CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA,  La Ascensión del Señor, Santa Iglesia Catedral.

Santa Iglesia Catedral de Querétaro. 28 de Mayo de 2017.

El día 28 de Mayo de 2017, en la Santa Iglesia Catedral, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, presidió la Sagrada Eucaristía, con motivo de la celebración del Domingo de la fiesta de la Ascensión del Señor, con la cual entramos ya en la última etapa del tiempo pascual, en esta celebración  24 alumnos del Colegio Salesiano, recibieron el Sacramento de la Confirmación de manos de  Mons. Faustino, Concelebraron esta Santa Misa, el Padre Héctor Pastor Mendoza  y Padre Leopoldo Ballesteros,  participaron de esta celebración Padrinos, Papás, Familiares y amigos de los confirmandos. Así como  los integrantes del Movimiento Apostólico, Legión de María, quienes presentaron su Acción de Gracias, en esta Santa Misa. En la homilía Mons, Faustino, expresó:

«La liturgia de este día nos invita a contemplar el acontecimiento de la Ascensión del Señor a los cielos. Un misterioso acontecimiento lleno de grandes expectativas y esperanzas, pues mediante esta acción, una vez llevada a cabo la voluntad de su Padre,  el Señor entra de nuevo en su gloria y abre para todos nosotros las puertas del Reino de los cielos.  En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. Además, con la fiesta de la Ascensión del Señor, entramos ya en la última etapa del tiempo pascual. En el que la Iglesia, expectante anhela ver cumplida la gran promesa de recibir al Espíritu Santo, quien le ha de guiar para continuar con la tarea salvadora en el tiempo y en la realidad presente. 

 El Señor Jesús,  consciente que para poder seguirle en el cielo, es necesario ser discípulos suyos, padecer y resucitar como él, encomienda a sus discípulos tres tareas fundamentales mediante las cuales podemos lograr el cometido y que hoy estamos invitados para hacerlas nuestras: 

  “Ir y hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra” (v.). Debemos ir por doquier y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. “Hacer discípulos”, de manera que ninguno quede exento de ser cautivado por aquella mirada de Jesús que atrae, persuade, conquista. “Hoy en este ‘vayan’ de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva ‘salida’ misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (cf. EG, 20); de la evangelización, realizada con el auxilio divino, brotan la fe y la conversión inicial, por las cuales cada uno se siente llamado a dejar el pecado e inclinado al misterio del amor divino. Es necesario que hagamos el esfuerzo por propiciar que muchos lleguen a una maduración suficiente de la fe inicial, mediante la catequesis, el aprendizaje de la vida cristiana, el ejemplo y la ayuda de toda la comunidad, la oración, el testimonio de la fe, la firmeza ante cualquier circunstancia, y la práctica del amor al prójimo hasta la renuncia de sí mismos. 

 “Bautícenlos” en el nombre de la Trinidad. De manera que sea la experiencia del encuentro con en Dios la vida de la gracia, la que transforme la vida toda en vida nueva, renovada, santificada; mediante el Bautismo,  liberados del pecado, muchos son agregados al pueblo de Dios, reciben la adopción de hijos de Dios, son introducidos por el Espíritu Santo a la prometida plenitud de los tiempos y por el sacrificio y banquete eucarístico saborean de antemano el Reino de Dios. Ayudemos para que muchos puedan así recibir la vida nueva en Cristo, mediante el Bautismo y los demás Sacramentos. 

  “Enséñenlos a cumplir los mandamientos”. “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana. Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano. El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. 

 Al igual que los discípulos, también nosotros, aceptando la invitación de los “dos hombres vestidos de blanco”, hoy no debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ir por doquier y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según san Mateo: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt28, 20).»