Carta Pastoral Nº 4: Situación actual del país y en especial de esta Diócesis

Con motivo de la VIº Asamblea Diocesana de Pastoral.

Al Presbiterio Diocesano,
a los miembros de la Vida Consagrada,
a todos los Fieles Laicos:

 

0. Introducción 

Preocupación Episcopal

1. Los Obispos de la República Mexicana nos hemos dirigido a Ustedes en diversas ocasiones manifestándoles, después de acuciosos análisis de la realidad socioeconómica del país, nuestra preocupación por el bienestar físico, moral y espiritual de los fieles que el Señor ha puesto bajo nuestro cuidado pastoral. Sin duda que algunos de esos documentos han sido leídos y comentados en sus comunidades y grupos de apostolado.

 

Cuatro señalamientos graves

2. Sin embargo, me parece oportuno recoger cuatro señalamientos graves que hicimos los Obispos en el Mensaje del pasado 28 de abril, ya en plena crisis, “la más difícil y grave de nuestra historia contemporánea”, y que no parecen haber sido tomados suficientemente en cuenta. Allí denunciamos:

  1. El que se haya “propiciado en México una cultura caracterizada por una severa ausencia de verdad, de justicia y de solidaridad, que, a la luz de nuestra fe, revela la presencia del pecado en las estructuras sociales”.
  2. “La falta de verdad que se expresa en la manipulación de la información que se nos da en los medios de comunicación social y en el mundo oficial; en los fraudes electorales y en la ficción de una economía de bienestar y progreso. Consecuencia de esto ha sido la desconfianza en las personas y en las instituciones, la proliferación del rumor, el desaliento, el enojo y la confusión”.
  3. “Una cadena de injusticias que se manifiesta en el desempleo, los bajos salarios, la corrupción del poder adquisitivo de la moneda, las cargas fiscales excesivas, la corrupción administrativa y la impunidad. El resultado catastrófico es la pobreza de cuarenta millones de mexicanos y la excesiva concentración de la riqueza en manos de unos cuantos privilegiados”.
  4. Denunciamos “finalmente la falta de solidaridad reflejada en la falta de interés por los demás, en el afán de poseer y consumir y en la poca disposición de participar en el bien común. Consecuencia de esto son la marginación, la explotación de unos por otros y la violencia generalizada”.

 

La voz del Presbiterio

3. Recojo aquí estos graves señalamientos que tocaré solamente en sus aspectos más relevantes, siguiendo los elementos de análisis que me ofreció el Consejo Presbiteral en la consulta que, por su medio, hice a todo el Presbiterio sobre la situación socioeconómica de los fieles y de las comunidades de nuestra Diócesis, y que también comentamos en nuestra última reunión común. Fruto de toda esta amplia consulta y reflexión es lo que quiero exponerles, aunque sea con brevedad, en la presente Exhortación Pastoral. Ya en la Carta circular 8/95 propuse a los señores Párrocos, siguiendo también sus sugerencias, algunas acciones concretas como respuesta inmediata a situaciones de urgencia que suelen presentarse entre los fieles.

 

Objeto de la presente Exhortación

4. La temática de esta Exhortación Pastoral versará sobre algunos puntos de la Doctrina Social de la Iglesia que más nos apremian según los señalamientos arriba mencionados, para tener elementos de análisis y reflexión sobre la crisis actual y animarnos a tomar las decisiones más pertinentes. Trataremos, así, de profundizar en otra de las tareas fundamentales de la Iglesia y que hemos adoptado como prioridad en nuestro Plan de Pastoral: La dimensión social y solidaria de nuestra fe católica. Sin esta proyección, la evangelización queda trunca y la fe se desvanece porque, como nos enseña el apóstol Santiago, “la fe que no produce obras, está realmente muerta”(St 2, 26). El documento de Santo Domingo recoge con vigor esta doctrina afirmando que “la falta de coherencia entre la fe que se profesa y la vida cotidiana es una de las varias causas que generan pobreza en nuestros países, porque los cristianos no han sabido encontrar en la fe la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social, económica y política de nuestros pueblos” (SD 161). Esta afirmación de los Obispos latinoamericanos, induce a pensar que personas y grupos sin inspiración cristianan –y quizá en contra de la misa–, son quienes hasta el presente han liderado preponderantemente a los pueblos de nuestro continente con resultados tan desastrosos como los que estamos sufriendo.

 

Primera Parte: Actitudes básicas 

Mantener la esperanza

5. Ante la situación de crisis generalizada que estamos padeciendo en nuestro país, debemos en primer lugar aumentar nuestra fe y confianza en Dios: No desanimarnos, sino redoblar nuestra esperanza.  Nuestra fe y confianza en Dios adquieren un tono maternal e íntimo en la presencia y palabras de Santa María de Guadalupe: “Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”. Para el creyente siempre hay un camino nuevo y una puerta abierta por donde el Señor de la Historia transita y se hace presente para salvarnos. No debemos, pues, desesperar.

