CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL XXXVII ENCUENTRO NACIONAL DE JUVENTUDES DEL MOVIMIENTO FAMILIA EDUCADORA EN LA FE (FEF).

Santiago de Querétaro, Qro., a 04 de marzo de 2018.

  

El día 04  de marzo de 2018, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Presidió la Sagrada  Eucaristía, en el Auditorio del Instituto La Paz, ubicado en Calle del Sol 40, San Javier, Santiago de Querétaro, Qro., con motivo del XXXVII Encuentro nacional de Juventudes del Movimiento Familia Educadora en la Fe (FEF), a la que acudieron jóvenes proveniente de todos los lugares donde está presente este movimiento, concelebraron esta Santa Misa el Pbro. Jaime Gutiérrez Jiménez, (Presidente de la Comisión Diocesana para Familia, Juventud Laicos y Vida), el Diacono José Luis López Gutiérrez, y algunos otros sacerdotes encargados de los Jóvenes pertenecientes a este movimiento, en sus Parroquias. En su Homilía Mons. les compartió diciendo: “Que el Año Nacional de la Juventud que estamos viviendo, sea un año en el cual cada uno de ustedes, pueda lograr limpiar su corazón, su vida y sus costumbres, para que así, como testigos creíbles del amor de Dios, con su palabra, con su alegría y con su entusiasmo, puedan cada vez más, trasformar las realidades en las cuales cada uno se desenvuelven: la escuela, el trabajo, la familia”. Y en la Homilía completa les dijo:

“Muy queridos jóvenes (FEF):

Con alegría les saludos a cada uno de ustedes, venidos de los diferentes Estados de la República Mexicana, reunidos para la celebración del XXXVII Encuentro Nacional de Juventudes. Me complace poder encontrarles en esta eucaristía del III Domingo de Cuaresma, tiempo en el que como Iglesia nos encaminamos a la celebración de la Pascua y juntos en la noche santísima, renovar nuestra alianza de amor con el Señor resucitado. 

El Evangelio de hoy (Jn 2, 13-25) nos presenta el episodio de la expulsión de los vendedores del templo. Jesús «hizo un látigo con cuerdas, los echó a todos del Templo, con ovejas y bueyes» (v. 15), el dinero, todo. Tal gesto suscitó una fuerte impresión en la gente y en los discípulos. Aparece claramente como un gesto profético, tanto que algunos de los presentes le preguntaron a Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (v. 18), ¿quién eres para hacer estas cosas? Muéstranos una señal de que tienes realmente autoridad para hacerlas. Buscaban una señal divina, prodigiosa, que acreditara a Jesús como enviado de Dios. Y Él les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo levantaré» (v. 19). Le replicaron: «Cuarenta y seis años se ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» (v. 20). No habían comprendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que sería destruido con la muerte en la cruz, pero que resucitaría al tercer día. Por eso, «en tres días». «Cuando resucitó de entre los muertos —comenta el evangelista—, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús» (v. 22).

En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se comprenden plenamente a la luz de su Pascua. Según el evangelista Juan, este es el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, se convertirá con la Resurrección en lugar de la cita universal entre Dios y los hombres. Cristo resucitado es precisamente el lugar de la cita universal —de todos— entre Dios y los hombres. Por eso su humanidad es el verdadero templo en el que Dios se revela, habla, se lo puede encontrar; y los verdaderos adoradores de Dios no son los custodios del templo material, los detentadores del poder o del saber religioso, sino los que adoran a Dios «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23).

En este tiempo de Cuaresma —como he dicho— nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, en la que renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Caminemos en el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para los más débiles y los más pobres, construyamos para Dios un templo en nuestra vida. Y así lo hacemos «encontrable» para muchas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero —nos preguntamos, y cada uno de nosotros puede preguntarse—, ¿se siente el Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, la costumbre de murmurar y «despellejar» a los demás? ¿Le permito que haga limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hemos escuchado hoy en la primera lectura? Cada uno puede responder a sí mismo, en silencio, en su corazón. «¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «Oh padre, tengo miedo de que me reprenda». Pero Jesús no reprende jamás. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Dejemos —cada uno de nosotros—, dejemos que el Señor entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús para nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta, para que haga un poco de limpieza.

Queridos jóvenes, aprovechemos este tiempo de Cuaresma para limpiar el corazón, para limpiar nuestro lenguaje, para limpiar nuestras costumbres. El Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma nos ha dado tres herramientas  muy prácticas que nos pueden ayudar: Oración, Ayuno y limosna:

La oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida.

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre

 Cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su Cuerpo crucificado y resucitado. Jesús conoce lo que hay en cada uno de nosotros, y también conoce nuestro deseo más ardiente: el de ser habitados por Él, sólo por Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro corazón. Que María santísima, morada privilegiada del Hijo de Dios, nos acompañe y nos sostenga en el itinerario cuaresmal, para que redescubramos la belleza del encuentro con Cristo, que nos libera y nos salva.

Que el Año Nacional de la Juventud que estamos viviendo, sea un año en el cual cada uno de ustedes, pueda lograr limpiar su corazón, su vida y sus costumbres, para que así, como testigos creíbles del amor de Dios, con su palabra, con su alegría y con su entusiasmo, puedan cada vez más, trasformar las realidades en las cuales cada uno se desenvuelven: la escuela, el trabajo, la familia.

 Que la Santísima Virgen María la “mujer pura” les enseñe a conservar su corazón limpio para el Señor. Amén”.

Al finalizar el Sr. Obispo les dio su bendición y los jóvenes le brindaron un aplauso con su alegría y jovialidad que les caracteriza