DESDE LA CEM: Las antífonas de la “O”

Las antífonas de Adviento, también conocidas como antífonas mayores o antífonas de la «O» por la letra con la que comienzan, son utilizadas en la Liturgia de las Horas, durante las Vísperas entre el 17 y el 23 de diciembre. Cada antífona evoca uno de los nombres o atributos de Cristo más mencionados en las Escrituras y le dan su sentido a la liturgia del día.

Sapientia = sabiduría

Adonai = Señor poderoso

Radix = raíz, renuevo de Jesé (padre de David)

Clavis = llave de David, que abre y cierra

Oriens = oriente, Sol, luz

Rex = rey de paz

Emmanuel = Dios-con-nosotros.

Leídas al revés las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O»,  dan el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.

Hablar de las antífonas de la “O” es hablar de las entrañas y del espíritu del Adviento. Estas antífonas han atravesado siglos y siglos resonando en la voz orante de la Iglesia y ayudando al pueblo cristiano a invocar la venida del Señor, enseñando al pueblo cristiano quién es Aquel a quien deben esperar y del cual deben pedir la venida. 

Los estudiosos las atribuyen al Papa san Gregorio Magno (+ 604) o, al menos, es a través de él que nos llega la primera noticia histórica de las mismas. Las podemos situar, por tanto, en la segunda mitad del siglo VI. 

Veamos qué camino nos hacen seguir las “siete antífonas mayores”, las “siete antífonas O” en los días próximos a Navidad y en qué espiritualidad nos sumergen para que nuestra alma esté bien dispuesta para acoger al Señor en el momento de la celebración del misterio de su Nacimiento. 

 

 

 

 

Oh, Sabiduría  

“Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación”. 

El hecho de dar a Cristo el nombre de “Sabiduría” la distingue de las demás, que se mueven dentro de una tipología en la que, básicamente, los personajes o las misiones o funciones de unos determinados personajes actúan como profecía del Salvador. 

Tanto el término “Sabiduría”, como la descripción que se hace de la misma, nos llevan a los textos bíblicos sapienciales: “Yo (la sabiduría) salí de la boca del Altísimo” (Eclo 24,3). “Ella (la sabiduría) se extiende poderosa de un extremo al otro y todo lo ordena convenientemente” (Sab 8,1). 

Esta primera antífona nos lleva desde la primera creación a la nueva y definitiva creación, que tendrá lugar con el retorno glorioso del Señor. Con todos los justos del Antiguo Testamento, la antífona nos hace exclamar el “Ven” de los que esperaban la venida del Mesías; y nos enseña a repetir el “Ven”, acompañado de la prudencia de los que esperan, dóciles a la sabiduría divina, la venida del Señor al final de los tiempos, el momento en el que el Señor presentará al Padre la nueva creación, la creación nacida de la redención llevada plenamente a su término. 

 

Oh, Adonai   

“Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder de tu brazo”. 

No es habitual referirse a Cristo con el nombre de “Adonai”, el nombre que el pueblo judío daba a Dios para evitar respetuosamente pronunciar el nombre de Yahvé que él mismo había revelado a Moisés. El hecho de darlo aquí al Redentor es una manera de subrayar su divinidad. El nombre de Adonai se daba al que se reconocía como dueño y señor absoluto de alguien, así como también el que tiene poder creador. Israel lo daba a Dios reconociendo que era por él que había sido creado como pueblo. Así lo encontramos expresado en el Salmo: “Sepan que el Señor es Dios, que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 100,3).  

La referencia a Moisés nos hace recordar, dos momentos significativos en la acción de aquel primer “Pastor” de Israel: “su” nombre a Moisés (Cf Ex 3,2; 6,2.3), y el relato de la primera alianza divina, concretada en la entrega de la ley en la montaña ardiente del Sinaí (Cf. Ex 19,10-20,21). 