 

Asumir la propia responsabilidad

6. Respecto a la crisis económica actual, es evidente que todos debemos compartir responsabilidades, porque todos hemos contribuido a provocarla; unos con accione perversas y, otros, con actitudes apáticas u omisiones. Siempre hay alguien responsable de lo que sucede y la salud social exige el reconocerlo así. No podemos, sin embargo, únicamente culpar a los demás o al gobierno, sino que todos tenemos que asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde. Pero esta responsabilidad es muy desigual: los gobernantes, economistas, banqueros, saca dólares y especuladores tienen una responsabilidad mucho mayor que el resto de la población. A quienes defraudaron los intereses nacionales invitábamos los Obispos a devolver lo ilícitamente obtenido para poder alcanzar el perdón de Dios y salvarse, según lo establece el séptimo mandamiento del Decálogo, y reintegrar a la comunidad nacional lo que le corresponde (cf Orientación Pastoral III, 6 – 12 de enero de 1995).

 

El pecado de omisión

7. Para otra parte de los mexicanos afectados por la crisis, la corresponsabilidad en la culpa se expresa en la falta de interés, en la escasa organización y poca participación en la vida de la sociedad para impedir los engaños, abusos y extorsiones padecidas. Son generalmente pecados –verdaderos pecados– de omisión, que se perdonan sólo cuando se reconocen y enmiendan.  En el Mensaje antes citado, decíamos que “una buena parte de responsabilidad recae sobre los miembros de la Iglesia que no hemos sabido proyectar coherentemente en la vida pública las exigencias de nuestra fe, y sobre los mismos pastores que no hemos sabido evangelizar con mayor audacia y eficacia” (No. 4). Necesitamos, pues, ponernos en acción con audacia y eficacia: estudiar la situación del país, informarnos, reflexionar lo sucedido a la luz de la Palabra de Dios y de la Doctrina Social de la Iglesia y pasar a la acción organizándonos y participando en la vida de la comunidad. A esto quieren ayudar las reflexiones siguientes sobre algunos puntos de la Doctrina Social de la Iglesia confrontada con nuestra realidad.

 

Segunda Parte: La Doctrina Social de la Iglesia 

Palabras claves

8. Hay en la Doctrina social de la Iglesia dos palabras claves cuyo significado y contenido debemos conocer y poner en práctica: Subsidiariedad y Solidaridad.

a)   El principio de subsidiariedad quiere decir que ningún superior debe hacer lo que corresponda y pueda hacer un inferior. En la Misa, por ejemplo, debe haber lectores, salmistas, acólitos, cantores, colectores y cumplir cada uno con su función, y no querer hacerlo todo el presbítero celebrante; sólo así la celebración eucarística será expresión plena de la comunidad.  Pasando al campo de lo social, el Papa Juan Pablo II nos enseña que “Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerlas en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con los demás componentes sociales, con miras al bien común” (CA 48d). Este principio, correctamente aplicado, es la base indispensable y sólida de la democracia. Por tanto, no está de acuerdo con el pensamiento social cristiano del paternalismo, elautoritarismo, el centralismo, el populismo y toda injerencia del superior que elimine o limite la responsabilidad de las personas o grupos sociales menores. Un sistema sociopolítico basado en promesas, favores, prebendas e influencias daña las conciencias y envicia a toda la comunidad. Las campañas políticas, por ejemplo, deberían ofrecer proyectos de gobierno alternativos y viables en lugar de dádivas y favores.

b)   La solidaridad es una virtud cristiana que consiste en “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que  todosseamos verdaderamente responsables de todos”, explica también el Papa Juan Pablo II, y no“un sentimiento superficial por los males detantas personas, cercanas o lejanas” (SRS 38). En una palabra, no basta sentir lástima del prójimo, sino que se necesita la acción coordinada y eficaz de todos y para bien de todos. Sentir la pobreza y necesidades ajenas como parte de nuestro propio ser y buscar las medidas oportunas para remediarlas.

Estado asistencial 

9. Estas dos actitudes sociales cristianas, prácticamente han brillado por su ausencia entre nosotros. Ha prevalecido un modelo de Estado llamado por el Papa “Estado del bienestar” o“Estado asistencial” (CA 48), que, sacrificando los principios de subsidiariedad y solidaridad, ha querido hacerlo todo debilitando la iniciativa y creatividad de los ciudadanos y de las organizaciones sociales intermedias. De la virtud de la solidaridad se llegó a hacer en la práctica un instrumento de propaganda partidista y electoral, despojándola de su contenido social y cristiano. En un contexto así, sólo la clase política, los especuladores y los grupos de poder han salido beneficiados, con las consecuencias nefastas para el pueblo y el país que todos conocemos. En una palabra, la política social y económica ha ido a contrapelo de la Doctrina Social de la Iglesia, del desarrollo de las personas y del crecimiento y beneficio de la nación.  Para avalar la quizá dureza de este juicio, oigamos nuevamente al Papa: “Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca pérdidas de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos” (CA 48e). Todos, en efecto, constatamos la deficiente administración pública y el burocratismo nefasto para el que no hay presupuesto que alcance; y vemos cómo el pueblo, a pesar de los bajos salarios y desempleo creciente, se ve agobiado con impuestos cada día mayores.

 

Afán de ganancia y sed de poder

10. La raíz profunda “que frena el pleno desarrollo”, dice otra vez el Papa, “es el afán de ganancia y la sed de poder… a como dé lugar”, que se convierten en “actitudes y estructuras de pecado” (SRS 38). Esto es ya tan común entre nosotros que se oye decir, sin el menor recato, que “en política, o en los negocios, todo se vale”, sin tener en cuenta para nada la ley y el designio de Dios sobre el hombre y sobre los bienes de la creación. Actitudes tan pecaminosas como las descritas,«solamente se vencen –con la ayuda de la gracia divina– mediante una actitud diametralmente opuesta: la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a “perderse”, en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a “servirlo” en lugar de oprimirlo para el propio provecho» (Ibid.con las citas del Evangelio). Ya San Pablo advertía a Timoteo: “El amor al dinero es la raíz de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han apartado de la fe y se han ocasionado a sí mismos muchos males” (1 Tm 6, 10).

 

Sociedad construida sin Dios

11. Como podemos ver, aquí ya el Papa entra de lleno en el lenguaje cristiano, es decir, nos remite al Evangelio, a sus actitudes y virtudes fundamentales como son el amor y el servicio al prójimo. Y esto es lo que teórica y prácticamente ha quedado excluido de toda planeación, programa, más aún, de toda actitud profunda de quien milita en estos campos de la cosa pública: Dios y sus mandamientos se ubican fuera de toda posible consideración; no interesan porque estorban para la posible acción inmoral. Jesucristo y su propuesta de paz y convivencia fraterna, fincadas en la verdad y en la justicia, están fuera del actual proyecto de sociedad; y toda sociedad construida sin Dios, se revierte a la larga contra el mismo hombre. Aquí es precisamente donde los fieles laicos católicos tienen su específico campo de acción para lograr su salvación: “A la conciencia bien formada de los fieles laicos toca lograr que la ley divina quede gravada en la ciudadterrena”, dice el Concilio (GS 43). A esto llamaba el Papa  Pablo VI “civilización del amor” y el Papa Pablo II “nueva evangelización”. Las dos expresiones son muy vigorosas, porque quieren invitarnos a todos a revitalizar y construir una nueva cultura con la fuerza del Evangelio, pues no sólo la clase dirigente, sino la población en general ya no entiende el lenguaje cristiano, especialmente cuando se trata de asuntos públicos. De allí la confusión que se produce entre los mismos miembros de la Iglesia cuando se tocan temas sociales relacionados con la fe. Con razón el Papa Pablo VI llamó a este rompimiento entre la fe y la vida, entre el Evangelio y la cultura “el drama de nuestro tiempo” (EN 20).

 

Enseñanza Social Cristiana

12. Un católico es, en fuerza de su fe, un ciudadano consciente de sus deberes ante el Estado y ante la sociedad; no es, en su condición de tal, un opositor sistemático a las autoridades, ni corresponde a la Iglesia como comunidad creyente, y menos como Jerarquía, constituirse frente al Estado en alternativa de índole social o política. La competencia de los Pastores es de índole moral y espiritual y los fieles creyentes tienen libertad de escoger entre las diversas opciones económicas, sociales y políticas que no contradigan los principios esenciales y vitales de su fe y moral cristianas. Más aún, en su obligación, desde su fe y movidos por ella, propiciar criterios de juicio, normas de conducta, principios de acción y estructuras económicas y políticas que concuerden y expresen públicamente esa fe. El descuido en este campo ha dado por resultado que un pequeño grupo –llámese familia revolucionaria, librepensadores, economi- cistas, tecnócratas, o en ámbitos más restringidos caciques, etc.–, se ha apropiado prácticamente de la cosa pública y de los destinos de la nación. Quien conozca y quiera inspirar su vida en la Doctrina Social Cristiana, no puede estar conforme con los resultados hasta ahora obtenidos, sino que tiene la grave obligación de hacer algo por mejorar la situación del país. Es contrario a la sana democracia, dice el Papa, “la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado” (CA 46a). Es deber de los partidos políticos ofrecer propuestas serias y coherentes, con proyectos viables, superando las invectivas recíprocas y la competencia desleal por cotos de poder.  Su existencia es necesaria para una sana democracia, fincada siempre en la verdad, en el servicio y en el interés común.

 

Alto costo social

13. Es de justicia reconocer que el sistema vigente ha tenido logros y aciertos que le han permitido subsistir; y que ha habido también hombres probos y capaces que gozan de la estima general. Sin embargo, el coto social, económico y moral que ha tenido que pagar el pueblo no tiene precio. Si grave es el deterioro económico, mucho mayor es el costo social, el derrumbe de la moralidad pública y de la dignidad nacional. Lo más preocupante, sin embargo, es que no parece haber correctivo capaz de sanar este mal, como lo demuestran las crisis sexenales que hemos padecido y que seguiremos sin duda padeciendo. La llamada paz social que hemos vivido se ha revelado únicamente como una camisa de fuerza que sostenía a un enfermo cada vez más deteriorado. Así lo demuestra la crisis de Chiapas, los asesinatos de personajes públicos sobresalientes, la creciente inseguridad y violencia, la incapacidad de señalar y de llamar a juicio a los responsables de la crisis, el narcotráfico y hasta el creciente número de suicidios, cosa antes nunca vista en nuestro católico país.

 

Pastores y profetas

14. Los Pastores de la Iglesia no podemos ser generadores siste- máticos de sospechas, pero debemos ser guías y vigías que cuiden a las ovejas y las alerten de los peligros que las amenazan. De hecho, las declaraciones que se escuchan sobre la recuperación del país son contrarias, más aún, contradictorias entre sí, y dirigidas más bien a sosegar a determinados sectores del capital que a informar con veracidad al pueblo. Existe desorientación general a causa de una información parcial y manipulada, y ninguna experiencia concreta de dicha “recuperación”. Esto, aunque no siempre deba interpretarse como intención explícita de ocultar la verdad, es un signo claro de la distancia existente entre los intereses de los gobernantes y las expectativas de los gobernados; en una situación así, es natural que los fieles recurran a sus Pastores en busca de consejo y orientación que no les pueden negar. De allí brota nuestra obligación de estudio, análisis y reflexión sobre la realidad iluminada por la Palabra de Dios y por la Doctrina Social de la Iglesia, respetando en los asuntos temporales la libre opción de los fieles (cf 65 43).

 

Neoliberalismo-economicismo

15. El llamado sistema neoliberal ha sido ya criticado severamente por el Episcopado Mexicano desde tiempos anteriores a la crisis de diciembre (cf. Mensaje, 15 de abril de 1994), lo mismo que al inicio de este gobierno, señalando el peligro de caer en idénticos errores.  En el mismo tono se expresó el comunicado final del CELAM en su reciente asamblea celebrada en México reprobando el economicismo imperante en América Latina (cf Mensaje No. 7, 7 de mayo de 1995). No obstante estos señalamientos, nada ha cambiado ni parece cambiar respecto a los principios y patrones rectores de la economía mexicana y latinoamericana en general., y que ha producido un empobreci- miento creciente y una deuda externa tan impagable como injusta.

 

Sus raíces

16. Las razones principales de esta actitud pueden comprenderse si tenemos en cuenta que el sistema económico es generalmente impuesto a nuestros países desde el exterior mediante todo tipo de presiones y tratados; y también pensando que nuestros dirigentes y economistas no suelen prestar atención a un lenguaje humanista, mucho menos fincado en el Evangelio. Su formación economicista y su pragmatismo rígido los lleva a creer a pie juntillas en las leyes ciegas del mercado, poniendo al hombre al servicio de la economía y no ésta al servicio del hombre. Piensan que la economía está bien porque la bolsa cerró a la alza, sin darse cuenta que la canasta del ama de casa sigue vacía. La verdadera riqueza no es la que se acumula en las manos de unos pocos –con el pretexto de repartirla después, cosa que nunca ocurre–, sino la que al producirse se comparte y disfruta equitativamente por todos. Aquí es donde deben hacerse presentes los profesionistas cristianos, sobre todo los que recibieron una educación privilegiada en los colegios y universidades católicas, para dar su aporte desde las exigencias de su fe y transformar esta realidad cruel e inhumana en algo compatible con la dignidad del hombre y con la vocación de un hijo de Dios. Por eso nos dice el Papa que esta es la hora de los laicos católicos. La recién celebrada “Cumbre de Copenhague” bajo  el auspicio de la ONU, reconoció que hay recursos suficientes en el mundo para abatir la pobreza; lo que falta es voluntad política para crear un nuevo modelo de desarrollo político y social. La pobreza no es descuido de Dios, sino responsabilidad del hombre.

 

Reparto injusto de las cargas

17. La “medicina amarga” que nos han recetado e impuesto los dueños del capital extranjero, no ha tenido un costo proporcionado a la capacidad de resistencia o tolerancia de los mexicanos, sino que los mayormente afectados han sido los pobres, esos famosos 40 millones que andan por las estadísticas con sus 7 millones de miserables; de modo semejante ha sido castigada la llamada “franja de flotación”, esos connacionales que se hunden o no se hunden, dependiendo de un empleo inseguro y mal remunerado; tenemos después, en contraste, el pequeño y poderoso bloque de los bien situados, que son quienes prácticamente manejan a su gusto el país y, entre éstos, los que han abandonado la patria asegurando capital, bienes y fama en el extranjero, expoliando a la nación. Un reparto más injusto de la riqueza es difícil de imaginar.

 

Tejido social deteriorado

18. Una situación así ha contribuido a estratificar el país de tal modo que el tejido social está prácticamente deshecho; por eso vemos ahora, sobre todo en las urbes, levantarse bardas y cercas, proliferar los fraccionamientos exclusivos, con entrada reservada y personal de seguridad privado. A esta actitud segregacionista y defensiva responden otros segmentos poblacionales no comprendidos dentro de la articulación social existente, con organizaciones al margen o contra la ley, dando origen a grupos de choque, ambulantaje, economía informal, la industria del asalto y del secuestro, las bandas y pandillas que marcan sus territorios con la indisciplina y la violencia. En una palabra, el actual modo de conducir al país nos está llevando a la división y enfrentamiento entre hermanos y a la ingobernabilidad. En estas condiciones la paz social –la que queda– no puede durar.

 

Sistema económico excluyente

19. Otro punto que debemos señalar es que el modelo de desarrollo adoptado, al regirse por la libre competencia y la ganancia incontrolada, por su propia naturaleza excluye a determinados grupos sociales, particularmente a los más débiles, del progreso: ¿Cómo se van a incorporar los numerosos grupos indígenas al Tratado del Libre Comercio? ¿Y los trabajadores del campo? La familia ya no se concibe como unidad social productora, sino exclusivamente como entidad consumidora.  Se privilegia lo superfluo sobre lo necesario, el capital extranjero –especulativo y golondrino– sobre el nacional y la especulación sobre el trabajo y el ahorro. Caminamos en sentido contrario a la Doctrina Social de la Iglesia. Con una política así no sólo se ahonda la distancia entre ricos y pobres sino, lo que es más dramático y cruel, se da lugar a la clase de los desposeídos, de los excluidos, de quienes no sólo nada tienen, sino de los que nada se espera y se consideran sólo un lastre para la sociedad. Por eso nos encontramos con grupos sociales que sencillamente “no sabemos qué hacer con ellos” ni de qué manera ayudarles, como son las etnias con su presencia citadina mediante las Marías, los niños de la calle, los tragafuegos, histriones y limpiaparabrisas. El clamor de estos hermanos es el clamor de Jesús que debe hacer eco en nuestro corazón, en nuestras parroquias y en nuestra Iglesia, asumiendo con vigor no sólo su protección sino la defensa de su dignidad.

 

Democracia económica

20. Ciertamente las estructuras y procesos económicos son comple- jos; pero nunca deben serlo tanto que el individuo no llegue a comprenderlos someramente y a sentirse copartícipe y corresponsable de la vida pública. Existe en cambio entre nosotros un sentido de importancia que raya a veces en el fatalismo y en la desilusión respecto a la marcha de la vida social, sobre todo en materia económica. La llamada macroeconomía parece ser la privilegiada hasta el presente, sobre todo si se trata de la estatal, y no la canasta básica y el pan que a diario se pone sobre la mesa. La versión auténtica de la “soberanía” del hombre radica en la nobleza de su porte, en la dignidad de su hogar y en los valores morales y espirituales que conforman su persona y su familia: en sucasa, su vestido y su sustento material y espiritual. Se impone, pues, democratizar la economía o implantar una democracia económica      –con la indispensable rectoría del Estado–, lo cual lleva aparejada una democracia política y una democracia jurídica, de igualdad de todos ante la ley. La reforma económica lleva aparejada, por fuerza, la reforma política para que dé como fruto la reforma social. Esta democracia económica habrá de reconocer los muchos Méxicos de que está compuesta nuestra patria, dando a la economía enfoques diferenciados y pluralistas, y no implantando desde el centro un modelo único, mucho menos si tiene su origen, dirección o inspiración en el extranjero. La globalización de los procesos económicos nunca debe ser en detrimento de la sana pluralidad y de la identidad cultural de una nación.

