Carta Pastoral Nº 3: La Palabra de Dios y la Comunión Eclesial

Al Presbiterio Diocesano,
a los miembros de la Vida Consagrada.
a todos los Fieles Laicos:

Primera Parte: Nuestro Plan de Pastoral

0. “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida, –pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y les anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó–, lo que hemos visto y oído, eso les anunciamos para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Les escribimos estas cosas para que nuestra alegría sea completa” (1 Jn 1, 1-4).

 

A dos años de distancia

1. Este 20 de noviembre se cumplen dos años de la promulgación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral.  Tanto el trabajo previo como el de estos dos años, ha sido un buen trabajo pastoral, del cual todos debemos dar gracias a Dios y por el cual yo me permito felicitar a todos ustedes. Muchas cosas valiosas hemos aprendido como, por ejemplo, el analizar la realidad, el contemplarla con ojos de fe y responder a sus retos desde el Evangelio de Jesús; hemos estado aprendiendo a trabajar en grupo, tanto los presbíteros en los Decanatos como los presbíteros con los laicos en los consejos parroquiales o en las diversas prioridades pastorales. Hemos descubierto también nuestras carencias y, por supuesto, nuestras riquezas y posibilidades tanto los clérigos como los laicos. Hemos aprendido a tener confianza en nosotros mismos, comprobando que sí podemos, al mismo tiempo que constatamos que sin la gracia de Dios nada en la Iglesia puede funcionar. Y, sin duda lo más valioso, hemos hecho la experiencia de sentirnos Iglesia, en la realidad concreta de nuestra Diócesis de Querétaro, como comunidad de salvación, como familia de Dios, como cuerpo místico de Cristo, como morada donde habita y actúa el Espíritu Santo.

 

Corresponsabilidad pastoral

2. De manera particular hemos comenzado a redescubrir esa realidad teológica, verdadero lugar de salvación, que es la parroquia. Vamos aprendiendo a conocerla, a amarla, a sentirnos corresponsables con nuestro párroco de la salvación de Dios que se ofrece a los fieles mediante la predicación de la Palabra, los sacramentos, la oración comunitaria y la caridad fraterna.

A dos años de distancia, pues, quiero manifestarles mi satisfacción y alegría porque el Señor ha mirado con ojos de misericordia la pequeñez de nuestra Diócesis, y ha empezado a hacer en nosotros cosas grandes; por lo cual los invito a decir con María Santísima: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de gozo en Dios, mi salvador” (Lc 1, 47).

 

Fidelidad a la Palabra de Dios

3. Nuestro Plan Diocesano de Pastoral ha querido ser una respuesta concreta al llamado que el Santo Padre nos ha hecho a la nueva evangelización, y que la Conferencia de Santo Domingo tomó con tanto empeño y decisión. No quiere ser, como nos advierte la Evangelii Nuntiandi; un barniz superficial, sino que desea calar en profundidad y, para esto, el Documento de Santo Domingo nos señala el camino cuando nos dice que “esta Evangelización tendrá fuerza renovadora en la fidelidad a la Palabra de Dios” (SD 27), pues su contenido central es Jesucristo, Evangelio del Padre, cuyo conocimiento sublime nos viene por las Sagradas Escrituras: “Escruten las Escrituras; ellas son las que dan testimonio de mi” (Jn 5, 39). Si queremos, pues, que nuestro Plan Diocesano de Pastoral cale en profundidad y se enraíce en el corazón de la Diócesis, tenemos que cimentarlo, como la Casa de la que Jesús nos habla en su parábola, en el “escuchar y poner en práctica sus palabras” (cf Lc 6, 49). Nuestra casa común, o sea la Iglesia particular o Diócesis con sus parroquias, sólo se edificará sobre el cimiento firme y estable de la Palabra de Dios.

 

Plan de la Carta

4. Quiero, pues, en esta Tercera Carta Pastoral, referirme, en primer lugar, a la santa Palabra de Dios como creadora de comunión, pues es Ella la que nos convoca y llama a formar parte del Pueblo de Dios.  Sin Palabra de Dios no hay vocación, no hay Iglesia. Y, en segundo lugar, deseo reflexionar con ustedes sobre la naturaleza y aspectos de esa comunión eclesial, especialmente referida a nuestra Diócesis y a nuestras parroquias. Así, con la fuerza de la Palabra de Dios y desde la comunión eclesial podremos afrontar los grandes retos que presenta la realidad de hoy a la nueva evangelización.

 

Segunda Parte:  La Palabra de Dios crea la comunidad

Ejemplo del Concilio

5. Comenzaré invitándolos a acercarnos a la santa Palabra de Dios con el respeto con que lo hicieron los Padres Conciliares cuando nos enseñaron que “La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el Santo Concilio, obedeciendo aquellas palabras de Juan: Os anunciamos la vida eterna: que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anuncia- mos para que también vosotros viváis en esta unión nuestra, que nos une con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1, 2-3)”  (DV 1).

 

Escuchar y obedecer la Palabra

6. Los Padres Conciliares como sucesores de los Apóstoles, no sólo invocan sino que se unen al testimonio del apóstol Juan y hacen suyas sus palabras que son Palabra de Dios; y por eso la escuchan con devoción y la obedecen y, una forma de obedecerla, es proclamarla con valentía. Al proclamar así esta palabra de Dios, el santo Concilio se une al testimonio de Juan y él mismo da testimonio de un acontecimiento histórico, concreto: Que la vida eterna, que estaba con el Padre, se manifestó, y que esa vida se llama Jesucristo. El anuncio y testimonio de esa palabra de Diostransmitida por Juan crea la comunión, es decir, la Iglesia y, en la Iglesia y mediante la Iglesia, comunica la vida eterna.

 

La Palabra hace la comunión

7. La Palabra de Dios es una Palabra viva y es capaz de dar vida eterna, la vida que estaba junto al Padre; y, porque se hizo presente entre nosotros, permite a los hombres que la escuchan con devoción y la obedecen, tener la vida de Dios en ellos, tener vida eterna. Y esta vida eterna escomunión con el Padre y el Hijo, comunión que empieza en el “nosotros” de la comunidad eclesial. Tener parte en esta comunión es comenzar a tener vida divina, actualizada en ella mediante la escucha y obediencia fiel a la santa Palabra de Dios.

 

La Palabra da vida eterna

8. Hay aquí unas realidades sobrenaturales que son inseparables: La vida eterna nos llega mediante la comunión, que se comienza en la Iglesia y que tiene su origen y destino en el Padre y en su Hijo Jesucristo; que llega a nosotros mediante la predicacióny el testimonio de los apóstolesy de sus sucesores, los obispos, quienes escuchan, obedecen y transmiten la Palabra de Dios. Veamos así cómo la Palabra de Dios no sólo estuvo al comienzo de la creación, cuando Dios dijo y así fue, es decir, se hicieron todas las cosas, sino que está en el principio de nuestra vocación a la santidad y a la comunidadde salvación, como nos lo recuerda el Documento de Santo Domingo:“La Iglesia, comunidad santa convocada por la Palabra, tiene como uno de sus oficios principales predicar el Evangelio” (SD 33).

 

La Palabra hace a la Iglesia

9. La Iglesia, comunidad de salvación, es convocada por la Palabra de Dios que la llama y congrega en torno a Cristo por la respuesta de la fe.  Creer es aceptar la Palabra de Dios y vivir “de toda Palabra que sale de su boca” (Dt 8,3). La Iglesia se salva por la Palabra de Dios que, hecha hombre, muere en la cruz, resucita y perpetúa su sacrificio en la Cena del Señor hasta su feliz regreso. La Iglesia organiza su vida y su acción salvadora según el proyecto de Dios revelado en su Palabra; así, la fe, los sacramentos, la vida cristiana, dicen esencial referencia y dependencia absoluta de la Palabra de Dios.