El contexto de la antífona nos hace ansiar, nos hace pedir, un nuevo Moisés, Señor y Guía del nuevo Israel, el Moisés que con su venida debía hacer realidad la promesa hecha por Dios al primer Moisés: “Diles a los israelitas: Yo soy el Señor… los rescataré de su esclavitud, los redimiré con brazo extendido# (Ex 6,6). Esta fidelidad literal a la cita es lo que hace que no sólo se pide que el Señor venga para redimirnos, para que Dios pueda, por medio de él, rescatarnos de la esclavitud del pecado, sino que lo haga, además, con plena manifestación de su poder, para que el nuevo pueblo, nacido de la obra redentora de Cristo, pueda dar, con toda razón, al nuevo y verdadero Moisés el nombre de “Adonai”. 

 

Oh, Renuevo del tronco de Jesé 

“Oh renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más”. 

Después de la etapa del éxodo, las antífonas nos conducen a la vida de Israel en la tierra de las promesas. La creación del pueblo escogido no puede hacernos olvidar que este mismo pueblo es prototipo del  nuevo Israel que empezará a cobrar vida con la venida del Salvador. 

La presencia de Jesé en esta antífona no es para recordarnos que fue el padre de David, sino para poder acceder al profeta Isaías y, por medio de la cita profética hablarnos de Cristo: “Aquel día, la raíz de Jesé se alzará como estandarte de los pueblos; a ella se volverán las naciones” (Is 11,10).  

El estandarte levantado ante todos, no por todos es aceptado. Pero los que lo aceptan, los que reconocen en él a la raíz de Jesé y el estandarte que por encima del tronco de Jesé se levanta como signo de salvación para todos los pueblos, estos, venidos de todos los pueblos, son los que le invocan y suplican: “Ven a librarnos, no tardes”. Este “no tardes” que apoya el “ven” se hace eco de Habacuc: “Aunque parezca tardar, espéralo, porque el que ha de venir vendrá y no tardará” (Hab 2,3). Vendrá para salvar a las gentes de todos los pueblos. El Salvador lo será de todos, porque todos “los confines de la tierra contemplarán la salvación de nuestro Dios” (Sal 97,3). Esta absoluta victoria de nuestro Salvador es la que esperamos contemplar y de la que esperamos participar cuando él vuelva y con él todos sus santos, con todos los redimidos “de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Cf. Ap 7,9). 

 

Oh, Llave de David  

“Oh Llave de David y cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de muerte”. 

Una cita de Isaías, nos introduce en el personaje de David, de cuya dinastía nacería el Salvador. Dice el Señor: pondré en sus manos las llaves del palacio de David; cuando abra, nadie podrá cerrar, cuando cierre, nadie podrá abrir” (Is 22,22). Esta misma cita aparece en el Apocalipsis aplicada al Santo, al Veraz, al Mesías que ha alcanzado ya la victoria (Cf Ap 3,7). 

La persona de David es propuesta aquí como figura de Cristo. David es el elegido por Dios para ser ungido como rey (Cf. 1Sa 16,13), el que consolidó y dio unidad al reino de Israel, el que trasladó el arca de la alianza a Jerusalén (Cf 2Sa 6,1-19). A pesar de su vida llena de fragilidades, la idealización de su actuación como rey hizo que no sólo fuera considerado modelo para los reyes que le seguirían, sino también figura del Mesías esperado. 

Por otra parte, encontramos la imagen de la llave. La llave es signo de poder. El que tiene el poder de las llaves tiene un poder definitivo, expresado en la imagen de abrir o cerrar, acción que sólo puede hacer el que tiene tal poder, sin que nadie pueda obrar en contra. Este es el poder que se espera de Cristo, como nuevo David, como siervo escogido y ungido para que sea el Mesías que salve a su pueblo y el Rey que lo guíe. 

Todo esto no es sólo una imagen literaria. Había sido profetizado del Mesías. El Señor lo llamó “para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los cautivos, y del calabozo a los que habitan en tinieblas” (Is 42,7), y cantado por el salmo: “Los sacó de las sombrías tinieblas, arrancó sus cadenas” (Sal 106,14). 

Con la confianza puesta en el poder del nuevo David, nosotros pedimos con firmeza su venida. Sabemos que si él está con nosotros, aunque tengamos que “pasar por valles cubiertos con la sombra de la muerte” (Sal 22,4), nada temeremos. Bajo su guía nos podremos recostar en verdes praderas a reparar nuestras fuerzas (Cf. Sal 22,2-3), casa del Señor (Sal 22,6), cuya puerta el Pastor de nuestras almas nos ha abierto por siempre. 