 

La dignidad del trabajo humano

21. El trabajo no es sólo un derecho humano sino un mandamiento divino. Ganarse el pan con el sudor de la propia frente implica el deber de conservar la propia vida, cumplir con el deber de cooperar al bien común, ejercer el derecho de fundar y sostener una familia, desarrollar las capacidades y talentos personales, redimir los propios pecados con el sudor de la propia frente y comenzar a edificar, desde esta tierra, el Reino de Dios, Jerusalén celestial. Esta riqueza y vocación del hombre se ve frustrada por la prácticamente nula educación para el trabajo y, sobre todo, por la falta de trabajo y el desempleo reinante. Tal situación no existe al acaso, sino que ha sido propiciada por el esquema económico escogido y aplicado. Siguiendo el mismo derrotero económico, es ilusorio esperar empleo para todos, pues no hay presupuesto que alcance dado el alto costo que implica en este sistema la creación de un empleo. Se impone, pues, una transformación de la sociedad y del tipo de economía para poder satisfacer algún día este derecho humano y mandato divino primordial. La participación de las empresas en la creación de empleos debe ser secundada y estimulada por el Estado, apoyándolas en momentos de crisis y, sobre todo, creando situaciones de seguridad y confianza “de manera que quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente”(CA 48). La corrupción pública, la falta de seguridad, el dinero fácil, obtenido mediante juegos especulativos o influencias, son obstáculos gravísimos para el desarrollo económico y el orden social. Sin recuperación moral no hay recuperación económica o política posible: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los que la construyen” (Sal 127, 1).

 

La persona es anterior al Estado

22. Promover y cuidar el bien común ciertamente es tarea del Estado, pero también de las personas y de los grupos sociales. La persona humana tiene una dimensión social que el Estado debe respetar y promover, no suprimir ni absorber. La persona humana tiene unos derechos que son anteriores al Estado y que éste debe reconocer y tutelar; éstos son, por ejemplo, el derecho a la vida, a la libertad, a la práctica religiosa, a la educación, al trabajo, a formar una familia, etc. El principio de subsidiariedad exige que el Estado no expropie y se apropie indebidamente de los espacios de autonomía que corresponde a las personas y a los grupos sociales. Un régimen gubernamental que no los respetara, aunque gozara de una legitimidad democrática electoral, estaría ya en los límites de la dictadura y, por lo tanto, de ilegitimidad. Repetimos: un Estado que monopoliza o privilegia sus propias estructuras, viola el principio de subsidiariedad y ya es en su entraña, si no lo es ya de hecho, un Estado totalitario. Esta afirmación se sustenta en la doctrina de la primacía de la persona y su dimensión social que la Iglesia proclama y defiende sin cesar.

 

La sociedad civil

23. Afortunadamente estamos asistiendo al despertar de la conciencia de la dignidad de la persona humana y al nacimiento de organizaciones intermedias, sobre todo civiles, no gubernamentales, y que nos ofrecen una ocasión valiosa para poner en práctica el principio de subsidiaridad. Es precisamente en la organización de la sociedad civil, y no en las cúpulas del poder, donde puede brotar la esperanza firme del cambio social y moral. Vemos, por ejemplo, que a pesar de las promesas, hasta la fecha no se ha podido esclarecer satisfactoriamente ningún asesinato de los llamados “crímenes políticos”. Sólo la sociedad civil consciente y organizada lo logrará. Ésta es una tarea de orden espiritual y moral que compete de lleno a los miembros de la Iglesia. La participación en organismos ciudadanos, es la única vía que garantiza el Estado de Derecho, pues a través o a partir de ella las decisiones de la autoridad adquieren plena legitimidad.

 

Fe y ecología

24. Las actuales tendencias desarrollistas –traer fábricas y empresas maquiladoras extranjeras a como dé lugar– están causando un grave perjuicio al medio ambiente por el uso irracional y voraz de los recursos naturales de nuestro país. Empresas extranjeras vienen aquí a “lavar” sus productos, y están convirtiendo zonas y regiones enteras en verdaderos basureros tóxicos. El mundo material fue encomendado por Dios al hombre para cultivarlo y guardarlo, no para destruirlo. El hombre se salvará o se perderá con su mundo. Es obligación de la Iglesia alzar su voz ante tanta destrucción y deterioro ecológico que están causando las grandes potencias frente a la impotencia o complicidad de algunos países y autoridades. Suele después suceder que, en los foros internacionales, se culpe a los “países pobres” de tanto mal y se afirme que la tierra ya no los puede “sustentar”. Se comienza a hablar por eso de un desarrollo “sustentable”, término que implica la explotación racional de los recursos naturales para evitar su destrucción. La contaminación ambiental hunde sus raíces en la contaminación de las conciencias y en el deterioro moral. El señalamiento del documento de Santo Domingo es oportuno y claro: “Las propuestas de desarrollo tienen que estar subordinadas a criterios éticos.  Una ética ecológica implica el abandono de la moral utilitarista e individualista. Postula la aceptación del principio del destino universal de los bienes de la creación y promoción de la justicia y solidaridad como valores indispensables” (SD 169).

