y experimenten con pasión lo que Dios hoy pone en sus manos y los que quiere realizar a través de ellas; el obispo dentro de los ritos explicativos de la ordenación les unge las manos con el Santo Crisma, para que sean conscientes que con sus manos están llamados a desempeñar el ‘oficio del amor’, es decir, el oficio que se hace sacrificio de alabanza, de reconciliación, de santificación, de misericordia, de anuncio gozoso del evangelio. el oficio que busca esculpir en la vida de las personas  el rostro de Dios.

6. Queridos diáconos, los invito para que valiéndose de la creatividad y de la astucia evangélica, se conviertan en artistas de lo divino, de los santos misterios de Dios, del oficio del amor.  Los grandes artistas,  se han valido del arte para transmitir valores, perpetuar la historia, trascender. Hagamos del amoris officium el camino para mostrar a todos que la belleza de la fe es capaz de permitirnos encontrarnos con Dios. Lo que realmente necesitan los hombres y mujeres contemporáneos es belleza, camino para encontrar a Dios. El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se ve, manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. Más aún, es como una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, impulsándonos hacia lo alto.

7. En la segunda lectura de la carta a los hebreos que hemos escuchado,  Cristo nos pone el ejemplo y nos ofrece la clave para desempeñar el oficio el amor. “Él, al entrar en el lugar santísimo  no llevó sangre de animales, sino su propia sangre” (cf. Hb 9, 11-15). De la misma manera ustedes queridos diáconos están invitados para ofrecerse a sí mismos. Es la propia vida lo que se entrega por la salvación de los demás. No es lo externo a nosotros lo que purificará el corazón del hombre; es la propia vida entregada con generosidad. “El discípulo —dice el Papa Francisco— debe saber dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pues su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora (cf. EG, 24). El Directorio general para la vida y ministerio de los presbíteros nos señala que “Hoy día, la caridad pastoral corre el riesgo de ser vaciada de su significado por el llamado funcionalismo. De hecho, no es raro percibir en algunos sacerdotes la influencia de una mentalidad que equivocadamente tiende a reducir el sacerdocio ministerial a los aspectos funcionales. “Hacer” de sacerdote, desempeñar determinados servicios y garantizar algunas prestaciones comprendería toda la existencia sacerdotal. Pero el sacerdote no ejerce sólo un “trabajo” y después está libre para dedicarse a sí mismo: el riesgo de esta concepción reduccionista de la identidad y del ministerio sacerdotal es que lo impulse hacia un vacío que, con frecuencia, se llena de formas no conformes al propio ministerio. El sacerdote, que se sabe ministro de Cristo y de la Iglesia, que actúa como apasionado de Cristo con todas las fuerzas de su vida al servicio de Dios y de los hombres, encontrará en la oración, en el estudio y en la lectura espiritual, la fuerza necesaria para vencer también este peligro (cf. Directorio general para la vida y ministerio de los presbíteros, 55).

8. Por esta razón deseo suplicarles a ustedes queridos diáconos que al asumir este ministerio quiten de su cabeza todo aquello que los pueda llevar a considerarse  ‘meros funcionarios’. No se ordenan para hacer cosas, o desempeñar meras acciones santas. Se ordenan sacerdotes para vivir el estilo de vida del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. De manera especial alimentándole con su cuerpo y con su sangre.  Ustedes por la ordenación serán capaces de reconciliar a los hombres con Dios. ¡Este es un verdadero arte! El Papa Francisco nos lo ha dicho: “Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables. Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios” (cf. Misericordiae vultus, 17).

9. Queridos hermanos y hermanas, acompañemos con nuestra oración a estos jóvenes que hoy le dicen sí al Señor; que nuestra oración sea nuestro compromiso para que estos jóvenes sacerdotes no escatimen al ejercer el oficio del amor con entrega y con valentía.

10. El ejemplo de la Santísima Virgen María, quien es Maestra del amoris officium, les indique el camino para llevar con alegría a los hombres el amor de Dios. Deseo especialmente invitarles para que en su ministerio tengan como modelo al próximo santo el Beato Fray Junípero Serra, quien  sin importarle dejar su tierra, y enfrentarse a una nueva cultura, una nueva lengua, un nuevo mundo, se dedicó a trasmitir el tesoro de la fe a los pueblos que caminaban entre las montañas de la Sierra Gorda Queretana. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro