¡Cómo me duele México!

Ya estaba todo preparado para el gran momento; mi borreguito atado a mí por la cintura una flauta de caña, mis huaraches de cuatro correas y mi traje blanco de manta, incluyendo mi sombrero de paja, era un pequeño de 1° de Primaria en las fiestas Patrias me habían elegido para representar a Juá­rez, no estaba muy convencido, pero a esa edad se tiene poca relevancia la opi­nión infantil, lo cierto es que solo lle­gar a la escuela con tal indumentaria ya era un acto heroico, mas fue llegar y ver a mi primo Toni de rubia cabellera muy solemne vestido con botas lustro­sas militares una larga espada y una casaca llena de condecoraciones, ade­más de una barba que le llegaba a medio pecho representaba al Emperador Maximiliano, entonces vino el llanto ante mi sorprendida maestra que trataba de consolarme diciéndome que yo era más importante que aquel solemne caballero usurpador de un poder ajeno, pero yo solo quería una cosa, truncar mi borrego por aquella espada.

No cabe duda que la Historia es un compromiso, conocerla un deber de todo ciudadano, ciertamente no pode­mos cambiar el pasado, pero sí apren­der de él para no repetir los mismos errores, es la historia un laberinto de imágenes con nombres, fechas y lugares, todos ellos importantes.

Septiembre le llamamos el mes de la Patria, y todo se viste de una tricolor bandera que nos hace sentir más mexicanos. Los que hemos probado el destierro por muchos años -fuera de la Patria-, sabemos de ese agridulce sabor de saberse alejado de la tierra de uno, de sus cantos y sus coloridos festejos y el grito en las embajadas fuera de México es un acto lleno de esa nostalgia tan propia de los mexicanos.

Bien me decía el Cardenal Rouco de Madrid cuando solicite mis órdenes para ser parte del clero español: “No conozco mexicano que por más bien que viva lejos de su tierra no termine regresando”, ¡qué razón tenía el señor Cardenal!, heme aquí en el corazón de mi querida Patria tan llena de desigualdad, tan manchada por la corrupta ambición de pocos, ante la indiferencia adormecida de la mayoría que ante la caja boba que ahora llevamos a la mano soñamos mundos de colores de rosa y cerramos los ojos ante la realidad vivi­da diariamente en la tragedia cotidia­na del hermano, señalamos tajantes las injusticias de países lejanos, mas nada o poco hacemos por remediar los males cercanos, cerramos los ojos ante la desintegración social y empuñamos banderas de luchas de seudo libertades perdidas; mientras miles de madres gritan al hijo desaparecido en el norte del país y dejan las puertas abiertas de sus casas por si regresa el ser querido y arrebatado por las mafias que dominan el panorama de nuestro entorno, y no hablemos de la tragedia de los que sin papeles viajan cruzando nuestro país en busca del sueño de una vida mejor, pasar por entre nosotros es su tormento.

Bien es que gritemos pues con fuerza los nombre que nos dieron Patria pues pareciera que el sueño de ayer que forjó una tierra libertaria se quedó en eso… en el ayer glorioso de un sueño de libertad, clérigos muchos de ellos. Profetas que soñaron patria, forjaron el arado, que hicieron los surcos de nuestro México todos ellos renunciaron a un bien particular para pensar en un bien de todos.
Pero la historia es un acto inacabado que se escribe todos los días, y quizá a la lista de los nombres patrios faltare agregar el de los anónimos constructores de hoy, que en su diaria tarea tienen el empeño de construir una sociedad más justa, más soberana, más segura, más libre. En este mes patrio… ¡caray, cómo me duele México!

Pbro. José Rodrigo López Cepeda
Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 7 de septiembre de 2014