 

Pobreza creciente

25. Como la pobreza en México aumenta constantemente debe considerarse como algo endémico; en lenguaje teológico se llama “estructura de pecado”, es decir, algo enraizado en el sistema económico y político que nos rige y que no concuerda con el plan de Dios. Esta estructura marcada por el pecado sólo podrá superarse mediante una actitud y un sistema que tenga en cuenta la promoción integral del hombre y, por tanto, que respete su dignidad e incluya los valores éticos y morales. La economía y la política, como actividades humanas, deben sujetarse a las normas morales. El sólo pensar que son autónomas o amorales, constituye ya una grave inmoralidad. Es lo que todos hemos visto y experimentado hasta la saciedad.

 

La pobreza es alguien

26. La pobreza no existe en abstracto, sino que “adquiere en la vida real rastros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo” (DP 31). La pobreza son los pobres, esos 40 millones de mexicanos, hermanos nuestros que llevan una existencia humana disminuida y a quienes se les está negando el derecho a una vida digna, más aún la misma vida. Cuando la Doctrina Social de la Iglesia enjuicia a un sistema político o económico que produce tales resultados, no lo hace porque tenga preferencia por otro, sino porque refleja una situación pecaminosa contraria al plan de Dios. La existencia de los pobres es, ante todo, un hecho moral que delata una situación de injusticia, y que la Iglesia –pastores y fieles– no puede dejar de denunciar, de analizar sus causas y buscar remedio.  Así la Iglesia respeta “la legítima autonomía del orden democrático” (CA 47c) por un lado, pero al mismo tiempo cumple con el deber de defender la dignidad de la persona humana y sus derechos inalienables. Esta es en su raíz la“opción preferencial por los pobres”, de la cual la Iglesia no puede desistir sin renunciar a su misión. Es, antes de todo, una opción teológica y pastoral que prolonga la misión de Jesús ungido por el Espíritu en la sinagoga de Nazaret para “anunciar la Buena Nueva a los pobres y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18s).

 

Evangelización liberadora

27. Por esta razón, la Iglesia no puede cansarse de denunciar el escándalo de la pobreza y, para que esta actitud no degenere en demagogia, es necesario volver de continuo a la fuente viva de la Palabra de Dios, a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia y teniendo el espíritu siempre abierto para conocer los signos de los tiempos. El Documento de Puebla afirmó que “el mejor servicio al hermano pobre es la evangelización que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente” (DP 1145). No puede tampoco descuidarse la evangelización de los hermanos ricos para que reconozcan su responsabilidad social, vean el grave peligro que conlleva al mal uso de las riquezas, y se hagan con ellas de amigos que los reciban en las mansiones eternas.  Sabemos por el Evangelio que los bienes materiales poseídos en abundancia suelen endurecer el corazón y empañar la vista para no ver ni sentir los sufrimientos ajenos, y así se convierten en obstáculos para la salvación. La hipoteca social que gravita sobre la posesión de los bienes temporales debe traducirse en solidaridad con los hermanos necesitados.

 

Los rostros más golpeados

28. Quienes son golpeados con mayor rigor por la pobreza son, sin lugar a dudas, los niños, primero los del campo y luego los de la periferia de las ciudades, juntamente con sus madres. La desnutrición, sobre todo en los primeros años, deja huellas imborrables en el cuerpo y en la inteligencia. La mujer es violentada de muchas maneras, unas hechas ya vicios ancestrales entre nosotros como son el machismo y la discriminación en el trabajo y en la sociedad; otras agravadas por su recrudecimiento e intensidad como son las violaciones y el recurso a la prostitución para subsistir. Particular acoso de la pobreza sufren las mujeres abandonadas junto con sus hijos por sus maridos que, al emigrar al extranjero, forman allá un nuevo hogar; y la violencia que se ejerce no raras veces contra las madres que, al dar a luz, son presionadas con diversos métodos a dejarse “ligar”, o a usar medios anticonceptivos antinaturales, ofensivos a su dignidad humana y contrarios a su fe. Nos debe preocupar el que, ante problemas sociales graves como son el sida o la prostitución, solamente se ofrezcan como solución reglamentos o instrumentos mecánicos o químicos, sin reparar en las causas que los provocan y sin tener en cuenta la dignidad de las personas. El remedio queda en el nivel de paliativo, muchas veces contraproducente. Debemos afirmar con vigor que todo problema de salud pública es ante todo y principalmente un problema moral, de dignidad humana y no raras veces de justicia.