 

La Iglesia obedece a la Palabra

10. Sin la Palabra de Dios no hay convocación de la comunidad, no hay Iglesia, no hay fe, no hay sacramentos, no hay salvación. Ningún acto pastoral o de gobierno tiene autoridad y contenido salvífico, si no es en consonancia y dependencia de la Palabra de Dios. La Iglesia, y el Magisterio eclesiástico, dice la Dei Verbum, “no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio”(No. 10). La Iglesia, pues, como comunidad de fieles, como comunidad de salvación, comocomunidad jerárquica, estructurada bajo la autoridad apostólica, depende en su totalidad de la escucha, veneración y obediencia a la santa Palabra de Dios.

 

Tercera Parte: La Comunión Eclesial

Comunión Trinitaria

11. Gracias al don de la fe que recibimos el día del bautismo al renacer del agua y del Espíritu Santo, hemos llegado a ser hijos del Padre del cielo en su Hijo unigénito, Jesucristo; y al participar del Pan de los hijos de Dios en la Eucaristía somos uno con el Señor, y formamos con Él y en Él su Cuerpo místico, la Iglesia. Este es el misterio de la Iglesia que se expresa hermosa y profundamente con la palabra comunión. La Iglesia es Comunión porque, como enseña el Concilio Vaticano II, se presenta como “un pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). La Iglesia-Comunión tiene su origen y modelo en la Santísima Trinidad.

 

Comunión de los Santos

12. Todos los fieles, al ser bautizados, participan de la función profética, sacerdotal y real de Cristo y reina entre todos una verdadera igualdad en la dignidad y en la misión: Todos somos hijos de Dios, todos estamos llamados a la misma santidad y todos estamos comprometidos en la misma misión. De esta manera la Iglesia es llamada “Comunión de los santos”, porque participamos de las “cosas santas”, y porque, por la caridad y la oración, estamos llamados todos a ser santos, pues el Señor que nos llamó es santo.

 

Comunión de ministerios y servicios

13. Pero la Iglesia, como esposa de Cristo que es, ha sido enriquecida con innumerables dones, gracias y carismas por su divino Esposo de modo que cada fiel lleva a cabo su vocación a la santidad edificando el Cuerpo de Cristo de modo propio y peculiar, según los dones, carismas, ministerios y servicios recibidos del Espíritu Santo. Así se conjuga armónicamente la pluralidad y la diversidad con la unidad. Es la Iglesia, pues, una Comunión de carismas, de ministerios y de servicios para la edificación del Reino de Dios.

 

Comunión orgánica

14. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, que le da vida al cuerpo eclesial y sostiene al mismo tiempo la diversidad de sus miembros.  Sostiene la diversidad y crea la unidad. Estacomunión se funda sobre los sacramentos, sobre los ministerios y sobre los carismas. La Iglesia tiene una estructura sacramental, institucional y carismática constituida orgánicamente, es decir, formando un solo cuerpo eclesial. Por eso se distinguen en la Iglesia tres clases de personas: los fieles laicos, los ministros sagrados o jerarquía y los miembros de la vida consagrada, distintos pero ordenados orgánicamente unos a otros.

 

Comunión jerárquica

15. Esta ordenación orgánica exige un principio de unidad y cohesión que corresponde, por voluntad divina, al orden apostólico o jerarquía eclesiástica. Por el sacramento del orden sagrado, especialmente en el grado del pontificado supremo (el Papa) y del episcopado, todos los ministerios y carismas son reducidos a la unidad. Es la razón por la que la jerarquía eclesiástica, en el oficio de santificar, enseñar y gobernar, discierne y regula el uso de los carismas y servicios. Esta estructura responde a la naturaleza de la Iglesia, que no es sólo espiritual e invisible como el Espíritu, sino visible y jerárquica, derivada de Cristo-Cabeza y Señor. La Iglesia es una comunión jerárquica animada por la caridad.

 

Comunión apostólica

16. Lugar preeminente en esta comunión jerárquica ocupa la relación entre los Obispos y el Santo Padre. En efecto, “así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles forman un solo Colegio apostólico, de igual manera se unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles” (LG 22). El Romano Pontífice no sólo es miembro del Colegio Apostólico, sino que también es su cabeza y, por tanto, principio visible de comunión de todos los miembros del mismo Colegio. Por eso el Obispo diocesano ejerce su servicio a la Iglesia en comunión con los demás Obispos, y en comunión con Pedro y bajo su autoridad. Tiene que velar, juntamente con el Romano Pontífice, no sólo por su Diócesis sino por la Iglesia universal, desempeñando las tareas que él le encomiende.

 

Comunión con Pedro

17. Por eso es el Papa quien nombra o remueve a los Obispos, y la ley de la Iglesia establece que“el Obispo diocesano vaya a Roma para venerar los sepulcros de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y preséntese al Romano Pontífice” (c. 400). El objeto de esta visita “ad limina Apostolorum”es el fortalecimiento de la responsabilidad del Obispo diocesano como sucesor de los Apóstoles y miembro del Colegio Episcopal, y de la comunión jerárquica con el sucesor de Pedro con la referencia obligada a venerar las tumbas –trofeos– de  los Apóstoles Pedro y Pablo, pastores y columnas de la Iglesia de Jesucristo.

 

Comunión católica

18. La visita “ad limina” tiene por objeto manifestar y fortalecer la relación íntima y vital que existe en la Iglesia particular o Diócesis y la Iglesia universal. El Obispo diocesano, al presentarse junto con otros Obispos ante el Romano Pontífice, fortalece los lazos de fe y de caridad entre su Diócesis y la Iglesia universal y da a su Iglesia particular la verdadera dimensión de catolicidad. Así los fieles diocesanos pueden estar seguros de su pertenencia y comunión con la única y verdadera Iglesia de Jesucristo, la Católica y apostólica.

 

Misterio de comunión

19. Esta comunión jerárquica se da también entre el presbítero y su Obispo. Como toda comuniónésta hunde sus raíces en la comunión trinitaria: “La gracia y el carácter indeleble conferidos con la unción sacramental del Espíritu Santo ponen al sacerdote en una relación personal con la Trinidad, ya que constituye la fuente del ser y del obrar sacerdotal; por tanto, el sacerdote ha de vivir necesariamente esa relación de modo íntimo y personal, en un diálogo de adoración y de amor con las tres Personas divinas, sabiendo que el don recibido le fue otorgado para el servicio de todos”(Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, No. 5). La comunión del presbítero con su Obispo, con sus hermanos presbíteros y con toda la Iglesia, no tiene su origen en una estrategia humana o en un postulado sociológico, sino en la vida de la santa Trinidad. Es un misterio decomunión.

 

Comunión eclesial

20. Del mismo modo que la Iglesia está conformada a imagen de la Trinidad divina, el presbítero es signo e instrumento de la comunión eclesial en el ejercicio de su triple ministerio profético, litúrgico y pastoral. El presbítero, al mismo tiempo que es miembro de la Iglesia, está al frente de la Iglesia como signo de Cristo-Cabeza. Es así como participa y vive la comunión jerárquica, pues es cooperador y corresponsable de la misión del Colegio episcopal. “En efecto, dice el Directorio, por el orden y ministerio recibidos, todos los sacerdotes han sido asociados al Cuerpo episcopal y –en comunión jerárquica con él según su propia vocación y gracia–, sirven al bien de toda la Iglesia”(No. 14).

 

Comunión espiritual y pastoral

21. De esta comunión jerárquica brota para el presbítero la exigencia de la comunión espiritualy pastoral con toda la Iglesia. La comunión  afectiva y efectiva con el Santo Padre, con su Obispo diocesano, con los hermanos en el ministerio y con todo el Pueblo de Dios, no es más que la consecuencia lógica de lo que vivió en su ordenación sacerdotal y de lo que vive cotidianamente en la santa Eucaristía. En el rito de la ordenación sacerdotal, el Obispo pide a Dios que le conceda“colaboradores, muy necesarios, para ejercer con ellos el sacerdocio de los Apóstoles”; y así, siendo “sinceros cooperadores del Orden episcopal, por su predicación la palabra del evangelio fructifique en el corazón de los hombres” (Ordo, No. 131). Esta comunión es la que “da testimonio de la autenticidad de su celebración” (No. 23), y es la que evita que el presbítero caiga en la tentación de emprender aventuras apostólicas y pastorales que no es raro que desemboquen en frustración y desedificación de la comunidad. En este sentido la comunión jerárquica del presbítero con su Obispo y en la fraternidad sacerdotal, constituye una exigencia fundamental de su vida y ministerio, signo y condición indispensable de la fecundidad de su apostolado.

 

Comunión parroquial

22. Esta comunión jerárquica es fuente y principio de la comunión espiritual y pastoral que debe existir entre el presbítero y sus fieles. El, en su comunidad, representa y actúa en nombre y con la autoridad del Pastor diocesano, de su Obispo. El presbítero, como representante de Cristo-Cabeza, debe de edificar su Cuerpo, que es la Iglesia. El sacerdote que vive la comunión jerárquica está en condiciones de construir una comunidad de fe y de culto al servicio de la comunión, como debe ser toda comunidad parroquial. El ritual de la ordenación señala que, “ejerciendo en la medida de su autoridad el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, el sacerdote reúne la familia de Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad, y la conduce al Padre por medio de Cristo en el Espíritu” (No. 102). De aquí se deriva el estilo que debe de caracterizar su ministerio presbiteral “no tiranizando a quienes les han sido confiados, sino como modelos del rebaño” (1 P 5, 3).

 

Comunidad viva

23. La comunión espiritual y pastoral que el presbítero vive en su parroquia, hace que los fieles la perciban y traten de imitar. De esta forma es “modelo del rebaño”, como dice San Pedro. Es innegable que el presbítero proyecta su imagen en la comunidad y, si es “hombre de comunión” (cf Direct. No. 30s), hará de su parroquia una comunidad viva, una verdadera familia parroquial. De la comunión del presbítero con Dios, con sus hermanos en el ministerio y con su Obispo, brotarán a su alrededor vínculos de comunión que ayuden a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a salir del anonimato y de su terrible soledad. La auténtica comunión jerárquica vivida por el presbítero tendrá el poder de romper el individualismo y el egoísmo en que el liberalismo social y económico ha hundido al mexicano de hoy. Nuestro pueblo no era así, ni por su origen ni por su tradición católica. La comunión, vivida y predicada por el presbítero, siempre que sea jerárquica, tendrá la capacidad de curar y salvar al hombre moderno, no de modo individual sino comunitario, en el proyecto de la “historia de salvación” que ha diseñado Dios.

 

Actividad pastoral

24. Esta comunión espiritual y pastoral debe expresarse de manera clara en la vida parroquial y en sus instituciones, especialmente en los movimientos y asociaciones religiosas. El Directorio pide al párroco que las favorezca “acogiéndolas a todas, y ayudándolas a encontrar la unidad entre sí, en la oración y en la acción apostólica” (No. 30). Habrá también que volver a reflexionar sobre la naturaleza del Consejo Pastoral Parroquial y a reorientar, donde sea necesario, su estructura y finalidad para que, “los fieles, junto con aquellos que participan por su oficio en la cura pastoral de la parroquia, presten su colaboración para el fomento de la actividad pastoral” (c. 536, §1).