 

Oh, Sol que naces de lo alto  

“Oh Sol que naces de lo alto, resplandor de la luz eterna, sol de justicia, ven a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte”. 

Cristo es invocado aquí como la luz que hace nacer el día o como el lugar por el que nace un nuevo día, un nuevo día que nace bajo la luz de Dios y de los rayos de la salvación. En la petición que concluye se pide que la venida de Cristo “ilumine” a los que están sumidos en la oscuridad y en la sombra de la muerte. Pide que los que ya han obtenido por Cristo la libertad y la redención sean también iluminados por su luz, que es la vida, la participación en la Vida del que estaba en Dios desde el principio. 

La invocación a Cristo como “Oriente” (en latín Oriens que se ha traducido por “Sol”), no sólo hace que le supliquemos que nos ilumine con su luz divina, sino que nos recuerda que, en su segunda venida, Cristo, según la tradición primitiva, vendrá desde el Oriente: “como el relámpago sale de oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre” (Mt 24,27). Con este punto de referencia, la antífona nos prepara para acoger la luz de Cristo en el misterio de su natividad según la carne, sino que hace que elevemos también nuestra mirada, nuestra esperanza y nuestra oración para que estemos dispuestos a salir al encuentro del Señor en su venida al final de los tiempos. 

 

Oh, Rey de las naciones  

“Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos, piedra angular de la Iglesia que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra”. 

En esta antífona tenemos el reinado de Cristo sobre los pueblos, el reinado universal de Cristo. También aplica a Cristo el término de “piedra angular”, o piedra que fortalecerá la unidad de los pueblos bajo su reinado: “Dice el Señor: voy a poner una piedra de cimiento en Sión, una piedra sólida, angular preciosa; quien se apoye en ella no sucumbirá” (Is 28,16). Esta cita de Isaías la usa también Pedro para hablar de Cristo como piedra viva del templo espiritual (Cf 1Pe 2,4-6).  

La petición de esta antífona es la salvación del hombre formado del barro de la tierra (Cf Gn 2,7). El orante, admirado ante aquel a quien todos los pueblos reconocen como rey, experimenta su pequeñez personal y se atreve a orar por sí mismo, por su salvación. Que el Rey que está por encima de todos los pueblos, en el momento de su venida, se acuerde de él, le salve. Esta súplica la eleva al Señor de todas las gentes con la confianza que le dan las palabras del Salmo: “Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos barro” (Sal 102,13-14).  

 

Oh, Emmanuel   

“Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor, Dios nuestro”. 

La primera parte de esta antífona es como una síntesis de las que preceden: “Rey y legislador” (antífona anterior y antífona segunda por su referencia a Moisés como legislador); “esperanza de las naciones” (eco del “deseado de los pueblos” en la anterior). La súplica, es la salvación que esperamos de aquel a quien confesamos como Dios y que sabemos que viene a hacer morada entre nosotros. 

Estas antífonas tienen su “misterio” y su “gracia”. Con el término “misterio” queremos decir que si nos fijamos bien en ellas, en todo lo que dicen y en todo lo que nos descubren entre líneas, vemos que no únicamente nos hablan del misterio de la redención, sino también de las diversas etapas de la historia de la salvación que han constituido una llamada a los hombres para vivir en la esperanza de la venida del Salvador, estas antífonas nos acercan pedagógicamente al conocimiento de la obra salvadora de Dios, ante la cual, lo primero que hacen es despertar nuestra admiración por ella. 

También tienen su “gracia”, son unas antífonas que nos llevan a la oración. Nos enseñan a orar. Hacen que nuestro Adviento sea orante y lo sea de una manera muy concreta. La oración salida de un corazón sincero, siempre nos introduce en la comunión con Dios, siempre hace que Dios escuche nuestras súplicas. Y esto es gracia, esto es ir entrando en la intimidad con Dios para que Él vaya haciendo la obra que ha empezado en nosotros.

Nombre del autor:
Hna. Ma. Guadalupe y Hna. Adriana
El contenido de este artículo, es responsabilidad del autor y no representa una postura o lineamiento de Inspírame Dios.