 

Tercera Parte: Reflexión final 

Coherencia entre fe y vida

29. Al concluir esta Exhortación Pastoral, quiero recordar las palabras del concilio sobre la tarea del cristiano en la edificación de la sociedad humana. Dice: “El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno” (GS 43). Según esta afirmación conciliar, los cristianos debemos ser los primeros interesados en el correcto funcionamiento de la ciudad terrena y, de entre sus fieles, deberían salir los servidores públicos honestos y capaces que reclama la sociedad.  Se evitaría así el otro escollo que consiste en pensar que se puede prescindir de la fe y moral cristianas en la administración y desempeño público, relegándola al ámbito de lo privado o a ciertos actos de culto; y no suelen ser raros los casos de quienes llegan a avergonzarse y hasta a renegar de su fe. Habrá, sin duda, explicaciones históricas del fenómeno, pero por ninguna circunstancia puede un cristiano leal prescindir y, mucho menos, disimular su fe. “La genuina promoción humana ha de respetar siempre la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, los derechos de Dios y los derechos del hombre” (Juan Pablo II, SD, Discurso Inaugural 13d).

 

Aceptar y agradecer nuestra Historia

30. Desde lo profundo de nuestra convicción de creyentes, debe brotar un amor sincero y leal a la patria, agradeciendo al Creador la riqueza étnica y geográfica que nos ha regalado, y aceptando con madurez los hechos históricos que nos han configurado social, política, psicológica y culturalmente como nación. México y los mexicanos somos fruto de nuestro pasado, de nuestra historia, ni siempre brillante ni tampoco llena de ignominias. Tenemos que aceptar con gratitud a Dios nuestro pasado, con sus luces y con sus sombras, sabiendo que cualquier desfiguración del mismo sólo contribuiría a aumentar la esquizofrenia a que nos tiene sometida la parcialización ideologizada de la historia escrita. Pero los hechos que verdaderamente explican lo que actualmente somos, son los que en realidad sucedieron y tal y como sucedieron. Sólo conociéndolos en su llana y a veces dolorosa verdad, aceptándolos y asimilándolos con madurez, llegaremos a saber quiénes en realidad somos y qué podemos y debemos ser como nación. El creyente sabe bien que no existen dos historias, una profana y otra agrada, sino una sola historia y ésta es Historia de Salvación. Aún en los hechos dolorosos debemos de reconocer el paso amoroso y salvador del Señor de la Historia entre nosotros como nos enseñó a hacerlo, en momentos particularmente difíciles, Santa María de Guadalupe. La fe nos hace ver nuestro pasado con gratitud y proyectar nuestro futuro con esperanza y optimismo.

 

Los valores del Espíritu

31. “La sociedad humana tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual”, decía el Papa Juan XXIII (PT 36). En efecto, los vínculos que le dan consistencia, que la estrechan y le dan impulso creador, son todos de orden espiritual como son la verdad, la confianza mutua, el espíritu de colaboración, la solidaridad, la práctica de la justicia, la satisfacción del deber cumplido, la fidelidad a la palabra dada y los valores propiamente cristianos como son el amor al prójimo, el servicio desinteresado, el perdón de las ofensas y la reconciliación. Estos son los valores que sustentan la convivencia ordenada y civilizada entre los hombres y deben, por tanto, estar siempre presentes en todas las manifestaciones y estructuras sociales, jurídicas, económicas y culturales. Este sustrato espiritual es el que, al mismo tiempo que sustenta la convivencia social, la impulsa orgánicamente hacia su desarrollo. Esta es la tarea que la Iglesia lleva a cuestas y a la cual no puede renunciar a pesar de la incomprensión y rechazo,  a veces violento que padece. Esta es la Iglesia servidora que ideó, con sabiduría no humana sino divina, Jesucristo, quien vino “no a ser servido sino a servir y a entregar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45).

 

Pastoral Social

32. Para llevar a cabo este intento será necesario reforzar a nivel diocesano e implementar en las parroquias la Pastoral Social como una dimensión esencial de la evangelización, pues la pobreza tiene una de sus principales raíces en la incoherencia entre la vida y la fe (cf SD 161). Este es un círculo vicioso que sólo se romperá dando a conocer y promoviendo la Doctrina Social de la Iglesia“parte necesaria de toda predicación y de toda catequesis” (SD 50), instrumento valioso del proceso evangelizador integral. Esto es lo que nos propondremos intensificar durante el presente año siguiendo lo señalado en nuestro Plan Diocesano de Pastoral.

Confiamos esta tarea a la poderosa intercesión de Santa María de Guadalupe, Estrella de la primera y de la nueva evangelización. Ella, que siempre fue fiel oyente de la Palabra de Dios y seguidora inseparable de su Hijo, nos ayude en esta tarea de descubrir a Cristo y servirlo en nuestros hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados.

Santa María de Guadalupe, Reina de México: Salva nuestra patria y conserva nuestra fe.

 

Santiago de Querétaro, Qro., Octubre 12 de 1995. Clausura del Año Jubilar Guadalupano

† Mario de Gasperín Gasperín
VIII Obispo de Querétaro  

 

Pbro. Lic. Manuel Malagón Catañón
Secretario-Canciller