 

El don de consejo

25. Este “fomento de la actividad pastoral” lo va a experimentar el párroco cuando cuente con “consejeros” llenos de experiencia y de sabiduría que da el Espíritu mediante la meditación de la Palabra de Dios. Es evidente que tendrá primero que ayudar a formarlos. Ejercer el don de “consejo” no consiste en imponer nuestro criterio, ni en decir cualquier ocurrencia, sino en desarrollar una actividad pensante iluminada por el Espíritu e inserta en la historia salvífica con sus momentos relevantes que llamamos los “signos de los tiempos” a los que hay que atender y discernir.

 

Dimensión carismática

26. La dimensión carismática de la Iglesia debe de estar al servicio de la comunión eclesialmediante la comunión jerárquica. La riqueza y diversidad de los carismas se manifiesta de manera particular en la vida consagrada que debe de ser considerada como un don que el Padre ha hecho a su Iglesia mediante el Espíritu Santo a fin de que los rasgos peculiares de Cristo: su pobreza, su virginidad y su obediencia, brillaran con particular luz en el mundo. Esta riqueza carismática tiene su origen en el mismo Espíritu que puso a los Pastores para regir la santa Iglesia de Dios y, por tanto, debe de estar al servicio de la comunión eclesial.

 

La Vida Consagrada

27. La vida consagrada –religiosos, religiosas, institutos seculares, etc.–, aunque no pertenece a la naturaleza jerárquica de la Iglesia, es parte de su vida y de su santidad, y está al servicio del Pastor de la Iglesia universal, el Papa. Él es el supremo Superior de todos los consagrados, los cuales están obligados a obedecerle a favor de la Iglesia universal. Están a su disposición para bien de toda la Iglesia.  Deben, pues, guardar la comunión con Pedro, tanto individual como comunitariamente.

 

La Iglesia particular

28. Pero como las Iglesias particulares o Diócesis existen a imagen de la Iglesia universal, y son las que la hacen presente en las diversas partes del mundo, la Iglesia particular es necesariamente el lugar donde brotan los carismas y donde se practica y vive la comunión eclesial. Las diversas formas de vida consagrada nacen y viven en la Iglesia particular como elemento valioso de cada Diócesis, para enriquecerla con sus carismas y dándoles el toque de universalidad. “Vuestra vocación para la Iglesia universal se realiza dentro de las estructuras de la Iglesia local”, decía el Papa a los Superiores Generales de los Religiosos (24 de noviembre de 1978).

 

Eclesiología de comunión

29. De aquí resulta que tanto la vida individual o comunitaria de los consagrados como la vida de los fieles a quienes sirven y atienden, debe de estar marcada por una comunión espiritual y pastoral diocesana. Ningún carisma separado o contrapuesto a la comunión diocesana puede provenir del Espíritu, ni mucho menos fructificar. La teología posconciliar, bebiendo de las grandes fuentes de la Palabra de Dios, de la Tradición patrística y del ejemplo de los Santos, va cayendo cada vez más en la cuenta de que todos los que componemos el tejido eclesial estamos llamados a trabajar juntos para la edificación del único Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Es la eclesiología de comunióndonde cada uno, con sus dones y vocación propia, se pone al servicio de todos y del crecimiento de la comunión eclesial.

 

Comunión afectiva y efectiva

30. El sacerdote, dice el Directorio, “reservará particular atención a los hermanos y hermanas comprometidos en la vida de especial consagración a Dios en todas sus formas; les mostrará su aprecio sincero y su operativo espíritu de colaboración apostólica” (No. 31), y les brindará la atención espiritual que requieran. El Espíritu Santo, como el alma en el cuerpo, es quien suscita y consolida la unidad mediante el vínculo de la caridad que se debe de traducir en un respeto sincero y en una colaboración afectiva de ambas partes. Esto es lo que llamamos comunión espiritual y pastoral diocesana.

 

Los pecados contra la fe y la unidad

31. Los pecados que atentan contra la comunión eclesial son numerosos y distintos en su gravedad. Desde luego están los graves pecados que atentan contra la fe o contra la autoridad suprema de la Iglesia, signo e instrumento de unidad. Son tres los más graves: “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Romano Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos” (Catecismo, No. 2089). Ciertos pecados, especialmente graves, están sancionados con la pena severa de la excomunión que impide la recepción de los sacramentos. En esta pena incurre “ipso facto” quien intencionalmente coopera o provoca un aborto, si éste se produce (cf. Catecismo, No. 2272).

 

Actitudes contra la comunión

32. Pero hay otros numerosos “pecados” o actitudes que se oponen a la comunión eclesial, o que la lesionan de alguna manera. Desde luego están todas las actitudes sectarias de personas o grupos que se autocomplacen y desprecian a los demás, que buscan distinciones, privilegios y servicios especiales, y que muestran, en general, menosprecio por al comunidad.  Esto puede venir por la distinción de clase social o por soberbia espiritual, ambas igualmente reprobables. Este “pecado” suele darse con mucha frecuencia cuando se desprecia o ignora la vida parroquial o diocesana, se desconoce al propio párroco u obispo y se recurre al amiguismo para satisfacer las necesidades espirituales. El remedio práctica consiste en que los rectores de templos o capellanes y los clérigos que presten sus servicios en colegios o casas de formación, se incorporen a la pastoral diocesana mediante el Decanato y la parroquia, y transmitan este espíritu a sus fieles. Todos ellos deben de saber que existe un “Derecho Pastoral Diocesano” y un “Plan Diocesano de Pastoral” para educar eclesialmente a quienes solicitan sus servicios.  Por otra parte, cuando un carisma se pone al servicio de la comunidad parroquial o diocesana, se vivifica la Iglesia y florece el carisma y la comunidad que lo recibió y cultiva.

 

Situación diocesana

33. En nuestra Diócesis, especialmente en la ciudad episcopal, existen numerosos templos, comunidades religiosas y presbíteros que atienden casas de formación y colegios. Esto brinda la oportunidad a los fieles de buscar sus servicios por devoción, amistad, comodidad o por otros motivos. Para que su servicio edifique a la comunidad, es necesario que ofrezcan este servicio a los fieles en comunión con los párrocos y según las normas pastorales de la Diócesis. De lo contrario, el ejercicio de su ministerio lesiona la fraternidad sacerdotal, perjudica la comunión jerárquica y la misma vida espiritual de quienes pretendieron servir.

 

Índole secular del laicado

34. Vivir la Iglesia como comunión orgánica en la complementariedad y mutua fecundidad de los dones del Espíritu, ha inducido a una constructiva colaboración entre los clérigos, los fieles laicos y los fieles consagrados por la profesión de los consejos evangélicos.

Pero así como el orden de los clérigos debe respetar el orden de los laicos y cuidar su auténtica dimensión secular sin incurrir en la “clericalización” de los mismos; así los consagrados deben respetar la índole secular de los laicos que asocian al influjo de sus carismas, sin menoscabo de su misión secular y sin perjudicar su necesaria y original pertenencia a la Diócesis y a la parroquia. Asociar a los laicos al carisma de una comunidad religiosa nunca podrá hacerse desligándolos de la comunión jerárquica, de la comunión y responsabilidad diocesana y de su índoles secular. Si este caso se diera el carisma dejaría de ser eclesial.

 

Signos de comunión

35. Esta comunión tiene como alma la caridad y, sin ella, de nada sirve; pero necesita acciones concretas que la fomenten y signos manifiestos que la expresen. Los fieles laicos deben de practicar y manifestar esta comunión mediante su asistencia a la parroquia a la misa dominical, a la fiesta patronal, mediante su ayuda económica y participando en las tareas apostólicas, especialmente cuando son invitados a formar parte del Consejo Pastoral. Los presbíteros lo harán asistiendo a las reuniones de su Decanato, a los retiros y ejercicios espirituales, a los cursos de renovación teológica y pastoral, a las peregrinaciones y celebraciones diocesanas, particularmente a las ordenaciones sacerdotales y a la Misa crismal. Los fieles laicos deben de comprender esta situación cuando ven a sus sacerdotes ausentarse de su parroquia.

 

Hacer comunidad

36. La comunidad parroquial y diocesana es el lugar propio donde se vive y expresa la comunión eclesial. La comunidad se ubica en el medio entre el individualismo y sectarismo y entre el llamado “público en general”, la masa humana o la multitud. En la comunidad cada individuo es considerado y tratado como persona, pero en relación y comunión con los demás. El individualismo es tan pernicioso como la masificación.  A nadie le gusta ser tratado como “multitud”, sino respetado como persona; pero la persona se desvirtúa cuando se le separa de la comunidad. La Iglesia católica es comunidad de salvación (cf. LG 9), y es católico quien hace comunidad. De aquí la importancia y el valor de las celebraciones comunitarias. Estas no obedecen a un gusto o a la comodidad de los pastores, sino a la naturaleza de la fe católica. De allí el deber moral del católico de celebrar los acontecimientos vitales de su fe –bautismo, eucaristía, matrimonio, funeral, etc.–, en su comunidad parroquial, y la obligación del párroco de ofrecerle una acogida paternal y un servicio digno.

 

Cuarta Parte: Indicativos para evaluar nuestro Plan de Pastoral 

37.“La Iglesia, comunidad santa convocada por la Palabra de Dios, tiene como uno de sus oficios principales predicar el Evangelio… La Nueva Evangelización exige una renovada espiritualidad que, iluminada por la fe que se proclama, anime, con la sabiduría de Dios, la auténtica promoción humana y sea fermento de una cultura cristiana. Pensamos que es preciso continuar y acentuar la formación doctrinal y espiritual de los fieles cristianos, y en primer lugar del clero, religiosos y religiosas, catequistas y agentes pastorales, destacando claramente la primacía de la gracia de Dios que salva por Jesucristo en la Iglesia, por medio de la caridad vivida y a través de la eficacia de los sacramentos” (SD 33 y 45).

38. «Conscientes de que el momento histórico que vivimos nos exige “delinear el rostro de una Iglesia viva y dinámica que crece en la fe, se santifica, ama, sufre, se compromete y espera en su Señor” (Juan Pablo II, Disc. Inaug. 25), queremos volver a descubrir al Señor Resucitado que hoy vive en su Iglesia, se entrega a ella, la santifica y la hace signo de la unión de todos los hombres entre sí y de éstos con Dios (cf LG 1)» (SD 54).

39. “En la unidad de la Iglesia local, que brota de la Eucaristía se encuentra todo el Colegio episcopal con el sucesor de Pedro a la cabeza, como perteneciente a la misma esencia de la Iglesia particular en torno al Obispo y en perfecta comunión con él tienen que florecer las parroquias y comunidades cristianas como células pujantes de vida eclesial (Juan Pablo II, Ibid. 25)” (SD 55).

40. Para lograr este cometido, debemos de “impulsar procesos globales, orgánicos y planificados que faciliten y procuren la integración de todos los miembros del pueblo de Dios, de las comunidades y de los diversos carismas, y los oriente a la Nueva Evangelización, incluida la misión“ad gentes” (SD 57).

En estos luminosos párrafos del Documento de Santo Domingo, nuestros Obispos latinoamericanos nos trazan el “nuevo rostro” que nuestra Iglesia diocesana debe de ir adquiriendo, viviendo la comunión y sostenida e iluminada por la Palabra de Dios “que es viva y eficaz (Hb 4, 12), puede edificar y dar la herencia a todos los elegidos” (Hch 20, 32), y “que dura para siempre”(Is 40, 8).

Santiago de Querétaro, Qro., noviembre 17, 1994.

† Mario de Gasperín Gasperín
VIII Obispo de Querétaro

 

Pbro. Lic. Manuel Malagón Catañón
Secretario-Canciller